A bordo del avión vaticano, antes de comenzar su visita a México, que después lo llevaría a Cuba socialista, el Papa Benedicto XVI hizo unas declaraciones sorprendentes referidas a que la «ideología marxista no es válida en el mundo actual y ofreció sus gestiones y disposición para buscar modelos alternativos junto a Cuba». El mediático […]
A bordo del avión vaticano, antes de comenzar su visita a México, que después lo llevaría a Cuba socialista, el Papa Benedicto XVI hizo unas declaraciones sorprendentes referidas a que la «ideología marxista no es válida en el mundo actual y ofreció sus gestiones y disposición para buscar modelos alternativos junto a Cuba». El mediático pronunciamiento del Papa tuvo lugar unos días antes de su llegada a Cuba, donde encontró un pueblo, entre el 26 y el 28 de marzo de 2012, que lo escuchó con profundo respeto y civismo.
En este comentario deseo exponer mis creencias en la vigencia del marxismo, para Cuba y la Humanidad, en una centuria trascendental para la supervivencia de la especie humana.
Cuando el Papa habló del marxismo probablemente estaba describiendo a la interpretación marxista del llamado socialismo real instaurado en la Unión Soviética y en la Europa del Este, después de la Segunda Guerra Mundial, cuyo modelo en apenas unas décadas agotó sus posibilidades de reproducción política, económica y social, desapareciendo como sistema y en su expresión geopolítica hace poco más de veinte años.
Es lógico que las palabras del Papa hayan provocado conmoción en los sectores marxistas respetuosos del credo cristiano en la isla y fuera de ella. De la misma manera, sería un desliz para un marxista confundir los sentimientos cristianos con el tribunal permanente, distinto del ordinario, que estuvo encargado por el papado de la lucha contra la herejía, bien conocido a lo largo de la historia por la Inquisición, pues la tradicional posición conservadora de la Iglesia, hasta el mismo siglo XIX, rechazó las novedades científicas, sin olvidar que por ello fueron silenciados y castigados, entre otros muchos: Girolano Savonarola, Nicolás Copérnico, Miguel Servet, Giordano Bruno y Galileo Galilei. Todos fueron condenados no por confrontar la fe, sino por contradecir los dogmas de la Iglesia.
También, durante más de un siglo, ha sido una costumbre la reacción o el posicionamiento de la curia ante las doctrinas económicas y los postulados filosóficos de Marx, quien, para todo marxista, simboliza la emancipación frente a la explotación y depredación del capitalismo.
Sin embargo, si algo han aprendido los cubanos durante poco más de medio siglo de independencia política y económica, en su azarosa lucha por la supervivencia de la nación, es la importancia de la transformación, del cambio, de la evolución y la innovación política, porque es la esencia de una Revolución autóctona cimentada en profundas y diversas raíces populares; porque de otro modo no hubiera podido sobrevivir, en un sistema mundial dominado por grandes potencias -la principal de ellas a 90 millas de sus costas-, caracterizado por bruscos virajes geopolíticos y complicadas coyunturas ideológicas y económicas, en particular, a partir de 1991, tras la desaparición de la URSS y sus concepciones basadas en un marxismo dogmático, desvinculado de las realidades a escala nacional e internacional.
Por lo que prefiero apuntar aquí las razones que hacen válida la teoría marxista, para la comprensión del escenario internacional y de los fenómenos que se producen a nivel de la sociedad, la naturaleza y el pensamiento, con independencia de la fe y las cosmovisiones religiosas y espirituales que acompañan desde siglos a los seres humanos. Y mucho más hoy, en un sistema internacional ponderadamente globalizado y afectado por una crisis estructural del capitalismo en sus múltiples dimensiones: económica, política, social y ecológica.
Contrariamente a lo que pudiera interpretarse de las expresiones del Papa, el sistema capitalista globalizado, que emergió en la década de los noventa del siglo XX, tras el derrumbe del «socialismo real» -que igualmente no debe confundirse con el comunismo-, ha resultado en muchas cosas enigmáticamente parecido al que había pronosticado Marx, en 1848, en El Manifiesto Comunista. Pero ahora, sin duda, con más complejidad por los conflictos y problemas globales derivados de la interacción de múltiples fenómenos de carácter económico, financiero, militar, tecnológico y transnacional acumulados por el propio capitalismo que los engendró sin una perspectiva o posibilidad real de solución.
Por eso resulta cuestionable y asombrosa la tesis sobre la invalidez del marxismo en la época contemporánea, incluso si tomamos en cuenta que todavía la ciencia encuentra sus límites en la solución o explicación de múltiples fenómenos novedosos que afectan e inquietan a la Humanidad, el marxismo sale fortalecido al constituir una perspectiva teórica y metodológica viable para comprende las dinámicas y las crisis que sacuden al actual sistema-mundo capitalista. Para la izquierda contemporánea, el marxismo sigue siendo una orientación científica, un paradigma para emancipar a los explotados y oprimidos, que son las amplias mayorías sociales, en cualquier latitud del planeta.
