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La consulta en tres escenarios políticos

«Confíen en mí…»

Fuentes: Revista R enero-marzo de 2011 - año 3, número 7

Propongo una mirada distinta sobre la Consulta, y acudo al recurso de colocarla en tres escenarios, lo que significa considerar un entramado de relaciones políticas y discursivas para cada uno de ellos. Se asume como discurso, para esta reflexión, no solamente lo dicho, oralmente o por escrito, sino también los gestos, los lugares, los símbolos […]

Propongo una mirada distinta sobre la Consulta, y acudo al recurso de colocarla en tres escenarios, lo que significa considerar un entramado de relaciones políticas y discursivas para cada uno de ellos. Se asume como discurso, para esta reflexión, no solamente lo dicho, oralmente o por escrito, sino también los gestos, los lugares, los símbolos y las acciones políticas [1]

La Consulta ha profundizado las contradicciones entre las distintas tendencias del Movimiento Alianza País, con el progresivo e implacable ajuste de cuentas del líder con sus subordinados. Él es el único que se considera autorizado por la historia, seguramente con bendición papal incluida, para tener «agenda propia», con el líder máximo como el único con capacidad para desarrollar las iniciativas políticas, y con la subordinación de las otras funciones del Estado a su poder y sabiduría.

En el segundo escenario, se explora la convocatoria a la Consulta en el terreno de la relación entre Rafael Correa con sus fieles, es decir con su importante base electoral. Y en el tercero se ubica a la Consulta por fuera de la base política correísta, catastrada y cuantificada, para pensar en ella en el marco político general de la sociedad ecuatoriana, tanto hacia la derecha del gobierno, como hacia su izquierda.

 

El 30s y la consulta popular

La convocatoria a la Consulta del próximo 7 de mayo es hija legítima del 30 de septiembre, cuando terminó de configurarse una situación política en la cual la derecha más reaccionaria que se reconoce en Sociedad Patriótica y en los dinosaurios de la represión de épocas pasadas (Lemos, Pazmiño y cía.), se aisló, no solo de una parte considerable de la sociedad, sino que redujo sus posibilidades representar políticamente y ser una real opción de poder para importantes sectores empresariales. El 30 de Septiembre Lucio Gutiérrez se quedó casi solo, sin las cámaras empresariales, sin el apoyo de buena parte de la prensa, y en la vereda del frente de la oposición de derecha, mientras Jaime Nebot, la figura política más representativa de esta tendencia, cruzaba la calle para sumarse al coro de los defensores del «Estado de derecho».

El 30S fue usado también para construir un frente internacional por la democracia, al que han adherido desde Fidel Castro hasta Sebastián Piñera, que ha impuesto el candado jurídico acordado en la decisión de UNASUR de no reconocer a ningún gobierno que sea el resultado de un golpe de Estado.

Pero la consulta también es la hija bastarda de la muerte cruzada con la que Rafael Correa amenazó en meses pasados a la Asamblea Nacional, amenaza en la que incluyó a los asambleístas del gobierno, con quienes había tenido choques desde la época de Montecristi, a quienes acusa, cada vez que es necesario, de tener «agenda propia». Fruto de esto es la separación de Ruptura de los 25 y la derrota política definitiva de la línea participacionista en Alianza País, que contemplan como el Presidente le disminuye poderes al Quinto Poder.

 

Primer escenario: el líder y su movimiento político

Buena parte de la militancia que confluyó en Alianza País llegó desde las luchas sociales y los colectivos ciudadanos. En ese contingente de la primera hora, es posible reconocer tres grandes tendencias. La de antiguos izquierdistas de distintas coloraturas pero similares trayectorias, que han jugado siempre a saltar con garrocha o caer en paracaídas en los momentos de crisis de los sectores dominantes y hacerse al arranche con pedazos del gobierno de turno. De ellos quedan todavía bastantes, en la Asamblea Nacional y en el Gobierno, como los Rodríguez y los Velasco, pero subordinados completamente a Rafael Correa, sin expresión como tendencia autónoma, y muchos otros, como antiguos comunistas, miristas, alfaristas y socialistas, haciendo el trabajo más sucio en la división de los movimientos y sectores sociales.

Una segunda tendencia es la de aquellos que estuvieron mucho tiempo ligados a las luchas sociales en las organizaciones populares, los movimientos sociales, la iglesia de los pobres y las llamadas acciones e iniciativas ciudadanas. Esta tendencia puede ser calificada como «participacionista», por el énfasis que puso en su momento en la organización social y en los mecanismos de participación democrática. El giro autoritario a la derecha que se profundiza cada día ha reducido los espacios para este sector. Nada más lejano a los intereses y la mentalidad de Rafael Correa que algo que se parezca a una democracia participativa, y tampoco quiere que exista mediación alguna en su relación con su electorado.

