Existe en Ecuador, como en gran parte de Occidente, un estado de guerra entre la oligarquía financiera parasitaria y la economía real de la producción y el consumo de bienes y servicios. Hoy, en medio de la pandemia del coronavirus, esta guerra se manifiesta de manera descarada.
El año 2020 será recordado como el año de la pandemia del coronavirus. También será recordado como el año en que se nos presentó el dilema de elegir entre salvar la vida o salvar la economía. Todos entendemos de lo que se trata cuando se habla de salvar la vida humana. Pero cuando decimos que hay que salvar la economía, ¿exactamente de qué estamos hablando?
En los siglos XVIII y XIX los economistas clásicos, como Adam Smith y John Stuart Mill, describían el libre mercado como un mercado libre de ingresos inmerecidos, libre de rentistas, usureros, terratenientes y latifundios. Insistían en una economía donde los ingresos sean merecidos, es decir, sean recibidos en compensación por una actividad productiva, industrial y creadora de riqueza, bienes y servicios.
Los economistas clásicos se enfocaban en la distinción entre trabajo productivo y trabajo improductivo -entre las personas que reciben sueldos y ganancias y los rentiers, cuyos ingresos provienen de rentas, como dueños de activos cuyo valor sube con el tiempo, o como financistas que reciben intereses y ganancias sobre el «capital». Estos últimos, los rentiers, no formaban parte de lo que los economistas clásicos consideraban la economía; eran externos a ella.
Esta distinción, entre trabajo productivo y trabajo improductivo, entre ingresos merecidos e inmerecidos, entre la economía real y lo que está externo a ella, sigue tan vigente en nuestros días como lo era en el siglo XIX.
Sin embargo, hoy, en plena pandemia del coronavirus, la ideología del neoliberalismo se impone con cada vez más fuerza, y hegemoniza el poder político estatal a través de la clase social de los rentiers del poder financiero, de las actividades improductivas, de los ingresos inmerecidos, de aquellos que Adam Smith llamaba parásitos, que extraen la riqueza del «anfitrión» -la economía real- dejándola cada vez más hueca, más débil. Con la pandemia del coronavirus, este proceso de destrucción de la economía real se ha exacerbado.
Los financistas cuando dicen que hay que «salvar la economía», lo que realmente están diciendo es que hay que salvar, primero, a los bancos privados, a los rentistas, a los dueños de propiedades y activos financieros, y a los grandes monopolios y sólo después, en un segundo plano -porque para ellos es un obstáculo- a la economía productiva de los trabajadores, campesinos, artesanos y pequeñas empresas. En ese último plano quedamos la mayoría de nosotros, los que trabajamos y ganamos dinero en la «economía real»: el ámbito de la producción y consumo de bienes y servicios; y también del gasto e inversión públicos, hechos por el Estado, en infraestructura, educación, salud, agua, luz, alcantarillado, etc.
En tiempos de crisis (o pandemia) el Estado puede imprimir su moneda nacional (si la tiene), en una expansión monetaria, para inyectarla en la economía real como estímulo a la producción (empleo) y consumo (demanda de bienes y servicios), y para ayudar a los más necesitados y las pequeñas empresas. Desafortunadamente, el Ecuador no puede aprovechar esta posibilidad debido al hecho de que no posee soberanía monetaria. El Ecuador no puede imprimir su moneda porque no la tiene. La moneda que usan los ecuatorianos es el dólar, y debe ser importada de los Estados Unidos, el único país que puede imprimir esta moneda.
Es importante entender que, como afirma la economista Stephanie Kelton, en la economía real el verdadero creador de empleo es el consumidor de bienes y servicios, y no, como siempre nos quieren hacer creer, el empresario.
Al mismo tiempo, existe un «universo paralelo» de las finanzas y la especulación: un ámbito improductivo de la banca privada (cuya razón de ser es crear crédito endeudando a la gente y al Estado y cobrar intereses y tarifas), del FMI y del Banco Mundial, de los fondos buitres, de los vendedores y tenedores de bonos y activos financieros, de las agencias de seguros e inmobiliarias (bienes raíces). Incluye también a aquellos que viven de la renta por el mero hecho de ser propietarios (de tierras, departamentos, edificios, y otros activos) y a los que viven de las herencias. Aquellos que en realidad no producen nada y acumulan dinero y riqueza incluso cuando están durmiendo; la clase de gente que Adam Smith -el famoso economista clásico del siglo XVIII- llamaba parásitos y sanguijuelas, los que él consideraba una carga pesada, extractivista, sobre la economía real.
