La crisis económica en España se está transformando en crisis política. La fuerte caída del PSOE en las últimas elecciones es sólo el primer paso pero, dada la profundidad de la crisis y la apuesta política de los dos grandes partidos, el PP puede pasar rápidamente de la mayoría absoluta a una caída histórica en […]
La crisis económica en España se está transformando en crisis política. La fuerte caída del PSOE en las últimas elecciones es sólo el primer paso pero, dada la profundidad de la crisis y la apuesta política de los dos grandes partidos, el PP puede pasar rápidamente de la mayoría absoluta a una caída histórica en unas previsibles elecciones anticipadas. Lo siguiente sería una «gran coalición» PP-PSOE que es ya, de hecho, la única propuesta de Rubalcaba.
El guión sigue de cerca al de Grecia, que repite el que siguió Argentina en 2001. Los griegos han dado otra oportunidad a los dos grandes partidos tradicionales, pero es muy probable que sea para que acaben de quemarse, suspendiendo pagos y saliendo del euro.
La crisis en Argentina alcanzó primero al ala derecha del Partido Justicialista que, liderada por Menem, abrió el país a la especulación financiera en una década de políticas neoliberales, convertibilidad incluida. La presidencia de de la Rúa, líder del otro gran partido tradicional, el Partido Radical (actualmente en vías de extinción), apenas consiguió mantenerse dos años, hasta que el presidente tuvo que huir en helicóptero en diciembre de 2001, en medio del «que se vayan todos». Le sucedieron cinco presidentes en año y medio, hasta que una nueva coalición electoral, liderada por Kirchner, ganó las elecciones en 2003.
En realidad, la economía había empezado a recuperarse a raíz del fin de la convertibilidad y la suspensión de pagos, pero con Kirchner comenzó la recuperación de la política, no sólo en el sentido en el que toman los kirchneristas esta expresión, sino también en el de la recuperación de al menos una parte del otro de los dos grandes partidos, el Partido Justicialista, bajo la forma del kirchnerismo. Las políticas de éste han consistido fundamentalmente en un aumento del gasto social, una cierta recuperación del sector público y un mayor apoyo al sector manufacturero. Este modelo ha supuesto una cierta redistribución de la riqueza. Recuperación constantemente amenazada por la creciente inflación, que marca el límite del «modelo».
Syriza puede considerarse análoga a la coalición del Frente para la Victoria de Kirchner. Una coalición semejante podría formarse también en España, a medida que la crisis económica se transforme en crisis política. El programa de una coalición de este tipo debería responder ante todo a un objetivo: que la crisis la paguen más los capitalistas y menos los asalariados (para cumplir de verdad aquello de «que la crisis la paguen los capitalistas» habría que salir, no de la crisis, sino del capitalismo). Los puntos fundamentales de este programa están claros: salida del euro y suspensión del pago de la deuda (una cosa sigue a la otra); creación de una banca pública; nacionalización de empresas estratégicas; aumento de la progresividad de los impuestos; aumento del gasto social; aumento del salario mínimo, reducción de la jornada laboral y una (contra)reforma laboral favorable a los trabajadores. En pocas palabras: lo contrario del programa de ajustes del PP, el PSOE y la Troika.
En las condiciones actuales, los dos primeros puntos, salida del euro y suspensión de pagos, no pueden ser explícitos (como no lo fueron en el programa de Syriza en las elecciones de julio de 2012), pero deben presuponerse implícitamente y podrían marcar el principio del fin, prácticamente inevitable para algunos países de Europa, de dos décadas de neoliberalismo.
No es el lugar para completar ni para desarrollar este programa. Un programa parecido viene aplicándose, en cierta medida, en Argentina durante los últimos 10 años. El resultado ha sido una fuerte recuperación económica, un reparto de la riqueza más favorable a los asalariados y el cabreo de la oligarquía argentina y mundial (especialmente la española, no por casualidad), que se pasa el día haciendo campaña en sus medios contra el gobierno.
En cuanto a la salida de la crisis por parte de España, la única salida, que no sea una salida del capitalismo, consiste en que la economía española sea más competitiva. El secreto del capitalismo (y ya del mercado) es la competencia. El problema de la competencia es que unos ganan y otros pierden. Las crisis no son más que eso, en el fondo. La economía española está cayendo mucho más que otras porque es menos competitiva. Con la peseta, España podía solucionar temporalmente sus crisis mediante la devaluación, bajando así, de un plumazo, los salarios para ganar competitividad. Con el euro, los bancos alemanes, franceses, etc., han podido prestarnos a tasas bajas sin temer una devaluación y, así, hemos vivido a crédito comprando sus mercancías.