La tercera tendencia, liderada por Alberto Acosta, más cercana a expresiones como Ruptura de los 25 y a personas y colectivos de la clase media tecnocrática, se arropó y expresó en las propuestas del neo constitucionalismo. Para ellos la Constitución Política es la expresión de un nuevo pacto social, por medio del cual podría construirse una nueva institucionalidad y nuevas relaciones sociales. Desde esta perspectiva trabajaron en la Constituyente de Montecristi donde colocaron el acento en el tema de los derechos y las garantías.

Rafael Correa tuvo, desde el comienzo, la habilidad para no alinearse con ninguna tendencia en particular, y para usarlas a todas, mientras consolidaba su poder personal en el gobierno y tomaba las decisiones más importantes, en diálogo directo con los grupos empresariales, y en el cálido seno de su más íntimo círculo personal (Mera, hermanos Alvarado, Patiño), que en su inmensa mayoría no proviene de las filas de la izquierda, ni de grupos o colectivos ciudadanos.

El disciplinamiento progresivo y sin cuartel en las filas de Alianza País ha hecho que el círculo más poderoso de la Revolución Ciudadana, donde se decide todo lo importante, se estreche cada vez más, mientras crece la lista de los apóstatas arrojados del templo. Esta ha sido la tarea de Doris Solís, quien ha empujado la política de lograr esos consensos unánimes en apoyo a las tesis de Rafael Correa…

La primera forma de relación entre las corrientes, tendencias e individuos, y con Rafael Correa, en la euforia constitucionalista, se planteó en medio del entusiasmo y la ilusiones compartidas, como una relación entre pares y compañeros de un proceso; si estas relaciones no fueron completamente horizontales, se desarrollaron durante un tiempo por lo menos en la creencia de que existía algo parecido al centralismo democrático, con el «buró» como representación del mismo, y con un Rafael Correa que declaraba a cada momento no ser otra cosa que un instrumento de la Revolución. En este momento circulaba la tesis de que el gobierno «estaba en disputa», que sirvió para encandilar e inmovilizar a muchos izquierdistas, ambientalistas, feministas radicales, dirigentes sociales. Posteriormente, esta relación se materializó como una suerte de «división del trabajo» en los distintos espacios o frentes: el Ejecutivo, la Constituyente, la Asamblea Nacional, los gobiernos locales y las organizaciones populares. Aquí se vio claramente que Rafael Correa tenía su propio programa e imponía sus iniciativas, dejando a la vera del camino los sueños de perro de tantos izquierdistas acerca del «gobierno en disputa».

Ahora eso ya no existe; las relaciones en el interior de Alianza País son verticales, unidireccionales y de sumisión absoluta. El juicio fallido al Fiscal Pesántez, la elaboración, discusión y aprobación de las leyes, y la Consulta expresan con claridad que Alianza País es solamente un capítulo renovado, corregido y aumentado, de lo que el gobierno ha llamado insistentemente partidocracia. Se trata de una nueva coalición gobernante que es portadora de un proyecto económico primario exportador, importador y extractivista, con un proyecto político modernizador del Estado, en el cual se ha concentrado el poder en manos de un Presidente de la República verticalista y autoritario. Esto elimina la idea de una Asamblea Nacional como espacio de construcción de formas de consenso entre los distintos sectores políticos y sociales. Está claro donde se definen y cómo se hacen las leyes y cuál es el papel de los legisladores gobiernistas.

 

Segundo escenario: el líder y sus fieles

La relación de Rafael Correa con su base electoral-social, con «el pueblo soberano», es una relación patriarcal y vertical; concebida y practicada de arriba hacia abajo, en la cual la palabra y los gestos del líder en esa misa de cuerpo presente con homilía incluida que son las sabatinas, es complementada con la mezcla de parábolas, cánticos, epístolas y declaraciones de fe comprometida que emanan durante la semana de los mensajes oficiales, especialmente por la radio y la televisión. Al comienzo de cada semana, y después de la misa mayor de cada sábado, las cadenas nacionales codifican la información, y señalan a los malos y a los buenos del momento en un libreto, que se repite y no parece agotarse. La Consulta es el mejor escenario para reeditar en la mayor escala posible el ritual de adhesión, lo que significa renovar los votos para mantener vigente ese pacto de fe depositada por los de abajo en el de arriba. Estrategia continua que le permite mantener la iniciativa política y extraer legitimidad en el ejercicio continuo de las elecciones tipo plebiscitario; recurso utilizado por otros gobiernos autoritarios de la región, como el de Alberto Fujimori. La convocatoria por parte de Correa a la Consulta, con el mensaje emocionado «confíen en mí», le otorga un carácter plebiscitario en el cual las preguntas son secundarias, y la discusión sobre su contenido parece destinada solo a ciertos segmentos de la sociedad.

