En «Masacre en Columbine» («Bowling for Columbine»), Michael Moore nos enseña que el pueblo estadunidense es rehén permanente del temor de ser atacados por aquellas gentes y pueblos que han sido agredidos por Estados Unidos a través de la historia: se amurallan y erigen fortalezas para defenderse de los pueblos indígenas que los yanquis asesinaron […]
En «Masacre en Columbine» («Bowling for Columbine»), Michael Moore nos enseña que el pueblo estadunidense es rehén permanente del temor de ser atacados por aquellas gentes y pueblos que han sido agredidos por Estados Unidos a través de la historia: se amurallan y erigen fortalezas para defenderse de los pueblos indígenas que los yanquis asesinaron por millones; construyen un régimen de exclusión y discriminación para protegerse de los negros africanos y sus descendientes, considerados como amenaza a su hegemonía blanca luego de haber sido empleados como trabajadores sin salario y sin derechos.
Ahora se estremecen de pánico ante «inminentes» ataques terroristas, después de que sus propios gobiernos desarrollaran políticas anti-árabes y pro-Israel, protegieran dictaduras feudales e invadieran y ocuparan militarmente varios países del Medio Oriente y Asia Central para imponer sus intereses fundamentalistas y estratégicos, como en Afganistán, Arabia Saudita e Irak.
Ese miedo de ser atacados por sus propias víctimas les sirve a su vez a los poderes que anidan en la Casa Blanca para mantener en ascuas y chantajear a la población a fin de arrancarle poderes extraconstitucionales y extraordinarios que les permitirán a sus élites – es decir, a los dueños de la industria armamentística y petrolera –ofrecerle a la ciudadanía una máxima protección de cara a «enemigos» internos y externos. Dicho de otro modo: «yo te protejo, pero tienes que darme el dinero para comprar las armas que necesito, además de la autorización legal para aplastar a todos los sospechosos».
De ese círculo morboso entre el poder y el miedo nacieron el presupuesto militar más alto en la historia de la Humanidad (500 mil millones de dólares) y la Ley Patriótica, que borró de un plumazo los derechos y garantías constitucionales y legales en el país que se supone modelo de democracia y libertad para el mundo. Así, el pueblo de Estados Unidos produce su propio temor y encadenamiento, como resonancia de aquel dictum de Marx, quien decía que «el trabajador crea su propia alienación», con el agravante de que el poder centrado en Bush es producto del fraude electoral.
Una sola sala de cine en Panamá exhibe «Fahrenheit 9/11», sin la publicidad que el documental amerita. Pero hemos avanzado «en democracia», porque durante la ocupación militar de Estados Unidos en Panamá tras la invasión de 1989, el gobierno y la embajada prohibieron que se exhibiera «Panama Deception», de Barbara Trent, galardonado con el Oscar al mejor documental del año. Bárbara me entregó una foto suya con el Oscar, autografiada y dedicada «al pueblo panameño».
En «Fahrenheit 9/11» percibo a un Bush destemplado, inseguro, temeroso, vago, tramposo, cínico y fracasado en los negocios. Un Bush vinculado a la familia Bin Laden de manera íntima, con quienes hace negocios turbios y a quienes les permite salir de Estados Unidos impunemente en varios aviones inmediatamente después de los atentados a las Torres Gemelas (aclaro que no necesitaron visas). Un Bush seguro de su «triunfo electoral» en Florida porque su gobernador (Jeb Bush) se lo garantizaba. Sobre todo un Bush que ha creado un estado de pánico total en ese país y en todo el planeta, en torno a ataques terroristas inminentes (se hacen más inminentes a medida que se aproximan las elecciones presidenciales del próximo noviembre).
Aquí en Panamá esa histeria ya produjo algo realmente inconcebible en otras épocas: ocho países, encabezados e invitados por Estados Unidos, trajeron decenas de naves y aeronaves artilladas y 3,000 marinos para hacerle frente a una «amenaza terrorista» al Canal y llevaron a cabo maniobras navales en nuestro territorio sin que nadie en el gobierno haya aún contestado aún nuestra pregunta: ¿Quién autorizó y en cuál acuerdo, dichos ejercicios? (Ver: «Maniobras Navales», El Panamá-América, 18 de agosto de 2004). Panamá no cuenta con ejército; no cuenta con marina de guerra, y no cuenta con fuerza aérea.
El uso del temor como palanca del poder es el hilo que se enhebra entre «Columbine» y «Fahrenheit»: el temor de ser atacados por terroristas y el temor creado en 6 mil millones de habitantes del planeta mediante la Doctrina Bush de Guerra Preventiva para que se dejen dominar por Estados Unidos y permitan que la nueva Babilonia se apropie de nuestros recursos.
Lo que no muestra «Fahrenheit 9/11» son algunas circunstancias extrañas que han visto la luz: de los terroristas inmolados en las Torres, al menos cinco declararon que estaban «vivitos y coleando» en diversos países; la mayoría eran de origen saudí y no simplemente «árabes», como decía la mala traducción en el documental; miles de trabajadores judíos de las Torres no se presentaron a laborar ese día; varios agentes de la inteligencia israelí fueron arrestados en edificios circundantes a las Torres; un ex ministro de relaciones exteriores de Pakistán declaró que Estados Unidos había planeado la guerra a Afganistán varios años antes del 2001; varias investigaciones independientes afirman que ningún avión, sino un misil, se estrelló contra el edificio del Pentágono; el presidente Bush demoró inexplicablemente en autorizar el despegue de los cazas para interceptar los aviones secuestrados, aunque el documental sí enseña que Bush, al ser notificado de que el país estaba siendo atacado, no movió un solo párpado y siguió leyendo cuentos a niños de escuela primaria en Florida; en fin, que a raíz del 11 de septiembre intentaron un golpe de Estado que fue detenido por las propias fuerzas armadas de ese país.
¿Habrá un «Fahrenheit» (Parte Dos)?