El mundo pareciera que vuelve a discutir sobre Economía Política. Pero conviene repasar los postulados enunciados para advertir que se trata más de una disputa política que económica.
El mundo desarrollado en general, y Estados Unidos en particular, han admitido sobre finales de 2008 que otras medidas económicas son necesarias. Este cambio no es gratuito; de hecho surge debido a que el sistema global de producción vigente se desplomó contundentemente y sus futuras consecuencias aún no son siquiera imaginables.
Hacía décadas que a nivel mundial no había una gran discusión sobre política económica. El orbe se había dividido así: los países dependientes debían obedecer los principios de Economía neoclásica o neoliberal, y las potencias -en su condición de tales- podían ejercer la autonomía que históricamente habían ejercitado.
Hagamos un más que breve repaso de la historia de las economías políticas más influyentes en los últimos tiempos. Situémonos e partir del Siglo XIX, donde se consolidan las ideas llamadas clásicas, con los postulados de Adam Smith a la cabeza. Los axiomas básicos de esta corriente son la definición del mercado como el mejor asignador de recursos, el que cuanto más competitivo sea más cercano a la perfección estará; como consecuencia, la no intervención del Estado en la economía y el librecambismo.
Esto a nivel académico. Luego, la historia nos demostrará que esto nunca pasó, sino que los distintos estados intervinieron a favor de los intereses internos dominantes. Que existían las metrópolis y las colonias, estas últimas sometidas a las primeras, por lo cual debe descartarse una sana competencia entre iguales. Las potencias europeas -básicamente Gran Bretaña y Francia- conformaron grandes imperios los cuales estaban cerrados a las demás naciones.
Pero sí debemos afirmar que presencia estatal en la economía diaria era muy lábil. Como ejemplo, los bancos centrales -es decir, una institución estatal que maneje la política monetaria y regule a los bancos- es una invención de la década de 1930. Las inversiones estatales eran bajas, el gasto público muy escaso, no existía lo que luego se conoció como bienestar social o estado de bienestar, y las potencias sólo se interesaban en algunas inversiones en infraestructura necesaria para el desarrollo económico básico y el incremento de sus flotas de guerra. Es importante aclarar que durante todo este período, Estados Unidos llevó adelante una política proteccionista de impulsada por el Partido Republicano.
Podríamos resumir que la situación desde 1880 hasta 1930 fue de una escasa intervención estatal.
La crisis del 30
Este mundo de imperios coloniales y escasa intromisión de los Estados se terminó definitivamente en la década de 1930. Y se terminó por la contundencia de los hechos. Cuando se produjo el crack de la bolsa neoyorkina en 1929, los académicos defensores de la economía clásica reiteraron sus antiguos postulados. Al producirse una caída en la demanda -sostenían- las empresas se quedarían con grandes stocks de mercancías sin vender, por lo que deberían bajar sus precios, y de esta forma los consumidores podrían aumentar la demanda y reestablecer el equilibrio inicial.
Esto nunca pasó y el mundo se hundió en una depresión económica que sólo fue superada en forma definitiva con el enorme gasto público que la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) requirió.
En los años treinta surgieron las primeras grandes políticas de intervención. Se crearon los bancos centrales, los sistemas de seguridad social se multiplicaron y la inversión estatal en infraestructura despegó en casi todas las naciones desarrolladas.
Cuando los cañones callaron en 1945, y las potencias negociaban cómo se repartirían el mundo posterior, se crearon las instituciones internacionales. La más importante de ellas, la Organización de Naciones Unidas (ONU), y a nivel económico, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el GATT (Acuerdo general sobre comercio y aranceles) que se convertiría en 1995 en la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Este período estuvo dominado por políticas económicas keynesianas, en honor a su promotor, el inglés John Keynes (1883-1946). Si Smith es considerado el creador de la microeconomía, al británico le cabe el equivalente de la macroeconomía.
Keynes postulaba que el mercado no cumplía realmente con las premisas de la Economía clásica, sino que la producción registraba ciclos, y que era obligación del Estado intervenir para evitar los períodos negativos a través de la inversión. Tanto es así que este economista no se preocupaba demasiado en qué debía invertirse ni cómo debía financiarse la misma, sino que lo central era evitar la depresión económica y sus consecuencias sociales.
Época de oro del capitalismo
Desde finales de la Segunda Guerra Mundial y hasta mediados de la década de 1970, la mayor cantidad de naciones del mundo llevó adelante políticas económicas de corte keynesianas, bautizándose a este período como el cuarto de siglo de oro del capitalismo.
Este período se basó en una mejora constante de las clases medias de las naciones desarrolladas y algunas de la periferia del mundo. Las diferencias entre los segmentos más ricos y pobres de cada sociedad desarrollada se achicaron, y la prosperidad se extendía a regiones que antes nunca habían sido alcanzadas.
Pero como a cada acción le sucede una reacción, comenzaron a surgir mentes e ideas que denunciaban este estado de cosas. La contrapartida de esta prosperidad era un estancamiento en las ganancias de las empresas, una tasa de crecimiento que se estancaba y el surgimiento de un fenómeno que desafiaba la teoría económica: el estancamiento económico con inflación en aumento, bautizado «estanflación».
En este contexto es donde vuelven a surgir voces que piden regresar a «los buenos viejos tiempos». De la mano del economista estadounidense Milton Friedman (1912-2006), de la Escuela de Economía de Chicago, surge la corriente bautizada neoclásica, que insiste con que los mercados se autorregulan y por lo tanto se debe evitar la intromisión estatal. Cada intervención significa una distorsión para los neoclásicos.
