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Reseña sobre el libro de Moradiell

De guerra, mitos e historia Enrique Moradiellos. «1936. Los mitos de la guerra civil»

Fuentes: La Nueva España

Península. Barcelona 2004. 249 páginas. La dedicatoria del libro, dirigida a sus antepasados que, en uno y en otro bando, sufrieron las consecuencias de la guerra, podemos hacerla nuestra la mayor parte de los ciudadanos. Antes de entrar en materia, se reproducen fragmentos de algunos poemas. Capta bien Moradiellos lo mucho que puede tener de […]

Península. Barcelona 2004. 249 páginas.

La dedicatoria del libro, dirigida a sus antepasados que, en uno y en otro bando, sufrieron las consecuencias de la guerra, podemos hacerla nuestra la mayor parte de los ciudadanos. Antes de entrar en materia, se reproducen fragmentos de algunos poemas. Capta bien Moradiellos lo mucho que puede tener de sintético la poesía para expresar estados de ánimo, individuales y colectivos. Un prefacio bien escrito, con voluntad de estilo, con un tono de lirismo no siempre oculto, pero que no chirría. Y luego viene el libro propiamente dicho.

La guerra civil no sólo sigue generando una bibliografía oceánica, sino que de un tiempo a esta parte se está convirtiendo, sin que ni siquiera los mayores implicados sean conscientes del todo de ello, en el pretexto bajo el cual lo que subyace es un juicio a la España que se vino construyendo desde la transición en adelante. Así, desde hace muy pocos años está en marcha la llamada Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, que con sólo nombrarla levanta ampollas a más de uno. Con independencia de la mayor o menor fortuna en su nomenclatura, lo que parece ponerse de relieve es que en la transición las heridas de la guerra civil se cerraron en falso, que la llamada reconciliación supuso para muchos el silencio tras la muerte del dictador, lo que derivó en impunidad para los que fueron los más terribles represores del franquismo. Y no se trata ya de que en España no hubo un Nuremberg con la liturgia propia de los juicios, sino que se silenció cuanto se pudo lo que había sido la guerra civil.

Hay un libro de Paloma Aguilar Fernández, Memoria y olvido de la guerra civil, que es muy explícito al respecto: «El PSOE [en 1977] habla mucho de franquismo y prácticamente nada de la guerra civil (…) Al hacer un recorrido histórico del partido pasan del relato de la II República al del franquismo saltándose el espinoso asunto de la contienda. Era una magnífica oportunidad para desmontar la versión maniquea que, durante décadas, había ofrecido el franquismo, pero se desaprovecha de forma deliberada. (…) Afirman, sin embargo, ser profundamente republicanos y partidarios de la celebración de un plebiscito popular sobre la forma de Estado.» Y con respecto al PCE: «La lección que mejor había aprendido el PCE era que no debía ejercer ningún tipo de presión sobre todas aquellas cuestiones que resucitaban la memoria de la guerra civil: la forma de Estado, la bandera, la cuestión religiosa, etcétera.»

Y el envés de estas tendencias a recordar el horror de los primeros años de la dictadura puede estar representado por aquellos libros que pretenden dar a entender que el franquismo no fue más que un mal inevitable. Que Franco no tuvo más remedio que sublevarse el 18 de julio del 36 para salir al paso así a una guerra que ya estaba en marcha desde la Revolución del 34.

Así, las interpretaciones de la República y de la guerra civil ponen el dedo en la llaga a la hora de dilucidar si el nuevo Estado democrático que surge tras la muerte del dictador inicia su andadura con heridas no cerradas, con silencios clamorosos; o, si por el contrario, la historiografía desde la transición a esta parte fue injusta con el invicto caudillo. Títulos hay en los anaqueles de las librerías para satisfacer a unos y a otros.

Una de las tesis que más defiende Moradiellos es la de la existencia de tres Españas en el contexto de la II República: la más conservadora, la reformista y la revolucionaria. Tal planteamiento, plausible y en gran medida certero, es al mismo tiempo lo que más puede suscitar polémica en este libro. Lo que sucede es que, al menos en 1931, la España reformista y la España más de izquierdas tenían como causa común impulsar un nuevo Estado nada lampedusiano que acabase con la situación de atraso, material y cultural, que el país padecía. Sabido es que las cosas se fueron radicalizando y que en su momento Ortega abogó por la «Rectificación de la República», abominando de excesos y de extremismos que afloraban. Pero conviene que escuchemos un momento el criterio del mejor biógrafo de Azaña, de Juan Marichal: «Pero es manifiesto que Azaña sentía un marcado desprecio por los hombres de esa tercera España, porque veía en ellos a los desertores de la causa que ellos mismos habían fomen tado con sus prédicas. Yo me arriesgaría incluso a resumir en los siguientes términos la argumentación condenatoria de esos intelectuales: la guerra de España tenía su origen inmediato en la sublevación militar, pero la resistencia popular tenía su principio moral en las lecciones de dignidad humana que aquellos maestros habían dado a su pueblo y nación».

Por su parte, María Zambrano abunda también en los días iniciales de la guerra en la España común del institucionismo y del socialismo: «Tres grupos se nos aparecen de esta nueva casta de españoles, tres grupos entonces, a los que siempre se les deberá reconocimiento por su rebeldía y por su búsqueda de una más firme y más feliz España; tres grupos de raíz y pretensiones diversas, de resultados y sino distintos, que ahora son bien distinta cosa, pero coincidentes en aquellas décadas en estar en pie de guerra contra la falsa España, contra la máscara de la España viviente y verdadera. Son estos tres grupos el Partido Socialista fundado por Pablo Iglesias, la Institución Libre de Enseñanza y la llamada Generación del 98».

