Recetas reformistas maquilladas de pseudo-ciencia que incluyen mengües augurios y sofismas pseudo-izquierdistas en versión de bolsillo, mercantilizada y postmoderna, para América Latina, redactadas por un intelectual efectista Dada la atomización endémica de la izquierda (fenómeno bastante natural si tenemos en cuenta que el interés de la derecha -explotar a las personas situadas en posiciones inferiores […]
Recetas reformistas maquilladas de pseudo-ciencia que incluyen mengües augurios y sofismas pseudo-izquierdistas en versión de bolsillo, mercantilizada y postmoderna, para América Latina, redactadas por un intelectual efectista
Dada la atomización endémica de la izquierda (fenómeno bastante natural si tenemos en cuenta que el interés de la derecha -explotar a las personas situadas en posiciones inferiores de la jerarquía social- es mucho menos diverso que los modos que los demás pueden encontrar cronológicamente viables para no dejar que eso ocurra), los racionalistas de izquierda pasan mucho trabajo para evitar que durante los análisis de cualesquiera fenómenos (teorías, situaciones), las convicciones propias actúen como artículos de fe. Así, persuadidos por la experiencia de que la razón constituye la guía de acción más eficiente con que cuentan los humanos (utilitarismo vivencial incluido), todos los racionalistas de izquierda que hayan alcanzado la requerida madurez intelectiva-hormonal (sí, si existe eso), analizan cada disposición anímico-mental a que les convoque una realidad cualquiera para comprobar cuánto podría responder ella a una pre-disposición. La actitud llega al punto de que los «racionalistas izquierdistas de fila» (a diferencia de lo que ocurre con los «líderes racionalistas» y con los totalmente ignorantes o los emotivos puros, guardando las debidas distancias entre ellos) son casi siempre pronos a aceptar que quizás alguna de sus aseveraciones proviene de una imagen desactualizada o incompleta que guarden del hecho en cuestión… Conducidos por una mea culpa subliminal, conceden fácilmente el beneficio de la duda a sus interlocutores -lo cual les hace aparecer ocasionalmente inseguros, titubeantes, indecisos, permisivos y (¡horror!) transigentes-, mientras a toda velocidad mental se colocan en la posición del oponente, sopesan sus aseveraciones y tratan de formularse un cuadro de convergencias (divergencias) suficientemente aceptable para las premuras del momento que les brinde la respuesta debida sin cometer traición de quienes son…
Hay, desde luego, muchas situaciones en que los actos de los racionalistas de izquierda -humanos a la postre- responden al carácter que han formado saberes, educación, genes, historia personal y experiencias, modulado adecuadamente por la personalidad que les singuralice; entonces ciertamente la razón toma un descanso en ellos, pero eso no los hace víctimas de una fe ingenua. Así, pocos (si alguno) ateos racionalistas, intelectiva y hormonalmente maduros, se cuestionan su infidencia religiosa. Tampoco hay testimonio, por ejemplo, de que exista un «izquierdista desarrollado» hispanoparlante de nuestros días que se aventure a discurrir si Aznar propone argumentos que merecen alguna atención de sus interlocutores pensantes, aunque pocas dudas caben que ha de tener afirmaciones del tipo «El café está muy caliente» o «Dejé las pantuflas al pie de la cama y ahora no las encuentro» que no tienen por qué ser completamente descabelladas, ya que el tipo es hijo’eputa (con el perdón de Carlos Martínez y de las putas fabrettianas), pero no se ha demostrado que sea loco de atar…
Particular esmero ponen, pues, los racionalistas de izquierda cuando se asoman al pensamiento especulativo de un supuesto «compañero de ruta», especialmente si comprueban, bastante consternados, que el responsable de las iniquidades y desbalances mentales que sufren es frecuentemente… la misma persona. En semejante coyuntura, si el racionalista de izquierda en cuestión dispone en su ser y haber de suficiente madurez intelectivo-hormonal, apaga todo el psiquismo salvo el punto diminuto de la razón, la convierte en un bisturí láser y -completamente desapasionado y sin experimentar emociones, todo lo cual conforma un estado particular de pre-disposición favorable hacia el «compañero de ruta» escrutinado- lee sus asertos y argumentaciones más en busca de puntos de coincidencia que de agravios…
Las razones de mercado que obligan a acicalar cualesquiera ideaciones con barnices pseudocientíficos para hacerlas consumibles por las capas más numerosas (pero -por lo mismo- de cerebros menos laboriosos) de diplomados de nivel medio y superior con ínfulas de Cantinflas, poses enlatadas y saberes del Digest Reader Selections, han hecho florecer en nuestros días engañosos profetas en las más disímiles ramas del saber humano. (Es mayor que nunca antes la cantidad de diplomados, en términos absolutos). Eso explica el hecho de que pronunciamientos «teóricos» tan escasa y arbitrariamente fundamentados como los de Edward De Bono y Deepak Chopra (nombres aducidos sin más ánimos que de ofrecer ejemplos que guíen a los lectores) adquieran la popularidad reservada -hace apenas unos años- a las estrellas de cine, rock y futbol. El relativismo lingüístico imputado al postmodernismo que en el campo social iguala piedras palestinas con tanques israelíes parecería justificar el encumbramiento de «pensadores» sociales como Fukuyama y Jorge Castañeda. La banalización del pensamiento pro vendita (no confundir con pro bono) se convierte en una corriente furibunda, lo cual explica la degradación de los referentes literarios al nivel de la Rowling y Don Brown y el éxito arrollador de público que han conocido The Shining y El Nombre de la Rosa. Nadie se inquieta si un concepto védico como el identificado por el sonido aproximado «prâna«, cuya comprensión seria requeriría como mínimo la aceptación del entorno lingüístico de los rishis, se traduce impúdicamente -sin señalamiento de cotos de validación aproximada- por el concepto occidental de ergon, para afirmar de inmediato, con toda impunidad e insensatez, la existencia de una imposible «energía negativa», puesto que el occidental término «energía» es la denominación dada en física a una entidad… escalar.
