Cualquier cosa puede suceder en este mundo postmoderno. Mire si no el tremebundo hecho de que Satanás está acechándonos, y no precisamente desde el infierno. Aquí, cerquita de usted y de mí, el Príncipe de las Tinieblas nos mira ceñudo y bermejo, como para cobrarse con su sola presencia el mote injurioso que le hemos […]
Cualquier cosa puede suceder en este mundo postmoderno. Mire si no el tremebundo hecho de que Satanás está acechándonos, y no precisamente desde el infierno. Aquí, cerquita de usted y de mí, el Príncipe de las Tinieblas nos mira ceñudo y bermejo, como para cobrarse con su sola presencia el mote injurioso que le hemos zumbado: Señor de las Moscas.
¿Que no lo cree? Ah, lector descreído, ojalá la Bestia no le marque, como ha marcado últimamente a unos cuantos angelitos, según un conocido diario español al cual una madre contó lo que ahora le cuento a usted: Rubén veía sombras y demonios, que, al salir de un saco negro y oscuro, «se les meaban encima, se rascaban igual que un perro, lamían el suelo, olisqueaban, andaban a cuatro patas y comían como un animal, sin permitir que nadie se les acercase».
Los siquiatras lo trataron, y nada. Dizque lo salvó uno de los ocho sacerdotes católicos que todavía hoy en España ejercen la vieja práctica del exorcismo -desencarnar al Demonio- y que no dan abasto en la desmedida, asimétrica, desleal competencia declarada contra la prédica divina por más de mil sectas satánicas, las cuales reúnen a más de cien mil adeptos en todo el país.
¿Por qué me coarta, lector altivo? ¿Porque el Medioevo es una etapa superada dialécticamente por la humanidad? Podría ser. Solo que una noticia de hace pocos años -de ayer, como quien dice-, rescatada de entre mis papeles, parece confirmar la teoría de Nietzsche sobre el eterno retorno: la historia es un ciclo que se repite infinitamente. Pero también reafirmaría el saber popular: «Nada nuevo hay bajo el Sol».
Sí, lo que pensamos sepultado en casi olvidados textos de años escolares idos salta a la vista con la fuerza de un puñetazo, por lo inesperado: «Al menos 500 viudas fueron asesinadas en 1999 en distintas partes del mundo, por lapidación -a pura pedrada- o linchamiento…» ¿El motivo? Sobre ellas pendía la sospecha de ser… brujas.
Al denunciar el hecho, en la Quinta Conferencia de la Mujer (junio de 2000), la representante de una organización que defiende al llamado sexo débil subrayó que en muchos países de África y Asia el fallecimiento del marido deviene, a menudo, «fallecimiento social» de la esposa.
Estas, las esposas, se verán asediadas por los intereses de posibles herederos en la familia del occiso. Algo en verdad no tan terrible comparado con una costumbre enraizada en algunas regiones de cierta milenaria nación, donde la doliente irá, contrita, a la misma pira en que el amado consorte se convierte en cenizas (gracias a Dios, obviamente yo nunca seré viuda). En zonas centroafricanas, continuó la denunciante, las que sufren la pérdida de la «media naranja» deben abstenerse de bañarse durante un año, quizás para probar que la depresión está reñida con las más elementales reglas de la higiene.
Sin soslayar las decenas de ejemplos de abuso contra la mujer, tales la extirpación del clítoris -la famosa ablación-, las golpeaduras, las violaciones y un largo etcétera, sigue impresionándonos ese tildar de brujas que muchos enarbolan para, en sitios donde las letras no han calado en las mentes, apartar a quienes «molestan» en su condición de receptoras del caudal «abandonado» por el extinto.
Ese juzgar hechiceras indica que aún en la conciencia colectiva de miles y miles de personas -quizás de millones-, en un mundo tan globalizado y «civilizado», subyace un componente de superstición, nigromancia… atraso secular -qué sé yo cuántas cosas- que no se difuminó en las brumas del Medioevo.
Entonces, ¿habrá avanzado tanto la humanidad, algunos de cuyos integrantes se dan el lujo de desconocer olímpicamente que las brujas y sus escobas quedaron confinadas a los animados de Walt Disney? ¿Debemos cantar encendidas loas a un sistema universal que no ha conseguido barrer con esos vestigios de un pasado ya «trascendido»?
Ante este tipo de noticias, traídas por el cable de agencia con el consabido laconismo expositivo, no atinamos sino a exprimirnos el magín, a ver si acertamos una respuesta convincente. Lo malo es que mientras tratamos de repetirnos añejas verdades, como que el progreso no es lineal, grupos enardecidos continuarán reeditando la historia de Salem, en un auto de fe al parecer imperecedero. Tal vez porque, decididamente, no hay nada nuevo bajo el Sol, y la vida constituye un eterno retorno.
Retorno en que, como un rito, tendríamos que derrotar a ese ser incógnito -quizás por acomplejado, por ceñudo y bermejo- que los más lúcidos llaman ignorancia, y otros, con desparpajo mayor, Señor de las Moscas. Vade retro, Satán.