Marchas de los maestros que decidieron dividir la semana entre dar clases y salir en manifestaciones, apoyados por estudiantes y padres de familia; avance de los pueblos indios y de los campesinos sobre la capital, sobrepasando los controles policiales, y, paralizando a su vez, las carreteras; movilización de los trabajadores en la perspectiva de sucesivas […]
Marchas de los maestros que decidieron dividir la semana entre dar clases y salir en manifestaciones, apoyados por estudiantes y padres de familia; avance de los pueblos indios y de los campesinos sobre la capital, sobrepasando los controles policiales, y, paralizando a su vez, las carreteras; movilización de los trabajadores en la perspectiva de sucesivas huelgas generales, marchas continuas de los pobladores de la capital y de las principales ciudades. La represión es dura, varios muertos y heridos, centenares de presos. Amenazas de despido a los profesores y empleados…
Cualquier parecido es pura coincidencia. Las escenas no son del Ecuador sino de Honduras, donde la presencia del presidente Manuel Zelaya en la Embajada del Brasil ha estimulado las protestas que ya duran tres meses.
¿Pero por qué el parecido que es sólo coincidencia?
Escenas sociales similares y diferencias políticas. En Honduras, una amplia gama de fuerzas sociales -trabajadores, campesinos, pueblos indios, maestros, estudiantes, pobladores, trabajadores informales- se enfrentan al Gobierno usurpador de Micheletti que defiende una política francamente neoliberal, ataca a los gobiernos que conforman el ALBA, en especial al presidente Chávez, y hoy al gobierno brasileño que ha asumido una política de dignidad al respaldar a Zelaya.
«El cambio es un proceso en que las fuerzas fundamentales de una sociedad lo conducen…»
En Ecuador una amplia gama de fuerzas sociales -trabajadores, campesinos, pueblos indios, maestros, estudiantes, pobladores, trabajadores informales- se enfrentan al Gobierno de Correa, miembro del ALBA, amigo personal del presidente Chávez y de Lula, y activo opositor a Michelleti y partidario de la devolución del gobierno al presidente Zelaya, portador de un discurso crítico del neoliberalismo.
Micheletti se apoya en FF.AA. tuteladas por la CIA, empresarios, corporaciones trasnacionales, el gobierno de Israel y los sectores del ‘establishment’ norteamericano expresados en Bush. En Ecuador, Correa ha decidido depurar a las FF.AA. de la presencia de la CIA, tiene buenas relaciones con Irán y malas con Israel y los sectores aliados con las posiciones conservadoras de EE.UU. y ha postulado una política independiente frente a la banca y las corporaciones multinacionales.
Mientras el gobierno espurio de Michelleti es una pieza ínfima del engranaje de la maquinaria de guerra de EE.UU., Correa acaba de participar en la decisiva reunión de ASA (África y América) en la que Khadaffi ha propuesto crear una OTAN del Sur.
¿Pero por qué el parecido que sólo es coincidencia?
El Gobierno de Correa es anómalo. Esgrime afuera un discurso que lo hace aparecer entre los portaestandartes de una avanzada política antiimperialista, pero en casa enfrenta a las fuerzas sociales que son el fundamento de esa política.
Los cambios -y menos aún el socialismo- no son un discurso sino un proceso en que las fuerzas fundamentales de una sociedad asumen su conducción, tal como en Bolivia y Venezuela.
La historia, aquí y en Honduras, está en manos de la lucha de los pueblos indios y los campesinos, trabajadores, maestros, estudiantes. El Gobierno tiene la palabra: o se coloca de este lado, junto a Chávez y Evo, o del otro lado.