Ponencia presentada el 1° de noviembre de 2003 en San Miguel de Tucumán, en el marco del Seminario «La actualidad del pensamiento de Gramsci» dictado los días 31 de octubre y 1° de noviembre de 2003, organizado por el Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos (UNT), la Asociación Argentina Antonio Gramsci (filial de la International Gramsci Society) y la revista Herramienta.
Antonio Gramsci escribió en la cárcel más de treinta cuadernos entre los años 1929 y 1935, publicados tiempo después de su muerte como Cuadernos de la cárcel [1]. Por las mismas condiciones en que debía realizarlo, su trabajo no tenía objetivos políticos inmediatos: él mismo anunció que quería escribir algo «desinteresado» y «für ewig». Pero revela sí una profunda motivación política, reflejada en un desplazamiento temático de la investigación: el tema de la crisis, ausente en el esbozo original, se va precisando a medida que, podríamos decir, se politiza el proyecto. Es que Gramsci no era simplemente un brillante intelectual: era ante todo un militante revolucionario encarcelado y al que es fácil suponer acosado por los dilemas de la lucha contra el fascismo y el giro sectario adoptado por la Internacional Comunista en el VII Congreso de 1928, por la creciente estalinización de la Unión Soviética, y por el impacto de estos procesos sobre el Partido Comunista de Italia. El proyecto asume contornos más definidos al mismo tiempo que Gramsci sostiene una serie de discusiones, algunas muy ásperas, con sus compañeros en la cárcel.
Crisis económica y crisis revolucionaria
Para introducir en el tema, digamos en primer lugar que Gramsci fue desde su primer juventud un crítico agudo de las deformaciones positivistas y deterministas del marxismo. Desde esta perspectiva reflexiona sobre las relaciones entre estructura y superestructura, estudia las relaciones política – economía y aborda el tema de la crisis. Lo primero que podemos decir es que, continuando en esto a Lenin y llegando incluso más lejos, Gramsci no cree que la crisis revolucionaria surja de la crisis económica. Por eso tiene el cuidado de afirmar que:
Se puede excluir que, por sí mismas, las crisis económicas inmediatas produzcan efectos fundamentales; sólo pueden crear un terreno favorable para la difusión de determinadas maneras de pensar, de formular y resolver las cuestiones que implican todo el desarrollo ulterior de la vida estatal [2].
La acción de las masas, así como sus movimientos políticos e ideológicos, tienen una temporalidad propia que no necesariamente es la temporalidad de la crisis económica. Puede decirse más bien lo contrario:
Los hechos ideológicos de masas están siempre retrasados con respecto a los fenómenos económicos de masas […] el impulso automático debido al factor económico es retardado, obstaculizado o incluso destruido momentáneamente por elementos ideológicos tradicionales [3].
Gramsci nos está diciendo con esto algo muy importante: que en un determinado momento presente operan simultánea pero discordantemente una multiplicidad de tiempos y ritmos, cuya interacción no se resuelve como si se tratara de un «paralelogramo de fuerzas», según relaciones matemáticas o geométricas, sino conformando una singularidad histórica, que es el complejo terreno en que operan las decisiones y acciones políticas de fuerzas sociales en conflicto.
Decíamos que Gramsci no cree que la crisis política pueda ser resultado de los aspectos más inmediatos de la crisis económica. Pero no desconocía ni ignoraba la relación existente entre economía y política, y consideraba incluso que una clave en el estudio de la crisis capitalista es la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia, «ley» que fija la atención no tanto sobre las rápidas y permanentes oscilaciones económicas, sino en los desarrollos a largo plazo de la economía capitalista, que están cruzados por la política, por los choques de las clases, por las guerras y las revoluciones, que continuamente los plantean y modifican.