Más que en el propio contenido de las preguntas de la Consulta, que han sido sometidas, siguiendo las formas legales, a jueces constitucionales amenazados previamente y por si acaso…; más que en ello, decimos, es necesario reflexionar sobre el uso de las formas presidenciales en la relación con sus votantes. El mensaje más profundo, más íntimo, con mayor complicidad, de Rafael Correa a la población, al «soberano», es aquel en que le pide depositar la confianza en un Presidente dispuesto todavía a mayores sacrificios, para permitirle que arregle aquellas cosas que están mal. Un

Presidente que le pide al pueblo que le ceda su «soberanía» y la deposite en sus manos como un cheque en blanco.

La Consulta se presenta entonces como un nuevo episodio del acto repetido de pedir-ordenar que realiza el Presidente, cual padre proveedor, dinámico, incansable, que esgrime sonrisas; ilustrado y pendenciero, que en la mano izquierda lleva la antorcha encendida de la verdad política de ocasión, y en la derecha el paquete, hasta ahora infaltable, de las obras redentoras. De ganar en la Consulta, esta legitimidad política nacida de las urnas le «autorizará» para profundizar el mandato autoritario y verticalista.

Enmarcada en esta autoridad paternal, la relación Presidente-electores está planteada como pura reciprocidad: obras materiales y distribución de dinero, a cambio apoyo electoral, confianza y fe. Esta base de apoyo, que hasta el pasado reciente casi siempre votó por la vieja derecha, es impermeable a las críticas, a las denuncias sobre irregularidades, corrupción y autoritarismo del gobierno. En esa relación Rafael Correa despliega un discurso, que se desliza desde el «hasta siempre comandante» y la alegoría nacionalista, hasta los elementos más machistas, conservadores y racistas del rancio y vigente discurso de la dominación. Desde la arenga encendida y el llamado de ese hijo y hermano sincero que muchas mujeres y hombres del pueblo quisieran tener, hasta el uso del lenguaje más furibundo, agresivo, demagógico e irrespetuoso. Rafael Correa ridiculiza, remeda, arremete, provoca, descalifica, amenaza y amedrenta. Se divierte a la vez que pacifica su conciencia. Mientras tanto, favorece a los empresarios con obras de infraestructura como puertos, aeropuertos, carreteras y caminos para abrir nuevas zonas de penetración capitalista, todo esto en el marco de antiguos proyectos diseñados por el Banco Mundial.

La relación con «el soberano» no es otra cosa que un nuevo reciclaje, material y simbólico, de la vieja dominación. No existe un diálogo de doble vía entre el mandatario y su base de apoyo; hay cortejo, adulo, simulación compartida. Hay también rasgos de un profundo menosprecio, nacido de una concepción católica conservadora de la moral adquirida en su temprana militancia en los grupos de oración.

Este aspecto es el más peligroso de la Consulta: depositar, en nombre de la revolución y de la democracia, las decisiones fundamentales en el líder ungido-elegido-santificado, significa reforzar uno de los rasgos más negativos y conservadores de la conciencia social. Con ese voto de apoyo a «mi presidente», como dice ya la campaña en marcha a través de los teléfonos celulares, comienza y termina, como en los tiempos de la «larga y triste noche neoliberal», la democracia revolucionaria correísta: «Yo estoy arriba y me sacrifico decidiendo lo mejor para ti; tú estás abajo dándome tu apoyo; entre tú y yo, otra relación no es posible; y no hace falta…».

Los proyectos de emancipación humana de la época de la modernidad (es decir de la época marcada por el proyecto histórico y cultural que depositó en el ejercicio de la razón la posibilidad para, desde este centramiento, decidir sobre todo: sobre la economía, la política, la cultura, la vida individual y la organización de la sociedad) en sus formas más revolucionarias apelaron a la auto organización de los trabajadores constituidos en sujetos de su propia historia. La razón, con su inmenso cargamento de esperanza, se erigía en contraposición de la fe como creencia ciega en fuerzas exteriores al ser humano. «No más salvadores supremos, ni César ni burgués ni Dios, nosotros mismos realicemos nuestra propia redención» son las primeras palabras de «La Internacional». Mientras la fe, de raíz religiosa, no es sino la confianza ciega en una autoridad exterior a las relaciones sociales, que decidirá por hombres, al final de cuentas incapacitados para razonar y decidir por sí solos. La esperanza fundada en la razón está asociada con la solidaridad, con los colectivos y comunidades forjados en la resistencia. A diferencia de la fe pasiva en el líder que decide por ellos, la esperanza es aquella espera activa y crítica, constituida en el hombro con hombro y en el cara a cara de las relaciones más horizontales que existen en las comunidades y en los movimientos sociales.

