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De fantasmas y estupideces

Fuentes: Rebelión

Es mucho el empeño que se invierte en hacernos creer que el mundo atraviesa una etapa de libertades. La paz se maquilla tanto como la comodidad. Y más de uno vive convencido de que ni una ni otra cosa es maquillaje; según esa clase mental, el color «rosado desteñido» que se inventó el sistema capitalista […]

Es mucho el empeño que se invierte en hacernos creer que el mundo atraviesa una etapa de libertades. La paz se maquilla tanto como la comodidad. Y más de uno vive convencido de que ni una ni otra cosa es maquillaje; según esa clase mental, el color «rosado desteñido» que se inventó el sistema capitalista es el color que caracteriza a los «buenos» de la mala película que nos vendieron. Y quizá hasta sea el simulacro de color que identifica su sangre. Bendita mentira que en otros tiempos se creyó el cuento de la sangre azul de la realeza. Del cuento mediocre se fabrican las mentiras sociales (y globales). En nombre del uniforme democrático internacional algunos intelectuales gastan cientos de palabras en fabricar fantasmas y generar estupideces. Una y otra vez se reitera el cuento de que la Unión Soviética fue el monstruo del siglo XX. Y con la ceja derecha elegantemente levantada, se asegura que el terrorismo es el demonio del presente. Sería importante que estos intelectuales, metidos a sabios de la opinión de todos, nos explicaran la causa de la violencia. Tampoco estaría mal que les pudiéramos preguntar: ¿Nos están hablando del terrorismo que se disfraza de Estado democrático o del que, al margen de la legalidad, pierde la cabeza ante las trampas del poder y erradamente comienza a poner bombas? Hoy, para el sistema capitalista, más peligroso que poner bombas es poner ideas.

Hace falta coraje histórico para discutir las heridas sociales de la actualidad. Es más necesario levantar la voz (y las cejas) contra el genocidio que el Estado de Israel comete contra el pueblo de Palestina que seguir contando los horrores del régimen nazi; es más honesto debatir sobre la dictadura global y «democrática» que hoy representa el poder instalado en Estados Unidos (adoctrinamiento cultural, tecnológico, financiero y militar) que intentar seguir metiendo miedo con el recuerdo de la Unión Soviética; difícil y dura fue la crisis que originó la recesión de 1929 (así como la que inventó la banca en 2009), pero mucho más dantesca es la que sufren Haití, África y Afganistán entre el hambre y la fuerza militar imperialista de éste tiempo (hipócrita) presente.

Me parece más vitalmente contemporáneo denunciar (y resistirse) al imperio estadounidense que invisiblemente arrolla a la humanidad del siglo XXI que cuestionar (por ignorancia) la lucha revolucionaria (que por su dignidad) se impulsa en América Latina. Sólo desde la ingenuidad o desde el chantaje se podría hablar de ecología y de armamento nuclear si no se señala al principal destructor de lo primero y fabricante de lo segundo: Estados Unidos.

El problema (y el reto) de la sociedad global que transitamos no tiene nada que ver con dictaduras clásicas ni nazis fantasmas; el dilema, por el cual se hace necesaria la utilización (y reinvención) de miles de palabras y acciones, es la «estupidización» de la conciencia. No es cuento, nos están sometiendo a la forma de esclavitud más peligrosa que se haya conocido: la sofisticación de la ignorancia. Si no profundizamos el debate, pronto seremos individualidades críticas rodeadas de millones de masas (como ejércitos del poder) dispuestas a defender, con la violencia de un show de Tv, el reino global de la mediocridad.

La memoria puede ser un mecanismo de liberación, pero también de adormecimiento. Darle a la palabra holocausto la exclusividad de un lugar y una fecha es permitir que en la niebla del presente se escondan muchos otros holocaustos. La idea no es negar las atrocidades del pasado; la idea es meter el dedo en las llagas de las atrocidades de hoy. Hasta el fondo, con la belleza interior apuntando hacia las sombras.