Son numerosos y de interés la mayoría de los temas, centrales o complementarios, tratados por el autor en estas páginas. Imposible abarcarlos. Tómese esta reseña como un aperitivo, como incitación a la lectura de un ensayo que debería merecer nuestra atención y en el que se defienden tesis como las siguientes: 1. «La moraleja de la historia de Henry Aaron [se cuenta su historia en la conclusión] no es que deberíamos amar la meritocracia, sino aborrecer cualquier sistema de injusticia racial del que solo se pueda huir anotando home runs. La igualdad de oportunidades es un factor corrector de la injusticia necesario desde el punto de vista moral. Pero es un principio reparador, no un ideal adecuado para una sociedad buena». 2. «La convicción meritocrática de que las personas se merecen la riqueza (cualquiera que sea) con la que el mercado premia sus talentos hace de la solidaridad un proyecto casi imposible. Y es que, en este caso, ¿por qué las personas que triunfan iban a deber nada a los miembros no tan favorecidos de la sociedad?». Como Michael Young, autor de El triunfo de la meritocracia, Michael J. Sandel, no cree que la meritocracia sea un ideal al que aspirar sino más bien una fórmula de discordia social garantizada. «Para quienes se sienten agraviados por la tiranía del mérito, el problema consiste no solo en el estancamiento de sus salarios, sino también en el menoscabo de su estima social». Son los perdedores, les dicen, no tienen méritos suficientes, deben conformarse con lo que tienen. Es «de justicia» que sea así.
Michael J. Sandel ocupa la cátedra Anne T y Robert M. Bass de Ciencias Políticas de la Universidad de Harvard y es uno de los autores de referencia en el ámbito académico de la filosofía política. Fue Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales y autor de obras como Lo que el dinero no puede comprar. Los límites morales del mercado y ¿Hacemos lo que debemos? Tal como nosotros entendemos el término, Sandel no es propiamente un pensador de izquierdas. Un botón como muestra: «Y, desde el punto de vista de la actual Rusia de Vladímir Putin, el momento democrático de Yeltsin parece sin duda efímero». El momento democrático de Yeltsin bombardeó la Duma. No importa que no lo sea.
La tiranía del mérito consta de un prólogo, una introducción, siete capítulos (el séptimo, «Reconocer el trabajo», tal vez sea el de mayor calado político), la conclusión, notas (que conviene no saltarse, algunas son sustantivas) e índice alfabético (bien hecho, muy útil).
¿Cuál es el objetivo del ensayo? Con palabras prestadas, del autor: «La tóxica mezcla de soberbia y resentimiento que aupó a Trump al poder no parece más adecuada de la que extraer la solidaridad que ahora precisamos. Toda esperanza de renovar nuestra vida moral y cívica pasa porque sepamos entender cómo, durante las pasadas cuatro décadas, pudieron deshacerse tanto nuestros lazos sociales y nuestro respeto mutuo. Este libro pretende explicar cómo ocurrió y analizar cómo podríamos hallar el camino de vuelta a una política del bien común». Uno de sus objetivos, no el único. Tenemos que preguntarnos, señala Sandel, si la solución al inflamable panorama político usamericano «es llevar una vida más fiel al principio del mérito o si, por el contrario, debemos encontrarla en la búsqueda de un bien común más allá de tanta clasificación y tanto afán de éxito.»
Con envidiable estilo analítico, siempre claro y argumentado, nunca superficial, Sandel critica detalladamente una de las creencias poliéticas que sigue estando muy presente en el marco conceptual de la izquierda (también de otras orientaciones políticas): creer que la meritocracia (un término aculado en 1958 por el citado Michael Young, que ya predijo la soberbia (entre los vencedores) y el resentimiento y la humillación (entre los perdedores) al que la meritocracia daría lugar) nos aproxima a una sociedad buena, a una sociedad. No es su punto de vista, no es tampoco el mío. En una sociedad desigual, señala Sandel, quienes aterrizan en la cima, sea cual sea su origen social (a veces, con más convicción, con menos «mala consciencia», si son triunfadores de origen obrero o popular), quieren creer, suelen creer, que su éxito tiene una justificación moral. En una sociedad meritocrática (en muchas ocasiones, falsamente meritocrática) eso significa que los ganadores suelen creer que se han «ganado» el éxito gracias a su propio talento y esfuerzo. Ninguna objeción es admisible, se lo han currado, se lo han ganado a pulso.
Se dirá, y se dirá con razón, que el libro está muy centrado en USA y en la cultura usamericana, que la gran mayoría de los ejemplos usados beben de ella, que casi todas las referencias remiten a autores anglosajones, que el autor se muestra en ocasiones muy conciliador en términos políticos, que casi nunca términos como burguesía o clases dominantes, etc. Admitámoslo. Nada de eso quita valor a una crítica detallada, rica y argumentada. Otra de sus consideraciones centrales: «Para revitalizar la política democrática, es necesario que encontremos el modo de potenciar un discurso público más robusto desde el punto de vista moral, un discurso que se tome más en serio el corrosivo efecto que el afán meritocrático de éxito tiene sobre los lazos sociales que constituyen nuestra vida en común».
Me olvidaba: uno de los apartados con más fuerza e interés filosófico (también los siguientes): «El liberalismo del Estado de bienestar», pp. 167-171.
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