1.- Lecciones de la historia Roberto Perdía ha publicado un texto muy oportuno sobre cómo combatir el capitalismo y a la vez sobre cómo avanzar en la prefiguración del socialismo en la medida de lo posible teniendo en cuenta que nos hacen malvivir en una prisión a la que el capital llama «democracia». El libro, […]
1.- Lecciones de la historia
Roberto Perdía ha publicado un texto muy oportuno sobre cómo combatir el capitalismo y a la vez sobre cómo avanzar en la prefiguración del socialismo en la medida de lo posible teniendo en cuenta que nos hacen malvivir en una prisión a la que el capital llama «democracia». El libro, con un título que lo sugiere todo: Prisioneros de esta democracia (Argentina, agosto 2018) que con el Nº 1 inaugura la serie de Cuadernos de Formación de Resumen Latinoamericano, un paso fundamental conociendo el amplio espectro de colectivos y personas a las que llega este prestigioso medio digital que también se difunde en lengua inglesa.
La actualidad del libro y el acierto de Resumen Latinoamericano, son innegables: asistimos a lo que puede ser el reinicio de una nueva oleada de luchas en un capitalismo que ha generalizado las peores «formas democráticas» de explotación, y también lo ha hecho con las dictatoriales. La sublevación nacional catalana, ecuatoriana, haitiana…; la revuelta permanente de los chalecos amarillos; el resurgir de la lucha de clases en EEUU con formas y contenidos idénticos a los que también emergen en otros Estados; la recuperación popular en Nuestramérica y en varios países norteafricanos…, son solo algunos indicios del despertar del fantasma del comunismo.
Incluso en Euskal Herria, en donde aparentaba reinar esa «normalidad social» tan ansiada por el reformismo, vuelve la lucha de clases en sus formas clásicas y actuales. Roberto Perdía ofrece una alternativa contraria a aquella consigna de «sacar el conflicto de la calle, y llevarlo al parlamento»: organizar y expandir el conflicto en la calle mediante la recuperación de la territorialidad obrera y popular autoorganizada en comunas, para desde ellas y si se viera necesario, llevar el conflicto al parlamento, pero siempre supeditado a la lucha de clases. La reconstrucción del territorio social – «ganar la calle«- es uno de los secretos de la nueva oleada de luchas que vuelven a ulular como una bella sinfonía roja.
Ganar la calle exige autoorganizar el nuevo territorio material y simbólico en el que el pueblo obrero recrea su autoconciencia, sobre las cenizas del anterior que el capital destruyó con su contraofensiva mundial lanzada en los ’80 del siglo pasado. Si pudiéramos hacer ahora una síntesis de la historia de los movimientos revolucionarios desde finales del siglo XVIII, conectándolos con las luchas populares de las ciudades y comunas medievales desde el siglo XIV, y con toda la experiencia de las comunas precapitalistas, volveríamos a ver la importancia decisiva del territorio material y simbólico en el que la humanidad explotada se autoorganiza. Llamémosles comités, asambleas, anteiglesias, concejos, ayuntamientos, casas-grandes, comunas, consejos, soviets, repúblicas…, por debajo de esas diferencias fluye la vitalidad del territorio social en el que se autoorganiza el poder de los y las explotadas por la propiedad privada.
Resumen Latinoamericano ha sabido evaluar la dinámica de las contradicciones del capital para encargar a Roberto Perdía este N.º 1 de sus Cuadernos de Formación, mérito -que no acierto- que nos permite abrir un libro que la izquierda europea y en especial la de aquellos países responsables por su historia y por su presente de la sobre explotación de otros pueblos, debe leer con lupa autocrítica ya que viene a ser, por un lado, un compendio de las aportaciones de las fuerzas revolucionarias de Nuestramérica; y por otro lado una valiosa aportación creativa a los debates y a las prácticas que vuelven a escena tras el augurado fracaso del reformismo que se ocultaba debajo del pomposo nombre de «Socialismo del Siglo XXI»
No debemos estudiar esta obra por simple moda de solidaridad progre, al estilo de las Ongs bienintencionadas, porque para tan poco no hace falta rigor autocrítico ninguno. Necesitamos hacerlo porque la lucha entre el capital y el trabajo es una a nivel mundial, y aunque las distancias entre, por ejemplo, Euskal Herria y Argentina sean grandes, sin embargo, la burguesía vasco-española se enriquece ahora mismo gracias a que el euro imperialismo asegura la transferencia de valor entre ambos extremos, empobreciendo al de allí y enriqueciendo al de aquí.
O sea, a la lucha vasca también le afecta para bien o para mal según avancen o retrocedan las de nuestras hermanas y hermanos de clase argentinos. Por esto es necesario estudiar sus aportaciones teóricas porque descubriremos muchas prácticas comunes que surgen de esa unidad mundial básica que identifica a las clases explotadas. Ahora bien, lo primero que debemos evitar es el error del eurocentrismo, de creer que el resto del mundo debe seguir a pies juntillas los senderos que el proletariado occidental abrió y por los que transita mal que peor. Para evitar este error de consecuencias trágicas, hemos de estudiar la historia concreta de los pueblos machacados desde, al menos, la irrupción del colonialismo en la segunda mitad del siglo XV.
Roberto Perdía nos resumen los momentos decisivos en la formación de lo que ahora denominamos Argentina desde mediados del siglo XVI, resaltando la resistencia tenaz de los pueblos originarios y de sus formas comunales que se negaban a entregar sus tierras y culturas, sus identidades, a los invasores, recordando la rebelión andina de finales del siglo XVIII. Ahora mismo, cuando hemos seguido segundo a segundo la enésima sublevación del pueblo de Ecuador contra el imperialismo, el FMI y sus lacayos, vemos la continuidad profunda de las resistencias contra el «genocidio constituyente» -feliz expresión que el autor retoma- como la base de la Argentina actual que fue tomando cuerpo gracias a traiciones sucesivas de las oligarquías criollas que defraudaron los deseos populares de 1810 de una independencia plena no sólo de España sino de otras potencias, fundamentalmente de Gran Bretaña.
