Todo creyente quiere su cielo. Todo revolucionario persigue su proyecto histórico. Todo intelectual piensa una vida ideal. Pocos seres humanos pueden o quieren vivir lo que sueñan, construyen o piensan. ¿Cuán triste es soñar con otro mundo y vivir diariamente la desesperanza de no poder alcanzarlo? Ese sentimiento de angustia, de impotencia, de rabia es […]
Todo creyente quiere su cielo. Todo revolucionario persigue su proyecto histórico. Todo intelectual piensa una vida ideal. Pocos seres humanos pueden o quieren vivir lo que sueñan, construyen o piensan.
¿Cuán triste es soñar con otro mundo y vivir diariamente la desesperanza de no poder alcanzarlo?
Ese sentimiento de angustia, de impotencia, de rabia es lo que ahoga los cuerpos de muchas y muchos quienes buscan algo diferente a lo que ofrece el capitalismo. En especial cuando lo vemos lejos, cuando vemos esa realidad alternativa «por fuera» de nosotros.
En un texto reciente ( Sobre el ejercicio y construcción de autonomías ) señalábamos que los proyectos de centralidad estatal tienen un problema en común: vaciar el presente de sentido revolucionario. Por un lado, están los que buscan un fin teológico al cual llegar, el asalto al paraíso, dejando para un futuro incierto la transformación social, y por otro, aquellos cuyas prácticas se limitan a un fin en sí mismo, cayendo en el pragmatismo de lo inmediato, sin proyección política transformadora. Nos quedamos con la eterna espera o el inmovilismo, ahí la depresión generalizada dentro de las izquierdas.
Pero que sucedería si les dijera que ese mundo no sólo es posible sino ya existe (en rincones), ya está en el presente (a momentos), y ya se está viviendo (por grupos de personas). ¿Qué sucedería si supiéramos que ese mundo ya se está construyendo?
Lo que pasaría es que nos reconoceríamos desde otro punto.
Cambiaríamos la desesperanza por la alegrebeldía, puesto que nos posicionaríamos pensando que la transformación está siendo y que somos parte de ella.
Dejaríamos de ver al futuro esperando un día mágico, ya que lo central sería actuar en el presente prefigurando opciones materialmente distintas a las capitalistas.
Nos enfrentaríamos al mundo pero también a nosotras y nosotros mismos, ya que el problema son las estructuras globales que producen desigualdad y dominación pero la raíz del asunto es el ser humano mismo, el cambio radical de la vida social.
Pasaríamos de ver solamente al Estado y la toma del poder, a observar también la comunidad organizada y la capacidad de ir cambiándose a medida que cambia el estado real de las cosas mediante su propio poder-hacer.
Así en cada paso está la alternativa, en cada práctica están las ideas y hechos del mañana, en cada acción se juega el destino de nuestra clase. Un movimiento permanente de destrucción-creación, del viejo orden y de ese mundo nuevo que soñamos, construimos y vivimos.
Como dice el Comité Invisible , debemos reconocer la insurrección como una realidad y comenzar a pensar y actuar sobre esa base. Hay que tomar la situación insurreccional como nuestro punto de partida, incluso ahora, incluso aquí, incluso cuando es la contrainsurrección la que domina la realidad.
La revolución es permanente porque estamos caminando con ella, es un largo proceso de reorganización total de la sociedad, de la completa desposesión del poder-dominación.
Henry Renna, Movimiento de Pobladores en Lucha – Chile
[1] Inspirado en las ideas de Pedro García Olivo en su presentación «Para vivenciar los márgenes, la fuga como arma»
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