1.- COMUNICACIÓN Y VERTICALIDAD 2.- COMUNICACIÓN Y MERCANCÍA 3.- COMUNICACIÓN Y ALIENACIÓN 4.- PRENSA, PROPIEDAD Y ESTADO 5.- CONCIENCIACIÓN O COMUNICACIÓN 6.- AUTOORGANIZACIÓN Y CRÍTICA 7.- CONTRAPODER, PRAXIS E IDENTIDAD 8.- EUSKAL HERRIA COMO EJEMPLO A comienzos de febrero de 2008 celebramos en este mismo lugar una charla-debate sobre los llamados medios de comunicación social. […]
1.- COMUNICACIÓN Y VERTICALIDAD
2.- COMUNICACIÓN Y MERCANCÍA
3.- COMUNICACIÓN Y ALIENACIÓN
4.- PRENSA, PROPIEDAD Y ESTADO
5.- CONCIENCIACIÓN O COMUNICACIÓN
6.- AUTOORGANIZACIÓN Y CRÍTICA
7.- CONTRAPODER, PRAXIS E IDENTIDAD
8.- EUSKAL HERRIA COMO EJEMPLO
A comienzos de febrero de 2008 celebramos en este mismo lugar una charla-debate sobre los llamados medios de comunicación social. Mi ponencia llevaba el título de «Prensa, arma de contrainsurgencia» y la podéis leer y criticar buscándola el Internet. Su cuarto apartado se titula «Industria político-mediática y Estado», y constituye el meollo teórico de todo el texto. Ahora y aquí, voy a avanzar en algunas de sus tesis básicas para, después, proponer determinadas ideas sobre qué hacer frente a dicha industria político-mediática para que las debatamos entre todas y todos. Muy resumidamente, la experiencia ha mostrado que frente a la industria político-mediática solo cabe como alternativa una práctica concienciadora basada en la interacción de sistemas autoorganizados que funcionen como contrapoderes en la lucha informativa y que tenga como objetivo central ampliar la identidad de las personas, colectivos, clases y naciones explotadas.
1.- COMUNICACIÓN Y VERTICALIDAD
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El concepto de «medios de comunicación social» es tramposo porque da la sensación de que facilitan la comunicación multidireccional entre las personas, cuando en realidad se trata de una «comunicación» unidireccional y vertical, de arriba abajo, del poder a los receptores pasivos que no tienen medios de respuesta. Si nos fijamos, los medios sólo publican una muy reducida cantidad de «cartas al director», de aportaciones y de críticas de la gente, y la inmensa mayoría son laudatorias, de alabanzas o de aportaciones que mejoran la fama del medio que las publica. Incluso cuando salen críticas serias y rigurosas, son pequeñas, pero lo fundamental es que se publican en papel, salen en la radio o televisión, no por lo que dicen sino para mejorar la imagen «democrática» del medio afectado, para mantener la ficción de «imparcialidad» y de «objetividad» del medio de prensa. Desde muy antiguo se sabe que la propaganda es más efectiva cuando disfraza la manipulación y la mentira bajo una pátina de verdad, de pluralidad y de tolerancia.
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He entrecomillado la palabra «comunicación» para resaltar su doble sentido ya que, por un lado, los medios sí comunican algunas cosas, por ejemplo, avisos de las instituciones, de los ministerios y del Estado, de las empresas, etc., sobre cuestiones que la gente afectada tiene que saber porque son necesarias para el desenvolvimiento normal del sistema capitalista en todas sus facetas. Por otro lado, estos avisos son una muy pequeña parte del resto de la «comunicación» que emite el medio, que no es sino el conjunto de «noticias», «hechos», «curiosidades», etc., que el medio quiere «comunicar» a su público. El medio comunica lo que quiere, selecciona una parte de lo que le llega por las agencias internacionales de prensa o que él mismo ha realizado, desechando otra gran parte. «Cocina», envuelve, presenta y ofrece lo seleccionado de manera tal que agrade al público al que vende esa «noticia», que oriente sus preocupaciones, dudas e inquietudes por unos senderos comerciales, políticos y culturales idénticos en el fondo a los del medio del que se trate.
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Lo que entendemos como un «hecho» que ha sucedido en cualquier parte –un terremoto o el encarecimiento de los precios de la alimentación, por ejemplo–, es transformado de tal forma que al final aparece como «noticia» sólo tras ser convenientemente «trabajado» por la industria mediática. Ya se ha criticado de sobra esta dinámica como para repetirla aquí. Ahora nos interesa destacar que esa «noticia» es presentada dentro de un mensaje general que refuerza la ideología dominante, que impide cualquier posibilidad de concienciación revolucionaria o de reflexión crítica, aislando la «noticia» del contexto sociohistórico, etc. Según las necesidades del negocio político-mediático, la «noticia» será presentada de forma sensacionalista, macabra, sensiblera y emotiva, intimidatorio y cargada de resonancias catastrofistas, o con pretensiones de cientificidad neutra y aséptica, incluso hasta progresista. Son los intereses económicos y políticos de cada industria concreta los que determinan cómo se ha de vender la «noticia», cómo se presenta, dónde se coloca para llamar la atención o para que pase desapercibida para la mayoría de la gente si es que no hay más remedio que sacarla al aire o al papel.
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El medio selecciona su oferta en base a un criterio elemental: asegurar su continuidad como negocio, como empresa. Ningún periódico, revista, radio, televisión, etc., puede sobrevivir largo tiempo con pérdidas, cayendo en ventas, ingresando menos dinero que el que gasta en la producción de las «noticias». Si ingresa menos dinero, más temprano que tarde caerá en bancarrota. Tiene varios recursos para evitarlo: aumentar la explotación de sus trabajadores, desde los periodistas fijos hasta los precarizados pasando por el resto; aumentar los anuncios y la propaganda; reducir la calidad del papel y de los gastos de impresión; pedir ayuda a las instituciones; pedir préstamos; fusionarse con otros medios para abaratar costos, hacer promociones y ofertas especiales para aumentar las ventas, etc.
2.- COMUNICACIÓN Y MERCANCÍA
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Conforme la ley de concentración y centralización de capitales presiona sobre la industria político-mediática, se van cerrando pequeños medios o son absorbidos por otras industrias más grandes primero a nivel estato-nacional, de fronteras para adentro, y luego a nivel internacional y mundial: los llamados «medios globales», que monopolizan el mercado mundial de la producción no sólo de «noticias» sino también de eso que se llama «cultura». Los «medios globales» también mercantilizan e industrializan la totalidad de los sentimientos humanos básicos, como hemos dicho, en respuesta al imperativo ineluctable formado por la dialéctica entre la necesidad de la máxima ganancia y la necesidad de superar a la creciente competencia. Si nos fijamos, todas las medidas que puedan tomarse al respecto son típicamente empresariales, capitalistas.