En el Congreso de Tucumán de 1816 se analizó crear un poder incaico con capital en Cuzco, posibilitando una amplia tierra liberada con el nombre de Provincias Unidas de Sud América. De haber triunfado este proyecto revolucionario, el destino de Sud América y probablemente de toda Nuestramérica hubiera sido muy diferente. Pero las clases ricas regionales buscaban sus propios y exclusivos Estados, provocando luchas fratricidas instigadas también por potencias extranjeras. La constitución de 1853 fue el resultado de aquellos cambalaches de las clases ricas, porque:
«Más allá de la libertad para usar el puerto, los representantes de esos mismos sectores no tenían mayor interés en cambiar las condiciones sociales y económicas existentes. Minimizaron la participación protagónica de los sectores populares. Los indígenas, los negros y los criollos pobres sembraron con su sangre los territorios nuestro-americanos para que aquellos comerciantes realizaran sus intereses» (p. 36)
La exposición de las lecciones de la historia no se limita sólo a la Argentina. Hemos visto cómo el autor citaba la gran rebelión andina dirigida por Condorcanqui de 1780. También nos recuerda la revolución haitiana iniciada en 1791, que en 1805 aprobó la Constitución más radical hasta el momento, y que en 1825 el colonialismo francés llevó 25 barcos de guerra a Haití, para obligarles a pagar una «reparación» por las pérdidas francesas, antigua potencia ocupante: hasta 1883 el pueblo de Haití estuvo pagando el «precio» de su libertad. Cita el Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826 en el que Bolívar había puesto tantas esperanzas, y que fue boicoteado por Estados Unidos, Gran Bretaña…, y por las burguesías latinoamericanas que ya entonces les obedecían. Y el autor escribe: «Al regreso de sus delegados, Bolívar les pregunta: ¿Tenemos gobierno y ejército únicos? Ante su respuesta negativa, murmuró: ¡Hemos fracasado!» (p. 36)
Varias veces, Roberto Perdía insiste en que fueron aquellas derrotas de los proyectos contrarios a las potencias colonialistas las que impusieron el contenido dependiente del capitalismo de Nuestramérica: «Es por ello que conquista, colonia, independencia, inmigración, población y cultura nativa no son un pasado ya superado de nuestra historia. En su desarrollo dialéctico forman parte de un presente que no ha sido capaz de sintetizarlas asumiendo el rol que tuvo cada una de ellas. Esta es otra de las características de este estado-nación. En él se expresan estas limitaciones del pasado que influyen en nuestra menguada independencia nacional, en el casi inexistente respeto de los pueblos nativos y en la crisis e inviabilidad de sus instituciones actuales» (p. 37)
2.- Crítica del posibilismo
Estas son los condicionantes sociohistóricos que debemos tener en cuenta para entender lo que se plantea en el libro. Por ejemplo, los efectos de la crisis sistémica, civilizatoria, que mina al capitalismo tienen una dureza concreta con el pueblo obrero de Argentina precisamente por los condicionantes vistos. La crítica que se hace de la democracia burguesa es implacable, y durante esa crítica vamos viendo cómo podemos aprender de la experiencia argentina a pesar de las enormes diferencias sociohistóricas arriba apuntadas, porque Roberto Perdía resalta una característica de la democracia burguesa común a Argentina y a Euskal Herria: las promesas que hacen los partidos electoralistas y que lo más probable es que no sean cumplidas, que queden en promesas o peor aún, en mentiras dichas para engañar a incautos. El autor hace muy bien utilizando un ejemplo crudo: «el cínico reconocimiento de Carlos Menem: «Si hubiese dicho lo que iba a hacer, nadie me hubiese votado»» (p. 59). Hay que recordar que Carlos Menem fue presidente de Argentina entre 1989 y 1999, aplicando políticas de austericidas que empobrecieron al pueblo y enriquecieron a una burguesía corrupta.
La democracia burguesa se sostiene en buena medida sobre la mentira y la manipulación, también en Argentina y en Euskal Herria. Solamente la izquierda revolucionaria dice lo que piensa hacer en el parlamento si es que ha decidido ir a ese instrumento del capital, y si puede decirlo abiertamente sin sufrir represión. La sociología electoral, el mercado del voto, la tele política y la manipulación psicológica de masas conocen a grandes rasgos el precio medio del voto convenientemente «trabajado» por la industria del control social de masas que sabe buscar en el big data lo que necesita. Roberto Perdía, en base a los más recientes estudios al respecto, nos advierte de que:
«Según recientes investigaciones realizadas en la Universidad de Cambridge, con 100 «likes» se puede conocer la personalidad, la orientación sexual, el origen étnico, la opinión política, la religión, grado de inteligencia, consumo de drogas y constitución familiar de una persona. Con 150 «me gusta», mediante un algoritmo, se podría conocer y predecir el comportamiento de una persona mucho mejor de lo que puede hacerlo su pareja. Con 250 «likes» de Facebook, ni el propio interesado sabe lo que la estructura informática puede conocer de dicha persona» (p.71).