Estas políticas neoliberales comienzan a instrumentarse en los 70 en Chile, Argentina y Gran Bretaña, y en los ochentas en Estados Unidos. En 1989, en Washington se «consensúa» que estas políticas son las apropiadas para dar un nuevo impulso a la economía mundial: disciplina fiscal, desregulaciones estatales, apertura económica y privatizaciones. Esta doctrina fue la dominante durante la década de los 90 en todo el mundo, impulsada, sugerida e impuesta por el FMI.
¿Nuevo debate?
El mundo neoclásico era bastante distinto del período 1880-1930. Por eso se le pone el prefijo «neo». La presencia estatal es cierto que disminuyó, pero se encuentra a años luz de lo que ocurría en esos 50 años a caballo del Siglo XIX y XX. Hagamos un repaso de las diferencias entre el modelo clásico y el neoclásico:
Economía Clásica: Estados pequeños, burocracia escasa, gasta público centrado en la infraestructura básica y en las Fuerzas Armadas. Menos naciones independientes que en la actualidad. Conformación de imperios coloniales cerrados hacia fuera y dependientes de la metrópoli. Comercio «libre» dentro de los imperios y con naciones adherentes. Inexistencia de organismos internacionales y mayor unilateralidad de las medidas y sanciones de las naciones con capacidad bélica.
Economía neoclásica: Estados gigantes, con intereses económicos, pesadas burocracias, gasto público altísimo centrado en el estado de bienestar, la inversión pública y la defensa. Extinción de los imperios coloniales y surgimiento de muchas más naciones soberanas. Organismo internacionales omnipresentes, obedientes a las principales potencias con Washington a la cabeza. Comercio internacional plagado de subsidios y trabas pararancelarias.
Por lo tanto, le cabe bien al paradigma económico el prefijo de «neo».
La otra parte del debate surge cuando estalla la actual crisis económica global. La misma tiene su origen en el estallido de la burbuja inmobiliaria en setiembre de 2007, pero su fecha álgida es el 15 de setiembre de 2008 cuando quiebra la compañía financiera Lehman Brothers de Estados Unidos, preanuncio de que otras entidades del gremio también podrían seguir su derrotero. (Ver APM «Comfortably cracked (Confortablemente quebrado)» http://www.prensamercosur.com.ar/apm/nota_completa.php?idnota=4033).
De inmediato, y sin debate de ningún tipo, la administración del presidente George Bush hijo (2001-2009) instrumentó un millonario rescate para el sector bancario por 700.000 millones de dólares, previa aprobación del Congreso. Esta política es radicalmente opuesta a la llevada a cabo por la Casa Blanca en los últimos ocho años, cuya administración se define sin temor a equivocarnos como neoliberal o neoclásica.
Luego, tras la asunción de Barak Obama, el tinte más intervencionista se instaló en Washington junto a la investidura del demócrata afroamericano.
¿Es correcto hablar de un nuevo keynesianismo o neokeynesianismo? Las medidas adoptadas a la fecha poco tienen de tal porque están centradas en la salvación de las entidades financieras. Claro, la justificación es que si caen los bancos se va a afectar la «economía real» productora de bienes y servicios.
Keynes defendió la intervención de los gobiernos o estados en la economía en momentos donde el Estado estaba muy ausente… hoy la situación es abismalmente opuesta. El gasto en Defensa de Estados Unidos es de casi 700.000 millones de dólares, el doble del Producto Bruto Interno de Argentina. Japón gasta una cifra similar en inversión pública en infraestructura cada doce meses, y la Unión Europea (UE) prodiga unos 360.000 millones de dólares al año en subsidios a la agricultura. La deuda pública estadounidense superó los 10 billones de dólares (10.000.000.000.000), que crecen gracias a un déficit fiscal anual de 500.000 millones de la verde moneda.
Casi sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que el mundo ha llevado adelante una política en ciertos sentidos keynesiana (gasto público altísimo) a la vez que se ha pregonado la fobia del gasto público. Cuesta entender cómo se implementarían los principios fundamentales propuestos por Keynes en su libro «Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero» de 1936, porque al Tesoro de Estados Unidos le queda poco margen para aumentar el gasto público y endeudarse.
En síntesis, podríamos afirmar que el mundo y las potencias han sido keynesianas en esencia y van a continuar siéndolo en defensa de sus intereses internos y sus ansias de expansión internacional. Los estados gastan, los estados gastan mucho, los estados invierten, los estados interfieren en el libre comercio y los estados defienden los intereses de sus corporaciones. Todo esto sin perjuicio de que se pregone la inutilidad de destinar fondos a la salud pública, la educación, la lucha contra la pobreza y defensa del ambiente. (Ver: «La no intervención es para el Tercer Mundo». APM 01/12/2008)
En Washington, las semanas pasadas hubo una suerte de debate en el propio Capitolio. La bancada oficialista debía aprobar el paquete de gasto presentado por el presidente Obama, y se encontró con la oposición de los republicanos. Se logró extender a cuatro millones más de nichos la cobertura de salud, pero quedaron aún afuera tres millones de infantes. También se logró aprobar un paquete por 850.000 millones de dólares destinado a la inversión en la «economía real». En ambos casos, los republicanos, quienes en forma continuada en los últimos ochos años de la gestión Bush aprobaron el incesante incremento de los gastos de los contribuyentes en defensa y seguridad, se opusieron por considerar que esta decisión es «ineficiente».
No creemos que estemos en presencia de un debate económico de fondo, sino más bien, de qué receta utilizar para que el sistema económico mundial se recupera rápido y vuelva a generar las ingentes ganancias que forjaba hace apenas unos meses atrás.