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Son medidas empresariales porque las leyes de la economía capitalista también afectan a los medios por la simple razón de que son una industria especial, una industria político-mediática, político-adoctrinadora. Vayamos por partes. Es una industria porque produce una mercancía, un periódico, una revista, un programa de radio o televisión, un libro, música, cine, teatro… y hasta eso que llaman «cultura». Como se aprecia, cuando hablo de «medios de prensa» introduzco en ellos hasta la producción de «cultura». Esto lo explicaré más adelante. Ahora debo detenerme en qué es lo que fabrica dicha industria, en la mercancía que debe vender. Sabemos que una mercancía es algo que no existe en la naturaleza, algo que es fabricado por una industria capitalista para ser vendido en el mercado a un precio superior a su costo de producción, un precio superior que garantiza la obtención de una ganancia al final del proceso entero.
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Toda mercancía tiene un valor de cambio, que, sin entrar ahora en detalles, es el precio que ha costado fabricarla, en este caso un periódico, un telediario o un libro que se cambian por una cantidad de dinero. Pero ese precio debe ser aumentado por el empresario para extraer un beneficio si quiere seguir ganando dinero. Es decir, ha de vender la mercancía por encima de su precio real, ha de engañar al comprador haciéndole creer que esa mercancía vale más de lo que vale realmente. Para eso está la propaganda, el marketing y otras mentiras que aumentan artificialmente el otro componente de la mercancía, su valor de uso. Por lo general una mercancía de compra para usarla: un martillo para clavar o para golpear, y un disco para escuchar su música, o para regalarlo, etc., aunque algunas mercancías se compran para revenderlas por un precio mayor, o se revenden tras haberlas usado para recuperar parte o todo lo gastado en ellas, cosa que también se hace con bastantes productos de la industria político-mediática.
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Toda mercancía se fabrica respondiendo a dos razones dialécticamente unidas: la de satisfacer una necesidad social que en su inicio fue «natural», y la de crear mayores necesidades artificiales para vender más, para crear más necesidades que a su vez exijan más mercancías, y así en un alocada espiral que, junto a otras razones, termina en la crisis. Esta necesidad ciega lleva al capitalismo a la absoluta mercantilización de todo lo existente, de la vida misma, de la naturaleza, de los sentimientos, de los odios, de la afectividad y de lo emocional, de lo erótico y de la sexualidad. Nada puede quedar sin ser mercantilizado, desnaturalizado como valor de cambio con un valor de uso, por enano y artificioso que fuere. La industria político-mediática es una de las más activas en esta mercantilización de la vida ya que ella se mueve en una realidad especial, compleja y total: la de la unión entre la subjetividad humana y la objetividad social. Mientras que, por ejemplo, la producción de escavadoras pesadas tienen un mercado muy preciso, la producción de eso que se llama «noticia» afecta directamente a la vivencia subjetiva y objetiva de la sociedad entera. Por tanto, esa industria está obligada ciegamente a mercantilizar hasta el alma, si existiera, y como no existe, está obligada a crear almas artificiales, ficticias pero que se venden como reales.
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Por lo común, la necesidad de información es consustancial a la especie humana y a todas las especies vivas, porque la información de lo que sucede en el exterior es una de las bases de la supervivencia. Hay que conocer lo mejor posible los riesgos y las incertidumbres, los peligros, las fuentes de recursos exoenergéticos, las fuentes de ayuda y de apoyo, de ahorro energético, etc. Pero esta necesidad biológica está determinada socialmente en el caso de la especie humana, siendo más una «necesidad social» que biológica. Son las relaciones sociales de producción y es la propiedad privada o pública de las fuerzas productivas, las que estructuran el contenido social de la «necesidad de información». Más aún, en toda sociedad basada en la explotación, en la opresión y en la dominación de la mayoría por la minoría propietaria de las fuerzas productivas, la información no sólo está controlada por la minoría sino que la información se convierte en adoctrinamiento, en actualización permanente de la ideología del poder, en reforzamiento y ampliación de las alienaciones y del fetichismo.
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La clase, el patriarcado y la nación dominantes impusieron un monopolio cuasi absoluto en todo lo relacionado con la información social de modo que devino muy pronto, en la historia humana reciente, en adoctrinamiento. Toda sociedad debe reproducir sus condiciones de producción, debe reproducirse a sí misma. Las relaciones de poder internas a esa sociedad deben reproducirse a la vez que se reproducen las condiciones de producción y las relaciones sociales porque forman una unidad. El poder se reproduce porque a la vez se reproducen las fuerzas productivas y las relaciones sociales. Las personas, las clases trabajadoras, las mujeres, los pueblos explotados, han de ser reproducidos según las necesidades del poder que los explota.
3.- COMUNICACIÓN Y ALIENACIÓN
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De este modo, desde antiguo se ha establecido una unidad de fondo entre los medios de adoctrinamiento y formación de personalidades sumisas y obedientes, que aceptan pasivamente su explotación y hasta colaboran con ella, y los Estados y poderes existentes en su tiempo. Seres serviles e individualizados a tope, que no son capaces de entender la naturaleza social de la especie humana, su solidaridad comunitaria básica, porque sólo funcionan mecánicamente como mercancías ciegas a disposición de las fuerzas incontrolables de la compra-venta material y simbólica. Si nos fijamos en la historia, las comunidades humanas precapitalistas han resistido en la medida de sus fuerzas a la victoria definitiva del mercado y del fetichismo mercantil, defendiendo de algún modo su solidaridad comunitaria ante los ataques de las minorías propietarias y de los poderes extranjeros, ambos en frecuente alianza. Los sistemas educativos y de adoctrinamiento impuestos por las minorías vencedoras buscaban aplastar esa solidaridad colectiva, comunitaria, para destruir toda resistencia a su nuevo poder.
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Que ahora se les denomine «medios de comunicación» a los sistemas de adoctrinamiento, sólo indica la preocupación del poder por ocultar la dinámica opresora ya que si algo confirma la historia de la dominación social es que el puro terror es, a la larga, menos eficaz que una síntesis de alienación y miedo, de consenso y de coerción. Con el capitalismo se ha dado un paso significativo en la mejora de los sistemas de manipulación ya que, por primera vez en la historia, la violencia cruda y pública se esconde tras la ideología burguesa de la «libertad individual» entre personas que establecen un contrato de trabajo en el que uno, el empresario, pone los medios de producción y otro, el trabajador, pone su fuerza de trabajo.