La manipulación psicopolítica tiene instrumentos desconocidos hace treinta años que permiten a las fuerzas burguesas más poderosas guiar parte de la irracionalidad de la estructura psíquica colectiva hacia el fortalecimiento del sistema. ¿Quiere esto decir que la izquierda ha de renunciar para siempre a la intervención electoral como parte supeditada a la estrategia revolucionaria? Una demostración de la validez del texto de Roberto Perdía la encontramos casi al final cuando desarrolla tres reflexiones sobre la idoneidad o no de luchar dentro de la democracia burguesa. Ahora debemos esperar porque para comprender la profundidad de los tres puntos, antes debemos seguir la lógica que los sostiene. Y una primera e inexcusable medida que debemos realizar, es el rechazo explícito del «posibilismo«:
«Los cultores de dicho posibilismo se reivindican pragmáticos y realistas, que «hacen lo que se puede…». De un modo irónico, cínico y resignado, esa idea se ha instalado en la calle bajo la expresión: «Es lo que hay». Cargados de lúdicos diagnósticos de la realidad, siempre eligen «el mal menor…». Guiados por esos principios, terminan siendo lógicos reproductores del sistema que cuestionan y critican, Carentes de una verdadera autocrítica, no ponen en duda sus pensamientos; y sólo esperan enancarse en la lógica resistencia de los pueblos para reiterar -una vez más- ese inconducente «posibilismo»» (p. 75).
El reformismo, el posibilismo y el pragmatismo son tres corrientes políticas que surgieron a finales del siglo XIX en Alemania, Francia y EEUU, y que con el tiempo han confluido en una sola. Después, al calor de las órdenes y de las ofertas de la industria cultural, la casta intelectual ha multiplicado las ofertas: ya sabemos en qué han quedado tantas promesas de lograr definitivamente la «hegemonía de los nuevos sujetos sociales» para transformar la realidad sin lucha revolucionaria. El autor ha resumido en nueve puntos las constantes del posibilismo argentino, en la pág. 76; pensamos que aprenderemos mucho si las adaptamos a Euskal Herria:
Primera: «El no cuestionar realmente los mecanismos de explotación capitalista vigente, es una parte vital de la matriz de ese pensamiento en materia económica; y una de las razones de su fracaso, que termina consolidando el saqueo de nuestra riqueza y la explotación de los trabajadores«. El reformismo posibilista y pragmático quiere aumentar votos y escaños, y hablar de la dureza de la explotación asalariada o no asalariada pero imprescindible para la burguesía, puede espantarlos; la solución es sermonear sobre democracia, derecho, justicia… de manera abstracta y polisémica para fascinar a sectores de la pequeña y hasta mediana burguesía; la lucha sistemática en fábricas, escuelas, servicios, barrios, etc., contra todas las explotaciones concretas en las que se materializa la unidad y lucha de contrarios entre el capital y el trabajo, cuando se realiza, es abandonada en manos del sindicato y de las organizaciones secundarias, y nunca llevada a las instituciones, al parlamento… para no asustar al voto potencial.
Segunda: «El estractivismo y el consumismo son dos aspectos inseparables de su proceder político-económico«. Una de las fuentes de la acumulación originaria de capital en Euskal Herria fue el estractivismo de mineral de hierro entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. Ahora ha vuelto otro «estractivismo»: el de la fuerza de trabajo cualificada que tiene que buscar explotadores en el extranjero que les den más salario porque los de la burguesía vasco-española son una miseria. La ideología consumista no combatida por el reformismo, refuerza la alienación de esos jóvenes que en vez de luchar en y por su pueblo y clase, se escapan buscando un explotador «más justo», pero sin integrarse en la lucha de clases del pueblo que los recibe.
Tercera: «La concentración y extranjerización económica y los privilegios del capital financiero, fueron efecto de sus políticas«. En la Euskal Herria peninsular la izquierda vasca fue el centro motor de la resistencia al capital financiero y a la desindustrialización que éste exigía. Ahora lo es también en muchas explotaciones concretas sin olvidar las aportaciones de grupos de izquierda estatal; pero el nuevo reformismo electoralista ha abandonado la estrategia independentista y socialista que daba perspectiva histórica y coherencia programática a todas las expresiones concretas de resistencia precisamente cuando la nueva crisis mundial exige una decidida praxis concienciadora.
Cuarta: «Un cierto fetichismo del Estado lleva a considerarlo como el factor prácticamente excluyente de los cambios a producir«. La destrucción del Estado del capital es una exigencia ineludible, simultánea a la construcción de un poder obrero y popular transitorio basado en la democracia socialista, Comuna lo llamaron Marx y Engels desde 1871. Las naciones oprimidas, interesadamente neutralizadas como «naciones sin Estado», tenemos la urgente necesidad de construir nuestra Comuna como único recurso para avanzar al socialismo.
Quinta: «Como legítimos herederos del pensamiento de la modernidad eurocéntrica, consideran a las ideas de «progreso» y «desarrollo» (fundado en los datos de sobre «crecimiento económico») como claves de la sociedad y de la vida humana«. El pueblo trabajador vasco llevó hasta mediados de la década de 1980 una titánica lucha contra el plan de instalar cuatro centrales nucleares en un área de 17.234 km2, bajo control español. De haber triunfado el plan, entonces sería la zona más nuclearizada del mundo, teniendo en cuenta que a muy pocos km funcionaba la central de Garoña. La ideología del «progreso» y del «desarrollo» legitimaba tamaña barbaridad hecha fracasar por el pueblo. Aquella larga lección ha dejado una conciencia ecologista práctica apreciable en muchos comportamientos sociales, pero el paso a la retaguardia del independentismo socialista, perdiendo vigencia actual, más la presión casi aplastante de las nuevas formas capitalistas, así como otros factores, favorecen la recuperación del desarrollismo.
