Los ingenieros de la industria automovilística de Detroit, Tokio y Stuttgart ya saben cómo fabricar vehículos sin conductor pero tienen por delante un asunto un poco más difícil. Decidir si las máquinas deberían tener poder sobre quién sobrevive y quién muere en un accidente… Pero, hablando en serio, ¿cuál es la duda? ¡Pues claro que […]
Los ingenieros de la industria automovilística de Detroit, Tokio y Stuttgart ya saben cómo fabricar vehículos sin conductor pero tienen por delante un asunto un poco más difícil. Decidir si las máquinas deberían tener poder sobre quién sobrevive y quién muere en un accidente… Pero, hablando en serio, ¿cuál es la duda? ¡Pues claro que tienen que decidir las máquinas! ¿No tienen acaso poder, de alguna forma, sobre la vida de los trabajadores en el momento de la construcción de los automóviles? ¿Por qué no van a tenerlo después entonces?
Un trabajador industrial, un operario se decía en tiempos heroicos, ha muerto golpeado por un robot en una planta de Volkswagen cerca de Kassel-Baunatal, a unos 100 km al norte de Frankfort, en el centro de Alemania [1]. Cuenta con unos 800 robots. Este joven de 21 años trabajaba, por supuesto, en una contrata externa. Estaba instalando el robot junto con un compañero cuando fue golpeado en el pecho por el propio robot y aplastado contra una placa de metal. Más tarde murió a causa de las heridas sufridas.
De acuerdo, de acuerdo: mejor que no hubiera sucedido, no ha sido una muerte dulce como quería Simone. Pero nada ni nadie es perfecto y el progreso exige ciertos sacrificios. Además, no caigamos en sentimentalismos que obnubilan nuestra razón: ¡hay muchos jóvenes de 21 años que han cursado estudios de ciclos formativos y pueden sustituir al joven caído en combate laboral sin ningún problema!
Los fiscales han abierto, además, una investigación sobre el accidente. Las primeras informaciones apuntan a que un compañero que se encontraba fuera de las instalaciones accionó por error al robot, que aprisionó al fallecido por el tórax y lo arrastró hasta una placa metálica. ¿Quién no comete algún error? ¡Que levante la mano! Tras el accidente, el trabajador fue trasladado al hospital de Kassel. Se intentó pero nada pudo hacerse.
Por lo demás, las víctimas mortales relacionadas con robots «son casos muy poco habituales en las plantas de producción occidentales». En general, los autómatas se mantienen detrás de rejas de seguridad para evitar el contacto accidental con humanos. ¡Un fallo ocurre en las mejores familias, en los medios más sofisticados de la generación 3.2! Un portavoz de Volkswagen comentó que el robot no era uno de «la nueva generación de robots colaborativos que trabajan codo a codo con los trabajadores en la línea de producción y están fuera de las jaulas de seguridad». ¡Autómatas y humanos unidos en busca de la mayor eficacia, de la mayor productividad y rentabilidad!
Para que estamos tranquilos, se nos asegura que el robot no tenía ningún defecto técnico. Era una maquinaria perfecta. La perfección está a nuestro alcance.
Seamos realistas, debemos ser realistas, que el idealismo no nos conduce a ninguna parte. Más de la mitad de las innovaciones que logra la industria automovilística tiene que ver con el software y la electrónica. Las nunca suficientemente elogiadas nuevas tecnologías y, sobre todo, el ahorro de costes que pueden llegar a generar en el proceso de producción y distribución -la plusvalía es la plusvalía, dejémonos de monsergas pseudohumanistas- son hoy por hoy el último, de hecho, el único recurso, para que potencias que representan las sociedades libres, abiertas y humanas, como Estados Unidos o Europa-UE, puedan competir con éxito contra los países asiáticos , con Oriente y el peligro amarillo. O ellos o nosotros, no hay otra. La disyunción excluyente exige sacrificios, todo exige sacrificios.
Para algunos alarmistas, la muerte de este trabajador ha despertado las peores pesadillas relacionadas con la robótica: la posibilidad muy remota de que máquinas con capacidad para tomar decisiones puedan hacer daño a seres humanos de forma voluntaria; por otro, la creciente presencia, muy real, de robots en las plantas industriales y en la agricultura mecanizada, máquinas que acaben reemplazando a los trabajadores humanos.
Sobre lo primero: ¿y por qué tendríamos que preocuparnos? ¿Pero no es eso el progreso? ¿No dañamos nosotros a gallinas, patos, cerdos, elefantes y caballos? Sobre lo segundo: ¿problema la mecanización de los procesos de producción? Menos costes, mayor composición orgánica del capital, obsolescencia total del ser humano, millones y millones de trabajadores sin tener que esforzarse en trabajar, etc, etc. ¿Qué más podemos pedir? ¿No es eso la Itaca industrial y corporativa?