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Oficialmente, estamos ante un «libre contrato» en el que cada parte es consciente de lo que cede y de lo que gana porque cada parte es libre de aceptarlo o no. Esta falsa libertad impide ver las relaciones estructurales y objetivas de explotación social. Una de las premisas fundamentales para que esta libertad falsa sea aceptaba socialmente es que la clase trabajadora sea educada como mercancía, viva y actúe mecánicamente como simple mercancía sujeta a los altibajos del mercado, y resignada a ello. Para lograrlo el capitalismo debe destruir toda unidad colectiva de la clase trabajadora, toda identidad comunitaria del pueblo oprimido que se resiste a su destrucción y desaparición en el mercado capitalista. El proceso histórico de acumulación originaria de capital en Europa –y a escala mundial aún en el presente–, se caracteriza entre otras cosas por destrozar las bases materiales de vida, pensamiento y conciencia colectiva sustituyéndolas por la atomización del individualismo mercantilizado.
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Fabricar humanos mercantilizados requiere que desde que nacen hasta que mueren vivan en un contexto ideológico y social dominado por el valor de cambio y por el fetichismo de la mercancía, por el hecho de que las personas somos reducidas a cosas y las cosas, las mercancías que fabricamos, adquieran el rango de personas. Flotando a la deriva en un universo de nada, sin referentes ni apoyos colectivos y comunitarios, la persona-mercancía, cosificada, sólo tiene como referencia la industria político-mediática y las órdenes del poder establecido. Sólo ellas pueden consolarle un poco en las inacabables horas de desorientación y angustia inherentes a toda existencia pasiva e inerte, que depende de estímulos, órdenes y comunicados del poder, del mercado.
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La industria político-mediática fabrica masivamente dichas órdenes y estímulos, inunda el tiempo burgués con toda serie de reclamos, incitaciones y exigencias consumistas, frecuentemente subliminales, siempre llenas de manipulaciones afectivas y emotivas, que destilan abiertamente una hipersexualidad machista agresiva cuando no violenta, y que somete a las personas a un terrorismo simbólico sobre la imagen inconsciente del propio cuerpo. De este modo, a la angustia de toda vida asalariada, se añade el sentimiento inducido de subvaloración de sí al no poder cumplir los mínimos definidos por el poder burgués sobre belleza e imagen, nivel de ostentación y consumo, apariencia de felicidad y triunfo en la vida, etc.
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Sin embargo, buscando crear un estado de «normalidad» obediente, el sistema sólo logra multiplicar las frustraciones y las miserias personales, los sentimientos de fracaso vital. Para frenar este deterioro innegable de la estructura psíquica de masas, el capitalismo acelera alocada e irracionalmente el proceso entero de mercantilización, con lo que se precipita la espiral de la insatisfacción profunda no asumida conscientemente. Todo ello repercute en la proliferación de innumerables desacoplamientos entre las exigencias productivas y la capacidad psicosomática de producción de la gente. Solamente hay dos formas de salir de este atolladero: mediante la concienciación revolucionaria o mediante la definitiva subsunción de la persona alienada en el torbellino triturador de la «normalidad».
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Los medios de prensa y de «comunicación» juegan aquí un papel central ya que, por un lado, son los encargados de reactivar en todo momento la mercantilización subjetiva para reforzar la trituradora burguesa. Por otro lado, cada vez más, esta industria político-mediática domina el mismo proceso educativo desde la primera infancia mediante su control de las editoriales, de los programas y de los medios pedagógicos, controlando así el ciclo vital completo ya que muy pocas transnacionales de esta industria monopolizan el grueso de los medios de producción de pedagogía burguesa, en estrecho contacto con los débiles Estados dependientes o con los medianos Estados semiimperialistas. Y por último, una rama especial de esta industria se ha especializado en la industria del control social, de la vigilancia selectiva y de parte de las represiones de toda índole, rama unida con mil lazos económicos, políticos e ideológicos con los aparatos represivos estatales.
4.- PRENSA, PROPIEDAD Y ESTADO
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Pero lo fundamental, lo previo y decisivo, es que estas transnacionales han surgido sobre y a la vez refuerzan la mercantilización y fetichización objetiva y subjetiva de la civilización capitalista. Se trata de un sistema complejo e interactivo en sus partes, que funciona totalitariamente de manera que no se puede cometer el error de separar artificialmente las causas de los efectos, el huevo o la gallina. En esta totalización sistémica el Estado ha jugado y juega un papel clave, del mismo modo que, según los casos, lo juegan las Iglesias, asociaciones burguesas de todo tipo, fundaciones y entidades subvencionadas por la clase dominante, etc. Desde esta perspectiva, lo que denominados como «medios de comunicación» son simples instrumentos de apoyo a los medios de fetichización, son parte inserta en estos medios de alienación masiva.
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Del mismo modo en que el Estado interviene a favor de tal o cual fracción burguesa, protegiendo ciertos negocios, ayudándolos, interviniendo en el mercado, negociando internacionalmente, etc., exactamente hace lo mismo, o más, con la industria mediática porque es consciente de su especial valía al producir alienación ideológica y sociopolítica además de beneficios económicos. El Estado vigila con especial ahínco que no exista una prensa de izquierda, revolucionaria, una prensa diferente en todos los aspectos y que, además de hacer la competencia al monopolio capitalista del adoctrinamiento, sobre todo conciencie a las explotadas y explotados, les ayude a superar su alienación y a independizarse del fetichismo social.
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El intervencionismo estatal en la industria mediática pega un salto cualitativo cuando se trata de reprimir las luchas de liberación nacional y social de los pueblos que ese Estado oprime, cuando ese Estado debe vigilar su cohesión estato-nacional, debe potenciar y adecuar su nacionalismo opresor e imperialista, y debe cuidar no perder su status internacional, su lugar en la jerarquía imperialista si pertenece a ella. Ningún Estado burgués es ajeno a la producción del nacionalismo de su clase dominante. Intervendrá con más intensidad en los momentos de crisis de su poder nacional, pero nunca dejará de vigilar cómo evoluciona dicha ideología entre las clases explotadas. Y si oprime y explota a otras naciones, su vigilancia será permanente, continuada, pero en una doble dirección: a favor de su nacionalismo imperialista y simultáneamente en contra de la identidad nacional del pueblo o pueblos que explota. Para ambos objetivos le resulta imprescindible contar con la masiva intervención diaria de la industria político-mediática.
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En estas y en otras circunstancias en cuando se demuestra la íntima fusión político-empresarial de esta industria. Grupos empresariales concretos optan por tal o cual opción político-estatal, con sus correspondientes alianzas con los grandes partidos. A la vez, en el capitalismo actual, estos grupos están más o menos internacionalizados o tienen estrechas relaciones con otros más poderosos, dependiendo de ellos para poder transmitir determinadas «noticias», programas, ediciones especiales, etc. Se ha formado así una especie de poder simbólico-material que ya no puede ser simplificado como el «cuarto poder» porque, en realidad, está ramificado entre todas las distintas formas que adquiere el poder capitalista como tal, como unidad estratégica de clase, y entre las múltiples formas específicas que adquieren los subpoderes y micropoderes que garantizan la reproducción ampliada del capital como conjunto de relaciones sociales.
