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Cuando Lenin cruzó una Europa en guerra para iniciar la Revolución de Octubre

Fuentes: Público

La Revolución de febrero y la abdicación del zar Nicolás II sorprendieron a Lenin en el exilio en Suiza. Las celebraciones, sin embargo, no duraron demasiado: para Lenin, observar estos acontecimientos desde la distancia no era una opción. Aunque decidido a regresar a Petrogrado, la travesía en una Europa en guerra distaba de estar exenta […]

La Revolución de febrero y la abdicación del zar Nicolás II sorprendieron a Lenin en el exilio en Suiza. Las celebraciones, sin embargo, no duraron demasiado: para Lenin, observar estos acontecimientos desde la distancia no era una opción. Aunque decidido a regresar a Petrogrado, la travesía en una Europa en guerra distaba de estar exenta de complicaciones. Francia, aliada de Rusia en la Primera Guerra Mundial, denegó como el resto de países de la Entente la autorización, y una travesía por el Mediterráneo para entrar en Rusia por el sur quedaba descartada por ser demasiado larga y peligrosa.

Uno tras otro -disfraces, pasaportes falsos o extranjeros, cruzar ilegalmente todas las fronteras-, todos los planes para llegar hasta Petrogrado se fueron abandonando. Aunque el tren que lo llevaría a él y otros disidentes políticos hasta Rusia es lo más recordado de este episodio de la revolución, cómo se llegó a esta particular solución resulta no obstante una historia mucho más interesante y que no desmerecería figurar en una novela o película de espías.

El socialdemócrata alemán Alexander Parvus, un personaje controvertido y con numerosos, y en ocasiones turbios, contactos -motivo por el cual Lenin siempre mantuvo una prudente distancia-, sirvió de enlace con el embajador alemán en el Imperio otomano, Hans Freiherr von Wangenheim, quien consiguió la autorización de Berlín y facilitó los recursos para la operación. Lo que siguió fue una suerte de desafío soterrado entre Lenin y von Wagenheim por ver quién conseguía superar en astucia al otro y aprovecharse de él: mientras el embajador alemán veía en los bolcheviques un instrumento con el que desencadenar el desconcierto en Rusia, y evitar así que el nuevo Gobierno Provisional mantuviese sus compromisos bélicos con los aliados obligando a Alemania a seguir combatiendo simultáneamente en dos frentes, Lenin, por su parte, consideraba la ayuda alemana como un medio para sus propios fines, que eran la revolución socialista en Rusia y su propagación al resto del continente y del mundo.

Por pertenecer a un país neutral, los socialistas suizos fueron los encargados de mediar en las negociaciones entre los bolcheviques y los alemanes, que finalizaron el 4 de abril. El secretario general del Partido Socialista suizo, Fritz Platten, asumió la plena responsabilidad de la operación, que, a insistencia de Lenin, habría de realizarse con discreción. Con todo, los bolcheviques no pudieron evitar pese a todas sus precauciones la acusación de ser agentes del káiser.

El 9 de abril de 1917, a las 15:10 horas, los 32 exiliados rusos subieron a un tren en Zúrich. A pesar de los intentos de los bolcheviques, en la estación les aguardaba ya un grupo de airados emigrantes rusos, a cuyos insultos los viajeros respondieron cantando La Internacional y La Marsellesa. El tren les condujo hasta el municipio fronterizo de Gottmadingen, donde les esperaba el célebre tren alemán y dos oficiales del país con conocimientos de ruso. Lenin exigió que al tren se le asignase el estatus de extraterritorial -los guardias alemanes no podrían tener acceso a los documentos ni al equipaje de los viajeros- y que nadie pudiese entrar en él una vez comenzase el trayecto (de ahí la leyenda del tren «blindado»).

Desde el sur, el tren cruzaría todo el país hasta llegar a Sassnitz, en el norte de Alemania. Allí tomaron un ferry que los llevó hasta Trelleborg, en Suecia. El 13 de abril los bolcheviques rusos se desplazaron hasta Estocolmo, donde fueron recibidos por simpatizantes locales. El viaje continuaría poco después hasta Harapanda, desde donde cruzaron la frontera con Finlandia e hicieron escala en Tornio y Helsinki antes de tomar el tren definitivo a Petrogrado. Allí el clima político no parecía jugar a su favor. Según un testimonio, durante el receso de una sesión del Gobierno Provisional en marzo, Aleksandr Kerenski -el futuro primer ministro de Rusia, entonces ministro de Justicia- dijo en broma: «Espere, Lenin está de camino, entonces comenzará todo en serio». El comentario fue recogido con risas.

 Lenin llega a Petrogrado

El 16 de abril llegaba a la estación Finlandia, procedente de Helsinki, el vapor H2-293 de fabricación estadounidense. Hasta aquella fecha el Partido Socialdemócrata Obrero de Rusia bolchevique (POSDR-b) -más conocido simplemente como Partido bolchevique-, como el resto de partidos demócratas y socialistas, había apoyado con más o menos reservas al Gobierno Provisional: de los 400 diputados del Soviet de Petrogrado, por ejemplo, sólo 19 votaron en contra de la transferencia de poder al Gobierno Provisional. «El problema fundamental es establecer una república democrática», escribía el diario Pravda en su primer número. «El proletariado busca conseguir libertad para la lucha por el socialismo, su meta última», afirmaba, por su parte, el Soviet de Moscú.

Los socialistas se atenían con ello a la hoja de ruta establecida por el marxismo ortodoxo de la Segunda Internacional, desarrollada a partir de una versión escolástica de los escritos de Marx y Engels según la cual el desarrollo capitalista era imprescindible para sentar las bases del socialismo. En los consejos de obreros y soldados el sentimiento era muy diferente, y la demanda a transferir todo el poder a los soviets, mayoritaria. El comité del barrio de Vyborg, por ejemplo, llegó a imprimir carteles con este llamamiento, un eslógan –«todo el poder a los soviets»– que después se haría mundialmente famoso.

El economista marxista Nikolái Sujánov nos ha legado una viva descripción -que Trotsky recoge en su Historia de la Revolución rusa– de la llegada de Lenin a Petrogrado. Una comitiva institucional aguardaba al dirigente bolchevique en la estación para entregarle un ramo de flores y recibirlo con honores, pero también desconfianza. «Lenin entró, o más bien corrió hasta la ‘sala del zar’ con su gorra, las mejillas tersas por el frío y un lujoso ramo de flores en sus brazos», escribe Sujánov.

«Corriendo hasta el centro de la sala, se detuvo frente a [el presidente del Soviet de Petrogrado, Nikolái] Chjeidze como si hubiera encontrado un obstáculo completamente inesperado. Allí, Chjeidze, sin abandonar su apariencia melancólica, pronunció el siguiente ‘discurso de gratitud’ cuidadosamente, preservando no sólo el espíritu y la voz de un instructor moral: ‘Camarada Lenin, en nombre del Soviet de Petrogrado y de la revolución toda, le doy la bienvenida a Rusia… pero consideramos que la principal tarea de la democracia revolucionaria ahora es defender nuestra revolución contra todo tipo de ataques, de dentro y de fuera… Esperamos que se una a nosotros en la consecución de este fin.’ […]»

Sujánov prosigue: «Lenin, según parece, sabía bien como lidiar con ello. Se mantuvo de pie observando, como si lo que estaba sucediendo no fuese con él, su mirada recorrió la sala, miró al público que le rodeaba e incluso examinó el techo de la ‘sala del zar’ mientras reordenaba el ramo de flores (que apenas armonizaba con su figura) y, finalmente, alejándose de los delegados del Comité Ejecutivo, ‘respondió’: ‘Estimados camaradas, soldados, marinos y trabajadores, estoy contento de poder saludaros en la victoriosa revolución rusa, de saludaros como la vanguardia del ejército proletario internacional… la hora no está lejos, como nos recuerda nuestro camarada Karl Liebknecht, de que el pueblo apunte sus armas contra sus explotadores capitalistas… La revolución rusa que habéis conseguido ha abierto una nueva época».

