Revisado por Caty R.
Vivimos tiempos muy complicados, el imperio cristiano -el imperialismo- está perdiendo el control y traspasa todas las líneas rojas imaginables. La impresión es que la situación se les va de las manos, que la escalda de represión militar, política y económica está tocando techo. Ya no es imaginable más crueldad ni más sufrimiento para las víctimas, ya no será posible batir ningún récord, aunque todavía es posible otra vuelta de tuerca para seguir tensando la inestabilidad. Sus contradicciones se están convirtiendo en su mayor enemigo y son una autodenuncia de su escalada de los horrores; miseria y muerte para el resto de la humanidad para satisfacer a un imperio insaciable.
Estados Unidos y la Unión Europea -aliado incondicional y parte fundamental del imperio cristiano- intentan hacerse fuertes en el Tercer Mundo con una continua escalada de violencia que lo destruye y al mismo tiempo, cada vez necesitan más sus recursos de los que dependen, aumentando a cada instante su dependencia. Ese pobre Tercer Mundo al que el imperio cristiano agrede y bombardea todos los días es precisamente su sustento, el nuestro. Las materias primas del Tercer Mundo son imprescindibles y cada vez en mayor cantidad. Pero esta depredación requiere, al mismo tiempo, deshumanizar a sus proveedores -a sus víctimas- para justificar el expolio; la campaña de desprestigio tiene que funcionar continuamente, como sucede, tachándoles de fanáticos y fundamentalistas y magnificando cualquier suceso. Pero, como con la gallina de los huevos de oro, están acabando con sus recursos. Son necesarias más guerras y cada vez más crueles, todo es poco.
El llamado Tercer Mundo o con cualquier otra denominación con las que se los clasifica: países subdesarrollados, fundamentalistas, terroristas, son los que precisamente hacen posible y alimentan el imperio cristiano. Pero la descalificación y las denominaciones peyorativas son las que sirven de excusa para arrasar sin piedad pueblos enteros en aras del control de sus recursos. Todo ello tiene una comprobación muy sencilla: construyamos un muro y aislemos ambos lados de modo que las fronteras queden cerradas, pero no como ahora que son permeables o impermeables, según convenga, para algunas cosas y personas y no para otras.
Del Tercer Mundo, de donde dicen que nos llegan el fanatismo, la violencia y el terrorismo, también nos llegan diariamente, además de materias primas, dinero, productos manufacturados con bajos salarios, todo a buen precio e incluso, cuando es necesario, mano de obra barata.
En cambio ¿Qué les aporta a ellos el imperio cristiano y de qué les sirve? Decenas de bases militares que el imperio cristiano mantiene en territorios ajenos, cientos de miles de soldados, miles de armas nucleares y de todo tipo con las que los invade, ocupa y bombardea donde y cuando le parece. Para esto no hay límites, incluyendo el uso y abuso de las organizaciones internacionales que «legalizan» lo que sea necesario. El doble rasero.
El imperio cristiano no podría vivir, ni siquiera un mes, sin todos estos recursos y materias primas, pero el Tercer Mundo sí podría vivir sin el imperio; viviría mejor, tendría menos miseria y morirían menos. Sus gobiernos o sus dictaduras tendrían que enfrentarse a su propia población sin la protección y complicidad del imperio. Sin la fuga de capitales y la pérdida de recursos les sería posible, al menos, sobrevivir y pensar en un progreso razonable, sostenible.
La guerra es un negocio. Se hace por negocio y se termina cuando deja de serlo, cuando da pérdidas, cuando cuesta más de lo que se saca. Y el negocio son los recursos, las materias primas, los mercados, la situación estratégica o sus expectativas.
Para el imperio no hay límite en la guerra; ni de armas, ni de leyes, ni de derechos humanos, todo vale cuando es el imperio cristiano quien lo hace, para la otra parte todo está prohibido, su derecho a la defensa se considera terrorismo, mientras las invasiones son consideradas como guerra preventiva y las ocupaciones, que se convierten en masacres permanentes, devienen en ayuda pacificadora y humanitaria. Este inmenso crimen y el desastre ocasionado, precisamente por la invasión y posterior ocupación, acaba por convertirse en la razón para continuar con la labor «humanitaria y democratizadora».
Cuando el imperio cristiano anula la presunción de inocencia, legaliza el asesinato -selectivo o no-, la guerra preventiva, la ocupación y la rapiña, cuando todo esto sucede ¿Qué nos queda? ¿Qué futuro nos espera? Pero sobre todo ¿Qué les queda a todos estos pueblos tercermundistas que despreciamos por «fanáticos y terroristas»? Nada, su gente ya no tiene nada que perder, apenas sus vidas valen nada. Están en la miseria y se están muriendo, son muy pobres pero no estúpidos y saben muy bien de dónde les vienen las bombas, quiénes son sus verdugos y para dónde van sus recursos; por eso decimos que son un peligro y nos sentimos amenazados. ¡Tenemos derecho a defendernos! Su terrorismo es muy peligroso, nuestras bombas no, aunque la miseria, la muerte y la destrucción generalizadas son para ellos, son los daños colaterales ocasionados por imperio cristiano. El «choque de civilizaciones» no es más que el «choque económico» del que se derivan las guerras por los recursos y las materias primas.
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión y Tlaxcala.