5.- CONCIENCIACIÓN O COMUNICACIÓN
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Partiendo de lo anterior, hay que tener muy claro es resulta extremadamente difícil luchar contra el este complejo sistema de adoctrinamiento que abarca la vida entera de las personas, desde que nacen hasta que mueren, si no se rompe de entrada con su lógica interna y si no se parte desde otro principio opuesto radicalmente. Estoy planteando la dilema entre concienciación y alienación. La tarea comunicadora de la izquierda revolucionaria debe buscar la concienciación antes que la simple «comunicación», y debe hacerlo no sólo desde los medios tradiciones de prensa, que también, sino creando todos los focos sociales posibles de concienciación colectiva.
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La diferencia entre concienciación y comunicación radica en que la primera busca llegar a lo profundo de la estructura psicopolítica alienada para ayudarle en su autoliberación mediante la práctica colectiva, mientras que la segunda, la simple acción de comunicar cosas, ideas, programas, etc., aunque sean progresistas y hasta revolucionarias, generalmente se limita al nivel consciente de la estructura psíquica de masas y siempre desde unos medios que no se diferencias apenas en nada, en cuanto a su forma, del resto de la prensa establecida: periódicos, revistas, algunos programas de radio cuando es posible, apenas o nada de televisión, etc. Pero la diferencia básica radica en la concienciación insiste en el aprendizaje mediante la práctica y la comunicación se basa en la recepción pasiva de un mensaje crítico.
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Si tuviéramos que poner un ejemplo clásico que mostrase directamente la diferencia entre un modelo y otro modelo, el de concienciación frente al de comunicación, hablaríamos de la distancia que separa al «¿Qué hacer?» de Lenin y la práctica bolchevique al respecto, por un lado, y por el otro lado, al modelo de prensa crítica en la forma pero conformista en el fondo de la socialdemocracia europea en aquellos mismos años, finales del siglo XIX y comienzos del XX. El primero, el bolchevique, era una adecuación a las condiciones clandestinas rusas de la época de las indicaciones que aparecen en la prensa marxista desde 1848: estar presente en todos los conflictos, en todas las luchas, trabajar en su interior respetando sus objetivos y ritmos pero insistiendo en lo que une a todas ellas, insistiendo en el papel central de la conciencia política y teórica en la lucha contra la propiedad privada. El segundo, el socialdemócrata, que emergió con fuerza durante el último tercio del siglo XIX, buscaba la comunicación electoral y la acción cultural para aumentar la fuerza parlamentaria cada vez más desligada de las luchas sociales y de las movilizaciones de masas.
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El modelo socialdemócrata, que formalmente no renunciaba a la teoría, fue abandonando la lucha por la conciencia revolucionaria al primar el ascenso mecánico y lineal en el sistema parlamentario sin cuestionar la legitimidad del Estado burgués y menos aún la propiedad privada de las fuerzas productivas. Convencido de que la mera acumulación de votos facilitaba la toma de conciencia de los sectores menos activos de la clase obrera, la socialdemocracia supeditó la lucha de clases práctica a la simple politiquería parlamentarista y al crecimiento cuantitativo de las organizaciones del partido, de los sindicatos, de los periódicos, etc., sin saber que mientras tanto se debilitaba la conciencia revolucionaria ante el aumento de los sistemas de integración del capitalismo, de los efectos alienadores del fetichismo, de la mercantilización de la subjetividad, del ascenso del economicismo reformista y del nacionalismo imperialista. El estallido de la guerra de 1914 puso al descubierto todas las carencias de semejante modelo, y la opción contrarrevolucionaria y conservadora de la II Internacional después de 1918 lo terminó de rematar.
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Por otra parte, la degeneración burocrática de la revolución rusa conllevó el abandono del método concienciador bolchevique y el retroceso al automatismo mecanicista de los buenos tiempos de la socialdemocracia. No hay duda de que dentro de una parte del bolchevismo seguía latente la concepción mecanicista que volvería a ser dominante conforme desaparecían los viejos revolucionarios y tomaba el poder la nueva casta burocrática. Si nos fijamos bien, no existieron diferencias sustanciales entre las organizaciones socialdemócratas y las stalinistas a la hora de enfrentarse al nazi-fascismo en el campo de la propaganda, de la comunicación y de la concienciación. Exceptuando las diferencias políticas exteriores, que llegaron a ser brutales por momentos, sin embargo en lo relacionado con los métodos para detener el ascenso del nazi-fascismo entre las clases trabajadoras, las diferencias fueron menores porque ni socialdemócratas ni stalinistas llegaron a comprender las fuerzas subconscientes e inconscientes, irracionales, racistas, machistas y sadomasoquistas activadas y manipuladas por el nazi-fascismo siempre dentro de un oportunismo cínico a la hora de apropiarse de los contradictorios sentimientos nacionales de las masas y de incoherentes recelos y odios clasistas contra un capitalismo abstracto.
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No es casualidad que frente al mecanicismo economicista y superestructural stalinista y socialdemócrata, únicamente minorías nucleadas alrededor de revolucionarios como Trotsky, Gramsci, W. Reich, W. Benjamin y pocos más, con sus diferencias mutuas, comprendieron la extrema gravedad del problema y la urgencia por replantear completamente los objetivos, estrategia, tácticas y métodos en la acción concienciadora. Lo peor de todo es que tras 1945 en el capitalismo europeo las dos grandes fuerzas político-sindicales, los partidos socialistas y los PCs no variaron en absoluto su método propagandístico sino que lo ampliaron al máximo. De los dos bloques, el segundo, el stalinista, luego eurocomunista, era el que más se volcó en repetir los vicios y errores del método inicialmente desarrollado por la II Internacional a finales del siglo XIX. Una de las razones de su extinción histórica radica en la impotencia para desarrollar una práctica de concienciación revolucionaria inserta en las formas de explotación cotidiana que sufrían y sufren las clases trabajadoras.
6.- AUTOORGANIZACIÓN Y CRÍTICA
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Sin embargo, mientras el movimiento obrero y revolucionario se estaban debilitando a grandes rasgos en el capitalismo más desarrollado, lo cual no quiere que desapareciera la lucha de clases, en extensas áreas del planeta se libraban muy duras guerras revolucionarias de liberación nacional y social, así como otros muchos conflictos menos intensos y duros que esas históricas guerras, pero muy superiores a las euroccidentales. No es casualidad el que, primero, estas luchas se libraron en contra del dogma stalinista y eurocéntrico, rompiendo y superando sus limitaciones; y, segundo, pudieron superarlas porque aplicaron lo esencial del método concienciador marxista y bolchevique aunque si copiarlo al milímetro, adaptándolo a sus condiciones.
