Recomiendo:
0

Reseña del ensayo "La evolución de la cultura. Propuestas concretas para futuros estudios" de Luigi Luca Cavalli Sforza

Culturas humanas y evolución biológica

Fuentes: El Viejo Topo

    Luigi Luca Cavalli Sforza, La evolución de la cultura. Propuestas concretas para futuros estudios. Anagrama, Barcelona, 2007, 204 páginas. Traducción Xavier González Rovira.       Como señalaba Javier Sampedro en aquellos inolvidables artículos periodísticos de divulgación y formación científica, posteriormente recogidos en ¿Con qué sueñan las moscas?, cada ser humano tiene en […]

 

 

Luigi Luca Cavalli Sforza, La evolución de la cultura. Propuestas concretas para futuros estudios. Anagrama, Barcelona, 2007, 204 páginas. Traducción Xavier González Rovira.

 

 

 

Como señalaba Javier Sampedro en aquellos inolvidables artículos periodísticos de divulgación y formación científica, posteriormente recogidos en ¿Con qué sueñan las moscas?, cada ser humano tiene en su genoma un promedio de seis variaciones en el texto de su ADN que podrían considerarse errores en su código. La gran mayoría de estas mutaciones no son deterministas; otras, las menos, sí. Las personas que nacen con una determinada mutación en un gen llamado HD suelen contraer a los 55 años el mal de Huntington, una cruel enfermedad neurodegenerativa. Si la mutación en el mismo gen es de otro tipo, ligeramente más grave, la citada enfermedad aparece cinco años antes. Consiguientemente, como argumentaron Rose y Levontin, en general, «la cosa», el ámbito en el que nuestra vida va a desarrollarse no reside en los genes. Pero de ahí no se infiere, claro está, que la genética y la teoría de la evolución no puede ayudarnos a la comprensión de la historia cultural de la humanidad.

El hombre es, esencialmente, un animal cultural. Por ello, como señala Cavalli Sforza en el breve prólogo que abre La evolución de la cultura, el libro que comentamos surgió con el objetivo de compendiar algunos puntos de partida -de ahí el subtítulo del volumen. «Propuestas concretas para futuros estudios»- «que fueran potencialmente útiles para los colaboradores de una futura obra sobre la historia de la cultura italiana», dado que, señala el autor, una historia de la culturas permitirá a los propios italianos conocerse mejor a sí mismos, «aprender más acerca de las numerosas diferencias que a veces también existen entre personas cercas, dentro y fuera del país» (p. 29), con la finalidad gnoseológica complementaria de fijar la atención sobre un tema que a Cavalli Sforza le resulta fascinante: la evolución de las culturas humanas, de forma que «dé vida completamente nueva a una ciencia que en América ya está muriendo y que en Europa no ha hecho mucho camino, la antropología cultural, y que convenza de la necesidad de una aproximación multidisciplinar a esta y otras materias».

Luigi Cava Cavalli Sforza, que, claro está, no ignora la casi inabarcable polisemia del término «cultura», usa esta noción en su sentido más general: «acumulación global de conocimientos y de innovaciones transmitidas de generación en generación y difundidas en nuestro grupo social, que influye y cambia continuamente nuestra vida» (p. 9). La hipótesis que defiende el gran genetista genovés, profesor titular en la Universidad de Stanford, y un excelente degustador literario («En la época de Sterne, Goethe escribió su Viaje a Italia, uno de los libros más hermosos que he leído, tan lleno de entusiasmo» (p. 195)) puede ser resumida así: existen analogías profundas entre la evolución biológica, cuyo modelo estándar en el caso de la evolución humana es presentado con precisión en el capítulo V de la obra, y la evolución de las culturas humanas, al mismo tiempo que las dos pueden interactuar, un fenómeno llamado coevolución («El paso a la agricultura provocó un fuerte cambio en los hábitos alimentarios y esto algunas consecuencias genéticas, una de ellas, en particular muy clara: la tolerancia de los adultos al azúcar de la leche, la lactosa»(p. 152)).