No trataremos en detalle la tendencia a la baja de la tasa de ganancia [4] , que es uno de los puntos más controvertidos de El capital y sobre cuya pertinencia se sigue discutiendo hasta nuestros días. Recordemos simplemente que para Marx el capital sólo es tal si se valoriza, si el valor lanzado a la producción logra reproducir el valor invertido más un valor excedente, un plusvalor. Y que este plusvalor surge de la explotación de los trabajadores: es la diferencia entre el valor de los salarios que el capitalista paga al obrero y el valor total producido por el obrero, diferencia que constituye precisamente la médula de la valorización del capital. Recordemos también que para el capitalista el punto de referencia es la tasa de ganancia, o sea el grado de rentabilidad del capital, y esta tasa es la que regula la acumulación del capital. Los conflictos entre la burguesía y el proletariado en el proceso productivo son una lucha por el valor excedente. Pero existen además los conflictos en el seno mismo de la burguesía, que si por un lado tiene como clase un interés común enfrentado a la clase trabajadora, por otra parte está dividida por el choque de los intereses propios de cada capitalista, en tanto «las condiciones económicas de la vida burguesa» les imponen la competencia y una permanente búsqueda de la disminución de los costos unitarios de producción, para sacar ventaja en la batalla de las ventas y obtener ganancias extraordinarias. Esto se logra básicamente con la introducción de nuevas maquinarias y tecnologías para elevar la productividad del trabajo y reducir los costos unitarios.
Tenemos pues que los capitalistas se ven empujados a invertir una proporción cada vez mayor en maquinarias y tecnología y, puesto que la tasa de ganancia depende de la explotación del trabajo vivo, la tasa de ganancia tiende a caer: esto es, muy esquemáticamente presentada, lo que Marx denominó ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia. Como antes dije, muchos comentaristas han criticado esto como autocontradictorio, porque el mismo Marx escribió que aumentando la productividad del trabajo los capitalistas aumentaban también la tasa de plusvalía y mantenían así la tasa de ganancia. Precisamente uno de los primeros en hacer esta crítica fue el filósofo italiano Benedetto Croce en su libro Materialismo histórico y economía marxista. En la cárcel, sin poder consultar los textos de Marx y obligado a citar de memoria, nuestro autor se basó en su comprensión del conjunto de la obra de Marx para refutar a su antiguo maestro (pues Croce había sido muy influyente en la formación pre-marxista del joven Gramsci):
En el escrito sobre la caída tendencial de la tasa de ganancia hay que observar un error fundamental de Croce. Este problema está ya planteado en el tomo I de la Crítica de la Economía Política, allí donde se habla de la plusvalía relativa y del progreso técnico como causa, precisamente, de plusvalía relativa; en el mismo punto se observa cómo en este proceso se manifiesta una contradicción, pues mientras por un lado el progreso técnico permite una dilatación de la plusvalía, por el otro determina, por el cambio que introduce en la composición del capital, la baja tendencial de la tasa de ganancia y ello está demostrado en el tomo III de la Crítica de la Economía Política [5].
Gramsci plantea la cuestión en los mismos términos en que lo hiciera Marx: reconoce que existen fuerzas que se oponen a la baja de la tasa de ganancia, atenuando o frenando su velocidad y por esto mismo, para escándalo de la ciencia positivista, se introduce el concepto de «ley tendencial». Gramsci historiza la cuestión diciendo que «El significado de ‘tendencial’ parece, por lo tanto, tener que ser de carácter ‘histórico’ real y no metodológico» [6] y advierte que ese tipo de ley es propio del capitalismo y debe ser asociada
[…] al desarrollo de la burguesía como clase «concretamente mundial» y por lo tanto a la formación de un mercado mundial ya lo suficientemente «denso» de movimientos complejos, para que de él se puedan aislar y estudiar las leyes de regularidad necesarias, o sea las leyes de tendencia, que son leyes no en sentido naturalista o del determinismo especulativo, sino en un sentido «historicista» [7].
