Esta ideología alerta contra las injusticias, entendidas como cualquier opresión que cada uno elija: la raza, el género, el colonialismo…
Palabras como woke, cultura de la cancelación, censura o apropiación cultural, entre otras muchas, se han vuelto de uso cotidiano en los últimos años, con el panorama cultural como centro del debate. Hace unos días, Rachida Dati, la política que fue Ministra de Justicia y que actualmente es ministra de Cultura en Francia, aseguró que «el wokismo se ha convertido en una política de censura» y añadió que se asegurará de no «apoyar» a estos defensores de la deconstrucción. «Estoy a favor de la libertad de arte y de creación, no a favor de la censura».
En esos mismos días, la activista de izquierda Naomi Klein, señalaba en una entrevista en El País: «[El problema] tiene que ver con la pasión censora de la izquierda, esa vigilancia del discurso y la crueldad que despliega cuando alguien se pasa de la raya. Podríamos hablar de la cultura de la cancelación, si no fuera un concepto tan cargado».
Al hilo de las declaraciones anteriores parece claro que el movimiento woke y todo lo que lo rodea —cultura de la cancelación, defensa de las minorías sobre la mayoría, políticas transgeneristas…— es, hoy en día, la filosofía popular de mayor influencia en Estados Unidos y, por ende, en occidente. Un discurso que defienden, no solo los jóvenes —universitarios o no—, sino también la industria del entretenimiento y los grandes medios. Pero ¿qué es el wokismo?, o, mejor, ¿en qué consiste la cultura de la cancelación, hermana pequeña que ha nacido como consecuencia del woke y que parece que defiende la izquierda? ¿dónde y cuándo surge? Y, lo que es más preocupante, ¿cómo ha logrado colarse en todos los ámbitos de nuestra sociedad con tanta fuerza?
Partidos, escuelas, universidades, medios de comunicación… allá donde pones el foco te devuelven una reflexión wokista que impide la discrepancia y la pluralidad de opiniones. Es importante, imprescindible sería más exacto, que hagamos frente a este fenómeno, utilizando herramientas tan denostadas a día de hoy como la racionalidad y la reflexión. Única manera de impugnarlo.
Empecemos por aclarar lo que es el movimiento woke. Nacido en Estados Unidos para definir algo tan heterogéneo como ‘la alerta ante la injusticia social’, hoy se ha ampliado la definición hasta hacer referencia a todo lo políticamente correcto abriendo, así, la caja de Pandora. Aunque hacía tiempo que el verbo to woke estaba en circulación dentro del activismo afroamericano —como consecuencia de los casos de racismo que se habían visto en el país y del movimiento Black Lives Matter— pronto empezó a abrazar otras opresiones, las de género, las LTGB… y así fue cómo se ‘coló’ en las universidades —principalmente en las de ideología cercana al Partido Demócrata—, donde se unió a la teoría crítica. Un movimiento que se dio principalmente en las academias francesa y alemana de mediados del siglo XX de la mano de pensadores como Adorno, Marcuse, Derrida o Foucault.
Opresores y oprimidos
Y con ellos llegó su escepticismo y su escasa aspiración por la verdad; para ser más exactos, por aquella verdad que no coincidiera con la de ellos. Y aquí es donde estos filósofos entroncan con lo woke y con la defensa de que la columna ‘reivindicativa’ de la sociedad civil era ‘estate alerta contra las injusticias’, entendidas estas como cualquier opresión que cada uno elija: la raza, el género, el colonialismo…
Y así, la ideología woke, como si de un juego de cartas se tratara, ha cambiado la lucha de clases y de derechos universales por la lucha de identidades y la defensa de la minoría y ha dejado la vida social reducida a un conflicto permanente entre opresores y oprimidos… según su identidad. Donde los opresores son siempre las mayorías —hombres, ciudadanos de antiguas metrópolis, raza blanca, heterosexuales— y los oprimidos pasan a ser las minorías —cuanto más minoritarias, mejor—, con la defensa a ultranza de que estos últimos no persiguen una igualdad de derechos, sino que se alcen sobre los otros.