En rigor, la crisis que vive la Humanidad no es la del marxismo ni la del comunismo, incluso ni la del «socialismo real», ya inexistente, sino es la crisis del viejo capitalismo real y de sus salvajes doctrinas neoliberales privatizadoras que, con su pillaje sin límites, han concentrado las riquezas del planeta en un puñado de transnacionales u oligopolios que saquean los recursos naturales recurriendo a guerras de conquistas causantes de la devastación y desintegración de sociedades completas, como han sido, en las últimas décadas, los casos de Iraq, Afganistán y Libia. Contra ellos fue aplicada la misma estrategia política y militar que ahora se intenta imponer a Siria e Irán.
Las revoluciones atenazadas por el imperialismo en los países árabes, las movilizaciones de los indignados en Europa y en los Estados Unidos, el enfrentamiento de los islandeses a los espoliadores banqueros y las luchas de los griegos contra los planes de ajuste dictados desde la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo y las luchas sociales que en América Latina derrotaron el ALCA junto a los gobiernos de izquierda, en una región que desarrolla la integración en los marcos de la cooperación y la solidaridad entre los pueblos, simbolizan que los caminos libertarios desde la izquierda inspirados en Marx constituyen un referente teórico inevitable, porque, a diferencia de otras concepciones filosóficas o políticas, el marxismo contempla la sociedad humana en perpetua mutación, en constante movimiento e innovación revolucionaria.
Pero, ¿cuáles son las reivindicaciones del movimiento Ocupar Wall Street (OWS, según sus siglas en inglés) en el corazón del sistema capitalista actual? Siguiendo su propia consigna: «¡Empleo, vivienda, salud, educación, pensiones, el medio ambiente, el No a la guerra! En ese sentido, los indignados estadounidenses están centrados en denunciar el poder escandaloso de los bancos y megaoligopolios para salvar a comunidades enteras, sus escuelas, los servicios de salud y defender los puestos de trabajos de los recortes que promueven los gobiernos de los estados capitalistas más desarrollados (G-8). Ellos, denominados también como los nuevos combatientes contra El Capital, se siguen preguntando al igual que Marx para qué sirve la economía y la política si no están al servicio de los pueblos. Entonces, ¿Harían falta más evidencias que confirmen la vigencia teórica del marxismo y la importancia de su legado político-filosófico para la Humanidad?
Es también poco cuestionable que, en términos universales, el marxismo representa, desde el siglo XIX, un proyecto universal de emancipación humana todavía por conquistar.
Marx, que tuvo una mirada bien crítica hacia idénticos problemas sociales de su tiempo histórico, demostró con métodos científicos los vínculos entre economía y política, razonando que toda decisión económica está comprometida con la política, tiene connotaciones políticas, pues como dijera el marxista Lenin: «la política es la expresión concentrada de la economía», algo que soslayaron con ligereza los tecnócratas del viejo capitalismo entre los siglos XVIII y XX, y lo siguen haciendo con tranquilidad pasmosa los capitalistas neoliberales del siglo XXI. Al eludir esas interrelaciones por intereses de clase a favor de la burguesía transnacional, en detrimento de las inmensas mayorías populares marginalizadas, las políticas económicas neoliberales han provocado una grave crisis social mundial que de no ser rectificada, más temprano que tarde, arrastrará a la especie humana hacia un desastre inevitable.
Entre las problemáticas globales que el sistema capitalista arroja para su examen ético, desde la visión esclarecedora del marxismo y del cristianismo, se encuentran las 25 mil armas nucleares en manos de potencias centrales o estados antagónicos dispuestas a ser lanzadas en condiciones de conflicto o por un error de sus manipuladores, las cuales reducen, cada vez más, las posibilidades de supervivencia humana y desestiman los derechos de miles de millones de personas que votarían, sin discusión alguna, por la eliminación completa de tales irracionales armamentos, si fuesen democráticamente consultados en un referendo universal al respecto.
A lo anterior, se añade la circunstancia objetiva de que no existe una verdadera comunidad internacional con principios e intereses afines, identidades similares, valores y preocupaciones mutuas sobre los destinos de un planeta en agonía que nos ofrece el privilegio único de la vida. Esa realidad también impide cambiar el no menos peligroso escenario del comercio de armas convencionales por las cien principales compañías vinculadas a esta actividad, obteniendo cada año más de 400 000 millones de dólares en el lucrativo negocio de la muerte. Mientras nos aproximamos a esta verdad, denunciada de forma anual por el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI, siglas en inglés), descubrimos que la relación del centenar de empresas que lideran las transacciones de armas tiene a 44 compañías de los Estados Unidos, las cuales acaparan el 60 por ciento del valor total de las actividades comerciales, cuando tres decenas de firmas europeas son responsables del 29 por ciento del industrioso comercio de armamentos y servicios militares.
