Había que darle cuerda al muñeco para que no parara de tocar los platillos, corriera de aquí para allá atándole corto y entretuviera a la infancia. Esto sucedía en los viejos tiempos con los juguetes destinados a ilusionar al auditorio ingenuo. Ahora ya no es preciso, basta con una pila para que se pase meses […]
Había que darle cuerda al muñeco para que no parara de tocar los platillos, corriera de aquí para allá atándole corto y entretuviera a la infancia. Esto sucedía en los viejos tiempos con los juguetes destinados a ilusionar al auditorio ingenuo. Ahora ya no es preciso, basta con una pila para que se pase meses o años agitándose, corriendo y sonando. Y no solamente eso, es posible fijar variaciones en el ritmo y en los movimientos para hacer creer que tiene algo así como vida propia. Por lo que las cosas del entretenimiento parecen haber mejorado. Sin embargo, aunque las pilas hayan sustituido a lo manual y el muñeco se desplace metiendo ruido por su cuenta durante más tiempo, lo sigue haciendo al compás marcado por el fabricante. Simplemente, lo que sucede es que la pila ha pasado a ser la moderna cuerda que discretamente pone en movimiento al muñeco y además le mantiene atado más o menos largo dentro del escenario.
Extrapolando el asunto al imaginario social, se puede observar cómo diariamente los fabricantes de ilusiones bajan a la arena personajes del montón, hábilmente dirigidos como muñecos y debidamente publicitados, con el propósito de entretener a los espectadores. En el escaparate miles de aspirantes a juguete en movimiento, aparatos estáticos a los que inesperadamente por razones ocultas se pone la pila solamente a unos pocos, para aparentar que tienen vida propia. El problema es que, agotada la pila, el muñeco ya no sirve, porque no es posible darle cuerda manualmente. Tal y como está montado el tinglado, cualquier personaje que salga a escena no puede hacerlo sin que se le ponga la pila de un solo uso, o lo que es lo mismo, sin tutela. Necesita que, al igual que sucedía con el muñeco, alguien le dé cuerda, porque sin cuerda no hay movimiento. En términos explicativos habría que decir que todo personaje que se precie debe ser promovido y amparado por uno de esos padrinos que manejan el negocio. De otra manera no sería posible salir a escena, o sea, hacer un poco de ruido temporalmente, aparecer en papeles e imágenes y ocupar un lugar ocasional en el mundo virtual; en definitiva, mantenerse por un tiempo siendo objeto de la atención de los espectadores.
Pudiera decirse que este modelo resulta aplicable a casi todos los sectores, ya sea la política, la cultura o los negocios. Y es el padrinazgo, representado por algún grupo de poder, el encargado de sostener al producto en tanto le sea fiel y rentable; mientras que su agente, empeñado en vender sus especiales cualidades, aunque concurran en cualquiera, es el que a las claras se deja ver. Pero como lo decisivo es promocionarlas, esto solamente lo puede hacer con éxito si está respaldado por el de más arriba, que es el que realmente hace que todo funcione. En cuanto al muñeco apadrinado, cara al público convertido en icono del momento, se habrá distanciado de la masa porque se ha hecho de él algo diferente, en base a dar publicidad a su imagen y auspiciando el despliegue de sus habilidades. De todo esto, lo que verdaderamente importa es sacar rentabilidad al personaje, para ello es preciso tener habilidad para vender las entradas a los que se acercan al recinto donde tiene lugar el espectáculo, y esto ya corresponde al dueño del juguete como encargado de la taquilla.
A la muchedumbre le entusiasman las leyendas, tal vez las ideologías, pero sobre todo los mitos, probablemente con el propósito de salir mentalmente, aunque sea a base de mentiras para autoengañarse, de la rutina existencial que se las ha marcado desde siempre. En esto han jugado un papel determinante la idea de los dioses y, sobre todo, las elites. Estas últimas, si bien proveedoras de creencias, sin embargo siempre se han reservado la exclusividad de la razón para dominar en el plano material.
En este panorama de ilustración frustrada, hay que tener en cuenta el auge de la estética de las oportunidades, que juega su papel ante las masas, mientras que la estética de lo bello se reserva a las elites. Ahora, uno cualquiera puede ser muñeco, lo que alivia la frustración de las masas al sentirlo cercano a su existencia y sueñan que, desde esta ficción, son elites. De esta manera el esperpento, lo repugnante y el ridículo visual vende ante las masas porque se sienten ellas mismas; además de aportar nuevas fórmulas de divertimiento, permite opinar sobre el espectáculo como si se fuera parte, cuando solo se es espectador.
Hoy las elites, entregadas al comercio, son incapaces de superar su condición de muñecos humanos apadrinados por esos grupos de poder que se mueven en la trastienda del establecimiento comercial dándoles cuerda para ilusionar a las masas con el personaje y sus cosas. Detrás solo está el negocio. Fabricados para la ocasión, se trata de que aquellos se muevan por un tiempo, llamando la atención de los ingenuos que han adquirido la entrada para acceder al recinto ferial. Cuando no vendan, porque se les ha agotado la pila y dejan de ser rentables, su destino será el montón de los juguetes rotos. Mas el espectáculo está garantizado, porque siempre habrá preparado otro muñeco de repuesto, asistido de una nueva tecnología para ilusionar y vender ideologías, leyendas y mitos a quien quiera dejarse seducir. Las pilas ya no son recargables, tampoco se les da cuerda, puesto que, por exigencias del progreso mercantil, en realidad lo que se busca es la novedad. Hoy, el hecho de darle cuerda al muñeco se ha adecuado a los tiempos marcados por la innovación y el desarrollo para que funcione el espectáculo.
Por encima de tales consideraciones, está claro que, dejando a un lado lo de la obsolescencia y las nuevas estrategias de marketing, sigue siendo necesario darle cuerda al muñeco, tanto para que ande como para controlar sus movimientos, es decir, tenerle atado a quien manda. Por otro lado, el procedimiento de encandilar a la muchedumbre con el modelo elitista continúa mostrándose plenamente efectivo. El objetivo sigue siendo el mismo, y no es otro que las masas estén entretenidas para que resulten pacíficas. De esta manera, guiadas por las elites prefabricadas, no pensarán por su cuenta, no se saldrán del cercado y no tomarán el control del mercado.
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