Sexta: «El tema de la corrupción por parte de algunos dirigentes progresistas, hábilmente manejado desde ese gran corruptor que es el sistema capitalista y sus personeros, es un acto de traición a lo que dicen representar y proclaman querer realizar«. En la Euskal Herria bajo dominación española, el eufemismo denominado «transición democrática» desde la dictadura militar a la monarquía impuesta por los militares, logró que centenares de «progresistas» e incluso luchadores antifranquistas se convirtieran en poco tiempo en defensores de esa monarquía militar al ser cooptados como funcionarios, trabajadores públicos, etc., de las nuevas instituciones regionales que el capital necesitaba urgentemente para aparentar el cambio. Las abundantes corrupciones clásicas ocultaron esa degradación corrupta de la progresía que se integró con buenos sueldos en la «democracia» impuesta olvidándose de la democracia real. Ahora mismo, una de las causas de la profunda crisis política en el Estado español nace de la alta corrupción que pudre a la política oficial y a la gran burguesía, y de la pequeña corrupción de los nuevos reformismos y grupos de extrema derecha capaces de todo con tal de sentarse en un sillón.
Séptima: «También nos meteremos en la frustración que deja este modo de pensar y actuar en las cuestiones político-institucionales, con una democracia representativa alejada del pueblo, sus aspiraciones y necesidades«. A grandes rasgos, en Euskal Herria sur, ha habido tres momentos de frustración: uno, cuando el reformismo se arrodilló ante la monarquía impuesta por la dictadura, legitimándola, lo que hizo que cientos de antifranquistas, socialistas y comunistas se hundieran en el desconcierto y otros se corrompieran, como hemos visto arriba. Otro, cuando una parte de la izquierda abertzale se descompuso desde la segunda mitad de la década de 1980 y sectores se integraron en el aparato de Estado, desplome paralelo al de grupos menores de izquierda revolucionaria. Y el tercero, la que han padecido cientos de militantes al imponerse la «nueva estrategia». En las tres frustraciones se descubre la quiebra del referente político estratégico que guiaba a sus militancias y que vieron cómo la nueva política se acomodaba a la «democracia representativa».
Octava: «Su paso deja el saldo de una débil y auténtica organización y protagonismo del pueblo. Ello impide el despliegue de sus potencialidades y olvida aquél viejo principio de que ¡Sólo el pueblo salvará al pueblo!«. En todas partes sucede lo mismo: cuando la organización o partido referencial se hunde, gira al centro, parte de su militancia queda perpleja, desconcertada…y con frecuencia desiste y abandona la militancia. Según sea la historia, memoria, conciencia y contexto, se tardará un tiempo para que la lucha vuelva a los niveles anteriores.
Novena: «Tampoco debemos eludir la consideración del abismo que media entre su discurso cargado de «buenas intenciones», junto a una práctica que termina por reproducir el sistema imperante«. No hace falta que nos extendamos en las «buenas intenciones» del posibilismo que promete de todo en la campaña electoral, pero que se olvida de lo prometido a los pocos días, intentando mantener o recuperar la confianza del electorado prometiéndole nuevas maravillas.
Vemos cómo son aplicables en lo esencial a Euskal Herria las nueve características del progresismo posibilista argentino, y con diversas precisiones lo son también para Occidente siempre y cuando hablemos de izquierda revolucionaria. Un estudio más sutil y concreto debemos hacer cuando el autor, Roberto Perdía, se detiene en los logros democráticos de Cuba, Bolivia, Venezuela, Argentina en 1945-55, y la primera Constitución de la provincia del Chaco de1951, que no podemos siquiera sintetizar en su quintaesencia porque nos llevaría demasiado tiempo al tener que analizar las diferencias cualitativas de todos ellos con Euskal Herria: nos dividen y oprimen dos Estados que nos trocean en tres territorios con muy distintas administraciones con leyes, sistemas contables, educativos, administrativos, etc., muy diferentes; las leyes que nos imponen están pensadas para impedir toda centralidad nacional; no tenemos representatividad internacional alguna, etc.…, mientras que Cuba, Bolivia, Venezuela y Argentina ya eran Estados independientes antes de esas valiosas experiencias.
3.- Construir territorio comunal
Para los pueblos oprimidos que debemos destruir el Estado ocupante y crear un poder comunal cualitativamente diferente, Roberto Perdía hace aportaciones vitales sobre la territorialidad del poder comunal, sobre el anclaje de la autoorganización en un territorio que la clase trabajadora quiere liberar. La raigambre en el territorio es decisiva porque es uno de los mejores marcadores del avance, estancamiento o retroceso de la lucha popular. Un pequeño centro social de barrio, una cooperativa de producción y consumo, una asamblea vecinal, una asociación de cultura relacionada con alguna o algunas asambleas de taller o fábrica, un radiotelevisión local autogestionada, un colectivo de educación sexual, una gimnasio de autodefensa anti patriarcal y antirracista, una universidad popular conectada con algún centro educativo oficial…, son primeros avances en la autoorganización que pueden dar contenido y forma a lo que supone la comuna:
«La Comuna supone un tipo de organización que va más allá de las propuestas para una reforma estatal, de raíz eurocéntrica, que el progresismo viene formulando […] lo estratégico es la organización del pueblo, y lo que se propone en su organización en esta perspectiva comunal. Pensar el futuro desde la lógica de las comunas, es hacerlo teniendo en vista la comunidad, y no el mercado. Para hacerlo realidad, además de la voluntad explícita puesta en esa dirección, se requiere un largo tiempo de lucha y organización […] La construcción de la comuna adquirirá peso reivindicativo y dimensión política, en la medida en que se logra avanzar en la territorialización de las luchas sociales» (pp. 118-119)
Territorializar una lucha social quiere decir conectarla con otros grupos que también actúan en ese espacio urbano, en la vida en el barrio popular, etc.; en suma, el espacio productivo-reproductivo inmediato en el que se libran esos y otros conflictos, en síntesis: «dominar la calle» en sentido general, que es el espacio decisivo en el que se deciden los primeros momentos de la victoria de la rebelión contra la tiranía. Por territorio comunal debemos entender aquellas zonas en las que la autoorganización de colectivos ha permitido y a la vez exige su autogestión directa, de base y horizontal para que esa autoorganización se expanda. Un colectivo o red de grupos que no se autogestione, que no se gestione desde su interior y según su proyecto estratégico, está condenado a la desaparición o a la integración en el sistema al que dice combatir.
