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Corte Penal Internacional, la cuarta pata torcida

Fuentes: Rebelión

El deseo de que la humanidad viva en un mundo próspero y en paz es un gran anhelo de la mayoría de la población del planeta. Lamentablemente, el mundo occidental tiene siglos empeñado en imponer su supremacía, causando grandes y graves tragedias al resto del mundo e incluso a su propia población, como por ejemplo, la casi totalidad de las guerras y genocidios que han sacudido el planeta durante los últimos 500 años.

Hubo cierta esperanza en que las instituciones multilaterales creadas después de finalizada la denominada Segunda Guerra Mundial servirían para apaciguar este monstruo. Las Naciones Unidas (NN. UU.) con su Carta Fundacional parecía ser la panacea sobre la cual se navegaría hacia los objetivos supremos de paz, salud, prosperidad y felicidad para todos, pero no, la institución fue cooptada desde el principio por los Estados Unidos de América (EE. UU.) y sus socios occidentales, imponiendo su sede en la ciudad de Nueva York y copando con funcionarios a su servicio sus principales órganos, logrando de esta manera la mayor parte del control político del mundo e imponiendo su idiosincrasia y sus intereses, sobre todo después de la destrucción del bloque soviético a principios de la última década del siglo XX.

En lo relativo al sector económico financiero, EE. UU. dominó buena parte del mundo con las instituciones surgidas de Breton Woods, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y otras como el Banco Interamericano de Desarrollo, la Organización Mundial de Comercio, el sistema de pagos internacional (SWIFT) y su máquina de imprimir dólares.

En lo militar la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) fue el vencedor real de la Alemania Nazi y sus colaboradores y socios europeos, la Francia de Vichy, Rumanía, Noruega, Finlandia, Hungría, Italia, España, así como buena parte de las empresas danesas, belgas, holandesas, francesas, checoslovacas, polacas, bálticas y estadounidenses, que junto a buena parte de sus clases políticas colaboraron gustosa y ampliamente con Hitler en la Operación Barabarosa. Fueron vencidos a costa de inmensas perdidas humanas, más de 23 millones de soviéticos mueren en la Gran Guerra Patria, miles de aldeas y ciudades fueron arrasadas y su infraestructura industrial queda profundamente afectada. Cuando los anglosajones se percatan del inevitable triunfo soviético corren a desembarcar en Normandía y a detonar las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki con el único objetivo de terminar la guerra imponiendo su supremacía militar, económica, financiera y política. En ese intento por imponerse militarmente EE. UU. crea la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), conformando el bloque militar occidental, que incluye en un principio a los anglosajones, buena parte de Europa Occidental, incluida la dictadura de Salazar en Portugal y los restos del ejército de la Alemania nazi. Esta estructura ha crecido hacia el Este, incorporando de manera artera a los países que pertenecieron al Pacto de Varsovia y las ex Repúblicas Soviéticas Bálticas en contra de lo convenido en Malta en 1990, previo a la destrucción de la URSS. La OTAN ha sido utilizada solo en actos de agresión, ni una vez ha actuado militarmente para defender a sus miembros de ataques externos.

El último paso del globalismo para completar las cuatro patas de su estructura de poder es el control formal en el área de la “justicia” internacional penal, ya que la Corte Internacional de Justicia (CIJ) adscrita al sistema de las NN. UU. solo aborda asuntos entre naciones o estados miembros. Así a finales del siglo XX y principios del XXI crean la Corte Penal Internacional (CPI) a través del llamado Estatuto de Roma, que ha sido ratificado por 123 naciones, el cual es independiente de las NN. UU. y debe ser un tribunal supranacional que se ocupará de delitos graves contra la humanidad, como genocidios y crímenes de guerra. Sin embargo, al igual que todas las otras instituciones “multilaterales” e imperiales, la CPI también está lastrada por el supremacismo blanco y por ende sirve fundamentalmente a sus intereses y en detrimento de la soberanía de los países del sur global. Se afincan en estas instituciones para intentar perpetuar la unipolaridad que les facilita profundizar su capacidad de dominio, pretendiendo de esta manera imponer el “fin de la historia” en todos los ámbitos y remachar sus mecanismos de control.

Con su falsa moralidad y doble rasero, occidente ha logrado instituir su idiosincrasia y sesgados valores a buena parte de los países del sur explotados y empobrecidos. En el momento de su creación casi cuatro quintas partes estaba conformado por los, mal llamados, países en vías del desarrollo. Europa occidental junto a Japón, Australia, Canadá y Nueva Zelanda conformaban la restante quinta parte. China, Rusia, EE. UU., Egipto, Argelia, Libia, Indonesia, Turqüiye, India, Cuba, Nicaragua y otros veintidós países no lo han ratificado o firmado, desconociendo su autoridad.

EE. UU. que pretende actuar como policía del orbe y procura imponer un mundo basado en (sus) normas, de manera sesgada y siempre en su beneficio, no podía permitir que un tribunal sin su control absoluto pudiera juzgar ciudadanos estadounidenses, así decidió no formar parte de la CPI y delegó la tarea al Reino Unido, quienes han manipulado, financiado y controlado lo que terminó siendo otra herramienta del occidente colectivo para facilitarle el manejo y control global.

