Los/as forajidos/as patean el tablero En una semana el Ecuador ha sido testigo de insólitas transformaciones. Un nuevo gobierno anuncia profundos cambios en la conducción del país. De un régimen que se reconocía a sí mismo como el mejor amigo de los Estados Unidos, se ha pasado a un gobierno que pide públicamente a Condoleezza […]
Los/as forajidos/as patean el tablero
En una semana el Ecuador ha sido testigo de insólitas transformaciones. Un nuevo gobierno anuncia profundos cambios en la conducción del país. De un régimen que se reconocía a sí mismo como el mejor amigo de los Estados Unidos, se ha pasado a un gobierno que pide públicamente a Condoleezza Rice no interferir en los asuntos internos. De un Presidente que pidió al Congreso estudiar la posibilidad de conceder la inmunidad a los soldados norteamericanos, a un régimen que anuncia no solo que no se concederá dicha inmunidad, sino que además se revisará el convenio de la base de Manta. De una política económica absolutamente ortodoxa y fiel a los mandatos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, a sorpresivos anuncios de mayores inversiones para el área social a través de la eliminación del Fondo de Estabilización Petrolera, anteriormente utilizado para la compra anticipada de deuda externa.
Y todo esto gracias a la rebelión de los/as forajidos/as, que patearon el tablero del sistema político ecuatoriano, exigiendo ser dueños/as de su propio destino a través de una protesta con múltiples repertorios, sumamente creativa, espontánea, sin partidos políticos ni liderazgos visibles.
Un descontento acumulado
Si bien el movimiento de los/as forajidos/as surge de forma espontánea a través de la convocatoria de una mujer que propone el día miércoles 13 de abril, a través de Radio La Luna, realizar un «cacerolazo» en la noche; las raíces que permiten su aparición y alimentan sus reclamos son muy anteriores.
Y es que el derrocamiento de presidentes durante la última década en el Ecuador no es una historia nueva. En 8 años el Ecuador ha tenido 8 presidentes. Todos los presidentes electos por votación popular desde 1996 han sido expulsados de Carondelet. Los ecuatorianos no deseaban que el tercer derrocamiento de un presidente sea nuevamente «capturado» por los sectores dominantes y los partidos políticos. En las dos ocasiones anteriores, fue el pueblo el que protestó en las calles, los militares quienes arbitraron la sucesión y los partidos políticos quienes decidieron quién debía ser el sucesor. Tras el derrocamiento de Bucaram, en la ya famosa camioneta que recorría las calles quiteñas proclamando el triunfo del pueblo ecuatoriano se hallaban los líderes de los partidos políticos tradicionales; mientras que en el derrocamiento de Mahuad quienes proclamaron la corta victoria fueron los entonces dirigentes del movimiento indígena junto a los coroneles de la República. Pese a que en ambos casos, la protesta popular tuvo como telón de fondo la crisis económica con las consabidas medidas de estabilización, el cambio de presidentes no significó una reformulación de las políticas públicas o un viraje al modelo de desarrollo vigente, por el contrario, los nuevos inquilinos de Carondelet aceleraron las reformas neoliberales impulsadas por el FMI. Existía entonces un fuerte sentimiento de frustración en la sociedad, al ver que tras la protesta venían los reacomodos del poder y no se daban cambios sustanciales. En esta ocasión, los dirigentes políticos fueron expulsados de la protesta social bajo la consigna «que se vayan todos».
La rebelión de los forajidos da cuenta de la profunda crisis del sistema político ecuatoriano, crisis que no es nueva, pero que se ha agudizado en los últimos años. La elección del Coronel Gutiérrez como presidente de la República fue justamente el resultado del agotamiento del sistema político. Los electores de Gutiérrez veían en él una persona nueva que no pertenecía a los partidos políticos tradicionales, que lideró una rebelión contra el gobierno que impulsó la dolarización y concedió a los Estados Unidos la base de Manta y que, en alianza con el movimiento indígena y los movimientos sociales, ofrecía un programa de gobierno de corte «progresista».