O sea, la creciente complejidad del mundo económico impide la formulación de leyes absolutas e indiscutibles de desarrollo, permitiendo (y obligando) en cambio a presentar junto con la tendencia principal otras fuerzas que actúan en sentido contrario. Lo que muchos consideraban una ruptura con el rigor científico o una mala escapatoria formal que presentaba como ley lo que no es ley, traduce en realidad una necesidad propia de la «crítica de la economía política», de las leyes inmanentes a su objeto y sus límites, Gramsci lo capta hasta el fin y escribe:
Las fuerzas contraoperantes de la ley tendencial y que se resumen en la producción de cada vez más plusvalía relativa tienen límites, que son dados, por ejemplo, técnicamente por la resistencia elástica de la materia, y socialmente por la medida soportable de la desocupación en una determinada sociedad. O sea que la contradicción económica se vuelve contradicción política y se resuelve políticamente en una inversión de la praxis [8].
Una breve digresión sobre teoría y política
Aunque nos alejemos un tanto del tema que nos ocupa, vale la pena repetir y destacar la última frase: la contradicción económica se vuelve contradicción política y se resuelve políticamente en una inversión de la praxis. Permítaseme además relacionarla con otro párrafo formidable sobre el concepto de «ciencia» que complementa lo anterior:
El planteamiento del problema como una búsqueda de leyes, de líneas constantes, regulares, uniformes, está ligado a una exigencia […] de resolver perentoriamente el problema práctico de la previsibilidad de los acontecimientos históricos […] En realidad se puede prever «científicamente» sólo la lucha, pero no los momentos concretos de ésta, que no pueden sino ser resultado de fuerzas contrastantes en continuo movimiento, no reducibles nunca a cantidades fijas, porque en ellas la cantidad se convierte continuamente. Realmente se «prevé» en la medida en que se actúa, en que se aplica un esfuerzo voluntario y con ello se contribuye concretamente a crear el resultado «previsto» [9].
En realidad se puede prever «científicamente» sólo la lucha. Gramsci, rompiendo lanzas contra el positivismo y determinismo que habían sido predominantes en el marxismo de la Segunda Internacional y reaparecían en la Tercera Internacional después de Lenin, nos dice con esto que la teoría nos conduce hasta un punto en que deja lugar a la política como estrategia y como decisión, sujeta a las vicisitudes del combate y el error. Y haciéndolo puso en nuestras manos una clave desde la cual puede releerse el conjunto de la obra de Marx.
Algo más sobre la crisis económica y su relación con lo político
Retomando la cuestión de la crisis económica, digamos que utilizando como clave interpretativa la ley de baja tendencial de la tasa de ganancia, pero reclamando un análisis concreto de la gran crisis de 1929, escribió en sus cuadernos:
Estos tres puntos: 1) que la crisis es un proceso complicado; 2) que se inicia al menos con la guerra, aunque ésta no es la primera manifestación; 3) que la crisis tiene orígenes internos en los modos de producción y por tanto de cambio, y no en hechos políticos y jurídicos, parecen los tres primeros puntos a aclarar con exactitud [10].
Con esto vemos que la crisis se aborda como un proceso de larga duración en que operan múltiples tendencias y contratendencias, como una situación que toma diversas características según los distintos momentos de coyuntura. Más precisamente:
[…] la «crisis» no es más que la intensificación cuantitativa de ciertos elementos, no nuevos y originales, pero especialmente la intensificación de ciertos fenómenos, mientras otros que antes aparecían y operaban simultáneamente a los primeros, inmunizándolos, se han vuelto inoperantes o han desaparecido del todo. En suma, el desarrollo del capitalismo ha sido una «crisis continua», si así puede decirse, o sea un rapidísimo movimientos de elementos que se equilibraban e inmunizaban. En cierto punto, en este movimiento, algunos elementos han predominado, otros han desaparecido o se han vuelto inoperantes en el cuadro general [11].
La noción de «crisis continua» tiene una doble importancia: pone de relieve que el capitalismo da respuestas a la crisis del capitalismo, pero ilustra también las debilidades del capitalismo que abren posibilidades para plantear su superación desde el punto de vista de los trabajadores. Porque Gramsci sostuvo que no era correcto deducir la crisis política (y menos aún la crisis revolucionaria) de la crisis económica, pero no dejó de advertir que la crisis económica conforma un «terreno favorable» para la crisis política, en la medida que debilita las bases materiales para la construcción del consenso y la legitimación del orden burgués y su Estado. La absorción de las demandas no antagónicas de las clases subalternas, necesaria para la constitución de ese consenso, se torna difícil o imposible.