El discurso de Lenin entusiasmó tanto a los soldados presentes que éstos pidieron que les acompañase al exterior para dirigirse desde uno de los vehículos blindados a una manifestación que había frente a la estación. «La noche entrante hizo la procesión especialmente impresionante», escribe Sujánov. «Habiéndose apagado las luces de los blindados restantes, el penetrante rayo de luz del proyector del vehículo sobre el que Lenin se encontraba apuñalaba la noche. Y recortaba, en la oscuridad de las calles, a los grupos de excitados obreros, soldados y marinos, los mismos que habían conseguido la gran revolución y luego dejado que el poder se les escurriera entre los dedos. La banda de música dejó de tocar para permitir a Lenin repetir o variar su discurso ante la llegada de nuevos oyentes».

Frente a la estación, hoy reformada, se alza todavía un monumento soviético que recuerda aquel momento, y que en 2009 fue víctima de un atentado por parte de desconocidos, probablemente militantes de ultraderecha, que colocaron en el pedestal un explosivo que al detonar causó ligeros desperfectos en la estatua de bronce (concretamente un agujero de entre 80 y 100 centímetros en el abrigo de la figura de Lenin).

Desde la estación Finlandia, la comitiva se trasladó hasta la mansión Brandt -popularmente conocida como «el palacio de Kschessinska» debido a que en ella vivió la bailarina Mathilde Kschessinska, amante del zar Nicolás II-, que funcionaba como cuartel general de los bolcheviques luego de haberla requisado. «Nunca olvidaré aquel discurso atronador, sobrecogedor y asombroso no sólo para mí, un hereje que había entrado por accidente, sino para los creyentes, para todos ellos», recuerda Sujánov. «Afirmo que nadie allí -continúa- había esperado algo parecido. Parecía como si los elementos y el espíritu de la destrucción universal hubiesen emergido de sus mazmorras, no conociendo obstáculo ni duda, ni dificultad personal o consideración personal, para sobrevolar la sala de banquetes del palacio de Kschessinska sobre las cabezas de los embrujados discípulos.»

Al día siguiente Lenin presentaría al partido un resumen de su discurso, conocido como las Tesis de abril, considerado ampliamente como uno de los documentos más importantes de la revolución, el que empujó a los trabajadores, soldados y marinos a cruzar el Rubicón.

Las tesis de abril

‘Las tareas del proletariado para la presente revolución’, que es el título oficial de las Tesis de abril, apareció en el diario Pravda el 20 de abril (7 de abril según el antiguo calendario juliano), y en él Lenin criticaba la política del Gobierno Provisional de mantener la guerra y no señalar un plazo para la convocatoria de una Asamblea Constituyente, y pedía retirarle todo apoyo.

«La peculiaridad del momento actual en Rusia consiste en el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia y de organización, a su segunda etapa, que debe poner el poder en manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado», sostenía Lenin. E inmediatamente llamaba a sus camaradas a intensificar la labor de propaganda con un programa sencillo y claro:

«Desenmascarar a este gobierno, que es un gobierno de capitalistas, en vez de propugnar la inadmisible e ilusoria ‘exigencia’ de que deje de ser imperialista. […] Explicar a las masas que los soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario y que, por ello, mientras este gobierno se someta a la influencia de la burguesía, nuestra misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas. [… ] No una república parlamentaria -volver a ella desde los soviets de diputados obreros sería dar un paso atrás- sino una república de los soviets de diputados obreros y campesinos en todo el país».

Entre las medidas a implantar por este futuro gobierno de consejos, Lenin mencionaba, entre otras, limitar la remuneración de los funcionarios públicos al salario medio de un obrero cualificado y hacerlos revocables en todo momento, nacionalizar las tierras y trasladar la cuestión de la reforma agraria a los consejos de campesinos o la creación de una banca pública nacional.

Las propuestas de Lenin no fueron acogidas con entusiasmo por sus correligionarios. El teórico marxista Gueorgui Plejánov las calificó de «delirantes» e incluso los editores de Pravda afirmaron que «en cuanto al esquema general del camarada Lenin, nos parece inaceptable, pues comienza con la asunción de que la revolución democrático-burguesa ha terminado, y cuenta con una inmediata transformación de esta revolución en una revolución socialista». El propio Lenin se tomó estas reacciones con filosofía: «El pueblo ruso -dijo- es cien veces más revolucionario que nosotros». La crisis política estaba abierta y los campos comenzaban a reorganizarse. El tablero para una segunda revolución estaba dispuesto.