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Cumbre del G-20: Parole, parole, parole…

Fuentes: Sistema Digital

La cumbre de Londres ha terminado con un comunicado que va mucho más allá que cualquier otro en la historia económica reciente. Hay que reconocer que hacía mucho tiempo que no se reconocía un fracaso político y de ideario de modo tan explícito y que no se ponía tan claramente en negro sobre blanco la […]

La cumbre de Londres ha terminado con un comunicado que va mucho más allá que cualquier otro en la historia económica reciente. Hay que reconocer que hacía mucho tiempo que no se reconocía un fracaso político y de ideario de modo tan explícito y que no se ponía tan claramente en negro sobre blanco la necesidad de orientar la economía mundial hacia otros derroteros.

El final de la era del secreto bancario, la puesta en cuestión de los paraísos fiscales, el reconocimiento de los «grandes fracasos» de la regulación financiera dominante, el tránsito hacia una «economía verde», la toma en cuenta de la «dimensión humana de la crisis», la apuesta por el gasto intervencionista e incluso por la política monetaria expansiva para lograr una recuperación «inclusiva, verde y sostenible» de la economía son expresiones que hasta hace muy poco solo eran propias de ecologistas izquierdosos u otras gentes de mal vivir y que ahora, sin embargo, asumen como suyas los líderes del mundo.

Hay que felicitarse por ese cambio de lenguaje que incluso está exasperando a las derechas instaladas en el liberalismo de cartón piedra neo-con que frente a la crisis reclaman todavía más mercado y menos gasto, como entre nosotros propone el inefable ex presidente Aznar, es decir, más de lo que justamente la ha provocado.

Además, se ha acordado movilizar un billón de dólares para combatir la crisis, una cantidad ingente si se compara con lo que se ha hecho en otras ocasiones aunque sea, sin embargo, francamente insuficiente para todo el planeta si se tiene en cuenta que es la misma que acaba de movilizar solo para Estados Unidos su presidente Obama y que, en realidad solo, una cuarta parte irá destinada a fomentar directamente el comercio mundial.

Se trata, en todo caso, de un acuerdo histórico y que en su letra va mucho más allá de lo que la mayoría de los analistas y ciudadanos quizá estábamos esperando. Podría ser de gran calado si los principios más abstractos que contiene se concretaran en el futuro, pero se puede quedar en muy poco si se limita a poner en marcha lo que anuncia que se hará de forma inmediata.

Efectivamente, solo hay dos grandes cuestiones que se pueden considerar como virtualmente materializadas: el billón de dólares y la creación de una gran agencia para supervisar las finanzas internacionales.

Pero el billón de dólares es muy posible que sea escaso si, por ejemplo, se extiende la depresión en Europa del este (en donde ya están prácticamente paralizadas las economías de Ucrania, Hungría, Rumania, Letonia, Lituania, Bulgaria…), si llega con más fuerza a América Latina o si prosiguen los problemas bancarios, como es previsible. Y, además, se trata de fondos que no está seguro que queden finalmente vinculados a usos que aseguren que realmente la economía cambie hacia la orientación productiva que se propone el documento.

Por el contrario, creo que sí cabe esperar algo más en el futuro de la agencia supervisora. Seguramente, el inicio de una nueva era financiera que no podrá repetir lo que ha venido sucediendo hasta ahora, sencillamente, porque así el capitalismo se come a sí mismo.

Pero, en todo caso, u aunque abrirá con más o menos dificultades la nueva etapa y los nuevos modelos de prácticas financieras, no podrá resolver a corto plazo el problema fundamental que tiene planteada la economía mundial y al que la cumbre no ha dado una respuesta clara ni operativa: la falta de financiación bancaria a la actividad económica.

Como tampoco se ofrecen soluciones inmediatas y coherentes con el ánimo de transparencia, responsabilidad y rigor a la masiva «intoxicación» del sistema bancario global y sin cuyo remedio no se podrá garantizar que la economía vuelva a recuperar su tono vital.

Por otro lado, se abren rendijas a través del comunicado final de la cumbre a reformas que podrían ser sustanciales como las del secreto bancario o la desaparición de los paraísos fiscales pero que realmente no suenan sino a fuegos de artificio porque al mismo tiempo que se plantean se da como inamovible el principio de libertad de los capitales, o porque no se contempla la imposición internacional o el establecimiento de regímenes bancarios muy distintos al que ha terminado por consolidarse y que son los factores que incentivan y hacen posible la especulación financiera.

