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Conciencia individual y conciencia social

Fuentes: Rebelión

Conciencia es saber. En todos los individuos hay una parte de su conciencia que es individual y otra parte es social. Hay personas que se consideran intelectuales o quieren proceder como intelectuales. Esta condición la tienen en términos figurado o potenciales los profesores, los políticos, los profesionales, los científicos y los artistas. En esta clase de personas debemos suponer que su conciencia social ocupa el ochenta por ciento de su conciencia y su conciencia individual el veinte por ciento. Pero no siempre ocurre así: en muchos casos se da la situación inversa: la conciencia individual ocupa el ochenta por ciento y la conciencia social el veinte por ciento.

De manera que cuando examinan los hechos individuales predomina la conciencia individual, que inevitablemente será siempre una conciencia limitada y muchas veces mezquina. No son conscientes de que los hechos individuales también deben ser examinados por la conciencia social. Tampoco son consciente de que a veces, e incluso muchas veces, por la razón antes esgrimida, hacen el mal y no el bien. Sus códigos éticos, al estar gobernados por su experiencia personal, son limitados, encarceladores y represores. No nos encontramos con personas moralmente libres, esto es, con autonomía individual, sino con personas moralmente encadenadas.

Solo las personas que tienen una desarrollada conciencia social, en cuya conciencia el deber social tiene un peso predominante, están dotadas de autonomía moral. Si esa conciencia social apenas tiene desarrollo y la conciencia individual es la predominante, carecerán de autonomía individual, estarán bajo el dominio de los intereses y deseos limitados. Son personas que son incapaces de llevar peso en su conciencia y, en consecuencia, lo tienen que contar todo, no porque sean sinceros, sino porque quieren una vida cómoda, carente de sufrimientos y desgarros. Quieren pasar por la vida sin manchas y sin pecados. Pero el mal, así lo cuenta la historia, forma parte de todos.

Hablemos ahora de la filogénesis de la conciencia. Escuchemos a Marx en la sección Historia de La Ideología alemana: “La conciencia es, ante todo, naturalmente, conciencia del mundo inmediato y sensible que nos rodea y conciencia de los nexos limitados con otras personas y cosas, fuera del individuo consciente de sí mismo…”. Mas adelante Marx dice esto otro: “…la conciencia de la necesidad de entablar relaciones con los individuos circundantes es el comienzo de la conciencia de que el ser humano vive, en general, dentro de una sociedad. Este comienzo es algo tan animal como la propia vida social en esta fase; es, simplemente, una conciencia gregaria y, en este punto, el ser humano solo se distingue del carnero por cuanto su conciencia sustituye al instinto o es el suyo un instinto consciente. Esta conciencia gregaria o tribal se desarrolla y se perfecciona después, al aumentar la producción, al acrecentarse las necesidades y al multiplicarse la población, que es el factor sobre el que descansan los dos anteriores”.

Estos hechos que se producen a nivel filogenético, esto es, en la historia de la conciencia de la especie humana, se produce de manera análoga en la ontogénesis, esto es, en la historia de la conciencia de los individuos.  Al principio cada persona solo tiene conciencia de su mundo inmediato y de los nexos limitados con un número limitado de personas. Pero ciertas personas pueden vivir bajo condiciones tan aisladas, el campo es un medio idóneo, pero lo puede ser también una gran ciudad, que su conciencia no se desarrolle ni se perfeccione de acuerdo con estas tres condiciones: el aumento y la variedad de la producción, el acrecentamiento de las necesidades y la multiplicación de la población.