A todo ello podría añadirse que en la derecha española de los años 30 y 40 también había gentes que no compartían al cien por cien los postulados del franquismo y del falangismo. No es lo mismo Gil-Robles que Franco. Ni Giménez y Fernández que Serrano Súñer. Es decir, apurando esta tesis, podría hablarse también de una cuarta España que, siendo conservadora no suscribía ni los métodos, ni tampoco los postulados del franquismo. Creo que es ésta la vertiente más polémica y enriquecedora del libro de Moradiellos. Porque hablar de tres Españas es tan plausible como discutible.

De fajines y linchamientos

Parece poco afortunado, en aras del rigor, que en la portada del libro figure un fajín en el que se manifiesta la intención del libro contra las supuestas mentiras de un propagador de tesis muy favorables al franquismo. Creo que éste es un libro de historia que, como tal, debe leerse. Y no como un ensayo que «enderece entuertos» más o menos torticeros.

Dicho esto, es innegable que, desde unas y otras trincheras, se forjaron mitos acerca de la guerra civil. Y todo el que transita la historia sabe bien que de aquellos acontecimientos que son vivero de bibliografías y filmografías oceánicas generan mitos, muy operativos en lo literario al margen de su veracidad. La documentación que se maneja en este libro es la exigible a una persona que aborda un tema con suficiente conocimiento de causa. Y deja bastante claro que algunos de los mitos más jaleados no resistirían los embates del rigor. Bien es cierto que algunos de ellos ya fueron combatidos en otros libros.

En cuanto a los linchamientos, cuesta entender que se le llame «funcionario» de la historiografía, que se le reproche sin ningún tipo de cortapisa su condición de profesor universitario y así un largo etcétera. Y que todo esto se haga para defender las tesis que más favorecen a los defensores a ultranza del franquismo. Y que parte de ello se ubique en ámbitos que últimamente parecen destinados a preconizar retóricas de afirmación nacional a la vieja usanza.

No resulta de recibo este linchamiento. No es vergonzante ser profesor universitario e investigar. Lo bochornoso es tratar de embustero a quien expone unas tesis, más o menos originales y discutibles, pero en todo caso documentadas y razonadas.

Al margen de la defensa de la tercera España de la que ya hablamos más arriba, a la hora de establecer la casuística que desencadenó la guerra, las cosas se manifiestan con didactismo y claridad. Se diría que Moradiellos parece buscar la equidistancia entre las tesis más reaccionarias, Arrarás, De la Cierva, etcétera, y los presupuestos más cercanos al marxismo como los puestos en práctica por Tuñón de Lara, si bien no puede evitarse la lejanía abismal del afán propagandístico de los primeros. No pierde de vista tampoco a Pierre Villar, de quien tanto aprendimos.

Parece confirmarse con este libro una tendencia historiográfica a la recuperación de Negrín, más allá de tópicos y de mitos, tendencia que da un importante avance con el libro de Miralles, Juan Negrín, la República en guerra. En efecto, la semblanza del que fuera presidente del Gobierno durante la guerra civil, que hace Moradiellos en uno de los epílogos es una apuesta del profesor asturiano afincado en Extremadura que merece ser leída con atención más allá de tópicos y de mitos. Así, deducimos que el destino de Azaña fue la salvación, en el sentido orteguiano, de la República con la palabra. El de Negrín, evitar la derrota de la República con las armas. Azaña y Negrín son las letras y las armas y de la II República.

Otra semblanza es la de Franco, como prototipo indiscutible del vencedor, con presupuestos muy semejantes a los de Preston.

Libro, en fin, escrito con una corrección y con un cuidado que, por desgracia no son muy comunes en el «género» con el que Moradiellos sale a la palestra pública más allá de las aulas y con el que intenta hacerse un sitio en la historiografía que pretende huir de maniqueísmos. Libro con tesis discutibles. Pero que no merece los linchamientos de los que está siendo objeto de forma aparentemente tan inexplicable en su propia tierra.

Sesenta y ocho años después, estamos asistiendo a la guerra de interpretaciones sobre la guerra civil española. Una guerra de interpretaciones que también parece moverse por leyes pendulares, lo que puede ser también causa de intentos como el de Moradiellos de analizar tal acontecimiento desde posiciones que, sin perder el rigor, intenten corregir pasiones explicables a la luz de tales movimientos pendulares.

Sea como sea, hay que congratularse de que los historiadores españoles, además de impartir clases, investiguen y publiquen libros al alcance de todos los interesados en el asunto. Que seguimos siendo muy numerosos.

Paloma Aguilar Fernández. «Memoria y olvido de la guerra civil». Alianza. Madrid, 1996. Página 327.

Ibídem nota anterior. Página 355.

Juan Marichal. «La vocación de Manuel Azaña». Alianza. Madrid, 1981. Página 233.

María Zambrano. «Los intelectuales en el drama de España». Editorial Hispamerca. Madrid, 1977. Página 37.

Ricardo Miralles. «Juan Negrín, la República en guerra». Temas de Hoy. Madrid, 2003.

Lorenzo Casares