Apagados ya lo ecos de las gradas en los estadios de Sudáfrica, es hora ya de «volver» a la cruda realidad. Una realidad caracterizada por una profunda crisis del sistema que está sirviendo para que la ínfima minoría de los «amos del dinero» salden sus últimas cuentas pendientes con su otrora poderoso adversario: el movimiento […]
Apagados ya lo ecos de las gradas en los estadios de Sudáfrica, es hora ya de «volver» a la cruda realidad. Una realidad caracterizada por una profunda crisis del sistema que está sirviendo para que la ínfima minoría de los «amos del dinero» salden sus últimas cuentas pendientes con su otrora poderoso adversario: el movimiento obrero occidental. Así, en los países desarrollados -el llamado primer mundo – las medidas anticrisis de los gobiernos que sirven a los oligarcas que detentan el poder real están suponiendo el desmantelamiento definitivo de los últimos restos del Estado del bienestar y una agresión sin precedentes a los derechos sociales y laborales de la mayoría.
El capitalismo financiero absoluto, defendido a capa y espada por unos medios de comunicación vasallos del pensamiento único y por unos gobiernos que representan el papel de intermediarios entre el capital y la sociedad en la ficción democrática, está inmerso en un proceso de acumulación en manos privadas sin precedentes en décadas, gracias a las políticas neoliberales y a las rigurosas «recetas» de derecha extrema que están aplicando con denodado empeño -y de forma unánime- los partidos del sistema en sus países centrales (liberal-conservadores en Gran Bretaña o Francia, neofascistas en Italia, democristianos en Alemania, demócratas en EEUU, socialistas en España, Grecia y Portugal…). Estas medidas, que se presentan como «las únicas posibles y viables», están causando ya el empobrecimiento masivo de la propia base social y política de este sistema (y de sus partidos): los sectores sociales que se consideraban «clases medias», que también vuelven a la cruda realidad inmersos en un proceso de proletarización creciente.
Por su parte, el núcleo de la clase trabajadora, viejo enemigo del capitalismo hasta su abducción ideológica, asiste a la liquidación de derechos conquistados en décadas de lucha obrera a causa de la desregulación y precarización del llamado «mercado laboral», de la negociación colectiva y de los sistemas públicos y servicios sociales (pensiones, sanidad, etc.). Así, sólo en España, el número de pobres de solemnidad ya se sitúa en torno a la redonda cifra de 10 millones de ciudadanos. La precarización de las condiciones laborales (horarios, jornada, salarios), en algunos casos propias del siglo XIX, ha provocado que -en un país con más de cuatro millones de parados- tener empleo ya no implique necesariamente poder vivir con relativa dignidad e incluso, en ocasiones, poder disponer de una ración diaria de proteínas suficiente.
Las movilizaciones anticapitalistas por una salida social a la crisis que iniciaron los trabajadores griegos y que se han extendido después a otros países europeos están aún en una fase embrionaria. La respuesta de la izquierda sindical y política (desorientada ésta última aún en tribulaciones ajenas como los nacionalismos en el caso de España, o desmantelada y postrada en Italia desde la voladura controlada del poderoso PCI) no se corresponde, ni mucho menos, con la magnitud de la ofensiva adversaria. Si no se desarrollan de forma sostenida y masiva hasta las últimas consecuencias y hasta cumplir sus objetivos, las movilizaciones serán tan útiles como un paraguas en pleno huracán…
VIENTOS DE GUERRA SOPLAN DESDE EL ‘SALVAJE OESTE’
A lo largo de la historia, las crisis globales -y ésta se parece mucho a una crisis global- han tenido como consecuencias: a) la recomposición de la hegemonía de clases; en unos países mediante salidas autoritarias (fascismo en la primera mitad del siglo XX) que consagran la reconcentración del capital y la vuelta al statu quo o, por la parte contraria, revoluciones sociales que extirpan de forma quirúrgica y certera la raíz del problema; y b) la guerra como «comadrona» histórica violenta del alumbramiento de una nueva fase de saneamiento capitalista tras el «borrón y cuenta nueva» demográfico y económico que suponen los conflictos bélicos.
En la parte del mundo donde el azar quiso que naciéramos, la Segunda Guerra Mundial dio paso a décadas de «prosperidad» (años 50 y 60) cuyo impulso inicial empezó a frenarse con la primera crisis del petróleo en los inicios de la década de 1970, de forma paralela al final de los últimos restos del colonialismo europeo intercontinental. A partir de ahí, aunque con fases pasajeras de remonte, la pax americana hace aguas por doquier.
La hegemonía global del Imperio, basada en la pujanza económica de su metrópolis (EEUU) y en un poderío militar nuclear y convencional expansivo -sólo compensado por la superpotencia soviética durante cuatro décadas (1949-1989) hasta la caída del Muro de Berlín-, se resquebraja en un planeta cuya explotación de sus recursos energéticos internos está alcanzando su cénit. A partir de ahí sólo puede comenzar su declive y, por tanto, ya no podrá sostener un capitalismo basado en crecimiento y consumo ilimitados (el American way of life). Además, el polo económico terrestre se desplaza cada vez más hacia Oriente, hacia la República Popular China (si es que ya no está ahí).
Pero el grado de salvajismo amoral en la defensa de sus interes imperiales globales que EEUU inició en Hiroshima y dio paso a una alocada carrera nuclear armamentística y a una serie de conflictos regionales, aún no se ha aplacado ni ha declinado. A Corea le siguió la obsesión cubana, luego Vietnam y las guerras de sus fieles aliados israelíes, y a éstos un rosario de golpes fascistas genocidas en Latinoamérica que desde Chile se extendió después por este martirizado subcontinente como un reguero de sangre (Argentina, Brasil, Uruguay, etc.); luego Iraq y Yugoslavia, luego Afganistán, después de nuevo Iraq, hace poco Honduras… y ahora, ¿irán a Irán?
En plena crisis, la Administración Presidencial de Obama ha aprobado el presupuesto militar más grande de la historia de EEUU, con nuevos programas y escenarios de ataque convencional masivo, comandos cibernéticos y guerra espacial (seguramente el altar en el que han sacrificado los dólares hasta ahora destinados a su programa espacial tripulado).
El guión seguido en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para imponer sanciones que Irán difícilmente puede asumir no puede ser más parecido a los prolegómenos de la última guerra de agresión a Iraq por parte de Bush jr. y cía., que culminó con la invasión de este país árabe que aún continúa y cuya cifra cotidiana de muertos ya nos ha dejado de sorprender (y de indignar, a la mayoría), al igual que las matanzas de la OTAN en Afganistán. ¿Qué fue de la retirada de las tropas de Iraq que prometió Obama? Es posible que esa promesa del Premio Nobel de la Paz [¡!] duerma el sueño de los justos en un cajón del despacho oval junto a los planes de cierre del campo de concentración de Guantánamo… También cabe dentro de lo posible que esa guerra interminable en Oriente Medio y Asia Central (ya con tres frentes abiertos) pueda extenderse a corto plazo hacia el país donde viven -sobre un mar de petróleo- más de 70 millones de persas.
Ojalá nos equivoquemos (como a veces yerran los meteorólogos), pero un frente de vientos de guerra amenaza desde el Oeste.