Traducido del francés para Rebelión por J. M.
Profesor honorario de Historia Contemporánea de la Universidad de Tel Aviv, Shlomo Sand sigue cuestionando la historia. «Es la función de esta disciplina», señala. Para él la historia ha servido para crear una narrativa nacional útil para las élites. Un mito caliente que ya no tendría razón de ser e impide cualquier progreso. Como en Israel, donde se ha hecho creer que Hebrón o Jerusalén son la patria de los judíos.
Su último libro es El crepúsculo de la historia (1). Un título que da miedo. ¿Se parece al fin de la historia?
Hablo de la profesión. Algo acerca de la profesión de historiador está cambiando. La disciplina está cambiando. Durante siglos, en todas las civilizaciones, la tarea de la historia era proporcionar modelos a las élites políticas. La historia siempre estuvo al lado de la fuerza. Porque no son las masas las que han leído la historia a lo largo de los siglos. Era una especie de género literario que proporcionaba a la élite una cierta visión del mundo. Con el nacimiento de los estados nación en el siglo XIX este trabajo pasó a ser la pedagogía del estado. Desde las escuelas hasta las universidades comenzamos a aprender la historia. Desde Augustin Thierry, pasando por Michelet, hasta los historiadores del siglo XX. Con Ernest Lavissea la cabeza la historia se convirtió en una actividad principal junto a las profesiones científicas. Mi pregunta inicial es, ¿por qué aprender historia?, ¿por qué creemos que es natural aprenderla? Por lo tanto he analizado el desarrollo de esta disciplina. La estructura, las vibraciones más importantes en la materia están en la historia nacional. Por eso no solo se ha convertido en una disciplina académica, como la sociología, sino también en una actividad principal de la educación. El estado nación ha construido las naciones. Para construir naciones son necesarios varios parámetros: una lengua común, un enemigo común y además una memoria colectiva. Es decir, no pensamos que somos un colectivo solo en la actualidad, sino que dicho colectivo ha existido siempre. La historia se utiliza para contribuir a demostrarlo. Sabemos que el principio básico de esta disciplina es formar a las naciones, la necesitamos para tener un pasado común, para ir a la guerra juntos. Para dar la impresión de que siempre ha existido esta identidad colectiva.
¿Eso difiere según las naciones?
El mito nacional como existe en Francia, por ejemplo, «nuestros antepasados, los galos», no es un mito caliente. Se ha enfriado. Si no se ven como parte de la historia nacional, ¿qué queda? ¿Hay que estudiar el colonialismo, el siglo de las luces? ¿Enseñar la historia cultural más quela política? Nadie tiene la respuesta. La profesión de historiador tiende a desaparecer. Incluso Regis Debray ha escrito recientemente un libro de duelo por ella. No estoy de luto. No estoy en contra de la historia. Creo que la historia puede tener un papel importante en la formación de la mente, pero quizás otra historia. ¿Debemos seguir enseñando historia en la escuela secundaria? Sí, pero no como se hace hoy. Debemos proporcionar a los estudiantes trabajos que no son menos importantes que la función de la historia en su imaginario y en su educación. Por ejemplo, ¿acaso aprender comunicación para discernir qué ocurre con los medios de comunicación no es una tarea principal de la escuela primaria y secundaria? ¿Aprender economía política para crear empleados conscientes de sus intereses no es importante? Se aprende el derecho sólo en la universidad, ¿por qué no ir a la escuela y convertirse en un ciudadano de otro tipo que sabe de la lucha por los derechos civiles? ¿Por qué la historia es obligatoria y no la economía o la comunicación? En Francia aprendemos un poco de filosofía. Pero eso es raro en el mundo. En Israel, por ejemplo, no forma parte del corpus de la educación de los estudiantes. Si la filosofía enseña a las personas a pensar, la historia enseña qué pensar. Por lo tanto, debemos comenzar con «cómo pensar» en todas las escuelas del mundo. Pero no me hago ilusiones. ¡La escuela moderna no puede ser su propia sepulturera! La historia no debe ser más importante. Fue una dimensión relevante para la creación de las naciones, pero ya no es el caso. Por desgracia la mayoría de los historiadores no están de acuerdo conmigo. La historia debe enseñarse con la misma mentalidad que la pintura de Magritte, que escribió como comentario a su cuadro La perfidia de las imágenes (1928-1929) «Esto no es una pipa». No se acepta que la mayor parte de las historias de la historia son mitos. Y por lo tanto…así va a continuar. Hay nuevos mitos sobre el capitalismo. Cuando leo a Finkielkraut o a Zemmour su visión de la historia me asusta. Con la historia se puede hacer cualquier cosa. Pero la historia no es la verdad. No será nunca una pipa pero siempre es el dibujo de una pipa. Y la historia debe enseñarse así, críticamente, revelando la carga ideológica que cada uno tiene. Nunca lo he ocultado. Es una parte de mi libro.
