El dato relevante es la inyección de 650.000 millones dólares en una pronta emisión de Derechos Especiales de Giro (DEG), la moneda del FMI, o la fuerte emisión de los principales países capitalistas del mundo [1].
La titular del FMI confirma que sin esa inyección de recursos la situación del 2020 podría haber sido peor y aun hoy existe diversidad de situación, que solo excluye en su mensaje a China y a EEUU. La incertidumbre, especialmente para los países más empobrecidos trasciende el presente y se proyecta hasta mediados de la década, agravando la situación social de la población de menores ingresos. Lo problemático de la situación es que todo lo que se hace apunta a recomponer las condiciones del ciclo del capital, sin proponerse una modificación del modelo productivo y de desarrollo, claro que ello no puede pedirse a los actores hegemónicos del sistema mundial, sean los capitales transnacionales más concentrados, los principales Estados nacionales del orden capitalistas, o los organismos internacionales, surgidos para monitorear los intereses de la dominación capitalista.
Mientras se “resuelve” la condición de posibilidad de funcionamiento del orden capitalista mundial, el impacto social regresivo se extiende. Es notorio el problema con la extensión y propagación de la pandemia por el coronavirus con casi 130 millones de contagiados y casi 3 millones de fallecidos, situación que se hace compleja especialmente para los países de América Latina y el Caribe. En todo el mundo recrudece el problema sanitario y económico, aun con las perspectivas “mejoradas” que anuncia el FMI, relativizando la expectativa ante la diversidad de situaciones. Dice la titular del FMI en el discurso mencionado:
“La pérdida acumulada de ingreso per cápita, en comparación con las proyecciones de antes de la crisis, será del 11% en las economías avanzadas de aquí al próximo año. En el caso de los países emergentes y en desarrollo, excepto China, la pérdida será mucho peor y alcanzará el 20%, un recorte de una quinta parte de lo que ya es un ingreso per cápita mucho menor que en los países más ricos. Esta pérdida de ingreso significa que millones de personas caerán en la indigencia, se quedarán sin hogar y padecerán hambre. Esto se ve claramente, pero muchas otras cosas no están tan claras.”
El análisis continúa con tono dramático para señalar que:
“En realidad, uno de los mayores peligros es la extrema incertidumbre que nos acecha.”
Queda claro que aun cuando se destaca el rápido crecimiento de China, incluso de EEUU, aun en menor dimensión, estos serán motor de la economía mundial, pero sin resolver los problemas económicos de los vulnerables de cada país. Incluso con serias dificultades en la potencia hegemónica, que más allá del gigantesco apoyo en efectivo del último plan de gasto y asistencia fiscal por 1,9 billones de dólares de la administración Biden, el impacto regresivo de la COVID19 y el cierre de la economía, afecta al tercio empobrecido de la población de ese país. Ni hablar de América Latina y del Caribe, fuera del radar de las expectativas de ganancia de los inversores externos, salvo aquellos orientados al saqueo de los bienes comunes: la tierra, el agua, los hidrocarburos, el litio, entre muchos de los que la región cuenta en abundancia. Por eso preocupa el endeudamiento creciente del mundo y de la región, que puede resolver problemas financieros en la coyuntura, pero hipoteca el futuro.
El FMI llama la atención sobre el endeudamiento público y privado de los últimos años y si bien señala que ha contribuido en el último año con unos 100.000 millones de dólares en préstamos otorgados por el organismos. A esos fondos hay que sumar los créditos otorgados por países y los provenientes del sistema financiero. Todo ese conjunto constituye una burbuja que atiende en la coyuntura la demanda de liquidez, leyendo la experiencia de la crisis del 2007-09, pero habilitando una siembra de una burbuja que podría estallar a corto plazo. Es más, la recuperación estadounidense podría significar aumento de las tasas de interés, algo que se espera dispare la Reserva Federal. Ello sumará al carácter impagable de las actuales deudas de varios países hipotecados por impagables deudas que condicionan el presente y el futuro de esos países.
Para muestra hay que observar a la Argentina, “beneficiada” en 2018 con un préstamo del FMI por 57.000 millones de dólares, de los cuales se desembolsaron 45.000 millones. El BCRA publicó una investigación dando cuenta que esos recursos facilitaron la salida (fuga) de capitales, sea por pago de deudas, remisión de utilidades al exterior o constitución de activos externos de residentes locales. Ahora el Fondo pretende recuperar esos recursos, a sabiendas de la imposibilidad de cancelación hasta el 2024, según lo prevista. Por eso, se abrieron negociaciones con el gobierno argentino, que incluirán en el monto final los intereses punitorios y otras cargas por el impago, extendiendo el pago a 10 años, probablemente, pero sin ninguna posibilidad de cancelar, salvo un gigantesco ajuste fiscal que condenaría a profundizar los actuales problemas sociales con un 40% de la población bajo la línea de la pobreza. Más grave aún es que el préstamo fue en Derechos Especiales de Giro (DEG), condenando vía devaluación de la moneda estadounidense a acrecentar la deuda con el FMI.
La incertidumbre es por la situación sanitaria y económica. No habrá solución si no se modifica el patrón de producción y distribución en cada país, en la región y en el mundo. Por ello es que existen expectativas en la dinámica política crítica en varios países, con elecciones próximas en Perú o Ecuador, incluso las elecciones por la reforma constitucional en Chile, o las recurrentes crisis políticas del gobierno de Brasil. El cambio de clima político se viene proyectando desde los cambios institucionales en México, la Argentina o Bolivia, pero especialmente por la impronta del descontento y la protesta, caso de Haití y diversas movilizaciones desplegadas más allá del “aislamiento” o el “distanciamiento” por la pandemia. Entre la disputa institucional y la organización popular se juega la potencia de un nuevo tiempo que habilite cambios locales y muy especialmente una perspectiva de integración no subordinada.
Es una potencialidad para avanzar en la cooperación productiva de vacunas de origen regional, con Cuba a la cabeza de esos desarrollos, pero también demostrada experiencia de otros procesos nacionales de investigación y producción al respecto. En esa cooperación regional se juega no solo la solución de los pueblos, sino la posibilidad de pensar en otro mundo posible.
Nota:
[1] Kristalina Georgieva. Discurso del 30/03/2021, en: https://www.imf.org/es/News/Articles/2021/03/25/sp033021-SMs2021-Curtain-Raiser
Julio C. Gambina. Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP.