No se podía sino sentir lástima por Mo’Nique mientras ella subía al escenario en puntas de pie en la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, en Los Angeles, el martes pasado, para dar a conocer la lista de los nominados para los Oscar de este año. Y no era sólo porque la tarea […]
No se podía sino sentir lástima por Mo’Nique mientras ella subía al escenario en puntas de pie en la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, en Los Angeles, el martes pasado, para dar a conocer la lista de los nominados para los Oscar de este año. Y no era sólo porque la tarea le requería aparecer bajo luces brillantes, vestida de gala, a la infame hora de las 5.30 de la mañana. Se suponía que el hecho de que ella estuviera allí recordaría la naturaleza memorable de los premios 2010, cuando Kathryn Bigelow se convirtió en la primera mujer en ganar como Mejor Directora, y una película llamada Preciosa hizo que la noche fuera para el recuerdo para el cine negro, ayudando a sus talentos afroamericanos a ganas un record de tres estatuillas, incluida una para Mo’Nique como Mejor Actriz de Reparto, tras otro record de ocho nominaciones.
Este año, el clima no podría ser más distinto. Como para confundir las esperanzas de todos los que se atrevieron a pensar que las estatuillas alzadas por Mo’Nique y sus colegas en marzo pasado podrían anunciar un futuro brillante para el cine de las minorías, los Oscar 2011 se han convertido en los más blancos de la historia reciente. Ni un solo negro, hombre o mujer, figura en las listas para ningún premio importante. Tampoco el talento negro está representado en ninguno de los infinitos rubros técnicos. Los diez films nominados a Mejor Película son, como dijo una vez un mandamás de la BBC, «espantosamente» blancos. Las cosas están tan mal en este sentido que parece que la revista Vanity Fair invitó a Anthony Mackie (un buen actor, pero no muy importante en la temporada que se premia) a crear una semblanza de la diversidad al tomar parte en la foto de tapa de su nueva edición dedicada a Hollywood. La estrella de Vivir al límite fue metida con calzador entre una docena de colegas jóvenes y blancos, todos ellos conectados con las películas que luchan por los Oscar.
Mientras tanto, en los Producers Guild Awards de la semana pasada, el comediante Aziz Ansari, cuyos ancestros son indios, se atrevió a llegar cerca de castaño oscuro al preguntarse por qué David Fincher no hizo que al menos un chico negro consultara su cuenta de Facebook en Red social, y bromeó acerca de que 127 Hours era tan monocromática que incluso el brazo de James Franco no se pone negro después de que él usa un cortaplumas para amputárselo. Su resonancia produjo descontento entre los liberales más radicales de Hollywood. Y por una buena razón. Aunque la Academia tiende a ir a la delantera en cuanto a honrar a las minorías (cuando hay posibilidades), no puede decirse lo mismo acerca de la amplia industria del cine.
La razón por la cual no hay películas negras en los Oscar es muy simple: ninguna que sea digna de ganar un premio fue estrenada durante 2010. For Coloured Girls, de Tyler Perry, no ganó mucha adhesión entre los críticos. El escuadrón del crimen, un logrado film de acción, careció de profundidad. Night Catches Us, una película decente de Tanya Hamilton, sólo recibió estrenos limitados de parte de Sony Classics. Otros dos títulos negros -una comedia, Lottery Ticket, y un romance de verano, Just Wright- fueron peso mosca. La ausencia de films negros importa porque deja al desnudo un problema más amplio: al fracasar en representar al casi 15 por ciento de los norteamericanos que tienen piel negra, la industria cinematográfica deja al desnudo su creciente reticencia a adoptar cualquier cosa que se salga incluso mínimamente del mainstream.
El problema está en las finanzas: como los presupuestos de las películas han subido, los productores se han puesto reticentes a tomar riesgos. La mentalidad hace que los estudios eviten dar el primer paso en films que no garanticen una atracción de parte de una amplia demografía. Por lo tanto, homogenizan la ya simplificada media de lo que se ve en los cines. Entonces, la próxima vez que usted se queje de la basura que se puede ver en los multicines tenga en mente que proviene de una escasez de variedad. Y una razón para esa escasez es la decadencia de películas sobre personas de color.
El público lo entiende. Quizá no haya sido coincidencia que dos de los mayores fracasos de los estudios durante el pasado verano (boreal) fueran El último maestro del aire y El príncipe de Persia: las arenas del tiempo. En ambas películas, los hacedores excluyeron a los actores de las minorías: el protagonista de El príncipe… no fue un iraní, ni siquiera un actor de Medio Oriente, sino un Jake Gyllenhaal sin afeitar. En El último…, un niño actor blanco fue elegido para protagonizar a un asiático. Los que no lo entienden son los estudios. Muy pocas personas de color están en los escalones más altos o medios de la industria. Nunca un negro ha estado a la cabeza de un estudio. Visiten un plató y traten de encontrar un tramoyista, cameraman o productor negro. Ni qué hablar de ejecutivos.