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¿En qué consistía ese método? Recordemos que en el Manifiesto Comunista se insiste en la ineludible necesidad de que los comunistas participen en todas las luchas sin caer en sectarismos, pero que en todas ellas saquen a la luz el papel central de la propiedad privada de las fuerzas productivas, la importancia clave de publicitar los objetivos comunistas, de no callarse, de orientar todas las fuerzas hacia la toma del poder, la destrucción del Estado y la constitución del proletariado, de suyo internacionalista por esencia, en clase nacional pero no en el sentido burgués, en clase dirigente de la nación. Recordemos los análisis de Marx de comienzos de 1850 sobre la revolución permanente, y sus análisis sobre la Comuna de París de 1871. Recordemos también la insistencia de Lenin en la acción dentro de las fábricas, pueblos, escuelas, etc., de la denuncia sistemática de todas las explotaciones e injusticias desde unos criterios precisos de construcción de un poder proletario basado en los soviets, y su afirmación de que el imperialismo agudizará las luchas de liberación en las que la forma-soviets también tendrán una función concienciadora decisiva a pesar de ser soviets de campesinos en países muy poco industrializados.
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Conviene recordar que el sovietismo no es sino una de las formas de definir la práctica de la autoorganización de grupos, clases y de pueblos oprimidos. Soviets, consejos, comunas, asambleas, etc., son sinónimos de la misma experiencia histórica que, en el capitalismo, se remonta a los orígenes de las luchas sociales y que, antes del capitalismo, se remontan a las primeras formas sociales humanas. La autoorganización recorre absolutamente toda la historia porque especie humana y autoorganización humana vienen a ser lo mismo, llegando un momento en el que, con la escisión entre explotadores y explotados, surgen dos formas opuestas de autoorganización, la del poder y la de las masas oprimidas.
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En último análisis, la autoorganización humana se sustenta en la solidaridad comunitaria de nuestra especie, secreto de su autogénesis. Son las condiciones concretas en cada época, las que determinan las formas que adquieren las diferentes prácticas autoorganizativas, pero todas ellas, en síntesis, nos remiten a algo central como es la solidaridad colectiva del grupo que se organiza a sí mismo. Como veremos más adelante, el avance de la «conciencia en sí» del colectivo a la «conciencia para sí» depende de la suerte práctica del fortalecimiento de su solidaridad interna. Todos los poderes opresores, desde su surgimiento histórico, se han obsesionado con destruir lo antes posible la solidaridad colectiva de las masas explotadas, y de intentar que ésta resurja. Recordemos, por ejemplo, cómo a comienzos de 1983 el PSOE dejó constancia escrita en su Plan ZEN de la necesidad de «tratar de romper la solidaridad comunitaria» del pueblo vasco.
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Una de las características de la autoorganización es que genera un sistema propio de comunicación, que no depende de los sistemas de adoctrinamiento de la clase dominante, del patriarcado y del Estado ocupante. Por el contrario, la autoorganización exige su propia e independiente comunicación interna. Más todavía, dado que la autoorganización, si es tal, se basa en un proceso simultáneo de autogestión, autodeterminación y autodefensa, por ello mismo, toda práctica comunicativa es a la vez práctica concienciadora, de aprendizaje de algo nuevo, de tomar las riendas de la vida colectiva e individual, de emanciparse de la tutela y de la dominación del poder opresor. No es casualidad, en modo alguno, que las luchas que han triunfado en la historia se han basado en la independencia política de sus miembros, es decir, en su autoorganización, en su no dependencia para con el poder al que se enfrentaban.
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La autoorganización exige práctica concienciadora antes que simple comunicación porque autoorganizarse, es decir, independizarse, es superar la mercantilización, dejar de ser mercancía, objeto pasivo, y emanciparse como sujeto activo. El objeto pasivo, la mercancía y el fetiche, existe, pero el sujeto activo sea individual o colectivo, vive. El objeto pasivo recibe órdenes e instrucciones, recibe «comunicados» mientras que el sujeto activo sólo atiende a razones, a argumentos y a debates conciaciadores. No puede ser de otro modo porque la actividad exige e implica contraste con lo nuevo, con lo que existe fuera pero también creación de lo nuevo, de lo que no existe pero está pensado por la teoría. La vida es praxis, diversificación y creación.
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Comprenderemos mejor este proceso al estudiar las interacciones entre organización, gestión, determinación y defensa que se establecen y caracterizan en toda praxis liberadora. La autoorganización rompe con las normas dominantes que obligan a los objetos a hacer sólo que está permitido; por tanto autoorganizarse es vivir como sujeto consciente que rompe con el orden exterior. Pero la autoorganización sólo es viable si va unida a la autogestión, es decir, con la autoadministración, a la no dependencia hacia la burocracia dominante, opresora. Sin autogestión es imposible una verdadera autoorganización de la misma forma en que ambas son inviables si la autodeterminación, que las recorre internamente. Decidir por sí mismo sobre su futuro es lo típico de los sujetos conscientes, no de las mercancías, de los objetos pasivos que se limitan a obedecer lo que el poder decide sobre ellos y su futuro. Autodeterminarse es ser consciente de la propia libertad e independencia, y practicarlas. Por tanto, la conciencia de sí y para sí es clave. Ahora bien, la conciencia no sirve de nada si no ejerce la acción porque entonces no hay praxis. No existe conciencia si no es consciente de la necesidad de su propia defensa, de su autodefensa como garante de su libertad.
7.- CONTRAPODER, PRAXIS E IDENTIDAD
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Si pudiéramos analizar con cierto detalle la interacción entre estos cuatro componentes de la praxis colectiva e individual, veríamos que uno de sus puntos básicos es el de la dinámica ascendente que va del contrapoder inicial a la creación de un poder nuevo, cualitativamente diferente al opresor que existía hasta entonces, pasando por situaciones de doble poder y poder popular. Ninguna dinámica que asciende desde la autoorganización a la autodefensa, integrándolas, es tal si a la vez no supone un contrapoder por reducido que fuera. Ello es debido a que a que más temprano que tarde terminan chocando los intereses del poder oficial y los intereses del colectivo que inicia su autoorganización y que pretende frenar o condicionar los abusos del poder dominante. Más pronto o más tarde, se iniciará un choque de fuerzas entre el colectivo autoorganizado que va ampliando su influencia social y el poder establecido, siempre que el primero no se resigne a perpetuar el orden explotador. La autoorganización como contrapoder es, por ello, la única alternativa que tiene para avanzar en sus objetivos y, a la vez, para aumentar sus fuerzas de autodefensa.