Gramsci había trazado una biografía de ese Estado burgués utilizando el paradigma de la Revolución Francesa. Al analizar el proceso de la unificación de la burguesía y su conversión en gobierno, destacó que los jacobinos hicieron mucho más que transformar a la burguesía en gobierno, o sea, en clase dominante: la convirtieron en una clase nacional dirigente y hegemónica, aglutinando a su alrededor las fuerzas vivas de Francia, recreando la propia nación y el Estado dándoles un contenido moderno. La realización de la hegemonía está marcada por el máximo desarrollo de las energías privadas nacionales, o sea, por la constitución y fortalecimiento de la sociedad civil y por la creación de una amplia red de instituciones a través de las cuales el consenso se organiza permanentemente, un consenso que es de carácter moral y ético, voluntario. En síntesis, la constitución del Estado moderno fue también la ampliación de la base histórica del mismo Estado. Para concretar la hegemonía sobre toda la población, la burguesía incorporó demandas, realizó las aspiraciones de la nación, incorporó grupos sociales, transformó su cultura en la cultura de toda la sociedad. La ampliación de la base histórica del Estado fue acompañada por la expansión de la misma burguesía, y el régimen jurídico parlamentario fue el resultado de ese proceso de expansión.
Pero eso era el pasado. Para un preso encarcelado por el fascismo, la crisis del Estado liberal constituía una realidad dolorosamente palpable. En realidad, ya la primera guerra había evidenciado su agotamiento y la convulsiva paz que la siguió no mostró una recuperación. La capacidad que la burguesía había demostrado en su momento de ascenso para absorber a toda la sociedad, dirigiéndola y ejerciendo su hegemonía, se hizo cada vez más escasa, hasta el extremo de desesperar a la misma burguesía e impulsarla a sacrificar una parte de sí misma. Se pasó así de la dirección que una clase ejercía sobre toda la sociedad, al dominio de una fracción de esa clase sobre toda la sociedad a través de la mediación del Estado. En ese contexto, el Estado perdió su función de «educador», su contenido ético fue vaciado y quedó reducido al aparato gubernativo, colonizando la sociedad civil.
Gramsci observará atentamente, en primer lugar, la pérdida de la capacidad dirigente de la burguesía y sus consecuencias. Sin poder asimilar la sociedad, su capacidad de articular el consenso y la legitimidad del orden se conmueve. Se abre una situación de contraste entre representantes y representados. En esos momentos los grupos sociales se apartan de sus organizaciones tradicionales, o sea, esas organizaciones y sus líderes ya no son reconocidos como expresión propia de su clase o fracción, comprometiendo decisivamente la capacidad dirigente de esos grupos. Gramsci denomina a esos procesos «crisis de hegemonía, o crisis del Estado en su conjunto» [12]. La crisis de hegemonía es, entonces, una crisis del Estado y de las formas de organización política ideológica y cultural de la clase dirigente. El aspecto más visible es la crisis de los partidos y las coaliciones gubernamentales:
Se trata, en efecto, de la dificultad de construir una orientación política permanente y de largo alcance, no de dificultad sin más. El análisis no puede prescindir del examen: 1) del porqué se han multiplicado los partidos políticos; 2) del porqué se ha vuelto difícil formar una mayoría permanente entre tales partidos parlamentarios; 3) en consecuencia, del porqué los grandes partidos tradicionales han perdido el poder de guiar, el prestigio, etcétera [13].