Paul Verschure, director de Specs, un grupo de trabajo en inteligencia artificial y robótica de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, la del insigne conseller de Economía el excelentísimo señor Andreu Mas Colell, sabe del tema. Tiene la impresión de que se trató «de un error humano». Además, y éste es el punto, «Estos robots no son autónomos, son máquinas con mucha fuerza que llevan a cabo acciones muy rudimentarias y repetitivas. Es una exageración llamar a esto un robot porque no tiene percepción, ni sentidos. Ha sido un error de seguridad. No estamos ante un Terminator ni ante la pesadilla de robots matando a humanos».
¡Alarmistas, que somos unos alarmistas! ¡Es una exageración llamar a eso robot, claro que es una exageración! ¡Somos unos estúpidos, conceptualmente hablando! ¡No son capaces de percibir, no tienen sentidos! ¡No son lo que no son! ¿A qué viene llamarles robots? ¿Para desprestigiar la industria? ¿Otro frente comunista anticapitalista?
Isaac Asimov estableció ya en 1942 las tres leyes de la robótica: «Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño, un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si esas órdenes entrase en conflicto con la primera ley, un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esa protección no entre en conflicto con la 1 o la 2 ley». Todas las multinacionales del mundo, todos los equipos de investigación del Universo galáctico, están inmersos en el paradigma asimoviano. ¡Nadie es disidente en este tema! ¡El ser humano y su bienestar en el puesto de mando!
La presencia de robots como C3PO o Terminator es todavía muy lejana. No soñemos pesadillas pueriles, somos adultos y conocemos la Historia. Los robots del futuro, seamos serios, «se parecerán más a las sofisticadas máquinas que limpian solas, hay actualmente unos diez millones en los hogares de todos el mundo, a robots minúsculos capaces de operar desde dentro del ser humano, Harvard está trabajando en ello, o a coches que se conducen solos». Todo humano, dulce, confortable, a nuestras altura. ¿Dónde está el problema? Son aliados del ser humano-tecnificado del futuro, no son adversarios. Esta distopía solo existe en la mente de gentes alocadas o en activistas del desorden y la irracionalidad.
Además, no hay que olvidar, el capital por supuesto es el capital, que los robots representan una creciente industria. La solidaria y generosa UE, basta pensar en Grecia, anunció hace pocos meses una gran inversión de 2.800 millones de euros en el sector. Europa, la gran UE (la otra no cuenta), tiene un 32% de cuota de mercado mundial. ¡Casi la tercera parte! Esro es lo que cuenta, esta es la Europa del futuro. Mirémonos en Google que no por causalidad ha comprado ocho fábricas de robótica en los últimos dos años. Por algo será.
Los robots mueven unos 19.000 millones de euros al año. Su presencia en la industria es cada vez más importante. El debate sobre la posibilidad de que miles de trabajos actuales en sectores como la automoción o la industria se pierdan en un futuro bastante cercano es estúpido. Siempre ha sido así, siempre será así. ¿O no? Es la cuarta ley implícita de la robótica, la primera de la economía real y del desarrollo efectivo. Por si hubiera duda, la consultora estadounidense Gartner, la principal en el campo de la tecnología señala Guillermo Altares, ha comentado que «cuanto más sofisticadas sean las máquinas, se convertirán cada vez en alternativas viables a los trabajadores humanos, lo que tendrá sin duda repercusiones en la industria». ¡Cómo no iba a tenerlas! ¿Pero no queremos eso?
Paul Verschure lo tiene claro: «Las máquinas que somos capaces de fabricar son cada vez mejores. Está sí es la revolución que vamos a vivir, el final de un modelo laboral que surgió en el siglo XIX. Pero de ahí a culpar del paro a los robots queda mucho». En España, señala nuestro lúcido filósofo de la robótica, tenemos muchísimo paro y muy pocos robots en la industria. ¿O no? Tranquilos pues. Estamos en un maravilloso mundo que está generando un futuro esplendoroso… con algún pequeño, insignificante sacrificio.
¿Qué puede importar en este escenario la muerte de un trabajador? ¿NO mueren los ciclistas? ¿Cuántas personas mueren en accidentes laborales o automovilísticos por ejemplo? ¿De qué nos quejamos entonces? ¿A qué vienen esos gritos histéricos de alarma?
El progreso es el progreso y nadie ni nada podrá desviarlo… y mucho menos detenerlo. ¡Viva la Revolución robótica permanente! ¡Al carajo, no importan un cuerno, las protestas humanistoides!
Notas:
[1] http://economia.elpais.com/economia/2015/07/02/actualidad/1435838812_094380.html
[2] http://economia.elpais.com/economia/2015/07/02/actualidad/1435860177_671472.html?rel=rosEP
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