Los talentos nacen silvestres. Muchos se van perdiendo por el camino, vencidos por circunstancias que tronchan la plenitud de su existir. Así, una de las figuras más originales de la primera vanguardia cubana, Arístides Fernández, murió en plena juventud, víctima de la enfermedad de los tipógrafos. Ponce y Víctor Manuel sobrevivieron más tiempo en una […]
Los talentos nacen silvestres. Muchos se van perdiendo por el camino, vencidos por circunstancias que tronchan la plenitud de su existir. Así, una de las figuras más originales de la primera vanguardia cubana, Arístides Fernández, murió en plena juventud, víctima de la enfermedad de los tipógrafos. Ponce y Víctor Manuel sobrevivieron más tiempo en una miseria infinita que lastró el necesario proceso transformador de su obra. Marginados en la Cuba neocolonial, los escritores y artistas fueron haciendo su obra en un empeño voluntarioso por seguir construyendo la nación con el testimonio de su trabajo personal. No hubo, por aquel entonces un programa de gobierno para el fomento de la cultura y para el establecimiento de sólidas instituciones destinadas a la enseñanza artística, a la difusión del arte y la literatura y al resguardo del patrimonio nacional. Revisar la prensa de la época puede resultar aleccionador reflejo de la patética indigencia en este campo.
Por su carácter emancipatorio, la Revolución tenía que convertir la cultura en uno de los ejes centrales de su acción. A partir de lineamientos generales, formulados en gran medida por la tradición intelectual cubana, desde el bienio inicial se abordaron las distintas vertientes del complejo problema. La campaña de alfabetización establecía puntos de articulación entre educación y cultura. Representaba el primer peldaño para el acceso a zonas extensas del conocimiento. Pero, a la vez, el contacto entre adolescentes crecidos en el entorno urbano y las zonas campesinas más intrincadas implicaba el encuentro entre dos culturas, entre dos mundos hasta entonces incomunicados. En unos y otros se verificaba el descubrimiento fecundante de dos instancias del saber.
La dialéctica entre el creador y el destinatario potencial de su obra se planteaba en términos similares. Las instituciones que aparecieron en rápida sucesión respondían al múltiple propósito de hacer visible la presencia de los escritores y artistas, auspiciar el desarrollo de su trabajo y establecer el puente para el diálogo con los distintos sectores de la sociedad. Oscurecido por la presencia de otros referentes, por la manipulación de los acontecimientos históricos y por lecturas simplistas al margen de la complejidad de los procesos sociales el alcance de esta doble vertiente ha sido captado por muy pocos, incluidos los encargados de ejecutarla y los observadores críticos instalados en otras orillas. La dialéctica implícita en el vínculo entre los factores concurrentes – artistas y sociedad – ha sido desplazada por la focalización en el entorno de la creación.
La fisura entre la matriz conceptual y su ejecución práctica conduce al olvido de los contextos específicos, de los rasgos definitorios del punto de partida y del panorama político mundial a mediados del siglo XX. Con sus componentes heréticos, la revolución de los barbudos resultaba terreno propicio para seguir dilucidando las polémicas históricas de la izquierda internacional. Centradas en la estética y la ideología, las controversias soslayaban la dimensión social e histórica del caso cubano.
Ocurrió así que muchos teóricos dejaron de percibir la integralidad del problema cultural. Circunscrito al realismo socialista y a las posibles lecturas políticas de la obra de arte, el análisis no tuvo en cuenta los desafíos inherentes a la herencia de subdesarrollo y al contexto de un movimiento descolonizador característicos de la situación de la isla. Descolonización, subdesarrollo y tercer mundo fueron conceptos acuñados durante la guerra fría por cuyas fisuras adquirían identidad los movimientos de liberación nacional. Establecían un común denominador para todos los países aún dependientes y para aquellos que habían alcanzado una independencia formal. Las ciencias sociales ofrecían un marco teórico útil para una nueva reflexión en el campo de la cultura en una etapa caracterizada también por el auge de la antropología.
El debate cultural sobrepasaba el ámbito de la estética para abordar el tema de los procesos sociales en los territorios sujetos a la dependencia colonial. Empezaba a configurarse el perfil de Calibán. Resultante del coloniaje, el subdesarrollo constituye un rasgo común del entonces denominado tercer mundo. Define el nexo profundo entre base económica y comportamiento cultural. A la extrema polarización de las circunstancias de la vida material corresponde la extrema polarización de la sociedad y de los valores culturales más arraigados. En su viaje a Cuba, Sartre observó el significativo contraste entre una zona deslumbrante de La Habana y su trasfondo urbano y rural consecuencia de un mercado azucarero dependiente, generador de la precarización del mundo del trabajo. Con la marea revolucionaria, una minoría intelectual de formación cosmopolita, refinada, vuelta hacia los debates de la contemporaneidad y distanciada críticamente del universo que se estaba derrumbando, empezaba a tocar con las manos, en términos concretos, la existencia de otra cultura, inscrita en un contexto premoderno.
