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De Oradour-sur-Glane a Dalori

Fuentes: La Vanguardia

Los hechos ocurrieron en África y no hemos hablado mucho de ello. Por lo menos 85 personas fueron asesinadas, el pasado fin de semana, por terroristas de Boko Haram en la localidad de Dalori, en el nordeste de Nigeria. Las tropas del ejército fanático incendiaron las casas de esta población, muchas de ellas con personas […]

Los hechos ocurrieron en África y no hemos hablado mucho de ello. Por lo menos 85 personas fueron asesinadas, el pasado fin de semana, por terroristas de Boko Haram en la localidad de Dalori, en el nordeste de Nigeria. Las tropas del ejército fanático incendiaron las casas de esta población, muchas de ellas con personas dentro. Los primeros testigos oculares llegados al lugar después de la masacre han hablado de docenas de cuerpos quemados, también de niños. Además de lanzar cócteles molotov contra las viviendas, los atacantes tirotearon a todos los que querían escaparse, mujeres, niños, ancianos. Dos campos de refugiados cercanos también fueron objetivo de los yihadistas. Xavier Aldekoa, periodista de esta casa experto en la realidad africana, tuiteó que había recibido fotos de víctimas infantiles de este ataque pero que no las difundiría. Al conocer la noticia, al prestar atención a los detalles, pensé en Oradour-sur-Glane, una villa de la región de Limousin, en el departamento de la Alta Viena, en Francia.

El 10 de junio de 1944, cuando hacía seis días que había comenzado el desembarco aliado de Normandía, 642 personas fueron asesinadas en Oradour-sur-Glane por miembros de la tercera compañía del regimiento de las Waffen-SS Der Führer, integrado dentro de la división Panzer llamada Das Reich. Hablo de la masacre más grande de civiles en territorio francés durante la Segunda Guerra Mundial. Las mujeres y los niños fueron encerrados en la iglesia y, a continuación, los soldados -entre los que había varios alsacianos- prendieron fuego al edificio. Los hombres del pueblo fueron ametrallados. Todos los inmuebles fueron incendiados de manera sistemática por las tropas nazis antes de partir. De la tragedia sólo pudieron escapar cinco hombres y una mujer. La orden de castigar a los habitantes de Oradour por supuesta colaboración con la resistencia la dio el general Lammerding, responsable también de ordenar la ejecución de 99 civiles en Tulle el día anterior. Terminada la guerra, en 1946, el Estado francés decidió conservar la villa destruida como símbolo y lugar de memoria, y en 1953 se inauguró la nueva localidad junto a la vieja.

El general Lammerding murió en 1971 en Alemania como respetado hombre de negocios y nunca pidió perdón. El comandante Dickmann, el jefe de operaciones en Oradour, era un hombre brutal y sanguinario, según los supervivientes, y murió en el frente de Normandía. El teniente Barth, uno de los oficiales responsables de este crimen, no fue procesado hasta el 1983 y fue condenado a cadena perpetua, pero quedó en libertad en 1997 por motivos de salud y aún vivió diez años más. En los juicios de Burdeos de 1953, fueron condenados a muerte dos SS implicados en la masacre -un alemán y un alsaciano-, pero la pena fue conmutada por cadena perpetua y, finalmente, en 1959 fueron puestos en libertad. El resto de condenados a prisión o trabajos forzados en ese proceso fueron amnistiados o disfrutaron de una reducción muy rápida de pena y los excarcelaron pronto. De Gaulle pretendía que la localidad masacrada sirviera para hacer pedagogía a las nuevas generaciones pero los tribunales de la República daban un mensaje muy diferente -desconcertante- a los familiares de las víctimas y al conjunto de la sociedad.

Hoy es Dalori, ayer fue Oradour. Comparamos porque sin comparación no hay luz, ni conocimiento, ni conciencia, aunque -como es sabido- ningún horror es comparable, ni ninguna experiencia de dolor extremo merece ser medida a partir de anteriores episodios. Por respeto a todas las víctimas y por respeto a la verdad intransferible de cada página concreta donde aparece el mal radical. Comparamos la indiferencia de hoy con las indiferencias del pasado ante el crimen a gran escala, y aparece el lenguaje como cómplice de la desfiguración inadvertida. Alain Lercher, autor del libro Les fantômes d’Oradour, recoge cómo se refería al lugar una guía de viaje de un importante club automovilístico alemán, editada en 1993: «A una veintena de kilómetros al noroeste de Limoges, las ruinas de Oradour-sur-Glane recuerdan los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Varios cientos de personas murieron en circunstancias indeterminadas». Después de que un periódico alemán denunciara esta explicación engañosa, el club admitió haber cometido «un grave error histórico» y prometió rectificar el texto en las próximas ediciones. Cuesta muy poco convertir el paisaje de un crimen de guerra en un diorama de circunstancias indeterminadas, en una postal sin sentido, en un decorado sin causas. Cuesta tan poco como colocar un adjetivo en un párrafo de una página cualquiera de una inofensiva guía de carreteras.

¿Quién pagará por las víctimas de Dalori? ¿Quién pagó por las de Oradour? La memoria no va unida a la justicia, a menudo son universos paralelos, bien lo sabemos. Es más fácil hacer turismo entre las sombras rotas de Oradour que derrotar a los yihadistas que imitan los crímenes de las Waffen-SS en este mismo momento. No hemos aprendido casi nada.

Fuente original: http://www.caffereggio.net/2016/02/04/de-oradour-sur-glane-a-dalori-de-francesc-marc-alvaro-en-la-vanguardia/