Malditas palabras que se resisten a salir de las manos de este aprendiz de brujo. Y tú, sin rostro, en las calles, en las plazas, en cada uno de los adoquines que forman parte del muro. Y yo, llamando a tu puerta, y tú, sin rostro, apartando la mirada. Y nosotros intentando soñar el presente. […]
Malditas palabras que se resisten a salir de las manos de este aprendiz de brujo.
Y tú, sin rostro, en las calles, en las plazas, en cada uno de los adoquines que forman parte del muro. Y yo, llamando a tu puerta, y tú, sin rostro, apartando la mirada. Y nosotros intentando soñar el presente.
Recuerdo una discusión con un marxista ortodoxo a finales de los años ochenta. La elucubración llegó a la calor del vino de mi pueblo. Fue en una taberna granaína, en el frío mes de diciembre de Graná. El tema versaba sobre la posibilidad de volver a ver sobre la piel de la milenaria Diosa Europa el renacer de las dictaduras. En el último vaso de vino, cuando las estrellas empezaban a cortar la escarcha de la noche, los amantes buscaban la calor de los cuerpos y la Puerta de Elvira cerraba la ciudad, mi paisano, un señor ya mayor y ajado, bajó la persiana y se vino a sentar con nosotros y dos parroquianos más que desde hacía un rato se habían sumado al debate. Todos concluimos que las dictaduras volverían en la medida en que los ciudadanos opusieran una dura resistencia a las medidas estratégicas que las élites dominantes nos quisieran imponer. Disciplinar a la plebe. Tela ¿no?.
De aquella tesis solo nos quedó por resolver una cosa (alguien nos apago antes la luz del local): ¿con qué ropajes volverían?.
Han pasado más de treinta años y ¡ay de aquellas dictaduras, con sus dictadores, sus tanques con sus soldaditos dentro, sus muertos, sus suspensiones de derechos constitucionales, sus estados de alarma, sus toques de queda, sus poetas y cantautores revolucionarios y demás aliños!
Fíjense ustedes cuál será mi torpeza que cuando vi en las puertas de los aeropuertos los vehículos blindados, la proclamación del estado de alarma y sacar de las reuniones sindicales a punta de vamos pa´lante a los controladores aéreos, exclamé: «¡ya están aquí!» Pero no, solo eran el bueno de Pepiño Blanco y el fontanero Rubalcaba librándonos del chantaje de los radicales trabajadores que no nos dejaban irnos de vacaciones. Dos héroes españoles mal pagaos. Preparando privatizaciones. Habría que darles la medalla del pelotazo. Estoy tentao...
Pero volvamos a los nuestro. A mí la verdad es que cuando se me empezaron a poner los vellos como escarpias fue a raíz de una disyuntiva que me iba explotando de conferencia en conferencia en boca de los intelectuales del régimen, eso sí, de izquierdas y con pedigrí: había que decidir entre democracia o mercado. Como soy tendente a coger el rábano por las hojas, en seguida pensé «o sea, que nos iban a gobernar o los consejos de administración de las multinacionales y los banqueros, o los parlamentos». Porque más papas no nos iban a dar, ¿no? ¿O sí?
¡Ah!, torpeza de este viejo obrero de la construcción, no era eso. Lo que querían decirnos era que nos iban a dar con o sin permiso. Que en definitiva gobernarían nuestras vidas los mercados, el dios mercado del Botín, a través de los parlamentos. Que íbamos a comer papas por cojones, vamos.
Y en esas estaba cuando me sorprendió el … ¡sacatros, plas, plas! Los asesores de las élites, esos chicos bien pagados, bien vestidos, bien comidos y mal jodidos, van y se sacan de la chistera nada más y nada menos que…¡los gobiernos tecnócratas! -aplausos-. Pasen y vean, señoras y señores, el circo de la democracia les ofrece ¡el mono que mea colonia! Es candidato también, pueden votarle si quieren, tal vez lo haga mejor que los que van a salir elegidos, o no, quién sabe, la duda es la duda. Que frase más redonda, «los gobiernos tecnócratas». Los salvadores de la soberanía del pueblo. Los que colocarán todas las cosas en su sitio. ¿Para qué están los parlamentos si no es para poner a los hijos políticos de Goldman Sachs, el guardián de Wall Street, a dirigir directamente sus negocios? Son ellos, los que han creado la crisis, los que saben mejor que nadie dónde están las soluciones. ¿Qué saben las víctimas del hacha del verdugo una vez que rueda su cabeza por la arena del circo?.
Pero atención, señores, los prestidigitadores aún no han terminado la función, y donde no entra un gobierno de tecnócratas cabe uno de concentración nacional aliñado con musaka de extrema derecha incluida. Eso sí, de la crisis griega también saben los guardianes de Wall Street y sus chicos otrora en el gobierno. El Yorgos Papandréu estaba haciendo un buen trabajo, pero eso de preguntarle a la gente si quieren ser indigentes o no… Hasta ahí podíamos llegar. Afortunadamente, el señor Sarko y la señora Merkel cogieron al griego por los huevos (esta vez he evitado la palabra cojones) y le hicieron cambiar de idea. Ya le pagarán.
No sé qué más nos reservan los magos en sus chisteras. De momento no se oye música militar, señores, al menos en nuestro territorio. No podemos decir lo mismo de Libia, Afganistán, Irak, o acaso de Siria e Irán, donde las escaramuzas prebélicas dan muestra de una guerra de baja intensidad. ¡Ay, pobre izquierda europea que se va detrás del imperio cuando éste se viste de ONG!
No hay música militar, señores. No mientras haya apaños y se cumplan los objetivos marcados de llevar al mercado todo lo tangible e intangible de este planeta susceptible de procurar beneficios. Se podrá ir hasta a votar el día de las elecciones.
Estimados clientes y clientas, señoras y señores, usuarios y usuarias, la democracia representativa agoniza, ese producto se ha agotado. Pero no se preocupen ustedes, el mercado les suministrará previo pago todo lo propio o expropiado que ustedes necesiten. Vivienda, sanidad, enseñanza, repuestos de palos de fregona, televisión estiércol para abonar la subcultura… En caso de necesidades extremas y de escasez de plata les recomendamos acudir a los servicios de caridad. Los derechos ya se acabaron.
Disculpen ustedes por haberme alejado del tema, yo quería hablarles de mercados, dictaduras y parlamentos, pero cuando me informaron de que la Prima de Riesgo se había disparado y su sangre empapaba los bolsillos de la gente, me despisté. Pobre chica, tan joven y se suicida, ¿verdad que es una pena?
Permítanme una frase final que, aunque no es sepulcral, sí es orientativa: Cuando los de abajo se organizan y tienen los objetivos claros, los de arriba se mudan de ciudad. Si les da tiempo.
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