La Humanidad desea la paz y que los enormes recursos utilizados en la carrera armamentista sean utilizados para el desarrollo económico y espiritual de los pueblos. El negocio de las armas y los servicios militares ignora la existencia de unos 1 000 millones de personas que se encuentran bajo los efectos de la hambruna. En un gesto de altruismo, los líderes de las potencias capitalistas podrían considerar los propios datos del Banco Mundial que sugieren la posibilidad de beneficiar con un per cápita mínimo de un dólar anual a más de 4 000 millones de personas con el consumo de trigo enriquecido, hierro, alimentación complementaria y micronutrientes en polvo.
Es realmente paradójico constatar que el sistema capitalista liderado por los Estados Unidos, con sus enormes desarrollos científicos y tecnológicos, no sea capaz de ofrecer nuevas esperanzas para millones de seres humanos, de generar ideas constructivas y valores morales ante un desenfrenado consumismo que, a la vez, es inaccesible para la mayoría de las poblaciones ubicadas en su periferia subdesarrollada, negándoseles así el más elemental derecho al desarrollo y a la existencia soberana, digna, porque simplemente se trata de que los pueblos cumplan fielmente con las indicaciones de más austeridad y menos beneficios sociales de los tecnócratas del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial o el Banco Central Europeo.
Esas situaciones nos llevan previsiblemente a un escenario de mayor violencia, caos e incertidumbre global. De hecho, la principal fuente de violencia e inseguridad en el sistema internacional son las guerras sostenidas por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) al servicio de los Estados Unidos y las antiguas potencias coloniales europeas.
La OTAN es un viejo instrumento militarista en manos de las potencias capitalistas occidentales que surgió en medio del beligerante ambiente de la «guerra fría» y que no debería existir después de la desaparición de la Unión Soviética y de la Organización del Tratado de Varsovia (OTV), que le hizo contrapeso. Ahora la función estratégica de la OTAN no es la «contención del comunismo», su destino es masacrar a los pueblos de los países del Tercer Mundo bajo diferentes pretextos que van desde la defensa de la democracia, los elásticos argumentos humanitarios, la lucha contra un malvado represor o el hipócrita antiterrorismo. Argumentos muy pocos creíbles para una persona medianamente informada en la presumida «sociedad civil internacional» en la que tratan de colocarnos a todos sin distinciones de ninguna naturaleza.
La OTAN es, ni más ni menos, el brazo armado de una civilización occidental en profunda crisis de valores morales y espirituales, cuya decadencia se exterioriza en una exacerbada agresividad militarista con el fin de imponer la monotonía de un pensamiento único universal a través de la fuerza de las armas hasta lograr un gobierno mundial deseado que extienda la dominación política y militar de un sistema que, desde al menos el siglo XVII, se expande y deshumaniza a los humanos con su mercado-consumo globalizado sin que nos permita reflexionar sobre los destinos de una Humanidad que llegará a los 9 000 millones de personas en el cercano 2050, pero sin todavía haber descubierto la verdad sobre tres preguntas fundamentales: ¿De dónde venimos?; ¿Quiénes somos?; ¿A dónde vamos?
En el actual contexto global de crisis múltiples, tanto marxistas como cristianos, así como todas las fuerzas humanistas del planeta, debieran unirse para concretar el más amplio desarrollo material y espiritual del hombre mediante la cooperación en numerosos terrenos institucionales y de la sociedad civil en el ámbito cultural, educacional, en las ciencias humanas o aspectos que conciernen a su propia naturaleza.
Recuerdo que Fidel Castro, en el siglo XX, en conversaciones con Frei Betto había advertido que «la unión entre marxistas y creyentes religiosos no se constriñe a una cuestión política, de tácticas, sino a estrategias comunes», porque tanto el socialismo (comunismo) como el cristianismo se plantean no solo el progreso material de la sociedad, sino también el crecimiento espiritual del individuo. Su felicidad plena: sin exclusiones, porque el «amor al prójimo es solidaridad».
Cuando todavía nos estremece el eco de la trascendencia histórica de la visita del Papa Benedicto XVI a Cuba, ojalá sus palabras hayan calado profundo en la mente y los corazones de millones de personas en torno a su mensaje de paz: «Unidos todos juntos con lazos de amistad; hermanos, sin rencores, amando de verdad, rompiendo las barreras que impiden el querer, para avanzar la historia y un mundo nuevo hacer».
En esta idea de la unidad y un mundo nuevo, percibo la importancia y la necesidad de una alianza estratégica entre marxistas y cristianos. Entre todas las fuerzas progresistas y humanistas del planeta. En esta compleja y difícil época que nos ha tocado vivir, es inaplazable la toma de conciencia sobre las problemáticas que amenazan con extinguir la vida en la Tierra, y con ella a la especie inteligente que ha desarrollado, hasta ahora, una única e impresionante civilización.
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