No obstante, no obstante pruritos, los objetos y fenómenos deben de ser llamados por su nombre, para evitar confusiones ulteriores. Las relaciones activas de los seres humanos hacia esos objetos y fenómenos (nada más hay en el vasto universo), así como los comportamientos que ellas sugieran en ellos, también deben de ser calificadas adecuadamente y sin temores.
En virtud de cuanto ha sido hasta aquí expresado, se comprende por qué muchos de los racionalistas de izquierda que recorren a pie y de cualquier otro modo las calles de Cuba asumen esa misma cuidadosa actitud respecto de los trabajos de Heinz Dieterich. Hay que reconocer que, a pesar del empeño analítico que ponen al hacerlo, los resultados que ellos obtienen son muy desalentadores. No se trata de la exasperación intelectiva que provoca su sutil, pulida y maquiavélica arrogancia, su tono doctoral, sus poses de genio inalcanzable, su descalificación apriorística de oponentes -todo lo cual es parte de cierto «cómo»-, según fuera ya detalladamente puesto de manifiesto usando los propios escritos von Herr Professor1, atribuibles a sus presumibles necesidades crematísticas, es que tampoco parece muy izquierdista la esencia de lo que dice, y ya esto es algo firmemente asentado en el ámbito del «qué».
Por ejemplo, si -tal como etimológicamente indica el término- ser revolucionario es superar la visión y conductas que se espera ostenten las personas (dictadas por las premisas que impone -vía modelación de subjetividades- la ideología dominante), mediante la develación de la realidad subyacente que se consigue gracias a un proceso activo de racionalización ulterior de lo «apenas avistado», entonces, ver lo evidente, lo obvio, lo que todos ven, no es ser revolucionario, sino justamente lo contrario, sin que el término «no-revolucionario» tenga aquí necesariamente una connotación política (aunque puede tenerla). Es más, se puede generalizar que -sin ceñirse nuevamente a una determinada disposición política- solo merece la calificación de revolucionario aquel que, dada una racionalidad que ciertamente él avizora (hija únicamente de la realidad), se esfuerza en hacerla visible a la mayor cantidad posible de personas, a fin de lograr su más pronta realización (en el sentido lato de la palabra, vale decir, «hacer real»). Por eso, aunque solo sea por eso, clamar actualmente por un «Lenin» en Bolivia, digamos, es revolucionario; conformarse públicamente2 con un «Cronwell», no pasa de ser un mohín conformista. Lo «evidente» en la Rusia de finales del ’17 era un futuro federativo, como los Estados Unidos; lo revolucionario lo vio Lenin, quien no inventó la «realidad soviética», sino que leyó la racionalidad adecuada -aun si enmascarada- y la hizo palpable a sus adeptos.
Cabría preguntarse si es utópico o revolucionario añorar un «Lenin» en la coyuntura actual de Bolivia. Según todo indica, las masas están demostrando allí que hay una realidad que permite una racionalidad superior a aquella por la que está pujando parte de la dirigencia socialdemócrata y desarrollista de ese proceso: fue la misma realidad que puso al frente del gobierno al primer presidente aymara del país. ¿Se ha visto acaso resuelta esa situación? ¿Ha sido ella superada dialécticamente? Entonces, ¿a qué extraña negociación llama Dieterich?
Después del magnífico artículo de Allan Woods (La contrarrevolución levanta la cabeza. Heinz Dieterich y el general Baduel), publicado por Rebelion, en que se desenmascara la verdadera posición que ha asumido Dieterich en la revolución bolivariana, ante el cantinflesco escrito del taimado Professor Venezuela: ¿Votar por el «Sí» o el «No»? en el que -para culminar que apoyaría el «sí» en Venezuela- comienza ponzoñosamente subrayando, sin ningún recato, aquellos momentos que convocan lectores a dudar de hacerlo como este: «[…] Hay clausulas que no tienen sentido, como la extensión del período gubernamental de seis a siete años […]», uno mentalmente le pregunta en cubano al ladino profesor, de la manera más familiar posible, «¿por qué te inquieta una cláusula que no tiene sentido, mein geehrter Herr Professor?»
Es fácil comprender pues a quienes tras leer la noticia Bolivia: el fin del gobierno popular de Evo, en formato de texto, preguntan si el escrito ha sido extraido de El País o de la columna «Mentiras y Medios» de Rebelion
2 En diciembre del 2006, poderosos sectores oficiales pensaban militarizar Santa Cruz. Era una propuesta suicida que por suerte no prosperó. Tampoco es realista pensar que Bolivia se pudiera convertir en el «Vietnam de las ametralladoras», como decía Hugo Chávez. No hay condiciones objetivas para estos escenarios.
La solución en Bolivia, al igual que en Colombia, solo puede ser negociada, tal como proponen Evo Morales y Álvaro García Linera, los dos decisores del gobierno boliviano. Sería una solución semejante a la de la Revolución inglesa. Conlleva, sin embargo, una pregunta inquietante: ¿Quién es el Oliver Cromwell de la República de Bolivia? http://www.rebelion.org/noticia.php?id=58486