Sin embargo, el programa de gobierno del Coronel cambió radicalmente después de la primera vuelta electoral. Lejos de ser «progresista», Gutiérrez fue un dócil funcionario de la embajada norteamericana, hipotecando la soberanía del país. Su política económica fue totalmente ortodoxa y fiel a los mandatos del FMI y del Banco Mundial. La política social se redujo al reparto de dádivas y a la compra descarada de dirigentes sociales. El movimiento indígena fue erosionado, fragmentado y divido como nunca antes en su historia. La violencia política ganó terreno en el país. Grupos sociales defensores del régimen fueron armados bajo la protección de la fuerza pública.
Al no contar con una estructura de poder que le permitiera consolidar su mandato, el Coronel se alió con todos y cada uno de los partidos políticos en distintos momentos de acuerdo a las volátiles coyunturas del país, conservando como pilares de su gestión a las Fuerzas Armadas y a la Embajada Norteamericana.
En septiembre de 2004, tras una reunión con Bucaram en Panamá, se sella la última alianza del Coronel, que más tarde le llevaría a su derrocamiento: La alianza con el Partido Roldosista Ecuatoriano. Gutiérrez pasa entonces a ser parte de una disputa intraoligárquica: aliado a Bucaram y a Novoa empieza a minar algunas de las fuentes de poder de Febres Cordero. La izquierda y los movimientos sociales son incapaces de generar una posición autónoma y unitaria que presente otras opciones al país.
Tras un fallido intento de la oposición de enjuiciar políticamente a Gutiérrez, el Coronel logra establecer una mayoría en el Congreso Nacional que se reparte los puestos del Tribunal Supremo Electoral y del Tribunal Constitucional. Finalmente, en diciembre de 2004, esta mayoría comandada desde la Presidencia de la República destituye inconstitucionalmente a la Corte Suprema de Justicia y nombra nuevos jueces. Se empieza a acusar a Gutiérrez de dictador. Desde diciembre, la oposición en el Congreso intenta, sin éxito revocar a la nueva Corte Suprema.
Las protestas exigiendo el retorno al estado de derecho no se hicieron esperar: Gigantescas marchas en Quito, Guayaquil y Cuenca lideradas por las autoridades locales intentan canalizar el descontento ciudadano. El Alcalde de Guayaquil convoca a una marcha «cívica» y no política, por la autonomía y la seguridad de Guayaquil. En Quito y Pichincha, las autoridades locales y la Asamblea de Quito toman distancia de esta postura y convocan a una marcha política contra el Dictador, por la democracia y el retorno al estado de derecho. La marcha de Cuenca pide el retorno al estado de derecho, la consulta popular para la firma del Tratado de Libre Comercio y obras para la provincia.
Sin embargo, el pueblo demostró estar mucho más adelante que sus supuestos líderes. Mientras el clamor unitario en las marchas era la salida de Gutiérrez, sus líderes se empeñaban en reducirlas al cambio de la Corte Suprema de Justicia. La sociedad quiteña empieza a vivir un proceso de politización muy agudo. La discusión sobre el sentido de la protesta copó los espacios públicos y privados. El arco ideológico de los participantes en las marchas era muy vasto. Varias voces emergieron pidiendo que a más de la salida del Coronel Dictador se planteen los temas de fondo de la política ecuatoriana.
El gobierno minimiza las protestas y un mes más tarde, el nuevo presidente de la Corte Suprema archiva los juicios a Bucaram, Dahik y Noboa, permitiendo el regreso de las ex – autoridades al país. El retorno de Bucaram abona la ira del ya movilizado pueblo de Quito.
Para el 13 de abril las autoridades de Pichincha y Quito anuncian un paro provincial. Un paro con una débil convocatoria, pues hasta el día anterior, la realización de la protesta dependía de que se logre o no en el Congreso destituir a la Corte Suprema de Justicia. Una convocatoria signada además por la propia disputa al interior de la Izquierda Democrática, entre las posiciones más conservadoras del Alcalde de Quito y aquellas más radicales del Prefecto de Pichincha. El Congreso no destituyó a la Corte y el paro se realizó con medianos resultados y una gigantesca represión. Nuevamente, los líderes políticos no pudieron canalizar el descontento popular.