En una etapa de cambios acelerados, el vínculo entre cultura y revolución se planteaba de dos maneras diferentes. Para algunos, siguiendo una tradición decantada por el pensamiento de izquierda, el análisis se centraba en la creación artístico – literaria que, en términos de contenido y mensaje, debía acompañar, con signo positivo, el proceso de transformación. Las contradicciones en torno a este problema animaron las polémicas que ocuparon significativos espacios en revistas y periódicos de la época. Para otros, el concepto de cultura desbordaba estos límites estrechos, para cercarse a una visión más cercana a la antropología. Se abría de ese modo un camino fecundo que no se desarrolló hasta sus últimas consecuencias.
La historia no procede de manera lineal. Transita como las aguas de los grandes ríos, por meandros y aparentes retrocesos, se precipita tumultuosa, atraviesa a saltos los obstáculos interpuestos en el terreno, recorre plácida la planicie. La reflexión acerca de coloniaje y subdesarrollo maduró en la densa urdimbre de ideas y acontecimientos que modelaron los sesenta del pasado siglo, entre la Revolución cubana, la guerra de Vietnam, el asesinato de Lumumba y el auge de la guerrilla latinoamericana, entre la lucha de los afronorteamericanos a favor de los derechos civiles y las primeras manifestaciones organizadas para reivindicar el reconocimiento de la identidad de lesbianas y gays. El tema tomaba cuerpo en el campo de la cultura cubana con Memorias del subdesarrollo de Tomás Gutiérrez Alea y Edmundo Desnoes y con el rescate del rostro de Calibán, ensayo de Roberto Fernández Retamar. El otro dejaba de ser víctima para convertirse en protagonista, en constructor consciente de su historia y de su cultura. Su voz empezó a reconocerse dentro y fuera de la isla en una extensa literatura testimonial que legitimaba, mediante la letra impresa, a los silenciados de siempre. Encarnación del establishment, la academia se apropió de esos textos para devolverlos a la comunidad científica internacional con su carga corrosiva atemperada. Biografía de un Cimarrón de Miguel Barnet abrió el camino a la incorporación de un imaginario alternativo soterrado.
En el ámbito específico de la creación artístico literaria, se diseñaron proyectos institucionales destinados a contribuir a la visibilidad de zonas marginadas por los grandes mercados. Las editoriales publicaron obras de escritores procedentes del tercer mundo, lo que incluyó textos de teatro y narrativa, así como la traducción y preparación de antologías de poesía elaboradas en las lenguas originales de África. La Bienal de La Habana resultó un empeño aún más ambicioso. Cada una de sus convocatorias, respaldadas con los escasos recursos financieros disponibles, implicó un extenso trabajo de búsqueda, evaluación y selección de artistas de todos los continentes inscritos en los procesos culturales de sus países de origen. Desechando la habitual mirada paternalista con énfasis en el color local, se trataba de indagar, a partir de ciertas convergencias temáticas, acerca de la asunción de la contemporaneidad en cada territorio concreto. El intercambio con especialistas venidos de todas partes conformaba un espacio para la información, el diálogo y el reconocimiento. Muchos saltaron de La Habana a los grandes circuitos del arte. Algunos adquirieron el pasaporte necesario para el peregrinaje a través de otras bienales. Iniciaron la aventura de la desterritorialización. Lo más importante, sin embargo, fue dejar constancia de la existencia ignorada de una significativa producción artística y tender puentes para el intercambio de creadores representativos de la amplia diversidad cultural de los países que, en grado distinto, emergen del coloniaje.
La historia parecía dar saltos. Pero la década prodigiosa estaba a punto de concluir cuando aparecieron signos que oscurecían el panorama. Mayo del 68 tuvo un desenlace patético. La primavera de Praga proyectaba sombras inquietantes sobre Europa del Este. En carrera desenfrenada se imponían las dictaduras en América Latina. La derecha norteamericana articulaba los programas de Santa Fe. El campo socialista, incluida la Unión Soviética, se derrumbaba. Se proclamaba el fin de la historia. Todos parecían bailar al son de una cultura light. Los intelectuales se refugiaban en su poltrona. El efecto hipnótico de los mass media parecía adormecer a todos. Y, a pesar de todo, de la entraña de los montes, a través de las fisuras del suelo granítico brota el agua fresca, portadora de valores arraigados en lo más profundo de la memoria. El gran río inicia un nuevo meandro. En el rostro de Calibán se reconoce la huella de las culturas indígenas. No es un regreso al punto de partida. Se está verificando un cambio cualitativo. Soberanía, justicia social, redistribución de la riqueza se integran a un orden cultural, vale decir, a la refundación de un humanismo. Medida de todas las cosas, sujeto de la historia, el ser humano se afinca en la tierra y se propone restablecer un vínculo armónico con la naturaleza. Al cabo de cincuenta años, las ideas sembradas ayer, resguardadas en lo más recóndito de la resistencia cubana, vuelven a florecer nutridas por las aguas subterráneas y atemperadas a las exigencias de la contemporaneidad. El gran desafío intelectual de hoy consiste en descifrar las claves del proceso, definir sus coordenadas y tomar, en términos concretos, el pulso de la realidad.
Fuente: http://www.foroscubarte.cult.cu/read.php?8,43261