Al fin y al cabo, gestionarse así mismo es y exige el ejercicio de la autodeterminación, de decidir sin injerencias ni condicionantes externos, qué se quiere hacer y cómo hacerlo. Pero más temprano que tarde se demuestra que un territorio social autoorganizado, autogestionado y autodeterminado no sirve de nada cuando se desahucian viviendas, se cierran locales liberados, el poder impone la gentrificación y la policía permite la droga y la delincuencia mafiosas pero reprime a la juventud y a colectivos sociales, el terror patriarcal prolifera a falta de medidas en contra, las empresas destrozan la ecología urbana, el poder municipal rechaza toda propuesta vecinal exigiendo servicios y espacios públicos, …Ante estos y otros ataques del capital, el territorio popular empieza a descomponerse por falta de autodefensa.
Llegados a este punto, Roberto Perdía hace muy bien en advertirnos sobre la trampa que se esconde debajo de la inmensa mayoría de las medidas burguesas, sean reaccionarias o reformistas, contra el empobrecimiento inherente al capitalismo. La territorialización comunal puede detenerse y retroceder hasta su extinción si el poder lograr imponer la trampa de las «ayudas contra la pobreza». Muchos organismos del capital, la ONU, el Estado, oficinas públicas, grandes bancos y empresas, grupos religiosos, etc., actúan «contra la pobreza» desde el asistencialismo más neutro que no ataca la causa: el capital. Nos parece muy pertinente la crítica del autor al Ingreso Ciudadano Universal, y a su variante el «ingreso universal» a todos los «ciudadanos», como «soluciones» que no solucionan nada y desarman la conciencia del proletariado. También tiene razón el autor cuando insiste en que el rechazo a estos métodos de cooptación no implica la absoluta negativa a utilizar críticamente los sistemas asistenciales del Estado y otras instituciones burguesas: se trata de un uso crítico destinado a impulsar la estrategia de doble poder, del «poder dual»:
«De todos modos, la ideas que formulamos no niegan el aprovechamiento de estas políticas asistencialistas por parte del actual Estado. Por el contrario, se propone crear alternativas que le arranquen todas las concesiones posibles a este sistema estatal, mientras va construyendo otra modalidad de vínculos entre las personas y de éstas con la naturaleza, su pachamama.
El sujeto, el más dinámico territorialmente hablando, es en realidad un sujeto histórico en transición que, en la medida que vaya organizando al pueblo de un determinado territorio, irá adquiriendo significación política y capacidad de trasmitir su experiencia a otros sectores.
Por eso, la idea comunal no se agota en el territorio de los actuales desposeídos; es una propuesta que se extiende hacia la perspectiva de construir las ciudades comunales, y el propio estado comunal.
Eso, que podemos denominar la construcción de un poder dual, se inscribe en lo que podemos denominar su vocación de poder. Desde el vamos a poner en ejercicio la voluntad de gobernar y legislar sobre un determinado espacio físico; y más allá que no cuente con la institucionalidad estatal, va tensionando hacia la construcción de su propia institucionalidad. Eso es la acumulación constituyente, o construcción del poder popular» (pp.123-124).
La territorialización del poder popular aumenta en la medida en que más y más grupos, colectivos y movimientos pertenecientes al pueblo obrero se integran en el «Bloque de Poder» que, como su propio nombre indica, se autodefine como una fuerza que construye poder popular a la vez que destruye poder burgués, es decir, que pone en el centro la famosa «cuestión del poder». Vemos que existe un abismo entre las inquietudes de la progresía occidental por la «democracia» y la dirección directa del «bloque del poder» hacia la llave de la libertad: el poder comunal. O si queremos decirlo más crudamente: la democracia abstracta y hueca contra el poder de la clase trabajadora, y más en concreto, el poder de la mujer trabajadora dentro del poder del pueblo obrero. Roberto Perdía dedica cuatro páginas (pp. 124-127) a la cuestión del poder sociopolítico de la mujer trabajadora y a la urgencia de unir el mundo de la reproducción con el de la producción:
«Si logramos fundir ambas cuestiones en torno a la idea de la reproducción de la vida y la búsqueda de la felicidad, en lugar del poder y del dinero, es probable que estemos alumbrando un mundo mejor, con un feminismo popular que haga que el nuevo poder esté determinado por una mirada femenina […] Las organizaciones sociales y el poder popular, por medio de las Comunas, pueden ser los lugares de prueba donde estas cuestiones muestren, con el paso del tiempo, sus primeros y más efectivos logros. Esto es parte de la revolución cotidiana que, aspiramos, se pueda poner en marcha» (p. 127).
El «bloque de poder» avanzará en la medida en que se extienda, por un lado, la revolución cotidiana por entre los entresijos de la dominación patriarco-burguesa, carcomiéndola en sus raíces; y, por otro lado, aumente el poder de base de los grupos militantes en su avance territorial:
«En este sentido no se propone la idea tradicional de una «zona liberada», tal como se lo entiende en la lucha guerrillera de tipo rural. Aquí se propone otro tipo de mecanismo: se trata de construir «zonas políticamente autónomas», donde el poder popular esté radicado en la propia expresión del pueblo territorialmente organizado, para sus acciones en materia de producción, salud, educación, vivienda y la necesaria autodefensa de sus derechos e instituciones.