En su trabajo usted es atacado por los teólogos, luego por el mito caliente sionista, ¿y esta vez?
Empiezo a descomponer el mito de una Europa que empezaría en Atenas y termina con Nadine Morano. No estoy bromeando. Ese punto de vista es erróneo. Tengo un método similar al materialismo histórico. Demuestro que las bases del trabajo en el Mediterráneo eran completamente diferentes de las de Europa. La formación científica grecorromana, por ejemplo, fue a través de los árabes. ¡Hay mil años entre el final de la gloria grecorromana en el siglo V y el nacimiento del siglo XV llamado el Renacimiento! Fue sólo con la conquista de Toledo y Córdoba cuando se empezó a inyectar un poco de esa cultura grecorromana en Europa. Así que no hay continuidad. En el segundo capítulo, y por primera vez, desarrollo una crítica muy severa frente a mis maestros de l’École des Annales, quienes me permitieron tener una relación diferente con la ideología, la cultura… Con este libro hago una especie de evaluación más bien negativa. Porque llegué a la conclusión de que parte del descubrimiento de esta historia cultural se basa en una huida de la política. Mientras que casi toda la historia hasta Voltaire era historia política, incluso en el siglo XIX, no fue el caso de l’École des Annales, nacida en la década de 1920 para no enfrentarse a la historia política que se convertía en una historia de masas. Esta publicación llamada Annales, base de todos los estudios historiográficos de los años 1950, 1960, 1970, no ofrecía ninguna lectura sobre la Primera Guerra Mundial, ¿se imagina una publicación que no se enfrenta a la Gran Guerra, al «taylorismo», a las huelgas de 1936, a la guerra española, al antisemitismo ni las matanzas de Stalin? Llegué a París en 1975 como estudiante. Unos meses antes se habían publicado tres grandes libros de Jacques Le Goff y Pierre Nora, Faire de l’histoire. Fueron la cumbre de la historiografía francesa. Ningún artículo sobre Vichy, ningún artículo sobre la guerra de Argelia. Sin embargo, prácticamente el mismo año, Joseph Losey dirige El Sr. Klein sobre la redada en el velódromo d’Hiver. ¡Pero los historiadores no aluden a eso!
¿Será que este problema que revela afecta a los miles de historiadores de todo el mundo? ¿Hay un debate en el que usted participa con este libro o, por el contrario, es para comenzarlo?
Digo en mi libro que soy un privilegiado. Cuando crecí aquí, en Israel, donde el mito está caliente, tenía la ventaja de ser capaz de mirar más allá del mito que se ha enfriado en Francia. Los mitos nacionales no se han enfriado sólo en Francia sino también en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania. Había un grupo en la Sorbona a partir de 1945 -integrado por personalidades como Albert Soboul y Georges Lefebvre, ocupando un lugar hegemónico y cercano a los marxistas-que cristalizó debido a las condiciones de la liberación. En ese momento Lucien Febvre, de l’École des Annales y fundador de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS), recibió una gran suma de la fundación Rockefeller. En el contexto de la Guerra Fría había que frenar al marxismo en Europa. Si los marxistas o exmarxistas británicos mantienen la hegemonía en la historia, en Francia Soboul y sus amigos retroceden frente al poder de la EHESS. El fenómeno de Annales, que aporta una gran cantidad de personas inteligentes como Furet, Le Goff… hace la historia menos conflictiva aunque muy materialista. Así habrá muchas tesis sobre la vida campesina del pasado y muchas menos acerca de las luchas sociales. Si los historiadores británicos, en el mismo periodo, publican cada vez más libros sobre la aparición de la clase obrera en el siglo XIX, no hay equivalente en Francia de este impulso de análisis socioeconómico sobre la formación de las luchas sociales. Los historiadores de l’École des Annales se convierten en hegemónicos, prefieren la Edad Media y las luchas sociales de la época son minoritarias. Tampoco hay en Francia un libro como el de Howard Zinn en los Estados Unidos.
