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Cuba y las «democracias» occidentales

Fuentes: Rebelión

En su artículo Contra toda dictadura, publicado en el diario Lanza de Ciudad Real (11 7 07, pág. 4), Eugenio Arce Lérida me reprocha, entre otras cosas, la «apasionada defensa de Cuba» que hago en mis libros La bola de cristal y El cuarto purgatorio. Se trata de un extenso artículo a toda plana que, […]

En su artículo Contra toda dictadura, publicado en el diario Lanza de Ciudad Real (11 7 07, pág. 4), Eugenio Arce Lérida me reprocha, entre otras cosas, la «apasionada defensa de Cuba» que hago en mis libros La bola de cristal y El cuarto purgatorio. Se trata de un extenso artículo a toda plana que, por razones de espacio, no puedo comentar con detalle, por lo que me ceñiré a los puntos que me parecen más importantes (sobre todo porque expresan opiniones ampliamente difundidas entre los «demócratas» de los países ricos).

Dice Arce (y esta frase ha sido significativamente destacada debajo del título de su artículo): «¿Cómo puede Carlo Frabetti argumentar que todos los escritores y disidentes políticos encarcelados están financiados por EEUU?». Muy sencillo: porque el propio Gobierno de Estados Unidos alardea de los millones de dólares que gasta en comprar a saboteadores y quintacolumnistas en Cuba. ¿Significa eso que todos los disidentes cubanos son mercenarios camuflados? Por supuesto que no, y yo nunca he dicho nada parecido. Claro que hay disidentes honrados. Como, por ejemplo, un conocido editor que, en la última Feria del Libro de La Habana, ante numerosos invitados extranjeros y con el ministro de Cultura presente, hizo una durísima crítica de la política cultural gubernamental, algo, dicho sea de paso, totalmente impensable en la «España democrática» (las comillas indican el uso irónico de ambos términos). O como la propia Mariela Castro, hija de Raúl, que en el reciente Congreso Internacional «Cultura y Desarrollo», celebrado en junio en La Habana, defendió públicamente los derechos de los homosexuales y los transexuales y exigió la modificación de las leyes correspondientes.

¿Estoy diciendo con esto que en Cuba hay plena libertad de expresión? Por supuesto que no. ¿Acaso la hay en algún sitio? En la «España democrática» yo podría ir a la cárcel por decir lo que pienso de un rey impuesto por Franco (y que ha manifestado públicamente su admiración y su gratitud hacia uno de los más sanguinarios dictadores del siglo XX). En la «España democrática» acaban de secuestrar un semanario humorístico porque no solo ese rey, sino toda su parentela, es tabú, como en el Egipto de los faraones. En la «España democrática» yo solo puedo publicar mis artículos en el diario Gara y en unos pocos periódicos digitales como Rebelión, Insurgente, La Haine o Nodo 50 (que luchan heroicamente, dicho sea de paso, por contrarrestar las sistemáticas mentiras y tergiversaciones de los grandes medios). Y, por cierto, hablando de Gara, Arce también alude a mis artículos en dicho diario y señala, con evidente intención criminalizadora, que «comprendo» el «Movimiento de Liberación Vasco»; pues bien, como para compensar sus desaforadas exageraciones anticubanas, en este caso se queda corto: yo no me limito a «comprender» la lucha del pueblo vasco por su autodeterminación, sino que la apoyo sin reservas.

Volviendo a Cuba, dice Arce que «el pueblo cubano malvive con los trapicheos con los turistas; en cambio, a los dirigentes no les falta de nada». Ambas cosas son totalmente falsas. El pueblo cubano disfruta de una de las mejores sanidades públicas del mundo y de uno de los mejores sistemas educativos, y está perfectamente alimentado; y esto no lo digo yo, sino la ONU. En Cuba hay escasez de muchas cosas, debido al criminal bloqueo impuesto por Estados Unidos (y vilmente secundado por las potencias occidentales); pero, al contrario que en los «Estados del bienestar», no hay miseria, ni material ni moral. Y de la sobriedad con que viven los dirigentes cubanos puedo dar testimonio personal.

En última instancia, el artículo de Arce refleja la difundida idea (impuesta por la fuerza bruta de los medios) de que la democracia consiste en elegir cada cuatro años entre dos grandes bloques político-financieros (que, además, son más cómplices que rivales, como hemos podido ver recientemente en el desfile de tiburones y lacayos en que se convirtió el funeral de Polanco). La fórmula la acuñó Goebbels, y en la «España democrática» sigue tan vigente como en los tiempos del No-Do: «Una mentira repetida muchas veces se convierte en verdad».

«¿Acaso todos los gobiernos de la Unión Europea están mediatizados por Estados Unidos?», se pregunta retóricamente Arce, y me acusa de tener «una venda ideológica en los ojos y en el cerebro» por creerlo así. Como prefiero pecar de ingenuo que de injusto, supondré que Arce plantea de buena fe su pregunta retórica y le contestaré en los mismos términos: ¿acaso alguien duda, a estas alturas (tras la invasión de Iraq, tras cuarenta años de bloqueo criminal a Cuba, tras medio siglo de sumisión de la ONU a los dictados de Washington), de que las «democracias» occidentales bailan al son de la música imperial? ¿Qué clase de venda le impide ver a Arce (y a tantos otros) las bases militares estadounidenses o las recientes escalas en aeropuertos europeos de los torturadores de la CIA?

Termina Arce su artículo con el siguiente párrafo: «No estoy seguro de que Carlo Frabetti sienta todo lo que escribe; entre otras cosas, porque hay escritores que utilizan la provocación como estilo literario y, a veces, como forma de promoción. De lo que sí estoy seguro es de que debemos luchar contra toda dictadura». Es posible que yo utilice la provocación «como estilo literario»; pero como «forma de promoción» puedo asegurar que mis «provocaciones» no son muy eficaces: defender las revoluciones cubana y bolivariana (o lo que es lo mismo, denunciar las mentiras y tergiversaciones de los grandes medios) me costó perder mi principal fuente de ingresos y ser condenado a la invisibilidad mediática (que es la nueva forma de censura en las «democracias» occidentales), por lo que, cuando menos, creo haberme ganado el derecho a que no se dude de que «siento lo que escribo». En cuanto a lo de que debemos luchar contra todas las dictaduras, totalmente de acuerdo; empezando por las que se disfrazan de democracia.