En definitiva, se trata de la puesta en práctica del sistema de doble poder. Uno, el construido actualmente vigente; otro, el constituyente, asentado en el pueblo que va organizando un nuevo sistema institucional que le permita atender sus necesidades cotidianas.
Esta construcción no supone negar los vínculos con otro tipo de organizaciones por reivindicaciones sectoriales, que pueden llegar a abarcar todo el territorio nacional (agua, medio ambiente, minería, bosques, glaciares, defensa de los pueblos originarios), ni tampoco con estrategias que tengan por objetivo la organización y respuesta de la población frente al sistema opresor (frentes sociales y políticos, huelgas, procesos insurreccionales).
Aquí se hará referencia a lo que ocurre en el territorio local, los municipios y la organización barrial, donde -hoy- nos interesa desarrollar las categorías de ese Bloque de Poder para la construcción del poder comunal.
Es aquí donde destacamos la organización de los desocupados, los trabajadores en «negro», los del trabajo informal. En esta construcción se hará visible lo que tenemos dicho sobre el rol significativo de la mujer. Todos estos sectores, prácticamente excluidos del actual sistema, pueden constituirse -como trabajadores de la economía popular- en el sujeto social más dinámico del territorio local» (pp. 129-130).
Nadie debe creer que el poder comunal es un movimiento exclusivo de los sectores de la economía sumergida e informal, de las y los trabajadores desempleados. No: «Además de los sectores ya descriptos, ese Bloque de Poder -que también es un poder de clase- supone la participación de los trabajadores organizados en el mismo territorio (sindicatos, comisiones internas, cuerpos de delegados, agrupaciones)». (p. 130) Como poder de la clase trabajadora, la comuna adquiere un contenido revolucionario antagónico con el Estado burgués, y con sus instituciones, contradicción que se agudizará en la medida en que el Bloque de Poder integre tanto a pequeños comerciantes, profesiones liberales, etc., con las precauciones que ello exige conociendo el comportamiento histórico de estos «sectores medios», y a los pueblos originarios, a las naciones oprimidas.
Roberto Perdía se cuida muy mucho en caer en el error del espontaneísmo que niega la necesidad de la dialéctica entre organización revolucionaria y autoorganización popular:
«Es por ello que, de ninguna manera, se puede escindir ese poder local de la perspectiva general. Eso demanda una plataforma común, una organización de tipo revolucionario, donde se articulen las perspectivas locales no sólo entre sí, sino junto a otros mecanismos de lucha y organización que lo hagan participativo de una transformación nacional y regional. De ahí que esa construcción territorial no sólo no sea opuesta, sino que puede transformarse en principal animadora de otras formas de lucha anti-sistema […] La cuestión es organizar en el territorio local el antagonismo social y político contra el actual modelo y sus lacras, que caracterizan a la sociedad de clases del capitalismo. […] Se trata de un modelo de construcción diferenciado del autonomismo esencialista o de un progresismo reformista. Se trata de ir prefigurando el futuro en la construcción cotidiana. […] El Che planteaba que en la construcción del Poder Popular, era necesario desarrollar los «gérmenes de socialismo» que están presentes en el pueblo, atendiendo a las expectativas del mismo» (p. 133).
4.- Resumen
Las aportaciones de Roberto Perdía dan un salto adelante después de lo anterior, que es mucho, lanzándonos once características muy sintéticas que recorren las experiencias del Poder Popular llevadas a su nivel teórico:
Una: «Se trata de la organización de sectores populares«. Las dos clases fundamentales del capitalismo son la burguesía y el proletariado; pero existen también la mediana y pequeña burguesía, las mal llamadas «clases medias», el campesinado, etc. Cada clase o fracción de clase se muestra de forma muy diferente según la historia de sus sociedades concretas, complejidad que se multiplica al existir la opresión patriarco-burguesa y la nacional; pero siempre existe una unidad y lucha de contrarios entre el capital y el trabajo en lo universal. Para abarcar esta diversidad de formas en las que se presenta y actúa la clase proletaria, se han creado conceptos flexibles y abarcadores -sectores populares, pueblo obrero, pueblo trabajador, nación trabajadora, masas populares, etc.- que deben ser entendidos en su específica lucha sociohistórica, pero que a pesar de eso siempre nos remiten a ese antagonismo mundial. Por esto, las comunas integran la rica complejidad de los «sectores populares», al igual que los soviets y los consejos conectados en el territorio integran las múltiples formas de lucha de clases entre el trabajo y el capital.
Dos: «Que lo hacen en función de sus variadas reivindicaciones de todo tipo«. Es la interrelacionada multiplicidad de las explotaciones, opresiones y dominaciones que sufren las muchas formas en las que se presenta en concreto la humanidad trabajadora, la que explica las «variadas reivindicaciones de todo tipo» que objetivamente tienden a coordinarse en los territorios en los que actúan las comunas, consejos, soviets, asambleas, comités, etc. Inicialmente, son relaciones puntuales, tácticas y circunscritas a la lucha particular; pero con la concienciación que da la experiencia y la teoría, se avanza hacia una coordinación estratégica, que es la verdaderamente teme el Estado. «Casualmente» una de las características del reformismo es negarse a impulsar esa unidad estratégica que respeta la autonomía de las luchas, boicoteándola o rompiéndola, e incomunicando totalmente cada lucha de las demás, para así llevarla al redil burgués.