La división de los partidos y las crisis internas que los atraviesan son pues manifestación de esa crisis. La dificultad de conformar una dirección estable y los choques permanentes entre las diferentes camarillas reproducen en los partidos los mismos problemas encontrados en el gobierno y en el parlamento. En los choques entre los diferentes bloques y partidos, la corrupción encuentra un fértil terreno para desarrollarse. Cada fracción se considera a sí misma la única en condiciones de superar la crisis del partido, así como cada partido se considera el único capaz de superar la crisis de la nación. Los fines pasan a justificar los medios. Gramsci escribe sobre la crisis del parlamentarismo y la democracia burguesa en la Europa de entreguerras, pero nosotros, que lo leemos a comienzos del siglo XXI y desde el Sur de Latinoamérica, sentimos que este enfoque nos ayuda a comprender el carácter generalizado de la crisis en nuestro país. Porque también acá vemos que, como analizaba Gramsci, la crisis no se limita, sin embargo, a los partidos y al gobierno.
Cuando dice que es una crisis del Estado en su conjunto, se está señalando que se procesa también a nivel de la sociedad civil, donde las clases dirigentes tradicionales se revelan cada vez más incapaces de dirigir toda la nación. La burocracia, la alta finanza, la iglesia y todos aquellos organismos relativamente independientes de la opinión pública refuerzan sus posiciones en el interior del Estado. La repercusión de la crisis en el conjunto del Estado puede provocar, de esta manera, el «desplazamiento de la base histórica del Estado» y la supremacía del capital financiero… y en nuestros países periféricos, de los agentes más o menos directos del imperialismo.
Por lo tanto, lo que resulta ser característica fundamental de la crisis de hegemonía no es como suele creerse el «vacío de poder». La crisis de hegemonía se caracteriza, ante todo, por una multiplicidad de poderes. Es evidente que semejante situación no puede prolongarse indefinidamente, pero ¿cuáles son las razones que llevan a una crisis de tales proporciones?, ¿qué es lo que hace que la capacidad dirigente de una clase sea conmovida de manera tan profunda? Para Gramsci la crisis de hegemonía de la clase dirigente se produce
[…] ya sea porque la clase dirigente ha fracasado en alguna gran empresa política para la que ha solicitado o impuesto con la fuerza el consenso de las grandes masas (como la guerra), o porque vastas masas (especialmente del campesinado y de pequeñoburgueses intelectuales) han pasado de golpe de la pasividad política a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que en su conjunto no orgánico constituyen una revolución [14].
Vale la pena detenerse en esto, por su importancia conceptual y por lo que aporta concretamente a la comprensión de nuestra misma historia inmediata, y en particular a las jornadas del 20/21 de diciembre de 2001. Gramsci sostenía que en el origen de la crisis de hegemonía hay una profunda modificación en la relación de fuerzas entre las clases. Pero su análisis buscaba hilar más fino aún. Por la experiencia en Europa y su participación directa en la lucha de clases de Italia sabía también que la crisis de hegemonía no era sinónimo de situación o crisis revolucionaria. Por eso indaga en la crisis del Estado liberal tras la guerra de 1914-1918, preguntándose más concretamente por qué se desagregó en diversos países de Europa el aparato hegemónico de los grupos dominantes y precisa:
1) porque grandes masas, anteriormente pasivas, entraron en movimiento, pero en un movimiento caótico y desordenado, sin dirección, o sea sin una precisa voluntad política colectiva; 2) porque clases medias que en la guerra tuvieron funciones de mando y responsabilidad, se vieron privadas de ellas con la paz, quedando desocupadas, precisamente después de haber hecho un aprendizaje de mando, etcétera; 3) porque las fuerzas antagónicas resultaron incapaces de organizar en su provecho este desorden real [15].
La crisis está, por lo tanto, definida por las luchas que oponen a las clases entre sí y al calor de las cuales los diferentes proyectos alternativos se van diseñando y agrupando partidarios. Está marcada por la ruptura de la pasividad de ciertos grupos sociales y por su ingreso activo en el escenario político, desquilibrando acuerdos de poder que tendían a excluir a esos grupos. En este contexto cabía lo que llamaba el «fenómeno sindical» como factor capaz de jugar un papel clave en la configuración de esa crisis del Estado y, más en general, la promoción de grupos sociales nuevos que hasta entonces no tenían una «voz activa» o una posición destacada. Y el parlamento, clásico lugar de mediación de los conflictos, se mostraba incapaz de absorber a los nuevos actores. El crecimiento de los partidos socialdemócratas y comunistas, así como la masificación de los sindicatos y de la prensa obrera se producía en gran medida fuera de la arena parlamentaria. E incluso cuando la incorporación de tales fuerzas al parlamentarismo permitió bloquear provisoriamente esa expansión, como en la Alemania de Weimar, la misma no se producía de manera tranquila y, muchas veces, generaba más problemas de los que resolvía.
