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Control

Fuentes: www.escolar.net

Hay una leyenda urbana en Internet que asegura que el botón de cierre de puertas de algunos ascensores es sólo un placebo creado para tranquilizarnos con la falsa idea de que todo está bajo control, bajo nuestro control. Según esta teoría, las puertas de los ascensores se cierran solas, sin importar que pulsemos ese botón, […]

Hay una leyenda urbana en Internet que asegura que el botón de cierre de puertas de algunos ascensores es sólo un placebo creado para tranquilizarnos con la falsa idea de que todo está bajo control, bajo nuestro control. Según esta teoría, las puertas de los ascensores se cierran solas, sin importar que pulsemos ese botón, que sólo está ahí para que creamos que la máquina obedece y así Frankenstein no aterrorice; que el botón es como el chaleco salvavidas de los aviones (¿no sería mejor un paracaídas?) o el volante de los cochecitos de los tiovivos.

Los fabricantes de ascensores lo niegan, pero los conspiranoides no se rinden: «Eso es lo que ellos quieren que creamos». Dicen que si se descubre que el botón es un timo, el miedo claustrofóbico sería doble: si la orden de cierre no funciona, ¿quién garantiza que el ascensor obedecerá al botón de apertura de puertas?

Los psicólogos no se meten en mecánica de ascensores, pero sí corroboran este efecto, que llaman ilusión de control: nuestro cerebro prefiere creer que maneja la situación hasta en el azar. Por eso muchos jugadores de dados lanzan más fuerte la mano cuando quieren un número alto y son delicados cuando necesitan uno bajo, como si la velocidad tuviese algo que ver con el tocino.

La ilusión de control es poderosa, pues sabe a libertad cuando no lo es. En la próxima Renta, por ejemplo, se puede elegir entre dar dinero a la Iglesia o dar dinero a las ONGs, muchas de ellas de la Iglesia. Sin embargo, da igual el botón que pulses, pues pagas lo mismo, y el IRPF tampoco es la primera fuente de dinero público para la Iglesia, que también gana con la educación o las exenciones fiscales. Al menos los ascensores no prometen el séptimo cielo.