Muchas veces observar algunas curiosidades de un sistema económico puede ser más elocuente y clarificador de cómo es ese modelo que escuchar los principios ideológicos que lo inspiran. Algunas ellas quisiera exponerlas ahora. En nuestros sistemas de mercado existen dos discursos con función de paliativo social que están siendo muy explotados: el medioambiental y el […]
Muchas veces observar algunas curiosidades de un sistema económico puede ser más elocuente y clarificador de cómo es ese modelo que escuchar los principios ideológicos que lo inspiran. Algunas ellas quisiera exponerlas ahora. En nuestros sistemas de mercado existen dos discursos con función de paliativo social que están siendo muy explotados: el medioambiental y el de la solidaridad con los más desfavorecidos. Quizás descubrir estas anécdotas puede ayudarnos a comprender cuán hipócrita son esos discursos.
El pasado 10 de marzo, el escritor Felix de Azúa contaba en El País que había leído en el diario Tribune de Genève que durante los próximos cuatro años Ginebra iba a a importar 300.000 toneladas de basura de Italia. La razón es que el nivel de concienciación para el reciclado de los ginebrinos ha dejado sin trabajo a los tres inmensos hornos con capacidad para incinerar cera de 350 mil toneladas anuales, que la empresa pública puso en funcionamiento en 2001. La amenaza de cierre de uno de ellos dejaría sin trabajo a cincuenta operarios por lo que la solución será importar basura italiana, concretamente de la región de Campania. De modo que se transportarán las basuras a lo largo de toda la península itálica. Gracias a la conciencia ecológica de los suizos ahora se llevarán de viaje entre cuarenta y noventa mil toneladas de basura fresca por año, se subirán primero en tren desde la punta de la bota hasta la frontera suiza y luego en camiones hasta Ginebra. También descubro que la cosa no es nueva, llevaban años importando basura alemana con el mismo objetivo. De modo que ya tenemos en nombre de la protección medioambiental a trenes y camiones transportando toneladas de basura a lo largo de más de mil kilómetros.
Y sigamos con este anecdotario del modelo capitalista. El 14 de marzo, prácticamente todos los medios se hicieron eco de un decomiso policial en Algeciras de más de 230.000 artículos de ropa falsificada, con un precio en mercado de 200 millones de euros. En virtud de la lucha contra «competencia desleal y la protección al consumidor», resulta que toda esa ropa será destruida en lo que se supone es una campaña contra la falsificación y la piratería. Mientras las caritativas ong´s van por los países ricos apelando a la solidaridad y recogiendo la ropa usada para los empobrecidos del mundo, la policía quema la nueva.
Un poco más atrás en el tiempo, a finales del pasado año, encontramos otro ejemplo de derroche energético conviviendo con el discurso político de la lucha contra el calentamiento global. Se trata de una exposición de esculturas de hielo en Madrid que se abrió el 23 de noviembre y estuvo funcionando hasta el 7 de enero. Consistía en una carpa de 3.000 metros cuadrados que se hubo que mantener a ocho grados bajo cero, con bloques de hielo de hasta 2.000 kilos. Se tuvieron que traer 250 toneladas de hielo desde Bélgica mediante 12 trailers frigoríficos. Además «durante varios días unos enormes cañones formaron hasta 25.000 kilos de nieve para que los artistas pudieran modelar sus obras» que se convertirían en agua el 7 de enero.
En conclusión, vivimos en un mundo que transporta la basura durante mil kilómetros para poder quemarla, el hielo otros mil quinientos kilómetros para que luego se derrita, y la ropa la quema.