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De la fe antropopiteca

Fuentes: La Jornada

Si mañana llegase un marciano a la Tierra tendría grandes dolores de cabeza. En primer lugar se vería obligado a discernir la religión verdadera de la humanidad, pues cada una de las que existen posee la patente divina y las otras son abortos del demonio. Luego el marciano tendría que vérselas con los «científicos» píos, […]

Si mañana llegase un marciano a la Tierra tendría grandes dolores de cabeza. En primer lugar se vería obligado a discernir la religión verdadera de la humanidad, pues cada una de las que existen posee la patente divina y las otras son abortos del demonio.

Luego el marciano tendría que vérselas con los «científicos» píos, que dejando intactos los mitos demagógicos del premio cósmico o celeste creen que dioses, ritos y dogmas son las fuerzas llamadas a conjurar la ignorancia y la injusticia, el terror y los fantasmas.

En días pasados, mientras Washington y Roma festejaban la nueva Santa Alianza occidental, los asistentes al congreso Hombre y mundo: el futuro de la religión tuvieron el privilegio de oír a Gonzalo Puente Ojea (1925), pensador español para quien la cultura, en lugar de maratón de libros mal leídos, es un modo de razonar.

Felizmente Puente Ojea no pertenece al gremio de escritores de «lectura amena». El autor de títulos como Elogio del ateísmo: los espejos de una ilusión (1995), Ateísmo y religiosidad (1997), El mito del alma. Ciencia y religión (2000) y, el más reciente, Animismo: el umbral de la religiosidad (Siglo XXI de España) descuenta que la información carece de sentido si no está gobernada por la formación.

¿Qué es la formación sino armonía y coherencia del pensamiento capaz de relacionar los conocimientos entre sí? Si el conocimiento del erudito pertenece al orden cuantitativo (suma de saber), el del hombre culto tiende a ser cualitativo (calidad del saber). Cualquier persona realmente culta sabe que el sentimiento trascendental merma su autoestima, que el sentimiento religioso no es innato en la persona.

¿Teísta o ateo? ¿Ateo o agnóstico? Reacio al maniqueísmo reductor, el esfuerzo dialéctico de Puente Ojea hace a un lado las cómodas líneas divisorias, y desde mucho antes del buey Apis de los egipcios, a la paloma del Espíritu Santo de los cristianos, ilumina el tenebroso itinerario de las religiones.

El homicidio y la sangre acechan en las entrañas de todas las religiones. Y sólo bajo el fervor de la mística podríamos entender la crueldad humana y el abominable espectáculo de la coronación de un «débil siervo de Dios», aliado del emperador que en los pasillos de la Casa Negra silba el himno protestante «adelante soldados cristianos». En el circo de Roma sólo faltaron los leones.

Ratzinger y Bush, los Ratzinger y los Bush, amenazan con retrotraer la especie humana al pleistoceno. Y ojalá que la inquietud dependa tan sólo de la disputa entre «izquierdas» y «derechas», de «ateos» y «creyentes». Con el poder total en sus manos, ambos dirigentes encarnan el odio a la vida, defendiendo las creencias más descabelladas de la ideología y la teología, no digamos del futuro del planeta.

Si un tercio del electorado estadunidense cree literalmente en la Biblia (encuesta Gallup)… ¿qué podría contener el cumplimiento de la profecía de James Watt, secretario del interior de Ronald Reagan (1981-83), al decir: «… la protección de los recursos naturales carece de importancia ante el inminente advenimiento de Jesucristo. Después que se tale el último árbol, Jesucristo retornará»?

¿Piensan distinto 231 legisladores demócratas y republicanos que actualmente reciben apoyo de la derecha religiosa? Y al contrario, quienes creen que la «tolerancia» es igual a «libertad de conciencia» se cruzan de brazos ante la puesta en marcha de algo peor que la guerra nuclear: el exterminio programado de la especie humana. Y después, están convencidos, Dios proveerá.

En Animismo: el umbral de la religiosidad, Puente Ojea rastrea con rigor antropológico el momento en que la religión se adueñó de los hombres, haciendo que perdiesen fuerza sus experiencias manuales y mentales. ¿De dónde más brotó la fe que a sociedades enteras impide la confianza en sí mismas, doblegándolas ante espíritus invisibles y poderosos, cuyo favor sobornan con ruegos, humillaciones y ofrendas?

«Irreligiosidad» y «religiosidad». Tal es la raya que Puente Ojea traza para entender a quienes «… aún hoy ven diferencias esenciales entre las diversas religiones o confesiones de fe… sutilmente difuminada por una compleja fenomenología generada en las falsas apariencias de un mirada con la voluntad unitarista típica de la mentalidad mágico-religiosa».

Como en la canción de Violeta Parra, la densa y exigente obra de Puente Ojea nos invita a enaltecer los frutos del cerebro humano «… en cuanto órgano central y rector» del homo sapiens sapiens.

Venimos de la zoología. Y pese a la mucha confusión sembrada por antropopitecos como Ratzinger y Bush, su ominoso poder se explica porque tras mucho batallar a través de los siglos la humanidad ganó en conciencia con definiciones contrarias a la religión y al conjunto de tabúes que destruyen el libre desarrollo de nuestras facultades.