Rocky Seker, quien trabajó con un director en Sony en los ’90, renunció al estudio después de sentirse desilusionado con las políticas raciales que había allí. Ahora ella es la curadora de Black Cinema at Large, el afiliado californiano del African-American Film Festival Releasing Movement, que intenta darles preminencia a las películas negras. «Cuando trabajaba en Sony, había allí mucho talento negro de gran nivel y sencillamente no se lo escuchaba. No se les daba luz verde a ninguno de los proyectos», dice ella. «Era muy palpable. Sentía que esa gente realmente no quería tenerme allí y que apenas escuchaba a medias lo que tenía para decir.» Seker agrega que las glorias negras del Oscar en años recientes han tenido la tendencia de interpretar estereotipos. Denzel Washington, Mejor Actor por Día de entrenamiento en 2002, era un joven enojado. Halle Berry, quien ganó el mismo año por Cambio de vida, se exponía sexualmente. Preciosa se aventuraba en el cliché: en una escena, su protagonista camina por una calle de Nueva York llevando pollo frito robado.
Su punto de vista es compartido por Jeff Friday, CEO de Film Life, una distribuidora especializada en films con temática negra. El apunta una plétora de directores, incluidos Spike Lee, Malcolm Lee, John Singleton, F. Gary Gray y Forest Whitaker, a los que se les hace más difícil de lo necesario lograr que sus proyectos para estudios despeguen. «Estos tipos están en lo más alto de su profesión, algunos son de lo mejor que hay y ¿cada cuánto filman? ¿Cada tres o cuatro años? Entonces ves a los directores blancos de la misma edad y status, y ellos hacen dos o tres películas por año», explica. «Los directores negros no pueden hacer sus películas y no se los contrata para hacer grandes films, cuando debería suceder. Es increíblemente frustrante.» Para Friday, ignorar al cine negro también es una mala idea comercial para los estudios. «Hay todo un mercado al que no se están dirigiendo», afirma. «La taquilla afroamericana fue el sector con crecimiento más rápido en la nación. Bueno, en los últimos tres años eso bajó. La gente de color no está yendo al cine con la misma tasa que antes y es porque no se les está ofreciendo nada.»
No siempre fue así. Las raíces del cine negro pueden rastrearse hasta el nacimiento de las películas como forma de arte comercial: se hicieron exitosos films mudos para la comunidad negra en Chicago en 1910. Después de que las «habladas» llegaron, la industria dio un golpe parcial por la igualdad cuando Hattie McDaniel ganó el Oscar como Mejor Actriz de Reparto en 1939 por Lo que el viento se llevó (aunque ella tuvo que sentarse en la sección segregada del teatro esa noche). Quizá de más significado, dado que ocurrió durante la lucha por los derechos civiles, fue la decisión de premiar a Sidney Poitier con un Oscar en 1963, cuando fue declarado Mejor Actor por el protagónico de Una voz en las sombras. El, más que cualquier otra estrella, demostró que los actores negros podían acarrear hits mainstream. Durante la década siguiente se vio el ascenso de los films de Blaxploitation, enfocados en la cultura urbana negra. Melvin Van Peebles le dio el puntapié inicial al movimiento con Sweet Sweetbacks Baadassss Song, de 1971. El título más conocido es Shaft. Al margen de los westerns, los films de Blaxploitation todavía son considerados el único género cinematográfico autóctono de Estados Unidos.
Los años de gloria del cine negro, de todos modos, fueron en las dos décadas que comenzaron con el éxito de She’s Gotta Have It, de Spike Lee, en 1986. Pronto llegaron Hollywood Shuffle, de Robert Townsend, y Los dueños de la calle, de John Singleton. En un momento, al menos una docena de títulos de los estudios por año podían ser denominados como films afroamericanos. Muchas de esas películas eran biopics que les rendían homenaje a prominentes figuras negras: Ike y Tina Turner en Tina, Malcolm X, Muhammad Ali en Ali o el boxeador Rubin Carter en Huracán. El último éxito en los Oscar para esta clase de films llegó en 2004, cuando Jamie Foxx ganó una estatuilla por Ray, la biopic de Ray Charles.
Si se es benévolo con la industria, puede decirse que la decadencia del cine negro quizás haya sido parte de la decadencia del cine independiente. Hace cinco años, los estudios empezaron a cerrar sus divisiones especiales, en parte como respuesta a las decrecientes ventas de DVD, que tradicionalmente habían ayudado a dar dividendos a las películas más chicas. Cuando estas unidades desaparecieron, también lo hizo el modelo de negocio para proyectos cinematográficos más chicos y extravagantes.
Pero hay un rayito de sol en el horizonte: el creciente potencial para que las películas sean exhibidas online podría crear un modelo de negocios donde los films puedan encontrar un público que pague por verlos sin necesidad de asegurarse carísimos arreglos de distribución. Títulos con un target demográfico más reducido podrían empezar a tener sentido en lo financiero. «En los próximos años, cuando los cineastas empiecen a adoptar la distribución por la web, habrá más potencial para recuperar la inversión en películas más chicas, lo que podría ser propicio para la representación de las minorías», dice ST VanAirsdale, editor del website Movieline. «En realidad, acabamos de tener un sorprendentemente buen Sundance para las ventas de películas, y no hay que olvidar que ahora Oprah Winfrey conduce toda una red. Ella estuvo en el festival y compró el documental Becoming Chaz.» Oprah había producido ejecutivamente Preciosa y fue central para su éxito. ¿Podrá ella salvar al cine negro? Es una gran pregunta pero, más allá de Internet, ella es probablemente lo más cercano que tiene la industria a una gran esperanza blanca.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.