La CPI ha sido usada fundamentalmente para mantener controlada y bajo amenaza al África subsahariana, al mundo musulmán y a todos aquellos países soberanos e independientes que se niegan a seguir los designios occidentales. El doble rasero a funcionado a la perfección para EE. UU. y sus socios, quienes hasta este año siempre habían estado a cubierto en la CPI, violaran a quien violaran y mataran a quien mataran. Aunque el imperialismo ha generado la mayoría de las guerras y participado directamente en ataques ilegales contra muchas naciones, generando millones de muertos, ningún funcionario ni militar occidental ha sido acusado ante la CPI. En un par de oportunidades la fiscalía de la CPI, tímidamente, intento abrir expedientes por crímenes de lesa humanidad en Afganistán y al final no pasó nada y aunque estos crímenes no prescriben, decidieron que no paso nada en Afganistán, que Abu Ghraib no existió y que Guantánamo, ni ningún otro crimen occidental existe.

Este año, después de más de 42.000 asesinatos en Palestina, la CPI dictó ordenes de detención contra el Primer Ministro sionista B. Netanyahu, su ex Ministro de Defensa Y. Galant y tres líderes de Hamás, por crímenes de guerra en Gaza, después de que la CIJ instara a Israel, en enero de 2024 a tomar medidas inmediatas para garantizar que su ejército no viole la Convención sobre el Genocidio. Definitivamente ambas instituciones van a un ritmo cómplice, que no impedirá el objetivo estratégico sionista de exterminar al pueblo palestino y robar sus tierras.

Por otro lado, la orden de arresto emitida contra el presidente de la Federación Rusa Vladímir Putin y la funcionaria María Lvova-Belova, por el retiro de niños de la zona de conflicto en Ucrania, fue prácticamente un procedimiento “express”.

Los casos que contra Colombia y Venezuela ha mantenido la Fiscalía de la CPI es otra evidencia del doble rasero que priva en la institución y que demuestra al servicio de quien trabaja. El fiscal Khan hizo una visita en 2021 a estas dos Repúblicas sudamericanas y decidió descaradamente cerrar el expediente contra Colombia, estando documentadas cientos de masacres anuales de líderes campesinos, defensores de derechos humanos (DD. HH.), guerrilleros desmovilizados y habiéndose asesinado miles de colombianos comunes, haciéndolos pasar como guerrilleros (falsos positivos), para luego pasar por Venezuela y dejar abierto el caso por violación de los derechos humanos de los “guarimberos” detenidos en los actos de violencia callejera en el año 2017, en los cuales quemaron y asesinaron venezolanos por parecer pobres y “chavistas”. Es bien probable que la fiscalía y la propia CPI cedan también a las presiones de la derecha internacional para acusar al gobierno venezolano y al presidente electo Nicolás Maduro y otros dirigentes bolivarianos, por los menores de edad y otros sujetos detenidos por sus horrendos crímenes de odio, incluyendo asesinatos, sucedidos en los actos violentos propiciados por la oposición venezolana tras haber perdido las elecciones presidenciales del 28 de julio del presente año.

Para sellar sus tristes actuaciones, hace unas semanas el fiscal principal de la CPI, el ciudadano del Reino Unido, Karim Khan, apareció en el epicentro de un escándalo con una de sus subordinadas, de 30 años, quien le acusa de forzarla sexualmente, aprovechando su cargo de funcionario internacional. La grosería y abuso extremo de K. Khan se confirma al presionar a la mujer involucrada para obligarla a renunciar o retirar su carta de acusaciones que había enviado al presidente de la CPI.

La inoperancia e incompetencia de la CPI se reconfirma cuando voceros afirman que las conclusiones de la Comisión Especial Interna asignada para investigar el comportamiento y las acciones del fiscal Khan, revelan que la investigación “no llevó a ningún resultado concreto”1. De igual manera han habido investigaciones internas por corrupción y filtrado de información, lo cual también debiera ser investigado con mayor profundidad, seriedad y profesionalidad.

Después del genocidio en Palestina, la matanza en Líbano, el descuartizamiento de Siria, los ataques contra Irán, por solo nombrar los últimos sucesos en Asia occidental, queda en evidencia para quien trabajan la Secretaría General de las NN. UU., el alto comisionado de las NN. UU. para DD. HH., la Agencia Internacional de Energía Atómica, la CIJ, la CPI y muchos otros entes que muestran sin ninguna vergüenza su parcialidad y doble rasero permanente.

En tal situación los países miembros de la CPI y otras organizaciones de defensa de derechos humanos tienen todas las razones para reclamar la destitución del fiscal Khan como un burócrata internacional desacreditado, inmoral, incompetente y subordinado a los servicios de seguridad occidentales. Además la falta de confianza en la cúpula de la CPI socava de manera seria el prestigio y autoridad de la misma organización, quienes dictan órdenes a jefes de estado independientes y soberanos bajo el dictado de los anglosajones y sin ningún miramiento al derecho internacional y principios morales y éticos, lo que hará que cada vez más países denuncien su participación en estas organizaciones al servicio exclusivo de los intereses occidentales.

Nota:

1 .https://www.theguardian.com/law/2024/oct/27/icc-prosecutor-karim-khan-allegedly-tried-suppress-sexual-misconduct-claims

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