Otro elemento característico de la galaxia woke es el discurso de que la minoría o la víctima tiene siempre la razón. Una cosa es defender los derechos de la mujer violada, del homosexual o del afroamericano minoritario y otra es considerar como principio que siempre tengan razón en sus denuncias, relatos u opiniones.
La ideología ‘woke’ ha cambiado la lucha de clases y de derechos universales por la lucha de identidades y la defensa de las minorías.
Los activistas woke abogan por la equidad racial y social, el feminismo, el movimiento LTGB, el uso de pronombres de género neutro, el multiculturalismo, el activismo ecológico… sin establecer más matices que los que ellos marquen. No es que algunas de sus causas no sean dignas, el problema es que el debate que se plantea es que no dejan margen para la discrepancia, la ciencia o la historia.
Cultura de la cancelación
Y fue ya en el 2000 cuando lo woke empezó a utilizarse para referirse a movimientos e ideologías de izquierda cercanos a la cultura de la cancelación y últimamente se utilizan casi como sinónimos. Por eso, una vez olvidado su significado original, en la actualidad el solo uso del término se convierte en un paraguas político que se utiliza en todas las guerras culturales que tienen lugar en occidente, infectándolo todo, de la mano de distintos movimientos sociales que delimitan de qué se puede o no hablar y en qué términos.
Hasta tal punto que parece, por momentos, que ese movimiento woke que se vende como de izquierda (hay una izquierda que no es woke y que no puede decir lo que quiere porque también la cancelan) puede decir lo que quiera, cancelando a todos aquellos que, a su juicio, no son políticamente correctos. Y que es esta izquierda líquida —el término lo acuñó Bauman— la que establece lo que puede o no decirse agarrándose, así, a la censura, tan criticada históricamente desde la izquierda tradicional, y tan habitual en la derecha tradicional. ¿Y qué ocurre de no seguir sus planteamientos ideológicos? Fácil: se aplica la cancelación a la persona que no sigue los dictados y se la señala con la ‘muerte social’, la cancelación. Con el agravante de que, siguiendo este criterio, se censuran tanto pensamientos, como pensadores.
Lo que ahora se considera la ‘vieja izquierda ilustrada’ tenía un proyecto para toda la humanidad.
Pero, entre tanta reivindicación, ¿dónde queda la lucha de clases?, ¿dónde el bien común?, ¿dónde la igualdad?, ¿la libertad de pensamiento o de expresión?, ¿el debate, que tanto ha caracterizado a la historia de la izquierda?
El universalismo, una farsa
Todos recordamos que lo que ahora se considera la ‘vieja izquierda ilustrada’ tenía un proyecto para toda la humanidad, mientras que esta ‘nueva izquierda’ parece que va creando proyectos para minorías: para los negros, los gays, los miembros del colectivo LGTB… «Hoy en día —leo en el libro Izquierda no es woke de Susan Neiman (2023) — se considera un artículo de fe que el universalismo, como otras ideas de la Ilustración, es una farsa inventada para maquillar las visiones eurocéntricas en las que se sustentó el colonialismo».
Y nos recuerda poco después la filósofa francesa que algo que la izquierda woke acostumbra a pasar por alto es la conciencia de que una humanidad común es la condición indispensable para que tú, que me lees, y yo, que no soy ni negro, ni gay, no he colonizado ningún país, nos sublevemos contra las injusticias que padecen negros y gays, por ejemplo, y tratemos de que todos tengamos los mismos derechos. Y se olvida así, desde lo woke, que quienes reivindicamos derechos universales estamos reivindicando derechos para las minorías con la misma firmeza que ellos, con la diferencia de que ellos creen que con la censura y la persecución al discrepante están aplicando justicia.