El Congreso de los Estados Unidos adoptó una resolución el pasado jueves donde se estipula que «los símbolos y tradiciones de Navidad deben ser protegidos». Por una votación de 401 contra 22 se desaprobaron los intentos de desconocer el origen cristiano de esa celebración. Muchas tarjetas de felicitación en estos días solamente desean «felices fiestas» […]
El Congreso de los Estados Unidos adoptó una resolución el pasado jueves donde se estipula que «los símbolos y tradiciones de Navidad deben ser protegidos». Por una votación de 401 contra 22 se desaprobaron los intentos de desconocer el origen cristiano de esa celebración. Muchas tarjetas de felicitación en estos días solamente desean «felices fiestas» y no «feliz Navidad» como siempre se dijo. La alarma mayor la causó el cristianísimo George Bush cuando la Casa Blanca se unió a la corriente imperante y omitió la alusión a la Navidad en sus tarjetas de fin de año. Ello obligó a los lerdos asesores del bushismo a enviar una segunda tarjeta con la referencia debida.
Pero la realidad es que las fiestas de fin de año se han ido desacralizando paulatinamente. No son una mayoría quienes recuerdan el origen de la Natividad. Para la generalidad de la gente estos días han pasado a ser un grato motivo de reunión familiar, de asueto en compañía de amigos, de recuento del año transcurrido y la tradición del pesebre y de Belén y del Mesías hijo de Dios ya no cuenta tanto. Hasta los ateos más recalcitrantes celebran la Navidad sin un escozor. Se trata de un motivo de regocijo al finalizar un lapso vital y no contiene ningún elemento piadoso.
Las festividades han llegado a tener una fuerte connotación comercial y en el capitalismo las tiendas de departamentos, las grandes cadenas mercantiles aumentan desmesuradamente sus ventas con la propaganda que realizan. Los mercaderes se instalan cómodamente en el templo, sin que nadie los eche esta vez, y hacen pingües ganancias. La Navidad es tráfico, intercambio, ofrenda, regocijo desprovisto de devoción en la mayoría de los casos.
En realidad el 25 de diciembre fue tomado por los católicos de las celebraciones del nacimiento del dios Mitra y de las saturnales romanas que comenzaban el 17 de diciembre para festejar el solsticio de invierno. No fue hasta el siglo IV de nuestra era que el supuesto nacimiento de Cristo fue adoptado por la iglesia que quiso aprovechar el festival pagano del renacimiento del sol, en la misma fecha.
Las saturnalias eran un tiempo de festejos y de intercambio de regalos para los niños y los pobres. Las casas se decoraban con velas y ramas verdes. A ello vinieron a sumarse los ritos de las tribus nórdicas que al finalizar el año lo conmemoraban con banquetes y grandes hogueras que simbolizaban una cálida y larga vida. Galos, teutones y vikingos realizaban prolongadas juergas en esas fechas.
El cristianismo surgió en un momento de la historia en que el pueblo lo estaba necesitando, alimentó su sed de justicia, aquietó su desesperanza mostrándole el camino de una vida eterna, gozosa, que le compensaría de sus muchos males en este mundo. Contribuyó a aliviar los padecimientos de los desheredados, las desventuras de los infortunados. Si bien el más grande descubrimiento revolucionario ocurrió muchos años después cuando pensadores como Moro, Bacon, Campanella, Hobbes, Harrington y Erasmo comenzaron a concebir que el paraíso sería posible en esta tierra, sin esperar la muerte.
Su ética nos proveyó de una cosmovisión que ha ayudado a mitigar la ansiedad que es el legado de todo vacío moral. La carne y el oropel dejaron de estar de moda, la sensualidad mermó su vigencia y el ascetismo y la vida sencilla alcanzaron una estatura aceptable. El hombre dejó de ser un animal de apetitos, a partir del cristianismo, y se convirtió en una conciencia con principios.
El cristianismo comenzó siendo un movimiento de rebeldía, de protesta contra las costumbres establecidas. Fue un movimiento proletario para los desposeídos, una religión de comunistas que compartían fraternalmente sus escasos bienes. Por ello el cuerpo de ideas de los cristianos primitivos convocó a los que tenían hambre y sed de justicia porque serían saciados, reclamó a los mansos porque ellos poseerían la tierra, llamó a los perseguidos porque se les entregaría el nuevo reino prometido.
Pero ese ascetismo, esa severidad de los inicios, no tiene nada que ver con los desbordamientos de negocios, transacciones y compras en que se han convertido las actuales Navidades donde los cristianos olvidan la devoción y se entregan a la orgía del consumo. Tampoco tiene relación con quienes se entregan a la confraternidad familiar desprovistos de toda religiosidad, siguiendo -sin saberlo–, el camino trazado por las antiguas saturnales.