Negar las derrotas es torpe e inútil. Hay que reconocerlas, afrontarlas, evaluar y avanzar. Los trabajadores; los pequeños y medianos productores; los campesinos, indígenas y afros; las mujeres y LGTBI; los ambientalistas y ecologistas; los desempleados e «informales»; los estudiantes y jóvenes creadores de cultura popular; los habitantes de barrios marginados; los cíber-subversivos y creadores […]
Negar las derrotas es torpe e inútil. Hay que reconocerlas, afrontarlas, evaluar y avanzar. Los trabajadores; los pequeños y medianos productores; los campesinos, indígenas y afros; las mujeres y LGTBI; los ambientalistas y ecologistas; los desempleados e «informales»; los estudiantes y jóvenes creadores de cultura popular; los habitantes de barrios marginados; los cíber-subversivos y creadores del software colaborativo; los periodistas y activistas libres y rebeldes de la Web; etc., seguirán luchando porque no pueden hacer más que sobrevivir y resistir.
En esa dinámica aspiramos a que esas luchas no se limiten a negociar pequeñas conquistas, lo que no niega la necesidad de concretar logros y avances parciales. Para hacerlo, las resistencias necesitan construir referentes de mediano y largo plazo: un sueño, una utopía, un camino. Sin una narrativa trascendente se tiende a legitimar el régimen de injusticia e inequidad (dictadura del capital y sociedad patriarcal) y aceptar el sistema imperante como algo eterno e insuperable.
A partir de la década de los años 80s del siglo XX se impuso el pragmatismo y el electoralismo. Eso no se puede negar y tiene sus razones. El agotamiento en la mayoría de países de la vía insurreccional armada impulsó a las izquierdas y a los incipientes progresismos (armados y desarmados) al ejercicio electoral e institucional sin debatir a fondo ese viraje. La dinámica de las ONGs se apoderó de la mayoría de las organizaciones sociales y se entró en la órbita de los proyectos y de la «focalización de necesidades». Esa situación influyó en los partidos políticos de izquierda y progresistas que frente a la ola de privatizaciones neoliberales redujeron sus expectativas a la «resistencia» y, ante el fracaso estratégico de los «socialismos estatistas del siglo XX», colocaron en primer lugar las «conquistas concretas» (en lo material, legal, económico) frente a los cambios estructurales que fueron calificados como «ilusiones ortodoxas» [1].
La ofensiva neoliberal y la reestructuración «post-fordista» trajo la desindustrialización de los países latinoamericanos y el movimiento obrero fue debilitado al máximo. La lucha por servicios públicos, salud, educación y vivienda (gratuitas o subsidiadas) se colocó al frente pero sin proponer un nuevo modelo de desarrollo y/o una estrategia viable para construir autonomía económica. Además, esas iniciativas, propias del Estado de Bienestar diseñado por las burguesías europeas para enfrentar los desafíos que representó en su momento el «socialismo estatista» de la URSS -como lo demostró la vida- no eran viables y sostenibles a mediano plazo ya que solo se pueden financiar en épocas de bonanza económica o en países que tienen un alto estándar de vida porque explotan a los trabajadores de las colonias y expolian las riquezas de países dependientes. En el ejercicio de sus gobiernos las izquierdas y progresismos lo comprobaron en carne propia [2].
El pragmatismo que empezó a predominar rechazaba la teoría y el debate ideo-filosófico. Por ello, tampoco fuimos capaces de diferenciarnos del «socialismo del siglo XX» que con su deriva autoritaria construyó sociedades cerradas y sin futuro mientras sus esfuerzos desarrollistas no lograron romper con la hegemonía capitalista y, por tanto, se convirtieron en formas sui generis de acumulación de capital. Ese capitalismo de Estado («socialismo») al ser desmantelado dio origen a una burguesía emergente de origen burocrático, tan salvaje y agresiva como la de los países capitalistas tradicionales. Esa incapacidad teórica llevó a la mayor parte de las izquierdas a renunciar a las banderas de lucha estructural («anticapitalista» o «postcapitalista») creyendo -ingenuamente- que nuestros contradictores nos iban a «perdonar» el pasado comunista o no nos atacarían como «comunistas disfrazados». Y hoy, todavía no tenemos claro ese «nuevo camino».
En concordancia con el punto anterior, o sea, con la creciente influencia de las ONGs en las organizaciones sociales, la dinámica electoral pragmatista (y oportunista) que se impuso a partir de los años 80s y 90s, y el debilitamiento (casi desaparición) del movimiento obrero, las izquierdas y progresismos latinoamericanos fueron copados y monopolizados por dirigentes provenientes de las clases medias y, posteriormente, por representantes de las burguesías emergentes surgidas en escenarios urbanos y rurales, legales e ilegales, «estatales» (burocráticos) y privados. La izquierda obrera fue reducida a pequeñas sectas. Es un factor real y constatable.
La práctica y disciplina de los grupos de estudio y de las «células» u «organismos» como centro vital de la vida organizativa de los partidos de izquierda desapareció en poco tiempo. Además, el trabajo teórico no era una actividad fuerte debido al dogmatismo heredado del centralismo y el verticalismo de las izquierdas «estalinistas» y «maoístas». En ese ambiente, el espíritu pragmático y «combatiente» que ya tenía el terreno avanzado en muchas de las prácticas de la lucha armada, terminaron por «delegarle» el trabajo teórico a reducidos espacios de intelectuales que no lograron tampoco romper su caparazón academicista y teoricista.
