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Cronopiando

Cuando es mejor callar

Fuentes: Rebelión

A estas alturas del cuento lo mas sensato habiera sido dejar las cosas como están: que había un buey y una mula, que el niño era blanco y de rubios rizos, que llegaron unos reyes que también eran magos, que cargaban oro, incienso y mirra, y todo gracias a una estrella que desde el cielo […]

A estas alturas del cuento lo mas sensato habiera sido dejar las cosas como están: que había un buey y una mula, que el niño era blanco y de rubios rizos, que llegaron unos reyes que también eran magos, que cargaban oro, incienso y mirra, y todo gracias a una estrella que desde el cielo les marcaba la ruta como un GPS celestial.

Pero el problema no es el cuento de la Navidad, especialmente, en estas entrañables fechas que se avecinan y en las que ni el esfuerzo conjunto de olentxeros, reyes magos y demás dadivosas figuras va a poder complacer los intereses del comercio y del mercado. El problema es que se nos siga contando cuentos, esos que León Felipe advertía cuando escribía: «Yo no sé muchas cosas, es verdad, digo tan sólo lo que he visto. Y he visto: que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos, y que el miedo del hombre ha inventado todos los cuentos. Yo no sé muchas cosas, es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos y sé todos los cuentos.»

Buena parte de ellos los edita y los publica el Vaticano. En un mundo que cruje por todas sus costuras entre guerras, pestes y general hambruna; en un mundo crispado y violento, en medio de una crisis… ya el silencio habría sido elocuente.

El Vaticano pudo haber seguido meditando algunos desahucios más, algunos genocidios nuevos, o rezando en privado por la salvación del mundo, que es también una virtuosa manera de meditar silencios. De hecho, que yo sepa, en ninguna de las encuestas que suelen hacerse sobre las preocupaciones de la ciudadanía se ha revelado la posible inquietud al respecto de un buey y una mula de más en el portal de Belén.

Y ahí es donde hasta la elocuencia del silencio hubiera sido preferible porque, puestos a decir algo… ¿no pudo el Vaticano haber improvisado otra necedad que no resultara tan insultante, tan atea?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.