Si pensamos en la Vida -así, con mayúsculas- como un serial televisivo, aunque no hemos visto casi nada de la serie, más o menos le podemos seguir el hilo. En los capítulos de la primera temporada, hace unos 4 mil millones de años, la Tierra era una bola ardiente. Dentro de ese caos hirviente se […]
Si pensamos en la Vida -así, con mayúsculas- como un serial televisivo, aunque no hemos visto casi nada de la serie, más o menos le podemos seguir el hilo. En los capítulos de la primera temporada, hace unos 4 mil millones de años, la Tierra era una bola ardiente. Dentro de ese caos hirviente se producían sin cesar millones de reacciones químicas entre los diferentes átomos que por ahí pululaban, que si un carbono se junta con un hidrógeno, que si dos hidrógenos con un oxígeno, y así se generaban múltiples combinaciones: las moléculas. Algunas duraban apenas un instante, otras eran más estables, hasta que el capricho acertó con una molécula capaz de autorreplicarse. Y como parece que la vida y el error son pareja de hecho, las réplicas nunca fueron todas exactas e incluso alguna de las réplicas fallidas también supo replicarse, de forma que teníamos un planeta con millones de moléculas replicantes que se iban diferenciando de sus progéneres. De todas las moléculas la que tomó mejor ventaja fue aquella que se rodeó de una membrana: la célula. De nuevo la misma situación. Millones de células replicándose y errando hasta tener muchos modelos de células diferentes más o menos adaptados a la situación. Y lo que tiene la diferencia es la virtud de atracción. Las grandes se sentían atraídas por las pequeñas, las que sabían hacer una cosa buscaban asociarse con las que se adaptaban mejor al hábitat en cuestión, hasta que otra vez el azar agrupó bajo una única membrana un grupito de células aptas para vivir… y para reproducirse.
Después de los anuncios comerciales tocan los capítulos de la segunda temporada. Aquí ya tenemos un planeta gobernado por los reptiles, en definitiva, una combinación de células agrupaditas bajo una súper membrana coordinados por un cerebro: el cerebro reptil. Un cerebro muy rápido que sin pensar (contradicción cerebral bastante corriente) toma decisiones de blanco o negro, de luchar o huir. Es el cerebro que vive en el presente.
En la tercera temporada tenemos la llegada de los mamíferos, células de reptiles evolucionadas agrupadas bajo una membrana que, como las capas de la cebolla, añade al cerebro reptil su cerebro mamífero. Es más lento para tomar decisiones porque mira para el pasado, buscando entre los recuerdos, qué cosas le hicieron bien y qué cosas le hicieron mal. Recompensa o castigo. Sigue siendo un cerebro que, como el reptil, trabaja desde el inconsciente.
Entre todos los mamíferos destacó uno bípedo que en su evolución añadió una tercera capa cerebral: el cerebro racional. Todavía mucho más lento en sus reacciones porque busca ser lógico en aquello que decide hacer o no hacer. Éste sí que es un cerebro consciente. No ha perdido los cerebros reptilianos y mamíferos que siguen trabajando en asociación con su novato cerebro racional, añadiendo a la reacción en el presente inmediato, con o sin revisión del pasado, la ilusión y los sueños de lo que puede devenir en el futuro. Tiene, pues, capacidad de asociar ideas y pensar en las consecuencias.
Hasta aquí los capítulos emitidos. ¿Y qué llegará en la nueva temporada? O mejor todavía, ¿habrá nueva temporada? Y si la hay ¿cómo será? En estos momentos de crisis ecológica y humana a la que nos ha llevado el sistema capitalista hemos de tomar las decisiones Vitales -otra vez con mayúsculas- que darán esas respuestas: más economía o más ecología, más depredación o más cooperación, más concentración o más distribución, democracia real o democracia de conveniencia, etcétera.
Las decisiones las podemos dejar que las tome nuestra parte de lagartija, nuestra parte de rata o incluso nuestro cerebro de primate, pero también podríamos ser protagonistas de un nuevo salto evolutivo y pensar, como explica Leonardo Boff, desde la noosfera: la convergencia de mentes y corazones, originando una unidad más alta y más compleja
. Una mente o cerebro donde Tierra y humanidad están formando una única entidad global. El sistema nervioso central está constituido por los cerebros humanos cada vez más en sinapsis y llenos de un sentimiento de pertenencia y de responsabilidad colectiva. Buscamos centros multidimensionales de observación, de análisis, de pensamiento y de gobierno. Es el comienzo de una nueva historia, la historia de la Tierra unida con la humanidad
. Tierra y humanidad: expresión consciente de un nuevo cerebro.
* Ex Director de Veterinarios Sin Fronteras y colaborador de la Universidad Paulo Freire