El recién investido presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, promete ser el archienemigo del medioambiente y de las comunidades indígenas y desfavorecidas de su país; además de ser un gran amigo de líderes de extrema derecha de todo el mundo, con ideas afines a las suyas. Por lo tanto, no es de extrañar que esté floreciendo […]
Por lo tanto, no es de extrañar que esté floreciendo una amistad especial entre Bolsonaro y el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu. «Necesitamos buenos hermanos como Netanyahu», dijo Bolsonaro el 1 de enero, el día de su inauguración en Brasilia. Bolsonaro es «un gran aliado (y) un hermano», respondió Netanyahu.
Pero, mientras Bolsonaro ve en Netanyahu un modelo a seguir – por razones que deberían preocupar a muchos brasileños -, está claro que el país no necesita ‘hermanos’ como el líder israelí.
La militancia de Netanyahu, su opresión contra el pueblo palestino indígena, sus ataques con motivación racial hacia los inmigrantes africanos negros y sus constantes violaciones del derecho internacional no son, en absoluto, algo que un país como Brasil necesite para acabar con la corrupción, generar una armonía comunal y forjar una era de integración regional y prosperidad económica.
Por supuesto, Netanyahu estaba interesado en asistir a la toma de posesión de Bolsonaro, que probablemente pasará a la historia de Brasil como un día infame, en el que la democracia y los derechos humanos quedaron más amenazados que nunca desde que Brasil inició su transición democrática a principios de los 80.
En los últimos años, Brasil se ha convertido en una potencia regional con conciencia que ha defendido los derechos humanos de los palestinos y la integración del ‘Estado de Palestina’ en la comunidad internacional.
Frustrado por el historial de Brasil en Palestina e Israel, Netanyahu, un político astuto, vio una oportunidad en el discurso populista que defendía Bolsonaro durante su campaña.
El nuevo presidente brasileño quiere revertir la política exterior de Brasil en Palestina e Israel, del mismo modo que quiere revertir todas las políticas de sus predecesores en cuanto a los derechos de los indígenas, la protección de las selvas y otros asuntos importantes.
Lo verdaderamente preocupante es que Bolsonaro, quien ha sido comparado con Donald Trump – sobre todo debido a su promesa de «hacer a Brasil grande otra vez» -, está dispuesto a cumplir sus promesas. De hecho, tan sólo horas después de su inauguración, emitió una orden ejecutiva contra los derechos territoriales de los pueblos indígenas de Brasil, para deleite de los lobbies agrícolas, que están ansiosos por talar gran parte de los bosques del país.
Confiscar los territorios de los pueblos indígenas, como pretende Bolsonaro, es algo que Netanyahu, su gobierno y sus predecesores han hecho sin remordimientos durante muchos años. Sí, está claro que la afirmación de su ‘hermandad’ tiene una base muy sólida.
Pero existen otras dimensiones en la historia de amor entre ambos líderes. Se ha trabajado mucho para convertir el gobierno pro-palestino de Brasil en uno con una política exterior similar a la de Trump.
Durante su campaña, Bolsonaro se acercó a los grupos políticos conservadores, a las iglesias evangélicas y a los militares, con lobbies poderosos, agendas perversas y una influencia inconfundible. Históricamente, estos grupos han condicionado su apoyo político a cualquier candidato al apoyo ciego a Israel, tanto en Sudamérica como en Estados Unidos y otros países.
Así es como EEUU se ha convertido en el principal benefactor de Israel, y precisamente es así como Tel Aviv pretende conquistar nuevos territorios políticos.
El mundo occidental, en particular, está recurriendo a demagogos de extrema derecha para encontrar respuestas simples a problemas complejos. Ahora Brasil, gracias a Bolsonaro y a sus partidarios, se ha unido a esta preocupante tendencia.
Israel está explotando descaradamente el auge global del neofascismo y del populismo. Aún peor; las tendencias que antes se percibían como antisemitas ahora son totalmente aceptadas por el ‘Estado judío’, que pretende expandir su influencia política y su mercado de armas.
Políticamente, los partidos de ultraderecha comprenden que, para que Israel les ayude a blanquear sus pecados pasados y presentes, tendrán que someterse por completo a la agenda de Israel en Oriente medio. Y eso es precisamente lo que está pasando; desde Washington a Roma, a Budapest, a Viena… Y, ahora, a Brasilia.
Pero otra razón, quizá una más convincente, es el dinero. Israel tiene mucho que ofrecer de su tecnología de ‘seguridad’ y de guerra, una línea de productos masiva que ha sido utilizada con consecuencias letales contra los palestinos.
La industria del control fronterizo está en auge en EEUU y en Europa. En ambos casos, Israel está ejerciendo como el modelo a seguir y como el proveedor de tecnología. Y, ahora, la tecnología de ‘seguridad’ israelí, gracias a la nueva simpatía por los supuestos problemas de seguridad de Israel, está invadiendo también las fronteras europeas.
Según la agencia israelí Ynetnews, Israel es el séptimo mayor exportador de armas del mundo, y está emergiendo como un líder en el exporte global de drones aéreos.
El entusiasmo de Europa por la tecnología de drones de Israel se debe a un miedo infundado sobre los inmigrantes y los refugiados. En el caso de Brasil, la tecnología de drones israelí se usará para luchar contra bandas criminales y otros problemas internos.
Debemos mencionar que el gobierno brasileño compró y utilizó drones israelíes manufacturados por Elbit Systems justo antes del Mundial de la FIFA en 2014.
Lo más preocupante de los futuros acuerdos entre estos dos países es la afinidad repentina entre los políticos de ultraderecha en ambos. Como era de esperar, Bolsonaro y Netanayhu hablaron largo y tendido sobre los drones durante la visita del último a Brasil.
Israel ha recurrido a la violencia extrema para contrarrestar las demandas de los palestinos de sus derechos humanos, incluyendo la fuerza letal usada en las manifestaciones pacíficas que se realizan en la valla que separa a la sitiada Gaza de Israel. Si Bolsonaro cree que conseguirá eliminar el crimen local usando la violencia desenfrenada – en lugar de abordar la desigualdad social y económica y la distribución injusta de la riqueza en su país -, sólo puede esperar exasperar una tasa de muertos que ya es terrible.
La obsesión de Israel por la seguridad no debería duplicarse ni en Brasil ni en ningún otro lugar, y los brasileños, de los que muchos se preocupan, con razón, por el estado de la democracia en su país, no deberían sucumbir a la mentalidad militar israelí, que no ha conseguido paz, sino mucha violencia.
Israel exporta guerras a sus vecinos y tecnología de guerra al resto del mundo. Dado que muchos países están inmersos en conflictos, muchas veces resultantes de las enormes desigualdades, Israel no debería ser considerado como el ejemplo a seguir, sino más bien como el ejemplo a evitar.