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Por contrapoder entendemos el simple hecho de creación de una fuerza colectiva, de una solidaridad comunitaria capaz de enfrentar un programa alternativo al poder opresor existente. Sea a un nivel colectivo muy reducido, e incluso a escala personal e individual, el contrapoder surge cuando la autoorganización básica es capaz de obligar al poder opresor al que se enfrenta a tener en cuenta esa nueva realidad resistente y contraria. Siempre que ese colectivo autoorganizado insista en lograr los objetivos por y para los que ha surgido, siempre que no se rinda, estará abierta la tendencia al inevitable choque con el poder dominante, choque que puede ser simplemente legal, pacífico e institucional, pero que evolucionará hacia maneras más duras en la medida en que no cedan ninguna de las dos fuerzas enfrentadas.
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Bien pronto, el poder dominante comprende que ese colectivo puede transformarse en un peligro, en una amenaza y actúa adelantándose; a la vez, ese grupo o colectivo toma conciencia de que sólo aumentando su influencia, movilización y acción planificada en el tiempo, sólo así puede avanzar en sus objetivos. De este modo, por la dialéctica de la agudización de las contradicciones, el colectivo debe tomar conciencia de actuar como contrapoder o retroceder, integrarse en el orden que combate o desaparecer. Esta tendencia se agudiza y acelera en la medida en que aumenta la autoorganización, en la medida en que ese colectivo profundiza en su independencia de gestión y de decisión soberana, no dependiente del poder sino autodeterminada e independiente. Una vez en estas fases de tensión, la autodefensa surge como el punto crítico en el que se decide la suerte del proceso entero.
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El tránsito de contrapoder a doble poder se realiza en la misma dinámica, cuando el ascenso de la capacidad de movilización es tal que obliga al poder existente a tener en cuenta siempre a los grupos y colectivos autoorganizados, conectados entre sí y dotados de un proyecto estratégico. Las situaciones de doble poder son características de las fases de ascenso revolucionario, cuando la clase dominante comprende que está perdiendo la iniciativa, que sus medidas chocan con resistencias masivas, que, en realidad, existe un divorcio entre el Estado y el pueblo, ambos funcionando por su cuenta y preparándose para el choque frontal. Las situaciones de doble poder son cortar, vibrantes y en tensión creciente porque suele ganar el que antes golpea, o el que comete menos errores.
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El doble poder no es otra cosa que el choque entre la autoorganización del pueblo trabajador y la clase burguesa autoorganizada en su Estado. Si gana el pueblo se establece el poder obrero y popular que debe dar paso rápidamente a otro poder independiente del Estado burgués. Frecuentemente, el poder popular inicia su andar accediendo sólo al gobierno pero no controlando a los aparatos del Estado, y menos aún a los represivos, que obedecen a sus amos burgueses, que esperan cualquier error o debilidad del gobierno popular para degollarlo y con él exterminar a las organizaciones revolucionarias, sindicatos y movimientos de masas, acabar con las libertades y destapar la dictadura burguesa que siempre se esconde debajo de la democracia burguesa.
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A lo largo de esta dinámica el debate, el contraste, el pensamiento autocrítico sobre los errores propios y crítico sobre las maniobras del poder injusto al que se combate, semejante praxis va profundizando en las contradicciones subjetivas y objetivas, y el colectivo aprende a liberarse en la medida en que ayuda a liberarse a la sociedad, al pueblo y a la clase explotadas a las que pertenece. Esta y no otra es la teoría marxista de la toma de conciencia que asciende del «en sí» hasta llegar al «para sí». No se puede interpretar este proceso como un determinismo mecanicista y economicista, lineal, que avanza ineluctable hacia la victoria, sino que debe ser visto como una lucha permanente en la que los parones y los fracasos transitorios pueden derivar rápidamente hacia una derrota aplastante o hacia un estancamiento que termine pudriendo por dentro a las fuerzas revolucionarias.
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Si pudiéramos analizar con cierto detalle la interacción entre estos cuatro componentes de la praxis colectiva e individual, veríamos que otro de sus puntos básicos es el de la concienciación revolucionaria como única alternativa posible al sistema de adoctrinamiento del poder opresor. Son dos modelos irreconciliables porque el primero, la concienciación, busca acabar con el fetichismo, con la reducción de todo a simples cosas externas que dominan a las personas, como requisito inexcusable para lograr que sean conscientes de sí, autoconscientes. El adoctrinamiento, por el contrario, busca reforzar en todo momento el servilismo, la dependencia y la sumisión inherente al sujeto pasivo, a las sociedades alienadas y deshumanizadas que funcionan que inmensos mercados en los que se reproducen ampliadamente las condiciones de producción capitalistas.
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Si pudiéramos analizar con cierto detalle la interacción entre estos cuatro componentes de la praxis colectiva e individual, veríamos también que otro de sus puntos básicos es el de la lucha por la (re)construcción de la identidad oprimida. La identidad colectiva se escindió en dos cuando se rompió la sociedad entre minoría explotadora y mayoría explotada, del mismo modo que también lo hizo la ética y la moral. Desde entonces, una constante de las masas, sexos, clases y pueblos oprimidos ha sido la de luchar por la (re)construcción de su identidad. Por un lado, la identidad siempre se está construyendo y desapareciendo, cambiando, naciendo y muriendo porque es móvil y sufre toda serie de presiones y ataques desde la identidad opresora, que quiere imponerse como la única. Pero por otro lado, a la vez que crea componentes identitarios nuevos siempre busca en el pasado, en los componentes progresistas de la identidad que han sido reprimidos por el poder, silenciados y desprestigiados, busca en ellos nuevas fuerzas para responder mejor y con más amplitud a las nuevas exigencias. Es por ello que hay que hablar de (re)construcción permanente de la identidad oprimida.
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La lucha por la identidad se realiza mediante la actualización de la memoria del pueblo, memoria de lucha y de resistencia, memoria que ayuda a autoorganizarse porque las generaciones mayores, las mujeres y hombres de edad que han luchado en sus tiempos contra la opresión, han guardado las lecciones que aprendieron y las transmiten a sus hijas e hijos. Memoria que actualiza la conciencia, que la refuerza y la corrige con el recuerdo de sus antiguos errores para que no vuelvan a cometerse. Un colectivo, el que sea, que pierda su memoria de lucha y orgullo, sus tradiciones de resistencia, se desorienta y tiende a caer rápidamente en los cantos de sirena de las promesas reformistas y del poder opresor.