A pesar del control que quisieron imponer las ONGs financiadas por organismos imperiales de Europa y EE.UU., los movimientos y organizaciones sociales de los sectores explotados y marginados afectados por las políticas de globalización neoliberal, lograron romper esa influencia y durante esas mismas décadas (años 80 y 90) desencadenaron amplias luchas en torno a la defensa y apropiación del territorio, el rechazo a mega-proyectos minero-energéticos, a los TLCs y a la privatización de servicios y empresas públicas. En algunos casos que son relativamente incipientes o no tan influyentes por el ambiente de pragmatismo predominante, se diseñó una estrategia de mediano plazo para construir autonomía social, política, económica y cultural, que tiene diversos grados de desarrollo en México (zapatistas y otros); en Brasil (MST); en Colombia (sectores indígenas y campesinos); en Chile (pueblos mapuches); y en otros sectores populares de Argentina, Bolivia, Venezuela, Ecuador, Centroamérica, etc [3]. Allí están y son referentes.
Las izquierdas y los progresismos latinoamericanos se dedicaron a «gobernar». En realidad, por más que no lo quisieran, la inercia los llevó a simplemente «gestionar» el Estado heredado. Sin movimientos sociales autónomos y críticos, los gobernantes se institucionalizaron y hasta han reprimido las reacciones justas y valientes de sectores sociales que trataban de mostrarles que iban por mal camino. El rechazo al «gasolinazo» en Bolivia, la rebelión indígena en Ecuador, las movilizaciones juveniles por transporte gratuito y contra el Mundial de Fútbol en Brasil, y otras manifestaciones populares contra gobiernos de izquierda o progresistas, deberían haber alertado al conjunto de las fuerzas que se plantean cambios sustanciales en la sociedad. Pero ello no ocurrió; la comodidad y el triunfalismo se convirtieron en autismo, ceguera y soberbia.
Mientras tanto se iban acumulando cambios importantes en la sociedad global capitalista. La revolución tecnológica en el campo de la producción (cibernética, computacional, automatismo, bio-tecnología, inteligencia artificial, etc.), la energía (límites ecológicos de los combustibles fósiles y la necesidad de fuentes de energía «limpias») y las comunicaciones (internet, teléfonos móviles, etc.) operada a finales del siglo XX, ha traído transformaciones en la estructura de la sociedad que deben ser tenidas en cuenta por los movimientos anti-sistémicos.
Para la juventud que viene abriendo brecha es muy importante «volver a soñar» pero sin caer en idealizaciones vanas y absurdas que nos vuelven a enredar con estrategias y métodos de lucha que nos aíslan del conjunto de la población y le facilitan las cosas a los estrategas del gran capital. En otros escritos seguramente iremos avanzando sobre las propuestas en desarrollo pero si es fundamental cuidarnos de caer en esencialismos sectarios y aislacionistas.
Lo que hay que reiterar es que la civilización de la economía crematística, de la cual el sistema capitalista es una de sus fases más acabadas y problemáticas, nos ha colocado al borde de la extinción como especie humana, sea por efecto de cataclismos ambientales o por el impacto de una guerra nuclear. Quienes nieguen esa verdad científica no podrán actuar en consecuencia y no estarán a la altura de las tareas fundamentales y cruciales de esta época histórica.
Para promover el debate solo me limitaré a plantear unas preguntas que son a la vez dilemas a resolver:
¿Cómo combinar las miradas de largo aliento con las urgencias del tiempo corto?
¿Cómo ser pragmáticos en la coyuntura sin dejar de luchar por cambios estructurales?
¿Cómo aprovechar los espacios institucionales sin dejarnos cooptar por el sistema imperante?
¿Cómo participar en la lucha electoral sin caer en electoralismos?
¿Cómo combinar la acción «desde abajo» con la acción «desde arriba» sin caer en la instrumentalización de las luchas sociales?
¿Cómo recuperar las cosmovisiones integrales de pueblos ancestrales sin desechar los enormes avances de las ciencias del siglo XXI?
¿Cómo arañamos el cielo y, a la vez, aramos la tierra?
Para poder actuar nos toca pensar y repensar para construir nuevos paradigmas; estudiar e investigar para conocer la realidad; preparar vanguardias no vanguardistas para coordinar y hacer eficaces las luchas; construir caudillos no caudillistas para crear nuevas formas de democracia y auto-gobiernos; organizar redes organizativas transversales pero orgánicas y funcionales para enfrentar con efectividad los poderes existentes; reorganizar núcleos con intelectuales que se formen y actúen estrechamente con los movimientos sociales; retomar las luchas locales con visión y práctica global. Son infinidad de tareas las que tenemos por delante pero estamos seguros que si desenredamos la pita, habrá miles y miles de activistas dispuestos a empujar y concretar los avances. Lo importante es proponérselo con autonomía y libertad.
[4] Son numerosas las experiencias de instrumentalización y cooptación institucional de los movimientos y organizaciones sociales en toda América Latina. Es un tema no resuelto.
Fuente: http://www.tercerainformacion.es/opinion/opinion/2018/11/11/crisis-del-acomodamiento-institucional