Una protesta forajida
El 13 de abril, Radio La Luna abre sus micrófonos al público para una de sus ya conocidas «tribunas ciudadanas». Radio La Luna se ha caracterizado por acompañar constantemente los procesos de lucha del pueblo ecuatoriano, jugó un papel muy importante en los derrocamientos de Bucaram y Mahuad. Ha mantenido una posición crítica ante el gobierno de Gutiérrez, enfrenta un juicio impulsado por el régimen que intenta quitarle la frecuencia y su director ha sufrido múltiples amenazas.
En la tribuna ciudadana del 13 de abril, La Luna pregunta sobre nuevas formas de protesta. Una señora propone protestar en la noche, otra sugiere que el encuentro sea en la Avenida de los Shyris y así, se va configurando el primer «cacerolazo» contra Gutiérrez. Más de cinco mil personas se dan cita en la Avenida de los Shyris con sus cacerolas y un enorme repertorio de consignas contra el Coronel. Una vez concluido el «cacerolazo», unas cien personas se dirigen a la casa de Gutiérrez a continuar con la protesta. Al día siguiente, el ex – presidente, los llama «forajidos». Empiezan entonces, a aparecer miles de carteles pegados en los automóviles quiteños que decían «Yo también soy forajido». Los elementos de identidad del espontáneo movimiento empiezan a configurarse y los/as «forajidos/as» se multiplican noche a noche, utilizando para la convocatoria, la radio, el correo electrónico y los teléfonos celulares.
Después del «cacerolazo», vino el «reventón», luego el «tablazo», después el «rollazo», el domingo 17 fue el «golpe de estadio» durante los partidos de fútbol. Cada noche la protesta agrupaba a más gente y la creatividad se desbordaba. Es importante mencionar la inmensa participación de niños y niñas en la radio y en las calles. El viernes 15, el Coronel decreta Estado de Emergencia y disuelve la Corte Suprema de Justicia. Pese al estado de emergencia, el ejército no sale a las calles a controlar las protestas. Al día siguiente, Gutiérrez se ve obligado a derogar el decreto. El sábado 16 los manifestantes intentan llegar al Palacio de Gobierno, a dos cuadras de Carondelet, los/as forajidos/as gritaban «Soldado, soldado, déjanos pasar, queremos saludar», la represión se incrementa.
Al día siguiente, en una entrevista a la CNN, Gutiérrez minimiza la protesta diciendo que se trata de máximo veinte mil personas, que no representan a Quito y menos al país. Los/as forajidos/as deciden entonces demostrar al Coronel cuántos eran y se convocan para el martes 19 de abril en el Parque de La Carolina. Empiezan a aparecer nuevos rostros en lo que hasta entonces, había sido un movimiento básicamente de las clases medias quiteñas, los sectores populares se suman a la protesta. De La Carolina parte una enorme marcha de alrededor de 150 mil personas hacia Carondelet. Tras una fuerte represión policial, Julio García, fotoperiodista chileno – ecuatoriano muere asfixiado por los gases lacrimógenos.
Renán Borbúa, primo del Coronel, anuncia desde Guayaquil que llegará a Quito acompañado de gente para defender al Presidente. En la mañana del 20 de abril, los/as forajidos/as habían convocado al «mochilazo», la protesta de los/as jóvenes colegiales/as. Mientras los estudiantes se encontraban en la Avenida de los Shyris, grupos armados convocados por Borbúa empezaban a llegar a la ciudad en decenas de buses. Los/as forajidos/as se concentran en las distintas entradas de Quito para proteger a la ciudad que empieza a sentirse sitiada por los defensores del régimen. Se producen enfrentamientos. Desde el Ministerio de Bienestar Social, jóvenes armados disparaban a la multitud bajo la dirección del Subsecretario de Binestar Social, Bolívar Gonzáles. Una protesta que hasta entonces se había caracterizado por ser pacífica y festiva empieza a enfrentar a la violencia.