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Pues bien, con sus dificultades, lagunas y deficiencias internas, con sus ritmos propios y con sus características exclusivas, sin embargo, todos los procesos revolucionarios que han avanzado significativamente han cumplido en mayor o menos grado con estas constantes de autoorganización, de poder popular y de identidad. Han sido ellas las que les han garantizado de algún modo el que mermara la capacidad de manipulación del poder sobre las masas, su capacidad de engaño. Han sido ellas las que, a la inversa, han facilitado prácticas de concienciación revolucionaria basadas en la propia experiencia cotidiana y vital de los colectivos implicados de su autoliberación.
8.- EUSKAL HERRIA COMO EJEMPLO
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Si nos fijamos, en Euskal Herria se han practicado con tenaz resolución estas constantes de autoorganización, poder popular e identidad en todo lo relacionado con las prácticas concienciadoras. Y ha sido y está siéndolo precisamente en un contexto en el que la guerra sucia y el terror de Estado, la guerra de baja intensidad y de manipulación psicopolítica de masas, la propaganda aplicada como ciencia e industria de la alienación, etc., son constantes en aumento desde que el franquismo aplicó los principios de la propaganda nazi, reforzados por la tremenda sabiduría de teledirección de las miserias, miedos y angustias de las masas que ha acumulado la Iglesia católica durante dos milenios de terrorismo simbólico y frecuentemente material.
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Si nos fijamos, aunque siempre ha habido una especial preocupación en nuestro pueblo por mantener medios propios de comunicación libre y crítica, lo cierto es que se han caracterizado por intentar mantener diversas líneas concienciadoras si por tal cosa entendemos el esfuerzo por descubrir las razones sociohistóricas de la opresión nacional de Euskal Herria, las razones de su lucha por (re)construir su historia e identidad y, a la vez, las contradicciones clasistas de todo tipo que determinan la decidida opción colaboracionista de la burguesía vasca. No hace falta decir que dentro de este panorama actúan otras contradicciones que pueden generar conciencia revolucionaria como son, por ejemplo y sobre todo, la explotación patriarco-burguesa, la crisis medioambiental, etc.
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Mantengo la opinión de que una de las razones de los repetidos fracasos españoles y franceses por acabar con la conciencia vasca mediante la industria de la manipulación psicopolítica, además de la represión acentuada y de otros recursos socioeconómicos, etc., radica en la raigambre profunda de ese complejo formado por la autoorganización, el poder popular y la identidad colectiva. Destruir dichas raíces sociales, acabar con ellas imponiendo un desierto cotidiano es un viejo sueño de todo poder opresor. Recordemos una vez más cómo uno de los objetivos prioritarios, por no decir el decisivo, en los que insistía el Plan ZEN elaborado por el PSOE a comienzos de 1983 era nada menos que «tratar de romper la solidaridad comunitaria» del pueblo vasco, es decir, imponer la absoluta soledad, aislamiento e insolidaridad de la persona-mercancía.
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En Euskal Herria la tendencia social a la autoorganización surge de dos grandes impulsos que han confluido en la situación actual. Por orden cronológico son estos: el primero la pervivencia de costumbres colectivas de trabajo en común, de asociacionismo y autoorganización campesina basada en los restos de tierras comunales que exigían relaciones sociales de producción adecuadas a su trabajo. Por otro lado, la tendencia a la autoorganización inserta en la clase trabajadora como tal y que, según hemos dicho, nos remite a las primeras luchas proletarias. De hecho, en buena medida es la memoria de autoorganización campesina que se había mantenido mal que bien en el primer movimiento obrero de entre finales del siglo XVIII y primera mitad del siglo XIX la que explica la relativa facilidad con la que las masas trabajadoras recurrían al asambleismo, al consejismo, etc. La represión del movimiento sindical, su no burocratización, facilitaba la práctica del asambleismo como única alternativa.
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Al igual que en el imperio zarista fueron los restos de memoria de las comunas campesinas los que facilitaron la aparición de los soviets en 1905, por citar un ejemplo innegable, también en la primera industrialización vasca y en las primeras luchas clasistas desesperadas a finales del siglo XIX tuvieron especial influencia las costumbres comunalistas aún vigentes en buena parte del joven proletariado de origen campesino, mucho del cual mantenían todavía relaciones directas con su entorno familiar. Recordemos que las masas campesinas vascas resistieron desesperadamente durante un siglo los sucesivos ataques militares franceses y españoles destinados, entre otras cosas, a privatizar las tierras comunales que aún existían para entregarlas a la emergente burguesía autóctona unida a los invasores.
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Insistimos en que se trata de una experiencia resistente común, con sus altibajos, a todos los pueblos precapitalistas que fueron sometidos al proceso de acumulación originaria de capital, que fueron invadidos por Estados capitalistas, que debieron enfrentarse a la privatización de sus comunales supervivientes, etc. Semejante resistencia recorre casi toda la historia del colonialismo y del imperialismo capitalista y es una de las razones que explican la toma de conciencia de las etnias y naciones denominadas actualmente como originarias.
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En el caso vasco hay que añadirle además otro componente fundamental para explicar la supervivencia de dichas costumbres: el contraste absoluto entre la lengua vasca y las lenguas indoeuropeas, lo que facilitó que las palabras vascas que hacen referencia directa al trabajo comunitario no fueran integradas por las lenguas extranjeras. Esto hizo que solamente la destrucción y extinción del euskara podía asegurar el triunfo definitivo de la total privatización material, cultural, simbólica y referencial inherente a la forma de vida burguesa. La facilidad relativa con la que el pueblo trabajador vasco ha recurrido a formas de asambleismo y autoorganización para resolver sus problemas, desde las fiestas y situaciones vecinales hasta los movimientos euskaltzales, culturales, pro-amnistía, salariales y sindicales, políticos, ecologistas, etc., se explica en parte por esa tradición anterior asentada en la larga pervivencia de ciertas relaciones sociales de producción adecuadas al trabajo en las tierras comunales de los pueblos.
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Pero además, a estas tradiciones práctica hay que sumarle la propia capacidad de inventiva de un movimiento obrero joven, brutalmente explotado desde su formación a finales del siglo XIX, que no tuvo otro remedio que organizarse por sí mismo para resistir a la explotación salvaje, a una represión policial y parapolicial implacable y a una dominación cultural y lingüística que amenazaba con exterminar su identidad nacional en muy pocos años. Sin apenas cambios, estas han sido las condiciones estructurales en las que ha tenido que desarrollarse el pueblo trabajador vasco y la clase obrera dentro de él. Incluso bajo la monarquía impuesta por la dictadura franquista, y sus «libertades», incluso así las restricciones de derechos han sido sistemáticas contra las prácticas de autoorganización.