La esperanza es una mirada puesta hacia adelante. El mensaje presidencial del «tengan otra vez confianza en mí» no alude a ese tiempo de la espera activa, de la praxis humana construida alrededor de los fogones, en los buses de las fábricas, en las esquinas, que camina por las calles, que se forja en las plazas, en los calabozos, en las imprentas clandestinas y en las asambleas, pensando a contra corriente, soñando con los ojos abiertos. La fe política que invoca el Presidente a sus electores se profesa alrededor del televisor, en la pereza mental y en la resignación del así debe ser, el Presidente debe tener la razón, confiemos… No es sino, en escala mayor, otra cosa que la aceptación del Mesías de turno que aparece en las crisis.

El discurso de Rafael Correa como apelación a la fe es un llamado a desarmar la conciencia. ¿Dónde quedó la idea de la democracia participativa de la que hicieron su bandera tantos fervorosos correístas de la primera hora? ¿En qué cheque de quincena la abandonó, la mayoría? ¿Por qué ahora, se reduce toda la política al voto del «tengan confianza en mí otra vez, estoy dispuesto a servirles»? ¿Dónde quedan los instrumentos participativos e institucionales santificados por la propia Constitución de Montecristi?

 

Tercer escenario: los no correístas

En un tercer escenario, la Consulta plantea también una serie de cuestiones sobre la relación de Rafael Correa con el resto de la sociedad.

Contra aquellos sectores de la población ideológicamente conservadores, con los cuales se ha confrontado desde el comienzo, el gobierno pretende otra vez un despliegue de fuerza, que ratifique, en los mecanismos de la democracia formal, quién manda. Pero, sobre esa base, sostiene e impulsa un proyecto que se desliza cada vez más hacia la derecha…, mientras los sectores de esta tendencia se encuentran en plena crisis de representatividad política, con Jaime Nebot sospechosamente estático, con escasa presencia en los temas nacionales, y más bien reducidos a su enclave guayaquileño.

El contenido fundamental de la Consulta resulta también un verdadero aprieto para la derecha política tradicional, para la que responder no a las reformas a la justicia resultará algo parecido a negar al padre y a la madre.

Rafael Correa, quien se apropió de buena parte del programa de la izquierda año y medio antes de que arranque la campaña presidencial, despojaría a la vieja derecha de una de sus banderas más importantes: la seguridad y el uso de la fuerza para apoyar la modernización capitalista. La Consulta es de Correa, pero las principales preguntas son de Jaime Nebot, como rezaba una caricatura en la prensa, resume este enroque político hacia la derecha.

Ninguno de los sectores en los que se encuentra organizada la vieja derecha política puede encauzar la posibilidad de un frente común de las derechas en torno a una posición que diga no a todas las preguntas. El escenario de un voto diferenciado significaría también jugar en la cancha, con el árbitro, con la pelota y con las reglas de Rafael Correa. Tampoco parece posible, ni deseable, que la oposición de la derecha y de izquierda confluya en una misma iniciativa política, sobre todo porque las clases económicamente dominantes parecen sentirse a gusto con el Gobierno de Rafael Correa que con un lenguaje de izquierda se ha convertido en la mejor garantía del capital. Esto es evidente en las inversiones a las que ha empujado al Banco del IESS en el sector de la construcción, tradicionalmente dominado por la banca privada, especialmente por el Banco Pichincha. Los proyectos de vivienda, eje de la propaganda oficial en las últimas semanas, se realizan con el dinero de los trabajadores y proporcionan enormes ganancias a las empresas privadas. El Banco del IESS también es el soporte financiero de grandes proyectos de infraestructura y de explotación petrolera.

Pero la Consulta también mueve a la sociedad. El escenario de las luchas particulares, característico del período último, está siendo abandonado por los sectores sociales, los movimientos sociales y la izquierda no subordinada, que han retomado la reflexión sobre las tareas comunes y generales.

En la historia no hay jamás situaciones cerradas, y las convulsiones del Magreb y del Medio Oriente lo vuelven a demostrar. Si Rafael Correa juega en la Consulta con cartas marcadas, su estrategia también alienta la posibilidad de activar las resistencias sociales que podrían terminar pateando el tablero…