Tres: «Que constituyen sus derechos confrontando con el poder constituido«. Es la práctica la que enseña qué es el derecho concreto que se plasma en el derecho y la justicia popular como antesala del futuro derecho socialista. Por ejemplo, el derecho popular de señalar en la calle, públicamente, a violadores, racistas, fascistas, corruptos, explotadores, etc.; este derecho concreto del pueblo es justo lo contrario del derecho burgués a la mentira que ejerce a diario con su prensa y sus medios de alienación. El derecho al aborto libre y gratuito, a la educación, sanidad, transporte, infraestructuras…, sólo se descubren en su materialidad cuando se lucha por ellos. La burguesía siempre intenta falsificar o borrar la historia que enseña que los derechos concretos sólo se han conseguido con la intervención rectora del pueblo trabajador, asustando así al capital y obligándole a ceder, Por esto es tan importante que la comuna mantenga actualizada la memoria histórica y la teoría revolucionaria.
Cuatro: «Que construyen de un modo autónomo, respecto al poder estatal de su marco territorial; esto no significa ignorar al Estado, sino mantener la autonomía en medio de esa tensión permanente«. El proceso que va de la autoorganización a la autodefensa, que transita por la autogestión y la autodeterminación, se desarrolla fuera del control del Estado, aunque como ya se ha dicho intentando utilizar todo aquello que pueda ser utilizado para reforzar la comuna. Siempre hay que dudar de cualquier promesa estatal porque siempre tiene la intención de dividir y desanimar para, una vez logrado, atacar con más fuerza hasta destruir los derechos conquistados.
Cinco: «Que en ese territorio van construyendo expresiones de un poder dual respecto al propio poder estatal constituido«. Un pequeño colectivo barrial organiza algunas denuncias que tienen éxito: se forma un contrapoder local con capacidades reducidas. Con menos errores que aciertos, amplía su implante territorial y sus razones, ayudando a crear un movimiento que empieza a ser una autoorganización comunal. Surge un problema grave: una transnacional quiere convertir un terreno en su vertedero de residuos en donde la comuna tenía pensado crear un centro social multiuso: surge una crisis de poder dual, o de doble poder en una cuestión decisiva para la comuna, pero también para la gran empresa. El centro social es imprescindible para vencer a la droga y a la incultura, para hacer reuniones, para todo…En fases de ascenso popular, la creación de contrapoderes es frecuente según la relación de fuerzas, pero pocos de ellos logran confluir en un potente movimiento estructurado de poder dual, que tal vez pueda llegar a ser la antesala de la revolución.
Seis: «Que ese poder dual va creciendo en varios sentidos: articulando diversos intereses reivindicativos (salud, educación, vivienda, producción, entre otros) y avanzado políticamente sobre el poder estatal de dicho territorio, sin negar la posibilidad de llegar a construir sistemas de seguridad o autodefensa propios que pongan freno al monopolio de la violencia estatal o paraestatal«. La posibilidad de crear autodefensa se convierte en necesidad desde el momento en el que la burguesía se percata del peligro real de los iniciales contrapoderes. La violencia estatal dosifica sus represiones en estos primeros momentos, pero es muy frecuente que lance la violencia paraestatal, los matones de la patronal, el neofascismo y el fascismo, los grupos paramilitares… todos ellos controlados por el Estado. Son muchas las formas de autodefensa: pacífica, no violenta, desobediencia civil y boicoteo pasivo, utilización de la legalidad, movilizaciones de masas, etc.… pero su efectividad última, en el momento decisivo, depende tanto de cómo estén insertas en una estrategia que interrelaciona todas las formas de autodefensa, y de cómo el poder dual esté organizado y decidido a llevar hasta el final su autodefensa total en la situación extrema.
Siete: «En esa construcción es donde las compañeras han demostrado su capacidad de participación protagónica, que habrá que incentivar y asegurarle que no se obture su presencia en los niveles de dirección«. Las mujeres trabajadoras han sido y son muchas veces las personas que fuerzan con sus iniciativas que las resistencias den un salto cualitativo hacia adelante, abriendo la nueva y más radical fase de lucha ofensiva; también han sido las que frecuentemente han asumido los sitios defensivos más peligrosos. No hace falta decir que, además, su tarea interna en las huelgas, en los movimientos, en las marchas populares, etc., es decisiva. Pero la historia la escriben los hombres, sobre todo los académicos de derechas, y eso se nota en el momento de conocerse el protagonismo de las mujeres trabajadoras.
Ocho: «Los excluidos del sistema, los asalariados y trabajadores de todo tipo son sus componentes sociales básicos, porque son ellos los que tienen la posibilidad de cuestionar la reproducción del actual sistema«. Como hemos dicho arriba, la diversidad múltiple en las que se expresa la humanidad explotada por el capital, al final de su análisis nos remite siempre a la clase esencial, el proletariado, que es el componente social básico del poder comunal en su avance a Estado comunal, según lo define Roberto Perdía. Esta precisión es crucial porque sin ella caemos en los muchos reformismos que aseguran, por un lado, que «el proletariado ha muerto» sustituido por los muy diferentes entre sí «nuevos sujetos sociales», con lo que desaparece la lucha de clases; y, por otro lado, aseguran que por ello mismo es imposible desarrollar la propuesta novena que hace el autor:
Nueve: «Para asegurar la continuidad de esta perspectiva de acumulación, su construcción no debe ser ajena a la tríada: producción, distribución, consumo (de la producción para el mercado a la producción para la comunidad)». Una crisis particular de doble poder, de poder dual, siempre es corta porque o vence el proletariado o el proletariado es vencido. Para multiplicar las fuerzas de los sectores populares que siguen a la clase obrera, se ha confirmado que ésta ha de hacerse dueña del circuito entero que empieza en la producción y acaba no en la ampliación del beneficio capitalista, sino en el consumo comunal, que decide qué parte de lo producido vuelve a la producción para mejorar aún más las condiciones de vida del pueblo. Este dilema siempre surge en las cooperativas, en las fábricas recuperadas, en cualquier comuna que quiera ser una «isla socialista en un creciente archipiélago de islas socialistas». Lo tiene muy difícil porque se enfrentan sin apenas poder sociopolítico a la raíz del capitalismo: producir bienes, valores de uso, sin propiedad privada y sin mercancía, aunque sea a muy poca escala: pero hasta ese pequeño embrión es un peligro inaceptable para la burguesía.
