Votamos por Lenín y llegó a la Presidencia con el compromiso primario de luchar contra la corrupción. Escribí varios artículos sobre este tema estableciendo claramente su gran responsabilidad ante la patria y el mundo. Debo reconocer que tenía la ligera esperanza de que no fuera tan grave lo que se escuchaba, con lo cual admito […]
Votamos por Lenín y llegó a la Presidencia con el compromiso primario de luchar contra la corrupción. Escribí varios artículos sobre este tema estableciendo claramente su gran responsabilidad ante la patria y el mundo. Debo reconocer que tenía la ligera esperanza de que no fuera tan grave lo que se escuchaba, con lo cual admito que caí en los mitos que normalmente tenemos acerca de lo que es la corrupción. Es verdad, normalmente pensamos que no es nada más ni menos que el abuso de una posición de confianza para beneficio personal, de amigos, familia y muy posiblemente financistas de campañas políticas. Y por cierto, hemos sido muy mal educados respecto a la corrupción, y nosotros, como ciudadanos y como seguidores de la Revolución Ciudadana, debemos tener el coraje de aceptarlo y cambiar la forma como lidiamos con ella.
Para empezar, muchos creen que ser corrupto no es realmente un crimen. Nos preocupa la delincuencia, los crecientes feminicidios, los espectaculares asaltos bancarios, pero no hablamos de la corrupción como un crimen. ¡Qué equivocación! La corrupción es un crimen. Es un crimen económico que afecta a todos los que pagamos impuestos, especialmente a los más pobres. Y hay corrupción del sector público, pero también la hay en el sector privado en el cual me he desenvuelto casi toda mi vida, y mucho me temo que ahí también es masiva. Las coimas y sobornos que se dan en el sector público no son exclusividad de Odebrecht; son muy comunes en el sector privado y son peores con aquellos que negocian con el Gobierno.
Y muy frecuentemente tendemos a minimizar el problema de la corrupción, asumiendo que es solamente un pequeño problema. Sí, reconocemos que es un problema, pero es tan pequeño que no supera el 10% o el 15% de los haberes que están en juego. ¡Por favor! Si hablamos de que en esta pasada década el Gobierno ha tenido ingresos por $ 360.000 millones, el impacto es de unos $ 36.000 a $ 54.000 millones, que es casi el presupuesto nacional de este año.
Si seguimos pensando que la corrupción no es un ‘crimen’; que es tan ‘pequeña e insignificante’; que siempre ha existido en el pasado y continuará igual en el futuro, podríamos concluir que no tiene sentido pasar leyes para controlarla o detenerla, pues es muy poco lo que se puede hacer al respecto. Es una barbaridad que nos podría acostumbrar (si es que ya no lo ha hecho) a aceptar la corrupción como algo natural. ¡De ninguna manera! Debemos estar muy molestos y enojados con lo que está pasando y descubriéndose. Si no lo estamos, es porque no hemos prestado atención, pues nos han deslumbrado las obras y logros, que pueden ser buenos, pero no se puede negociar la ética con la eficacia. Hay principios y valores que no son negociables.
No podemos aceptar bizarras ecuaciones (al final del día, soy matemático) que nos den un modelo de gasto público al que le hemos quitado la rendición de cuentas y que opera en ausencia de transparencia, pues eso es igual a corrupción y la corrupción es un gran problema. Es un funesto y letal crimen socioeconómico y debemos perseguir y sancionar legalmente a quienes lo han cometido. Pero sobre todo frenar su pernicioso influjo para poder tener una sociedad estable y sostenible.
Fuente: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/corrupcion-4