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Por último, hay que tener también en cuenta que durante los muchos años de la dictadura franquista, especialmente desde mediados de los ’60 en adelante, sectores de la pequeña burguesía y de profesiones liberales, así como algunos medianos empresarios, ayudaron económicamente a la denominada «resistencia vasca», facilitando la aparición de medios concienciadores clandestinos editados por grupos que serían el embrión de los movimientos populares, sindicatos y partidos que crecerían algo más tarde.
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Fue este magma social el que asentó aquella práctica colectiva de paso de información de boca-oído en barrios, fábricas, bares, comercios, universidades, etc., que terminó conociéndose como «radio makuto» y que llegó a tener más credibilidad que los medios oficiales de propaganda. Sin magnificar esta práctica que con cierta frecuencia derivaba en chismorreos infundados, sí hay que reconocer que fue una alternativa imprescindible para mantener viva la esperanza popular y para deslegitimar al franquismo mediante chistes, comentarios críticos e informaciones que aun teniendo difícil contrastación sí gozaban de más credibilidad que la prensa oficial.
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Fue sobre esta base tan diversificada e interrelacionada que comenzó a formarse una red de medios clandestinos o semiclandestinos de expresión de los grupos que actuaban bordeando los límites de la dictadura o directamente contra ella, en defensa de los derechos democráticos. Tras la primera oleada de huelgas y luchas masivas alrededor de 1947 y después, sobrevino un lógico enfriamiento de la resistencia, que nunca desapareció del todo y que renacía alrededor de determinadas fechas emblemáticas. Para mediados de la década de los ’60 ya había síntomas claros de inicio de una nueva fase de luchas que irrumpió definitivamente en las movilizaciones contra el consejo de guerra de Burgos.
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Múltiples formas de autoorganización permitieron que el pueblo vasco se dotase de otros tantos medios de información y concienciación. Carece de sentido divagar sobre qué fue primero, el huevo de la organización clandestina que se arriesgaba al crear una hoja volante, o la gallina de los movimientos colectivos que envolvían e integraban a esos grupos. Por lo general, de la fusión de ambos surgían resistencias más asentadas y autoorganizadas, y como efecto de todo el proceso general, el pueblo se fue dotando de medios propios de concienciación. Mientras que la prensa, radio, televisión, educación y hasta la Iglesia franquista perdían influencia, por el lado contrario aumentaba la eficacia de la concienciación popular.
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Fueron surgiendo focos de contrapoder inicial en muchos sitios, en fábricas, barrios y pueblos, universidades, etc., y hasta dentro mismo de la prensa franquista aparecieron resistencias. Y aunque no todos esos focos tenían su propio medio de información, sí existía una considerable «oferta de medios» de información crítica y concienciadora al respecto. Pero la burguesía era muy consciente de que no podía permitir por mucho tiempo semejante explosión de libertad: uno de los primeros objetivos de la llamada «transición democrática» fue la de instaurar su monopolio de prensa pero con una nueva legitimidad. Para ello tuvo el inestimable apoyo del reformismo político-sindical, de la socialdemocracia y del eurocomunismo.
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Sin embargo, el instrumento decisivo en manos de la burguesía para reinstaurar su monopolio mediático fue el de la alianza entre la propiedad privada y el Estado español. La desprestigiada prensa franquista fue sacrificada en gran medida, a la vez que se creaban nuevos medios para servir al mismo amo. Simultáneamente, el reformismo, el PC sobre todo, cerraba todos los focos de auoorganización que podía, clausurando sus medios de concienciación e imponiendo una única información vertical y dogmática, la que justificaba la claudicación frente a la monarquía, al ejército y al capital. Para comienzos de los ’80, con el gobierno en manos del PSOE, había culminado casi definitivamente la «normalización», excepto en Euskal Herria.
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Como hemos dicho, el objetivo prioritario del PSOE desde entonces fue el de acabar con la «solidaridad comunitaria» vasca, porque sabía que era ella la que sustentaba la fuerza de los medios de concienciación populares. Decenas de miles de personas sufragaban los costos de realización y reparto de diferentes medios horizontales de discusión e información crítica. Al igual que había sucedido en el Estado, el PSOE bien pronto obtuvo la ayuda incondicional de la burguesía regionalista y autonomista y del reformismo. La criminalización de los medios alternativos se endureció por momentos a la par que eran sometidos a un absoluto cerco institucional y empresarial destinado a lograr su asfixia económica. Al ver que no podían cerrarlos con esas tácticas «normales» de represión indirecta, decidieron pasar directamente a la represión política directa.
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El capital no puede permitir que funcionen prácticas de contrapoder informativo que, en determinadas circunstancias, llegan incluso a ser verdaderos dobles poderes que debilitan la efectividad de la industria de la manipulación mediática. Ha habido momentos críticos en la historia vasca reciente en los que la prensa popular ha intervenido como un verdadero doble poder. Por ejemplo, la lucha mediática sobre la energía nuclear y la central de Lemoiz; la lucha alrededor de los referéndum constitucional, autonómico y sobre la OTAN; la denuncia de la tortura, represión, dispersión carcelaria, venganza estatal contra familiares y amigos de presos; la lucha mediática alrededor de la autovía Irurtzun-Andoain y en general en lo que toca a todos los movimientos populares y sociales, y un largo etcétera imposible de resumir aquí.
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En el fondo, lo que aquí se libra es un combate a muerte entre la capacidad de (re)construcción de la identidad vasca en base a su solidaridad comunitaria, y la capacidad del Estado bien para destruirla, españolizando a la población, o bien para, al fracasar esta prioridad, diluirla de tal modo que quede reducida a una mera «peculiaridad regional» inserta definitivamente en la identidad española. Fue precisamente un grupo de intelectuales del PSOE el que a finales de los ’80 planteó con crudeza la necesidad de detener el aumento de la identidad vasca que se iba dando dentro la sociedad. Podemos discernir varios ejes maestros en la creciente presión españolizadora posterior: atar el corto al sistema educativo de la CAV y de Nafarroa, sobre todo vigilando las ikastolas; desprestigiar incluso mediante el racismo más soez todo lo relacionado con la identidad vasca llegando a negar la existencia histórica del Pueblo Vasco en cuanto tal; atacar más duramente a los medios de prensa popular, etc.
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La presión contra la autoorganización vasca ha ido en aumento en los últimos quince años. Tras el cierre de medios críticos de prensa popular, se dictó la Ley de Partidos Políticos y con ella se dio un salto más en el ataque a las ya muy escasas libertades democráticas supervivientes. La larga serie de juicios masivos contra organismos civiles y populares se inscribe en la línea de imponer el silencio, la censura y la pasividad. La política de invisibilización no solo de la izquierda abertzale sino de cualquier práctica de autoorganización popular pretende ser el nudo corredizo que cierre la soga en el cuello de Euskal Herria.