Mientras tanto, la Embajadora de los Estados Unidos, Kristie Keney desayuna en Carondelet con Gutiérrez. Hasta el día anterior, Condoleezza Rice había dado declaraciones respaldando al régimen. La Embajadora abandona el Palacio y a las 10h30, el Comandante General de la Policía presenta su renuncia, argumentando que no está dispuesto a prestarse al enfrentamiento entre ecuatorianos. Horas más tarde, la oposición logra un acuerdo en el Congreso Nacional, destituye al Presidente y Primer Vicepresidente del Congreso, nombra a una nueva Vicepresidenta, le encarga la dirección de la sesión y destituye al presidente de la República por 60 votos, argumentando abandono del cargo como presidente constitucional. Minutos más tarde, las Fuerzas Armadas declaran públicamente que han retirado su apoyo al Coronel y que abandonarán el Palacio de Gobierno. El Congreso posesiona al Vicepresidente de la República, Alfredo Palacio, como nuevo Presidente. Sin embargo, la fuerza pública no brinda protección al nuevo jefe de estado, sino seis horas más tarde, dejándolo en medio de una multitud encolerizada que exigía que se vayan todos y que existan cambios profundos en la conducción del país. Varios diputados fueron golpeados, el Presidente tuvo que esconderse para evitar ser agredido y la policía brilló por su ausencia.
Paralelamente, un grupo de forajidos/as se dirigió al aeropuerto nacional para impedir la huida de Gutiérrez. La avioneta en donde se encontraba no pudo despegar de la pista por la presencia de los manifestantes. Finalmente, Gutiérrez fue rescatado por un helicóptero. El gobierno brasileño aceptó el pedido del Coronel de asilo político.
El país después de Gutiérrez
Lucio Gutiérrez deja tras de sí la mayor crisis institucional de la historia contemporánea del Ecuador. Un país fragmentado, dividido pero dispuesto a reconstruirse desde nuevos enunciados. Un país sin Corte de Justicia, con una institucionalidad débil y totalmente desacreditada, una falta de confianza en el manejo de la cosa pública, una crisis total de representación tanto de los partidos políticos, cuanto de las organizaciones sociales. La crisis del sistema político ecuatoriano ha arrastrado consigo a las organizaciones sociales, que se encuentran también divididas y atrapadas en el juego institucional por el que muchas de ellas optaron.
También nos queda un pueblo movilizado, crítico y dispuesto a construir un nuevo país con sus propias manos. Unas clases medias radicalizadas, que se movilizaron masivamente por un futuro mejor. Un movimiento mayoritariamente compuesto por mujeres y jóvenes que no están dispuestos/as a que su voz no sea escuchada.
Sin embargo, la falta de organicidad, una de las características más novedosas de los/as forajidos/as, que contribuyó al éxito de la protesta, es también uno de sus principales límites en el momento de generar propuestas y construir ese país distinto. Si bien, el Ecuador pudo apreciar la gran cantidad de demandas del movimiento, los argumentos políticos de fondo se presentaron diluidos, con una amplia gama de contenidos distintos y contradictorios, algunos de corte revolucionario, otros con contenidos autoritarios y fascistoides. La única demanda que generó consenso fue la salida del presidente junto a toda la clase política y la refundación del país desde el pueblo. Pero un pueblo aún no organizado, con el que es difícil interlocutar, pues no ha construido referentes visibles y en donde aparecen aún difusos los contenidos programáticos para la fundación de ese soñado país. En algunos lugares se están impulsando las Asambleas Populares, que pueden constituirse en los referentes para la construcción de una nueva democracia más participativa. Habrá que ver si estos embriones de organización logran mantenerse e incidir en la vida pública.
La rebelión de los/as forajidos/as también deja perpleja a una clase política que estaba acostumbrada al intercambio de favores, al acomodo, al palanqueo y a la corrupción y que ahora será vigilada, cuestionada y combatida. Pues no es ya posible una democracia sin la voz de los/as forajidos/as.