Para abordar cualquier cuestión hace falta libertad. Libertad para saber que al enfrascarse uno en la intención de conocer o formarse una opinión, el trayecto propio de cualquier búsqueda sincera de conocimiento puede llevarnos a conclusiones a veces no deseadas, ya que lo normal es tener preconceptos o prejuicios, los cuales en muchas ocasiones nos […]
Para abordar cualquier cuestión hace falta libertad. Libertad para saber que al enfrascarse uno en la intención de conocer o formarse una opinión, el trayecto propio de cualquier búsqueda sincera de conocimiento puede llevarnos a conclusiones a veces no deseadas, ya que lo normal es tener preconceptos o prejuicios, los cuales en muchas ocasiones nos llevan a encontrar lo que queremos o suponemos, coartando la posibilidad de una hallar una novedad. Lo desconocido, por definición, no lo tenemos como opción, a no ser que pensemos con libertad.
Existen muchas interpretaciones para lo que se entiende por inteligencia. Inteligencia emocional, inteligencia abstracta, inteligencia afectiva, inteligencia musical, inteligencia primaria (asociada a la capacidad de algunos musgos a encontrar el camino más corto en un laberinto, ejemplo de aplicación de la palabra inteligencia a un organismo sin sistema nervioso). Sin embargo, la definición que está más arraigada en los pueblos, refiere a esa inteligencia de matemáticos y físicos, capaces de escribir largas ecuaciones y teoremas solo asequibles por ellos y un par más.
Me surgen aquí algunas preguntas : ¿Quién es más inteligente?¿Un musgo que puede encontrar el camino más corto en un laberinto, para minimizar energía, hallar alimentos y así extender su existencia o un físico nuclear, como Enrico Fermi, que ganó el premio Nobel por sus aportes para la fabricación de las primeras bombas atómicas?
Me animo a ensayar algunas respuestas, de manera lo más crítica posible con las preguntas. Veamos, a la pregunta «¿Quién es más inteligente?» alguien podria decir que la desecharía, ya que no tiene sentido comparar la inteligencia de dos especies distintas (Musgo y humano). Sería como comparar manzanas con naranjas, apenas un ardid jipi pacifista para denostar los avances de la Ciencia y la Tecnología Occidental. Y tendría sus razones, lógicas y filosóficas para sostener su respuesta.
Así y todo, pienso que debería existir alguna concepción de inteligencia que evalúe la capacidad de supervivencia de una especie, una concepción que de lugar a las preguntas anteriores, una definición de inteligencia asociada a la capacidad global de inteligencia del conjunto de los seres vivos del planeta.
De esta manera podríamos pensar en inteligencia local (todas las anteriores) e inteligencia global, que no se bien qué es ya que no me está posible comprenderlo, desde la inteligencia local de una especie que distingue diferentis tipos de inteligencia, en su marco conpetual neurológico. Pero sí es posible acercarme a lo que sería la inteligencia global, mediante proyecciones. Es bien sabido que nuestra visión distingue 3 dimensiones espaciales (ancho, alto, profundo o x, y ,z) pero es posible conocer la abstracción matemática de 4 dimensiones y hasta saber cuál es la sombra de un cubo cuatridimensional. Es en ese sentido metafórico, no analógico, de «proyección» al que me refiero cuando me propongo acercarme a la idea de inteligencia global.
Lo primero que se me ocurre es que la capacidad de realizar cálculos matemáticos sin conocimiento de sus posibles aplicaciones bélicas, no es nada inteligente. De solo pensar que existen suficientes bombas atómicas para acabar con la vida en el planeta, me dan ganas de patearles a culo a todos los cientificos desde Galileo a la fecha.
La capacidad de encontrar el bienestar, bien podría ser una pista a lo que estoy buscando. Desde el musgo hasta la esposa del físico teórico buscan el bienestar.
Los castores buscan el bienestar mediante la construcción de diques, son más inteligentes para construir diques que muchos humanos, porque buscan el bienestar. No buscan optimizar el rendimiento de una caida de agua en pos de obtener mayor bienestar sino mayor rédito económico, buscan «optimizar la ganancia de una empresa».
Bajando un poco a tierra, pienso entonces que no hay lugar común más sencillo de encontrar, si de supervivencia de especies estamos hablando, que el tema de la provisión de alimentos.
Quizás debido al conocimiento que tenemos respecto de la duración de nuestra vida, quizás tambien por dejar descansar en lo religioso lo relativo al espíritu y a Dios (entiendasé por Dios lo que cada uno prefiera) quizás por no se qué motivos, se nos hace difícil pensar en la supervivencia de nuestros hijos, nietos, bisnietos… Es decir, pensar en la supervivencia de la especie.
Y es aquí donde necesito libertad para pensar que no estamos siendo inteligentes de manera global ya que la instancia actual de la humanidad, a nivel mundial, de la provisión de alimentos, dista mucho de superar al musgo que encuentra el camino más corto en el laberinto.
Millones de hectáreas de semillas de una única especie, tratadas con agrotóxicos no son ni pan para hoy, porque son forraje para chanchos y seguro son hambre para mañana.
No saber obtener alimentos de la naturaleza, ni siquiera saber amasar pan, son conocimientos negados de manera tácita. El mercado, entendido como el conjunto de ambiciones a corto plazo de una elite de mutantes, entendiendo como mutación la alteración o cambio genético (o memético) en un ser vivo, claramente opera en contra de la supervivencia de la especie, quizás desde el momento en el que se concibió como desarrollo tecnológico el tendido de redes eléctricas domiciliarias y la posterior explotación del petróleo.
Es mi intención expresar la opinión de que el desarrollo de nuestras familias, nuestros pueblos y nuestra cultura latinoamericana no puede sostenerse en el sentido de inteligencia global antes expuesto, si no toma posesión de manera gradual, de la libertad necesaria para elegir cómo alimentarse.
Es nuestro deber como especie única entre muchas especies únicas, con la particularidad de tener un complejo o evolucionado lenguaje, lograr la libertad para elegir, no sólo los alimentos sino la felicidad que se puede hallar en los mismos al compartirlos con propios y ajenos, entendiendo el fin último de cualquier especie, la supervivencia.
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