Por otra parte, advertía Gramsci, el ascenso de esos nuevos actores no definía todo el contenido de la crisis, pues hay que considerar la forma bajo la cual se produce ese ascenso, especialmente si, como es frecuente, las clases subalternas no poseían aún una dirección capaz de colocarse al frente de su movimiento e imprimir al mismo un contenido efectivamente transformador. La crisis no alcanzaba sólo a la burguesía y el parlamento: ella era también una crisis de las clases subalternas, que no conseguían forjar una voluntad común e imponer su proyecto hegemónico aunque hubiesen desarticulado la hegemonía de las clases dominantes. A la luz de nuestra experiencia luego del «Argentinazo», podemos apreciar que este enfoque resulta mucho más útil e instructivo que el simplismo con que gran parte de la izquierda revolucionaria de nuestro país caracterizó que el país había ingresado a una «situación revolucionaria». A diferencia de una formulación que sugiere la falsa idea de inminentes combates decisivos en torno al poder, Gramsci advierte que encontrar la solución orgánica para esa crisis no es simple, pues ello exige la unificación de los distintos sectores o fracciones del movimiento obrero y las clases subalternas bajo la bandera del partido «que mejor represente y resuma las necesidades de toda la clase». El Gramsci de los Cuadernos pensaba la unificación en términos de un partido, cosa que hoy podría ponerse en dudas: la clase obrera y su hegemonía en el proceso político posiblemente se concreten más bien por una combinación de alianzas, debates y reagrupamientos de diversas organizaciones revolucionarias y la creación de nuevos organismos que expresen y concreten la irrupción y construcción política de las clases subalternas pero, en cualquier caso, está claro que se trata de una construcción política.
En este camino las tentativas son innumerables, la crisis es un proceso de largo plazo en el que se desarrollan permanentemente experiencias que buscan su superación, los partidos o movimientos políticos se alinean y realinean, se forman y se disuelven bloques, se promueven y deponen líderes. Y con cada tentativa de resolución de la crisis la misma cobra una nueva fisonomía, pues los fracasos de aquéllas no retrotraen las cosas al punto de partida. Cada grupo o fracción registra pérdidas y ganancias, mientras el desenlace de la crisis se posterga… Por ejemplo, las vicisitudes de la lucha social y política que se ha venido desarrollando desde diciembre del 2001 hasta acá, incluyendo el surgimiento y los altibajos de movimientos sociales nuevos como las Asambleas, los movimientos de trabajadores desocupados o piqueteros, y las fábricas recuperadas y puestas a producir por los trabajadores, la débil participación de los trabajadores ocupados y corrientes sindicales clasistas, ilustran lo dificultoso del empeño. Que en la Argentina resultó más dificultoso porque la irrupción de las clases subalternas no llegó a ser como decía Gramsci «orgánica», vale decir generalizada de manera tal que la tensión colectiva y la confluencia de millones de experiencias diversas puedan enriquecer y acelerar el proceso de aprendizaje en el que las clases sometidas rompen con el «sentido común» para afirmar en su lugar el «buen sentido» de la clase en ascenso.
