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Crisis, guerras y geopolítica en el siglo XXI

Fuentes: Editorial Hemisferio Izquierdo

El capitalismo es nacional en su forma pero mundial en su contenido. La escala de los espacios donde se desarrolla el conflicto social ya desborda ampliamente los ámbitos nacionales y la mundialización del capital parece no detenerse y en su camino llevarse puestos Estados y resistencias locales. El terreno estratégico se dilata y la reflexión […]

El capitalismo es nacional en su forma pero mundial en su contenido. La escala de los espacios donde se desarrolla el conflicto social ya desborda ampliamente los ámbitos nacionales y la mundialización del capital parece no detenerse y en su camino llevarse puestos Estados y resistencias locales. El terreno estratégico se dilata y la reflexión política que pretenda formular alternativas a la deriva del capital requiere necesariamente expandir temporal y espacialmente su campo análisis.

Son varias las señales que indican que estamos ingresando a un nuevo espacio de turbulencias en la acumulación global y la geopolítica. La renovada tensión entre la OTAN y Rusia, el ascenso de una derecha «hardcore» con expresiones políticas xenófobas y agresivas en Estados centrales, el desarrollo bélico en Medio Oriente y la «guerra de proxis» en Siria, Estados que entran en fase de desagregación y descomposición social.

A pesar de estar asistiendo a un proceso de desagregación política general, la geopolítica actual parece continuar teniendo su tensión central en el «rimland» , el anillo geográfico que rodea el bloque terrestre central de Eurasia ( «Heartland» en palabras de Mackinder, padre de la geopolítica) y que hoy ocupa el Estado ruso. La guerra de Ucrania, Siria, el despliegue de EUA en Medio Oriente, el Mar de China, Irán, son todos terrenos que componen el «rimland» , área estratégica cuyo control asegura la supremacía global según Nicholas Spykman, otro viejo exponente del enfoque geoestratégico.

Sin duda un panorama por demás complejo que conviene analizar en su dimensión estructural y como resultado del movimiento de la lógica profunda de un modo específico de organizar la vida social en nuestro planeta. Lo más lejos posible de las miradas superficiales que suelen confundir las manifestaciones del problema con sus causas últimas.

Un capitalismo zombi, hipertrofiado y en crisis latente de sobreproducción se manifiesta en la enorme masa de capital ficticio con la que carga. Un hegemón en declive, que no se resigna a asumir que el siglo XXI no será un nuevo «siglo americano» y se vuelve violento y altamente impredecible. Masas de población que le sobran al desarrollo desigual del capital y se descomponen en las periferias de las urbes o se desplazan configurando verdaderos dramas migratorios. Analistas del capital que le prenden una vela a la suerte de los nuevos polos ascendentes de acumulación capitalista que sacan su potencia de la baratura y sobreexplotación de su mano de obra para que la máquina global no se detenga. En el mar de fondo avanza la posibilidad de un salto de calidad hacia una crisis ambiental y, en último plano, el dedo en el gatillo nuclear. Es el despliegue de toda la irracionalidad y el desorden del capital.

El derrumbe de la socialdemocracia europea es una muestra de la imposibilidad de un horizonte de estabilidad bajo los marcos del capital aún en países de altos niveles de renta. Si bien, por el momento ha dado paso a la pretensión de nuevas remakes socialdemócratas, cuando no a propuestas de corte fascista, la suerte de Syriza administrando el ajuste en Grecia empieza a calar como un duro aprendizaje sobre los límites de esos proyectos. Jeremy Corbyn, Sanders, Podemos, Melenchón, son síntomas de que hay pueblo que no se resigna a apoyar las salidas regresivas y violentas del capital, pero son también reflejo de nuestra precariedad y desarme político para enfrentar la crisis del capital con una propuesta y un programa orientado a su superación.

En América Latina, sin el flujo de renta por los recursos naturales e inversiones directas de los últimos años, el capital ingresa en una fase regresiva que requiere de la desvalorización de la fuerza de trabajo y soltarle la mano a lxs trabajadorxs que directamente le sobran para relanzar su acumulación. Esa tensión recorre todo el continente y asume una intensidad particular en aquel país donde la agudeza de los ciclos es mayor, Venezuela. Ni las burguesías del continente la tienen fácil para dinamizar los ajustes que requieren, ni los sectores populares son capaces de construir las condiciones políticas de un mayor control sobre el metabolismo del capital. En esa correlación de debilidades se agita el actual tiempo político latinoamericano.

Puede ser que no te importe la geopolítica, pero a la geopolítica le importas tú. Trump no es sólo Trump, es la evidencia de que los aprendices de brujo están perdiendo el control. El problema es de una escala a la que no estamos acostumbrados a pensar ni actuar. Continuar abonando la idea la construcción de un capitalismo nacional no parece sensato a la luz de las tendencias en marcha ni de la evidencia histórica. Replegarse al terruño local y autogestivo difícilmente pueda ser más que una escapatoria momentánea y de alcance testimonial. Una única certeza que abre mil preguntas: la acción política de lxs trabajadorxs a escala internacional y con un horizonte de superación del capital es la única posibilidad de evitar la barbarie global.

En los muros del callejón de una universidad montevideana un graffiti advierte: «Proletarios del mundo uníos (último aviso)».

Fuente: http://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2017/06/16/Editorial-Crisis-guerras-y-geopol%C3%ADtica-en-el-siglo-XXI

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