Diez: «Otras cuestiones que no podrán faltar a la hora de articular los intereses comunes en el territorio, están vinculados a: La apropiación popular del sistema de salud; las políticas en materia de salud; hábitat y vivienda; en la realización de las políticas de género y juventud; en la recuperación del territorio de manos del narcotráfico; en el desarrollo de las necesidades de autodefensas«. No creamos que son necesidades exclusivas del mal llamado «tercer mundo»: la devastación social generalizada la está llevando a primer orden en el imperialismo, en donde el empobrecimiento ya es admitido como estructural y creciente. La muy reaccionaria Academia Sueca ha dado los Nobel de economía a tres técnicos en caridad y asistencialismo de limosnas a los «pobres», para aparentar que el capitalismo puede mejorar el drama de varios miles de millones de personas en el mundo.
Once: «Por último, cómo vincular la edificación del poder comunal y su relación con el municipio y las elecciones locales«. Sobre esta cuestión tan debatida siempre, el autor nos propone las exigencias mínimas para lograr una participación electoral eficaz partiendo de la experiencia argentina y latinoamericana en buena medida:
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«Cuando existe una fuerza social suficientemente desarrollada social, política e ideológicamente, para comprender el rol de esa participación en el espacio geográfico (municipio, departamento, provincia, nación), en el que se da esa competencia. En este caso, colocamos la importancia del poder social acumulado como una cuestión básica para determinar si hay condiciones para la participación electoral. Pero, además, resulta necesario que esa fuerza esté política ideológicamente preparada para dar ese paso. No son pocos los ejemplos históricos de fuerzas que dilapidaron su caudal de representación social y política en aras de una participación donde terminaron diluyéndose y entregando cuadros para terminar, ese acto, consolidando la continuidad de lo que decían combatir.
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Dado que es muy común que esa participación se de en el marco de un frente, alianza o coalición electoral, habrá que asegurarse que la misma no tenga posiciones antagónicas con nuestro proyecto y nos permita una participación protagónica, que respete la fuerza que se representa y la posibilidad de expresar la matriz de ese pensamiento revolucionario. Ello supone dos temas, que habrá que medir en cada caso. En primer lugar, que la campaña electoral pueda ser un período de acumulación de fuerzas que, por guardar coherencia con nuestro pensamiento, permita sostenerse más allá del acercamiento propio de la campaña electoral, que suele dispersarse terminado el acto electoral. El segundo aspecto tiene que ver con la posibilidad de conseguir algún nivel de representación, en ese caso de asegurarse la posibilidad que la misma tenga la posibilidad de expresar los intereses construidos socialmente.
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Otra posibilidad de participación aparece como conveniente o necesaria cuando las elecciones no son más que la «escribanía» que institucionaliza el poder social y político alcanzado. Dos típicos ejemplos históricos de esta actuación son, en el nivel nacional, las elecciones que colocaron al gobierno de Héctor Cámpora en 1973, y en Nuestra América el caso de Hugo Chávez en Venezuela en 1998.
En concreto, y bajo las condiciones actuales, parece muy difícil la participación orgánica de las diferentes organizaciones denominadas sociales, aunque su función es política, en los procesos electorales más amplificados: Nacionales o Provinciales«. (pp. 177-178)
Recordemos que el libro que reseñamos y estas tres reflexiones sobre si participar o no en las instituciones burguesas, se basa sobre todo en la experiencia argentina y en menor medida, aunque también, en la latinoamericana. Teniendo esto presente, sin embargo, es innegable la actualidad del problema por varios motivos: uno, en todas partes la burguesía vacía de poder efectivo a las instituciones elegidas por sufragio y concentra el poder real en los aparatos de Estado y cada vez más en poderes para y extra estatales, además de que potencia la independencia de las grandes corporaciones transnacionales y sus lobbies, tejiendo redes de poder flexible entre fracciones burguesas estatales inaccesibles al poder testimonial del sufragio parlamentario.
Además, el desarrollo de la industria de la manipulación psicopolítica de masas refuerza y a la vez oculta el vaciamiento de las instituciones burguesas, creando nuevos obstáculos que frenan la concienciación revolucionaria según criterios ya superados. Por no extendernos, la desestructuración social que está imponiendo el capital al romper la centralidad espacio-temporal de la cotidianeidad obrera y popular típica de la fase keynesiana y Taylor-fordista, multiplica las nuevas dificultades de la izquierda para recomponer la conciencia de clase para sí en el capitalismo presente.
En este contexto es suicida seguir con los planteamientos electoralistas anteriores a finales del siglo XX. Una de las muchas virtudes de este primer cuaderno de formación de Resumen Latinoamericano es que, como hemos dicho al comienzo, muestra cómo se pueden actualizar desde la perspectiva de la comuna una de las mejores bazas históricas de la humanidad explotada: la recuperación de la territorialidad material de la conciencia, ahora que el capital se lanza a la desterritorialización absoluta -aunque imposible- para imponer la -también imposible- desmaterialización absoluta del sistema en base al mito de la supuesta «cuarta revolución tecnocientífica».
Frente a tanto engaño que fascina al reformismo, y que en realidad le hunde aún más en el agujero negro del electoralismo parlamentarista tal como existía hasta la década de 1980, la reconstrucción de los espacios materiales de la cotidianeidad proletaria y de los sectores populares es una tarea urgente y necesaria.
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