¿Por qué puede suceder esto?  Porque la persona en cuestión lleve una vida aislada y no vive, no experimenta, todos los cambios que se producen en la sociedad en la que vive. Y esto les pasa a muchos supuestos intelectuales. El mundo cambia a su alrededor a una velocidad de vértigo, pero ellos permaneces iguales, atados a su vida aislada donde no se produce ningún cambio significativo. Se producen alrededor de su vida cambios arquitectónicos, urbanísticos y socioeconómicos, pero ellos no son conscientes de esos cambios; y no son conscientes sencillamente porque no viven esos cambios. De ahí que en sus conciencias siga predominando el contenido individual y no un contenido social. Viven en una ciudad cosmopolita y se comportan como si vivieran en un pueblo que permanece idéntico a sí mismo. De ahí que en el terreno de su vida personal tengan un comportamiento conservador, aunque en el terreno de la ideología política se crean unos revolucionarios. Todas las utopías e ideologías reaccionarias tienen su raíz social en la vida limitada y aislada, en una vida ajena a las tres condiciones anteriormente enumeradas por Marx: el aumento de la variedad de la producción, el acrecentamiento de la diversidad de las necesidades y la multiplicación de la población. Estos tres factores permanecen ajenos a sus vidas y sus comportamientos y conciencias permanecen iguales, quedando inevitablemente atados a los nexos limitados de su vida inmediata.

Hablemos del contenido de la conciencia social. Pongamos algunos ejemplos básicos. Forma parte de la conciencia social la siguiente serie de hechos: el asesinato de dos guardias civiles en Barbate a manos de cuatro narcotraficantes, el asesinato por parte de un niño de quince años de su madre adoptiva, el genocidio de Israel en Gaza, la posibilidad de que Rusia fabrique armamento nuclear operativo en la zona de los satélites de comunicación, e incluso lo que dijo el infame Figo a un colaborador crítico de Marca: “Lo que más te jode de Nadal es que sea libre, rico,… y no necesite de la paguita para vivir”. Algunos intelectuales pueden que estén al corriente de estos hechos, pero no les laten en su interior, no les agita, no los determinan a luchar en el terreno de las ideas. Todos esos contenidos de la conciencia social les resbala. No echa raíces en sus mentes. No les inquieta, no les preocupa, no les duele. Se vuelven cómodos, superficiales y banales. 

Escuchemos por segunda vez a Marx en su obra La dialéctica y la filosofía hegeliana: “El ser humano, como ser sensible objetivo, es, por tanto, un ser paciente y, por ser sus padecimientos seres sensibles, un ser apasionado. La pasión es la fuerza esencial del ser humano que tiende enérgicamente hacia su objeto”. En el tema que nos afecta, los intelectuales, donde la conciencia individual es la predominante, no captan el contenido de la conciencia universal como seres sensibles. De ahí que no padezcan los males del mundo y, en consecuencia, no sean seres apasionados. Y si por pasión entendemos, siguiendo a Marx, la fuerza esencial del ser humano que tiende enérgicamente hacia su objeto, en esos intelectuales el objeto o las situaciones objetivas no existen o existen solo como sombras. Y esa tendencia del ser humano hacia el objeto o situación objetiva debemos entenderla en dos sentidos: como posesión y disfrute y como transformación y progreso.

Esto es lo que observo en los intelectuales donde predomina la conciencia individual sobre la conciencia social: un escaso o nulo espíritu revolucionario. Y revolucionar no significa agredir o matar sino transformar. Y solo el que lucha por transformar el mundo, aunque solo sea en el plano de la conciencia y de la ideología, se transforma a sí mismo. Pero al no hacerlo, permanece en quietud y se comporta de forma ignominiosamente conservadora. Escuchemos por tercera vez a Marx en la obra referida anteriormente: “El comportamiento real, activo, del hombre ante sí como ser genérico o la manifestación de sí mismo como un ser genérico real, es decir, como ser humano, solo es posible por el hecho de que crea y exterioriza realmente todas sus fuerzas genéricas -lo que, a su vez, solo es posible mediante la actuación conjunta de los seres humanos, solamente como resultado de la historia-…”. Y sin conciencia social desarrollada es imposible la actuación conjunta y la conciencia de la actuación conjunta. Dichos intelectuales vivirán en la historia actual con todos sus vertiginosos cambios, pero dicha historia no estará en ellos, no formará parte de su ser social y, por consiguiente, tampoco de su conciencia. Su conciencia individual los mantendrá atrapados.

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