La nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia despierta en Brasil una furiosa ola de opiniones patrióticas que exigen al gobierno una reacción más firme en «defensa de los intereses nacionales», sin atender al hecho de que tales intereses, esta vez, están físicamente en otros países.
Las críticas a la «tibieza» oficial explotan y fomentan el sentimiento nacionalista que es tradicional, pero que gana ahora una nueva naturaleza en Brasil. Ya no se trata de defender el territorio, la dignidad y las riquezas internas, sino el capital exportado.
La diplomacia brasileña y el presidente Luiz Inácio Lula da Silva están bajo duros ataques por haber reconocido el «derecho soberano» de Bolivia sobre sus recursos naturales. Las falencias del pretendido liderazgo sudamericano y de la política externa de Lula son contabilizadas por embajadores jubilados, expertos de relaciones internacionales, artículos editoriales y análisis periodísticos.
«Capitulación», «humillación» e «incapacidad» son términos usados para condenar la «timorata» respuesta brasileña tanto a la decisión boliviana como a la actuación del presidente venezolano, Hugo Chávez, señalado como nuevo líder regional y «mentor» del mandatario Evo Morales. No faltaron las sugerencias de represalias.
El «populismo» es el estigma reiterado para restar legitimidad a los «agresivos» gobiernos de Chávez y de Morales, cuyo acercamiento a Cuba hace recordar viejas paranoias de la guerra fría. América del Sur vive una «desintegración», en lugar de construir la comunidad con que soñaba Brasilia, concluyeron muchos críticos.
El subcontinente estaría dividido entre el «eje populista» y antiimperialista de Bolivia y Venezuela, en un extremo, y en el otro los países que prefirieron el libre comercio con Estados Unidos, como Colombia y Perú, y en el medio quedan los gobiernos moderados, «socialdemócratas» según la definición de algunos, como los de Brasil y Argentina.
Se insiste en la «pérdida» del liderazgo de Lula a favor de Chávez como forma de golpear al presidente brasileño, en coincidencia con los intereses opositores de debilitar sus posibilidades de reelección en octubre. Pero el argumento hiere también al orgullo nacional.
Toda esa campaña reclama reacciones duras contra Bolivia por haber decretado la nacionalización de sus recursos energéticos el 1 de este mes. Se arguye que se trata de «defender intereses nacionales» y el cumplimiento de contratos entre los dos gobiernos y entre sus empresas petroleras. Se protesta contra la expropiación a la estatal brasileña Petrobras, que invirtió cerca de 1.500 millones de dólares en el país vecino.
Además, se recuerda la generosidad de Brasil, que condonó una deuda de 52 millones de dólares y abrió su mercado a las exportaciones bolivianas, que de 23 millones de dólares en 1999 subieron a 990 millones el año pasado, gracias al gas natural transportado por el gasoducto construido por Petrobras y concluido a fines de 1998.
Pero los datos más impresionantes se refieren al peso económico de Petrobras en Bolivia. Las actividades de la empresa aportan 18 por ciento del producto interno bruto boliviano, 24 por ciento de la recaudación impositiva, 95 por ciento de la refinación de hidrocarburos, 23 por ciento de la distribución de derivados y 46 por ciento de las reservas gasíferas.
La proporción allí es excepcional, pero la presencia de empresas brasileñas es visible en casi toda América del Sur. La cervecera Ambev adquirió industrias similares en varios países, la constructora Odebrecht ejecuta obras variadas, y marcas brasileñas aparecen por todas partes.
Petrobras, dueña de muchas gasolineras en Argentina, afronta problemas también en Ecuador, donde movimientos ambientalistas e indígenas protestan contra su explotación de un yacimiento en el Parque Nacional Yasuní.
El capitalismo brasileño está en expansión transnacional, especialmente en los países vecinos, y acaba de recibir en Bolivia el «primer bofetón» nacionalista, definió Clovis Brigagao, director del Centro de Estudios Americanos de la privada Universidad Cándido Mendes de Río de Janeiro. Vendrán otros.
El conflicto –tratado con «histeria» por algunos sectores brasileños, incluida la prensa, según el comentarista político del diario Folha de São Paulo, Janio de Freitas– se acentuará.
La tensión entre los dos países ya se está agravando por discrepancias en la negociación de las retribuciones a Petrobras y de los precios del gas.
La empresa estatal es un símbolo del nacionalismo brasileño, nació en 1953 como resultado de una amplia movilización popular que se repitió en los años 90 para impedir su privatización.
La indignación contra las actitudes bolivianas, manifestada por formadores de opinión, tenderá a expandirse en la población cuando llegue el inevitable aumento del precio del gas boliviano, que abastece más de la mitad del consumo brasileño, y también cuando La Paz materialice su anunciada reforma agraria, afectando propiedades de brasileños.
La expansión brasileña incluye a centenares de miles de agricultores que cruzaron las fronteras, la mayoría ocupando tierras paraguayas. En Bolivia habría 30.000 inmigrantes brasileños, entre ellos hacendados que producen buena parte de las exportaciones bolivianas de soja, entre 35 y 60 por ciento, según distintas estimaciones.
Morales anunció que expropiaría tierras improductivas y fincas ilegales, como son las de extranjeros en una faja de 50 kilómetros a lo largo de la frontera, justamente donde se han asentado muchos brasileños.
A inicios de los años 70 surgió la expresión «subimperialismo» brasileño, estimulada por la afirmación del entonces presidente estadounidense Richard Nixon de que América Latina seguiría el rumbo tomado por Brasil.
El cargo se basaba en razones ideológicas, la entonces dictadura militar brasileña exportaba su doctrina de seguridad nacional y servía a los intereses de Estados Unidos, pero también se temía un poder en expansión por el «milagro económico» que vivía este país.
Ahora Brasil tiene más intereses propios y concretos que defender en el exterior, capitales y patrimonios implantados en mercados ajenos. El «sub» indicaría la condición de potencia menor, subregional.
Pero el país nunca será imperial, por su cultura y por el carácter cordial de su pueblo constituido de muchos inmigrantes, suelen decir los analistas. Además, su inmenso territorio y un mercado interno aún por desarrollarse, con gran parte de la población que permanece excluida del consumo, descartan la necesidad inmediata de expansión externa.
La reacción inicial al acto boliviano, sin embargo, parece indicar que un sector de la opinión pública nacional puede abandonar rápidamente los principios de buena vecindad y no injerencia que la diplomacia brasileña asegura defender, por una política del «gran garrote».