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De la sátira a la insolencia

Fuentes: Rebelión

Dentro del plural universo de la reflexión estética hay quienes vienen planteando que, de un tiempo a esta parte, por sobresaturación principalmente, pero no sólo, la imagen ha ido perdiendo buena parte de su potencial transformador. Y dentro de las reflexiones al respecto las hay que, hilando fino, afirman igualmente que la imagen obscena, la […]

Dentro del plural universo de la reflexión estética hay quienes vienen planteando que, de un tiempo a esta parte, por sobresaturación principalmente, pero no sólo, la imagen ha ido perdiendo buena parte de su potencial transformador. Y dentro de las reflexiones al respecto las hay que, hilando fino, afirman igualmente que la imagen obscena, la obscenidad en general, ha perdido también buena parte de su potencial subversivo.

Quizá quepa matizar que lo que ocurre, también, es que aquello que se desea transformar, lo que se querría subvertir, anda bastante fortalecido; o alardea a la perfección de ello. Pero ese es otro tema.

El caso es que en esas estábamos cuando la Fiscalía General del Estado y un ilustrísimo Magistrado Juez de la Audiencia Nacional, es de suponer que sin querer, han puesto encima de la mesa la importancia de las pequeñas transgresiones.

No es el único aspecto de un caso, el que se sigue contra la revista El Jueves, con secuestro de su número 1573 incluido, en el que es posible detectar una manifiesta efectividad inversa. Las decisiones tomadas, lejos de evitar la propagación de una portada, lejos por tanto de evitar un hipotético daño a determinados bienes jurídicamente protegidos, han supuesto una publicidad extra del chiste en cuestión, una multiplicación de su audiencia así como de su difusión a través de diferentes medios, principalmente electrónicos, más allá de lo que inicialmente, y por sí sólo, lo hubiera sido.

En cualquier caso que la medida, además de desproporcionada, no haya servido para lo que aparentemente debería haber servido; no significa que no sea preocupante. Sienta un precedente, por un lado, en relación a su uso. Y, por otro, en relación a la amplia interpretación que de los artículos en teoría vulnerados realizan fiscal y juez. Marca, además, una frontera que recuerda que hay temas, instituciones, personas,. que a la hora de la verdad son poco menos que intocables. E indirectamente abre puertas a través de las que, por desgracia, lo más fácil es que vengan nuevas limitaciones: En este caso limitaciones en el ciberespacio y en el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. En el fondo, el secuestro de El Jueves, aún más simbólico que efectivo, es preocupante por que a la postre nos secuestra un poco a todo y todas.



Cabe tener en cuenta el argumento, esgrimido desde la propia fiscalía, de que las medidas cautelares tomadas cara a la investigación de este hipotético delito cometido contra el honor de sus altezas reales y contra la corona (injurias y menoscabo a su prestigio) lo han sido no buscando la retirada efectiva de la circulación de la imagen ofensiva, sino persiguiendo la restauración del orden jurídico. En otras palabras, no es el honor como bien jurídico protegido hipotéticamente lesionado lo que, con poca eficacia, se ha pretendido restaurar o defender con la tarea iniciada de castigar e investigar. Es la restauración de la integridad del orden jurídico lo que, primeramente, se ha buscado. El orden de prioridades de nuestro sistema normativo y de administración de justicia es, lamentablemente en muchos más casos, si no en casi todos, la Ley, el Castigo, si cabe la Restauración y, finalmente, la Justicia.

En palabras de Toni Negri, no se quiere la verdad, sino el rito, el sacrificio: La legalidad se restaura en lo simbólico, no en lo racional.

Muchos han sido los adjetivos para referirse a la caricatura en cuestión, a lo dibujado, más que al texto que en sendos bocadillos aparece y que también tiene su qué. Zafio, soez y obsceno son algunos de los que más se han repetido. ‘Poco inteligente’ e incluso ‘burdo’ acompañaban a las críticas de mayor calado, pero estas han sido por desgracia pocas. Las más se han quedado en la superficie señalando el mal gusto de la ilustración para después tomar o no partido por la resolución judicial, criticándola en la mayoría de casos por inútil, exagerada y limitadora de la libertad de expresión. para después añadir que esa libertad de expresión también tiene sus límites insinuando que a lo mejor en este caso se habían traspasado. Nadar y guardar la ropa era eso ¿No?

Ahora bien, ya que cuesta tanto ir más allá de las palabras, váyase a ellas: ¿Qué es zafio? Algo o alguien tosco o grosero. ¿Qué es soez? Algo o alguien vulgar y, de nuevo, grosero. ¿Qué es obsceno? Algo o alguien que ofende al pudor. Independientemente de que una estancia en prisión de seis meses a dos años no parece la más educativa de las maneras de corregir la tosquedad, la vulgaridad e incluso la grosería. ¿Qué hacer con la obscenidad? Por que el pudor ese que se dice ofender no es sino un sentimiento de vergüenza. y puestos a sentir vergüenza, hay una enorme cantidad de cosas que pueden parecernos impúdicas sin por eso estar penadas o, estándolo, ser perseguidas con tanto afán: El nepotismo, la corrupción,. o el paro, la pobreza,. o la desigualdad, sin ir más lejos,. sobre todo cuando no es sinónima de diferencia sino de discriminación negativa.

Impúdica, obscena y de vergüenza ajena podría y puede parecer, por ejemplo, la regulación que de la jefatura del Estado se hace en el vigente ordenamiento jurídico. ¿Acaso no burla el principio de igualdad que a un cargo público donde los haya se acceda por nacimiento y (hasta la reforma constitucional insinuada pero pendiente «por pelotas») en vez de por sufragio, concurso abierto de méritos u oposición?

La insolencia, escribe Michel Meyer en su homónimo ensayo sobre la moral y la política, es una cualidad que las gentes virtuosas apenas soportan, ya que ven como una sospecha de lo que son, una fisura en lo que quieren aparentar. La insolencia, añade, establece la diferencia entre el ser y el parecer, cuestionando a los que, socialmente, casi nunca se ven cuestionados.

¡Ojo!, también retrata al insolente,. de ahí su encaje como práctica democrática.

El diccionario nos acerca esta palabra -insolencia- a las antes comentadas y otras similares (descaro, ofensa, insulto,.). La interesante pero poco conocida historia de la prensa satírica y del humor político en España ilustra, sin embargo, que muchas veces la insolencia no sólo es necesaria e incluso democráticamente saludable, sino que en ocasiones es la única manera que existe -de nuevo cito a Meyer- de hacer justicia a la Justicia.

Lamentablemente cuando se habla de insolencia o de obscenidad nadie parece acordarse de una palabra a ambas ligadas: Atrevimiento. Y por desgracia hay ocasiones en las que atreverse a hacer lo adecuado, lo justo (o al menos lo que parece justo); en las que intentar ser, sencillamente, una persona decente; es una insolencia e incluso un delito.

Así las cosas, si me permiten un consejo. Cuando quieran una lectura, no amena, pero si graciosa, pídanme el temario de las oposiciones al cuerpo de profesores de secundaria por Filosofía. Pero si quieren una lectura seria, acérquense al kiosco algún miércoles y compren El Jueves.