La crisis golpea a los de arriba y a los de abajo, pero las posibilidades de articular un proyecto alternativo y ganar respaldo para el mismo son asimétricas, desiguales. A diferencia de las clases subalternas, las clases dirigentes tradicionales tienen gran número de «intelectuales», personal especializado capaz de formular proyectos y organizar sus defensores, puede cambiar al personal dirigente de programa e incluso de partido para ofrecer una salida a la crisis. Pueden construir unidades que parecían imposibles de alcanzar bajo la dirección del partido que mejor encarna las necesidades de toda la clase en ese momento que no son otras que la superación de la crisis misma. Pero incluso teniendo condiciones más favorables para decidir rápidamente el conflicto a su favor, las clases tradicionales no siempre lo consiguen y las crisis se prolongan más allá de lo previsible: esto ocurre cuando las clases sociales dominantes defienden una estructura en la cual existen problemas que no logran resolver, al mismo tiempo que las clases que luchan por una transformación profunda no logran convertirse en dirigentes.
Después de todo lo dicho, podemos ver con más claridad por qué la crisis de hegemonía no queda definida automáticamente por la crisis económica. La crisis económica, tomada en su sentido amplio como crisis de acumulación, puede ser el presupuesto para la crisis de Estado, pero no plantea por sí misma la crisis de hegemonía. Sólo cuando la crisis económica y la crisis de hegemonía coinciden en el tiempo, tenemos lo que Gramsci llama también crisis orgánica, una crisis que afecta al conjunto de las relaciones sociales y es la condensación de las contradicciones inherentes a la totalidad social. Para el estallido de esta crisis orgánica se requiere de la confluencia e interacción de la crisis de acumulación y la crisis política e ideológica con la agudización de los choques entre las clases y entre sus mismas fracciones internas, en un presente cargado como nunca de diversas temporalidades y ritmos en el que actúan e inciden las fuerzas sociales y políticas en pugna.
La preocupación de Gramsci está apuntada a la acción y la organización autónoma de las clases subalternas: la crisis y su solución no deben ser consideradas como un proceso de desagregación y reconstrucción de una «voluntad capitalista» en el que las clases subalternas ocuparían un lugar pasivo. Porque la realidad es que la crisis es producto de los choques existentes entre las clases sociales y entre esas clases y la forma estatal de las clases dominantes. Es la resultante de una determinada articulación global entre el Estado y el conjunto de la sociedad, y no sólo entre el Estado y las clases dominantes. Son esos choques, y los avances y retrocesos de cada grupo social los que irán conformando las posibilidades de superación de la crisis, en un sentido reaccionario o revolucionario. La teoría de Marx, con el inestimable aporte que Lenin y Gramsci hicieron en cuanto al análisis de las crisis, nos conduce hasta este punto: un presente en el cual las previsiones deben convertirse en apuestas de lucha, la teoría se convierte en estrategia y las clases subalternas afrontan el desafío de construirse como fuerza contrahegemónica y revolucionarse haciendo la revolución. Bien sabemos, en estos tiempos, en este país y particularmente en esta provincia de Tucumán, que la miseria y la explotación hacen de la clase-que-vive-de-su-trabajo, considerada bajo todas sus formas, seres física y mentalmente mutilados al punto que, como Marx escribiera alguna vez, en el curso usual de las cosas la sumisión reproduce la sumisión y el Estado puede presentarse como reserva aparente del orden. ¿Cómo entonces esta clase reducida a nada puede aspirar y lograr devenir todo? Este es precisamente el misterio irresoluto de la emancipación desde la sumisión y la alienación. Un misterio que encuentra su respuesta en el enfrentamiento político y el choque de clases, porque sólo la lucha puede quebrar el círculo vicioso.
Aldo Casas es miembro de la Asociación Argentina Antonio Gramsci. Integrante del Consejo de Redacción de Herramienta. Dirección electrónica: [email protected]
Notas:
[1] Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel. Edición crítica del Instituto Gramsci. A cargo de Valentino Gerratana, 6 Tomos. Ediciones Era / Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México DF, 1999.
[2] Antonio Gramsci, Obra citada, Tomo 5, pág. 39.
[4] Este punto está ampliamente desarrollado por Álvaro Bianchi, miembro del consejo de redacción de la revista Outubro, en su artículo «Crise, Política e economía no pensamento gramsciano», trabajo que el autor brasileño tuvo la amabilidad de facilitarme y en gran medida inspiró y sentó bases para esta ponencia.