¿La historia siempre se escribe en el Medio Oriente quizás más que en otros lugares? ¿Cómo escriben los pueblos esta historia aquí donde hay israelíes y palestinos?
El que tradujo el libro Une histoire populaire américaine de Howard Zinn al hebreo lo hizo en la cárcel por negarse a ir al ejército. Conoció a Zinn y le preguntó si pensaba que un libro semejante podría escribirse en Israel. Zinn, judío americano, dijo que no lo creía, porque no hay una tradición universalista en Israel. En Francia existe, por eso no he perdido la esperanza. El enfrentamiento entre el conservador de Gaulle y el universalista Sartre, por ejemplo, creó una oportunidad para romper con esa terrible guerra de Argelia. Aquí casi no hay tradición universalista. Los que se declaraban en esa línea se han ido. Debemos analizar la situación actual a partir de la colonización sionista que comenzó en el siglo XIX. La colonización nunca se detuvo. Incluso entre 1949 y 1967. Fue una colonización interna. A derecha e izquierda, excepto los comunistas, acordaron el lema «judaizar la Galilea». Es por eso que ningún político israelí propuso un enfoque serio de un compromiso con los palestinos. No juzgo cada fase de la colonización en el mismo nivel moral y político. Reconozco los logros del sionismo con la creación del Estado de Israel (no un Estado judío). Pero reconozco las fronteras de 1967. Por un lado existe esta continuidad, tengo un juicio político diferente. Porque soy políticamente moderado. Cometí un error al apoyar los Acuerdos de Oslo pensando que eran una apertura. Todos mis amigos izquierdistas me dijeron que era un engaño. Me equivoqué. Porque Oslo no motivó a la izquierda a descolonizar. Debido a que el mito caliente hace creer que Israel es Hebrón, Jerusalén, Jericó, que todo forma la verdadera patria de los judíos. Cada estudiante en Israel, desde los 7 a los 18 años, aprende la Biblia como si fuera un libro de historia (hay una materia en el bachillerato). Para crear un apego a la mítica tierra de antaño. Nadie puede liberarse. Afortunadamente me expulsaron de la escuela cuando tenía 16 años. Tal vez esto contribuyó al hecho de que puedo pensar. Y también porque tuve un padre comunista. Pero un factor que en sí no es suficiente. Durante años me negué a la campaña Boicot Desinversión y Sanciones (BDS). Pero hoy creo que no hay ninguna fuerza política capaz de cambiar el curso, de cambiar esta radicalización de la derecha y de la sociedad pseudoreligiosa. Ahora acepto cada presión sobre el Estado de Israel, ya sea diplomática, política, económica. Excepto el terror. Si alguien no admite el BDS hoy, debe saber que ayuda a la continuidad de esta trágica desesperación de los palestinos que, sin armas, resisten a este statu quo.
(1) Crépuscule de l’Histoire. Editions Flammarion, 320 páginas, 23,90 euros.
Deconstrucción y pueblo judío. A pesar de las dificultades morales y políticas, Shlomo Sand, historiador israelí, no ha dejado de dedicarse a la investigación basada en la deconstrucción de los mitos históricos. Sus últimos trabajos han sido decisivos. Una especie de iconoclasta que no se doblega ante la más grande mentira nacional. Ni en Israel ni en Francia, donde estudió. Con Crépuscule de l’Histoire completa la trilogía iniciada con La invención del pueblo judío (Editorial Akal) y La invención de la Tierra de Israel. De Santa a Patria (misma Editorial)
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión como fuente de la traducción.