A los acordes del himno de Eurovisión se abre el telón y se apiñan frente al escenario los numerosos periodistas convocados a cubrir el magno evento. Tras un atril y en medio del escenario, el siempre impecable presidente, de traje y corbata, se dispone a pronunciar su trascendental discurso. Presidente -¡Paz! Una vez pronunciado su […]
A los acordes del himno de Eurovisión se abre el telón y se apiñan frente al escenario los numerosos periodistas convocados a cubrir el magno evento.
Tras un atril y en medio del escenario, el siempre impecable presidente, de traje y corbata, se dispone a pronunciar su trascendental discurso.
-¡Paz!
Una vez pronunciado su discurso, con el mismo entusiasmo, reitera su segundo discurso, que es también el primero, ahora en inglés.
-¡Peace!
Eufórico, deja pasar unos segundos, abiertos sus brazos y su sonrisa, para que los periodistas que cubren la actividad puedan obtener más y nuevos primeros planos, antes de dejar sentado su tercer discurso, el mismo de siempre, ahora en euskera.
-¡Bakea!
El presidente toma entonces del atril una montera y un capote que despliega con garbo torero a la vista del respetable y, mientras arranca el pasodoble «El Gato Montés», se pone la montera y arranca con la faena deleitando a los asistentes con artísticas verónicas y pases de pecho que reparte a diestra y a siniestra.
De improviso, irrumpe en el escenario un niño limpiabotas, tal vez latinoamericano, descalzo, casi desnudo, sucio y harapiento que, con pesar, indiferente a la elegante faena que se ofrece en nombre de la paz, deambula por el escenario de la vida. Los medios de comunicación, ya cubierto el discurso, recogen cámaras y demás útiles y se retiran apresuradamente dado que nada más hay que reseñar. El presidente, devenido en matador, aprovecha el extravío del niño para recibirlo con un irreprochable capotazo por alto.
El limpiabotas, que ni se entera, cuando sale del pase, también tiene un discurso que ofrecer.
-Todos los días, diecisiete mil personas mueren de hambre en el mundo.
De nuevo el limpiabotas se encuentra en su camino con la gracia del capote. Tampoco lo advierte. Menos lo agradece. A la salida, concluye su intervención antes de retirarse.
-Y uno de cada dos niños no va a la escuela, o trabaja, o duerme en la calle, o huele pegamento… o se gana la vida como yo, sacando lustre al mundo.
Surge entonces la figura de una mujer, ensimismada y sobria, que más que caminar empuja su destino. Su semblante tampoco parece muy feliz de la fiesta organizada en su nombre y a su pesar. También a ella la recibe un capote al que ninguna atención presta. Al salir del pase, denuncia:
-Todos los días, miles de mujeres en el mundo son insultadas, son vejadas, son desconocidas…
Tras otro capotazo inesperado mientras se reconsume indignada, pone fin a su oración y se retira.
-… son maltratadas, son violadas, son asesinadas…por el delito de ser mujer.
Segundos después, tambaleándose, un hombre salta al ruedo. Una bolsa cubre su cabeza o acaso la asfixia. Con el primer capotazo, tras sacarse la bolsa lentamente, se desahoga.
-Todos los días se mata en nombre de la vida como en nombre de la paz se hace la guerra…
No obstante el maestro haber perdido la euforia que le conociéramos, en cualquier caso, aprovecha el calvario del hombre para volver a sortearlo de la única manera que conoce. El hombre apostilla antes de abandonar el escenario.
-En nombre de la democracia y de la libertad se silencian voces, se encarcelan jóvenes, se persiguen ideas…se secuestra, se tortura, se asesina.
El presidente queda a solas, ya no tan convencido de su único argumento o consciente de que el torero engaño ha sido descubierto, mientras vuelven al escenario el limpiabotas, la mujer y el hombre.
Algo en ellos, sin embargo, hace pensar que ya no son los mismos. Ahora los tres observan al diestro, cada vez más solo, inmóvil, como si se hubiera quedado sin argumentos o sin vergüenza. El hombre, hasta con delicadeza, le retira al matador la montera interrumpiendo el jolgorio del pasodoble y señala:
Mientras sigan negándose los derechos humanos, la paz sólo es una palabra hueca.
La mujer toma de las manos del espada su capote y, antes de arrojarlo al suelo, insiste:
Mientras persista la violencia machista y la discriminación de la mujer, la paz sólo será un infierno.
El niño también se suma a la general sentencia y, tras entregar su caja de limpiabotas al abochornado presidente, sentencia:
-Como decía el padre Casaldáliga: «La paz con hambre sólo es una flor encima de un cadáver»
El presidente, muy despacio, desaparece por el fondo, como si éste se lo tragara definitivamente a la vez que el escenario se va llenando de más niños, de más mujeres y hombres para que suene el «Give Peace a Chance» de John Lennon. Todos bailan la esperanza, la esperanza que, por más que engañe el nombre, nunca hay que esperar, acompañándose de palmas e invitando al público a cantar y bailar, a reivindicar juntos la única paz posible, esa que se fundamenta en la razón, en la equidad, en el derecho, en la justicia, la única que puede festejarse, la única real.
Mientras suena la música, sigue abriéndose el telón y más seres humanos convencidos de que un mejor mundo es posible suben al escenario.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.