Curiosamente, en el comunicado se va más lejos que nunca en la formulación de objetivos y deseos estabilizadores e incluso sociales, en relación con el empleo, con el medio ambiente, con la cooperación, la intervención estatal o la regulación represiva de las finanzas internacionales. Pero, al mismo tiempo, se mantienen las bases que en estos últimos años le han hecho tanto daño: los «principios del mercado», el orden comercial que ha incrementado las asimetrías y desigualdades entre las naciones, la privatización y mercantilización de los servicios esenciales y, por supuesto, las instituciones internacionales que más empobrecimiento consciente, daño económico y sufrimiento humano han provocado quizá en toda la historia de la humanidad: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la OMC.

Mucho tendrá que cambiar la voluntad, las ideas y la actuación de los actuales gobernantes para que estos organismos, en donde es materialmente imposible que se reflejen democráticamente los intereses de los empobrecidos, pasen a tener un papel diferente al que vienen desempeñando.

Es significativo, por ejemplo, que en el documento no aparezcan mencionadas ni una sola vez palabras como pobreza, desigualdad o hambre, cuando están muriendo casi 30.000 personas cada día por ésta última causa. O que se mencione la necesidad de limitar los sueldos de los directivos (que al fin y al cabo son pecata minuta en el mundo de las grandes finanzas) y no los inmensos beneficios de los bancos y de los grandes financieros y corporaciones, que es lo que verdaderamente determina la pauta distributiva y, por tanto, la vida de la gente. Y, por supuesto, que para nada se haga mención de las políticas deflacionistas que en los últimos años han producido una pérdida fatal de la capacidad de compra y, en consecuencia, del dinamismo de las economías que ha contribuido en tan gran medida a producir la crisis.

Es sintomático, por ejemplo, que al mismo tiempo que en la cumbre se proclamaba la necesidad de más transparencia y rigor regulatorio, en Estados Unidos se haya comenzado a flexibilizar el principio contable del market-to-market (que obliga a valorar los activos a precios e mercado) para poder hacerlo a los de adquisición y así mejorar artificial y falsamente las cuentas de los bancos. Una «mentira piadosa», en expresión del catedrático de Contabilidad Oriol Amat, que ya se hace en Europa desde octubre del año pasado.

Lo que sucede, en definitiva, es que los deseos que manifiesta el documento de conclusiones de la cumbre podrían ser encomiables pero los medios, en su mayor parte, van a resultar de muy poca efectividad sencillamente porque no se han planteado claramente las causas de la crisis. Y sin poner en claro las causas de la enfermedad solo un milagro puede hacer que el médico pueda curarla.

Más bien parece que los distintos países o grupos de ellos han tomado posiciones para el futuro. Estados Unidos (como ya señalé en un artículo anterior) no ha esperado a los demás y tomó la decisión de salvarse gracias a que puede tirar de la máquina de hacer billetes. Ha movilizado hasta ahora casi 13 billones de dólares en forma de gasto, garantías o préstamos (casi el 100% de su PIB que es de 14,2 billones de dólares), a costa de incrementar de modo colosal la circulación monetaria. El Reino Unido se ha unido a esa estela a fin de evitar que una profundización de la crisis dinamite por completo su emporio financiero que está tan directamente vinculado a la lógica financiera que ha provocado la crisis. Y, por otro lado, China trata de salvar los muebles como puede, garantizándose mercados exteriores y evitando que sus reservas de dólares no terminen por ser puro papel mojado. Europa (que ha movilizado recursos por un valor que no llega ni al 5% de su PIB), y diga lo que diga Sarkozy después de su representación teatral previa, ha pintado muy poco, a punto como está de que el viento del este le produzca una neumonía doble..

En suma, Estados Unidos ha hecho unas cuantas concesiones retóricas que no vienen mal a Obama y se dispone a liderar la salida a la crisis inundando una vez más de su moneda al resto del mundo. Si logra salvar pronto su aparato productivo se abrirá para todos una espita de luz en unos meses. Si no lo consigue, no le quedaría otro recurso que el de la inflación para aliviar la deuda que está generando contra el mundo. O la guerra.

 

Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada (Universidad de Sevilla). Su página web: http://www.juantorreslopez.com