Mecanismos y factores evolutivos naturales como las mutaciones, la selección natural, las migraciones de las poblaciones, el equilibrio punteado y la trasmisión hereditaria son comparables a los mecanismos que actúan en la historia de las culturas humanas, en la innovación y conservación cultural, aunque, Sforza recuerda, que la evolución cultural es más bien de tipo lamarckiano. De hecho Lamarck no hacía distinciones al hablar de la herencia de los caracteres adquiridos, mientras que en el ámbito biológico los caracteres adquiridos por los hijos no son heredados por sus hijos. Cambian, claro está, los objetos que evolucionan (ADN en biología, ideas en la cultura); cambian los nombres que damos a los mecanismos particulares en cada ámbito pero no cambian, en opinión de Sforza, los conceptos teóricos: «Permanecen algunas relaciones teóricas subterráneas pero profundas y, por fortuna, los términos científicos que nos resultan necesarios son pocos. Algunos pueden mantenerse incluso sin cambiarlos entre campos distintos como la biología y la cultura porque son extremadamente parecidos» (p.- 19).

De hecho, el propio Cavalli Sforza es el creador del término meme, ya usado en un artículo de 1971, que luego fue tomado por Richard Dawkins en El gen egoísta. Sforza prefiere, en cambio, ahora el término «carácter cultural» y no conserva su entusiasmo por su propuesta anterior porque meme insistía en el aspecto de la imitación, cuando, por el contrario, «mucha de la transmisión cultural se da por enseñanza directa y activa, no por imitación pasiva» (p. 106).

Cavalli Sforza señala que, indudablemente, la evolución cultural ha sido profundamente independiente de la biológica pero que, a pesar de ello, es necesario referirse a esta última por dos motivos. El primero: no puede excluirse la existencia de diferencias genéticas que puedan influir de forma destacada en la evolución de la cultura. El segundo, el más importante en opinión del autor: la genética ha desarrollado la teoría de la evolución biológica que tiene un carácter general e incluye, por tanto, la de la evolución cultural porque sirve, en principio, «para cualquier clase de «organismo», capaz de autorreproducirse» (p. 18), y dado que la cultura es uno de estos organismos, la teoría de la evolución, dada su generalidad, debería poderse aplicarse a ella. Lo que, evidentemente, no implica de ningún modo que los genes controlen la cultura: nuestro cogido genético controla los órganos que posibilitan la cultura y permiten, en particular, el desarrollo del lenguaje humano, que para Sforza «es una característica prácticamente exclusiva de los hombres y es la base necesaria para la comunicación» (p. 19). De hecho, en su opinión, la cultura no sólo es capaz de permanecer netamente distanciada de los genes sino que, además, como se apuntó, puede influir netamente en la propia evolución genética.

En síntesis: La evolución de la cultura es un magnífico ensayo escrito en un estilo no menos admirable, veinte breves capítulos de bella factura, que contiene además críticas de interés a temas colaterales, como, por ejemplo, a la filosofía posmoderna -«Los filósofos posmodernos prosperan difundiendo el terrorífico pensamiento que identifica el Verbo con la divinidad» (pág. 23)- o a la especialización científica -«Creo en cambio, en la incapacidad de la mayor parte de los intelectuales, humanistas o científicos para utilizar un lenguaje sencillo y que sea ampliamente comprensible, como si la calidad de una obra tuviera que juzgarse sobre todo según la dificultad de los términos en los que se hace gala» (p. 26)-, además de interesantes y curiosas conjeturas como la apuntada por Sforza sobre el nacimiento en Florencia de la mayoría de artistas y científicos que pueblan el pórtico de la Galería de los Uffizi.

La traducción es impecable, y la cuidada edición evita la presencia de erratas. Sólo he sido capaz de detectar una, sin apenas importancia, en la página 156 -100 SS por 10 SS-, errata que no ha sido trasmitida a la suma posterior evitando problemas en la comprensión del pasaje.