Pero para aumentar la competitividad sólo hay dos posibilidades: conseguir que bajen los salarios o impulsar el desarrollo tecnológico. La apuesta de la clase capitalista española, típica de un país periférico, ha sido casi siempre exclusivamente a lo primero. Ahora aprovechan la crisis para redoblar su apuesta. De todas formas, su prioridad absoluta es transferir la mayor cantidad de dinero posible de los trabajadores a los bancos, que los primeros asuman el riesgo del que siempre han presumido los capitalistas, «socializar las pérdidas»…
La segunda opción es muy difícil por varias razones: por el predominio del capital financiero y especulativo sobre el capital productivo, tanto en España como en Europa y a nivel mundial; porque el sector productivo (no manufacturero) está muy atrofiado en España (la productividad es baja, no porque los asalariados no estén lo suficientemente explotados, como pretende la patronal, sino porque el sector productivo está poco desarrollado tecnológicamente: en España hay muy pocas empresas de alta tecnología con trabajo altamente cualificado); porque, lógicamente, ésta opción no interesa en Europa; y, finalmente, porque sería una apuesta a largo plazo, lo que tampoco interesa al capital financiero y especulativo. Además, el desarrollo tecnológico no podría conseguirse sólo a través del famoso gasto en I+D (la fórmula de moda). (No pretendo sugerir con esto la clásica oposición simplista entre un capital productivo bueno y un capital financiero malo: la atrofia del primero no se debe a la hipertrofia del segundo, sino al contrario: las contradicciones del primero, cuyo resultado es la caída de la tasa de beneficio, provocan la migración del capital de la esfera productiva a la financiera y especulativa).
Lo más probable es que España no salga de la crisis a corto plazo, sino que, al contrario, se hunda aun más en ella. La recuperación de la economía española depende de la recuperación internacional y, sobre todo, de que los salarios de los trabajadores españoles bajen, aun más.
Pero aquí se abren dos posibilidades: La apuesta de la clase dominante en España es doble y pasa por que los trabajadores paguen la crisis a costa de sus salarios, de sus ya degradadas condiciones laborales y de los también degradados servicios públicos, al tiempo que la crisis internacional se resuelve, y todo ello permaneciendo en el euro, en principio.
La prioridad absoluta para el PP-PSOE, al servicio del capital financiero español y europeo, es el pago de la deuda; a ello obedecen, en primer lugar, los ajustes y las reformas. Pero la oligarquía capitalista piensa que los ajustes y las reformas, al deprimir más los salarios, ponen las bases para una recuperación de la rentabilidad y, con ello, de la inversión, el empleo y el crédito. Esto es cierto en general, en abstracto: la propia crisis, con la destrucción de empresas y de empleo (mejor dicho: con la destrucción de capital, que es una relación social) en que consiste, pone las bases para la recuperación. En este sentido, la opinión, cada vez más extendida en la izquierda, de que estos ajustes y reformas, al aumentar el paro y disminuir el consumo, sólo sirven para agravar la crisis, es errónea ya en abstracto.
El problema es que la crisis es demasiado grave en España, y hasta que las inversiones suficientes llenen el gigantesco agujero dejado por la construcción, desarrollando un sector exportador que compita con menores salarios, como parece pretenderse, puede pasar mucho tiempo, sobre todo si también se pretende continuar en el euro (condición necesaria para el capital financiero).
La pregunta no es ya cuánto tiempo va a poder aguantar el PP con un 25% de paro y continuando con los ajustes que imponga el próximo rescate, sino cuánto tiempo podrá aguantar la coalición PP-PSOE que le suceda. Porque la recuperación por la que apuestan, con reformas destinadas a reducir los salarios, puede tardar mucho tiempo. Pero cuanto más tiempo tarde mayor será la crisis fiscal, mayores serán los rescates y los ajustes, mayor será la presión de los trabajadores y mayor será la crisis política para el PP-PSOE. A su vez, la presión social y la crisis política retrasarán aun más la recuperación, retrayendo la inversión extranjera y el turismo. El Estado estará cada vez más cerca de declararse en suspensión de pagos. Pero una suspensión de pagos tendría como consecuencia la salida del euro, que provocaría corridas bancarias por miedo a una segura depreciación de los depósitos («el que puso euros, recibirá pesetas», podría decirse, parafraseando a Eduardo Duhalde), con el consiguiente colapso financiero. Suspensión de pagos y salida del euro darían la puntilla a PP y PSOE.
Hay sectores que pretenden ganar tiempo pidiendo inyecciones de liquidez y la compra de deuda por parte del BCE o la creación de eurobonos o plazos más largos para los ajustes… Pero las inyecciones de liquidez y la compra de deuda por el BCE sólo sirven para alargar la crisis, como se ha podido comprobar, porque no solucionan el problema de fondo. La creación de eurobonos disminuiría los intereses que paga España, pero tampoco solucionaría el problema de fondo, que es la falta de competitividad. Pero está claro que Alemania, al menos con Merkel, no está por la labor.
Pero la clase capitalista puede ganar su apuesta: quizás una coalición PP-PSOE podría aguantar lo suficiente si la presión por parte de los trabajadores no lo impide, si no surge una alternativa electoral, si da tiempo a que el paro empiece a disminuir, aunque sea muy lentamente.
La suspensión de pagos y la salida del euro serían traumáticas, pero pondrían las bases para una recuperación más rápida a través de una depreciación de las futuras pesetas. La crisis del PP-PSOE abriría la posibilidad para que llegase a gobernar una coalición que podría (y debería) dar marcha atrás a los ajustes, las reformas y, en general, al neoliberalismo en España mediante políticas redistributivas. El aumento de precios de ciertas mercancías (las importaciones) es un precio que merece la pena pagar por la disminución del paro. La pregunta fundamental no es sólo si queremos salir antes o después de la crisis, sino queremos salir de la crisis con más desigualdad o con menos.
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