Lo que es muy importante entender es que, desde hace mucho tiempo, y como lo describe muy bien, el profesor Michael Hudson, hay una verdadera guerra entre, por un lado, la «economía real» de producción y consumo de bienes y servicios y, por otro lado, un «universo paralelo», no productivo sino extractivo, de las finanzas, las empresas de seguros, la inmobiliaria, los que viven de las rentas y las herencias. Y la economía real está perdiendo esta guerra.
En Ecuador estamos viendo un ejemplo muy claro de esta guerra en los tiempos difíciles de la pandemia del coronavirus. El Estado y la Asamblea Nacional han decretado y aprobado leyes que prohíben que la mayor parte de la gente trabajadora y las pequeñas empresas ganen dinero produciendo bienes y servicios; o sea, a la gran mayoría de los trabajadores y pequeños empresarios, actores en la economía real, se les prohíbe trabajar para ganar el dinero que necesitan para pagar deudas, alquileres, comprar comida y medicina, en fin, para sobrevivir.
Sin embargo, y lo que seguramente es peor, estas mismas instituciones estatales legislativas no han hecho los correspondientes decretos y aprobaciónes de leyes que prohíban, como es absolutamente justo hacer, que la banca privada, los acreedores privados, los rentistas y propietarios, es decir, las personas que no producen nada, sigan recibiendo sus ingresos, alquileres y rentas especulativos, parasitarios, como de costumbre.
Mientras que dure la pandemia, la mayoría tiene prohibido por ley ganarse la vida trabajando, produciendo bienes y servicios (la economía real), mientras que al mismo tiempo a la minoría rentista sí le está permitido seguir recibiendo ingresos y cobrando rentas que no resultan de una actividad productiva, sino de la pura especulación parasitaria, propia de esta clase privilegiada (el universo paralelo de las finanzas).
Es decir, que el Estado neoliberal aprovecha esta crisis del coronavirus para favorecer a los grupos de poder financiero, a los rentistas improductivos, parasitarios. Por otra parte, también la aprovecha para perjudicar a los trabajadores que producen bienes y servicios y a los pequeños empresarios productivos, muchos de los cuales se ven obligados a cerrar sus pequeñas empresas porque ya no tienen los ingresos necesarios para pagar el alquiler que les siguen cobrando sin piedad los propietarios, los especuladores.
Sin duda, esta es una enorme injusticia, llevada a cabo con la complicidad del Estado neoliberal, y que deja a la vista de todos, y con una claridad impecable, lo que es esta guerra que está devastando la economía real de la producción y consumo, que es el cimiento real de una sociedad justa y sostenible.
Conclusión
Hoy la lucha popular consiste en una polarización entre la «economía real» de la producción y del consumo de bienes y servicios -cuyos actores principales son los trabajadores, campesinos y empresarios que los producen y consumen y que incluye a la gran mayoría de los ecuatorianos- y el «universo paralelo» de las finanzas y la especulación -cuyos actores principales son la pequeña minoría de ecuatorianos que acumulan dinero y riqueza extrayéndolos de la economía real, a través de rentas, alquileres, intereses, tarifas, ejecuciones hipotecarias y corrupción.
Es una lucha, básicamente, entre endeudados (la gran mayoría de la economía real) y acreedores (la minoría privilegiada del universo paralelo financiero).
Es necesario robustecer la economía real del trabajo y la inversión productivos a la vez que es imprescindible controlar y regular estrictamente el universo paralelo financiero, improductivo y parasitario, reduciéndolo lo más posible a su mínima expresión.
Obviamente, esto significa una lucha tenaz por el poder político y por el Estado, que son poderes hegemonizados, «por ahora», por los grandes grupos financieros, sus medios afines, y el imperialismo.