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¿De qué te ríes?

Fuentes: Gara

Ya nada volverá a ser como antes en el país de Hans Christian Andersen y la sirenita. Las caricaturas publicadas por el diario «Jyllands-Posten», en las que se presenta a Mahoma como un terrorista, muestran que las actitudes culturalistas basadas en una supuesta superioridad moral de unas personas o comunidades frente a otras, siguen estando […]

Ya nada volverá a ser como antes en el país de Hans Christian Andersen y la sirenita. Las caricaturas publicadas por el diario «Jyllands-Posten», en las que se presenta a Mahoma como un terrorista, muestran que las actitudes culturalistas basadas en una supuesta superioridad moral de unas personas o comunidades frente a otras, siguen estando presentes. De hecho, unos dibujos sobre la resurrección de Cristo nunca llegaron a ver la luz, ya que habrían «ofendido a algunos lectores». ¿Cuál es la distancia entre lo reconocible y respetable y lo irreconocible y detestable? ¿Quién la marca?
Una pensaba que, en este estadio de la civilización, estaba suficientemente probado que artistas, escritoras y caricaturistas podían contribuir a legitimar ciertas ideas, constituyéndose en guardianes de unos valores dados, o a combatirlas, proporcionando una conciencia autocrítica. ¿Se pueden defender «valores» antidemocráticos y antiigualitarios, como el sexismo, la homofobia, el clasismo, el racismo o la exclusión, apelando a la libertad de expresión y de creación? ¿Es la libertad de expresión un valor absoluto? ¿Por qué la libertad de expresión debe proteger las manifestaciones ofensivas que incitan al odio?
No se trata de un debate sobre la libertad de expresión y el Islam, puesto que plantear el debate en esos términos es conceptualizar el Islam como una religión integrista, como un proyecto fraudulento, que busca doblegar a «Occidente», incompatible con la libertad de expresión y la democracia.
Instaurada la sospecha, negamos la posibilidad de interacción discursiva entre personas musulmanas y no musulmanas. Creo que poseemos identidades sociales múltiples y no mutuamente exclusivas; sin embargo, existe un especial interés en fabricar y mostrar una identidad única musulmana: intransigente, hermética, acrítica y ultraviolenta, reduciendo al mínimo las oportunidades para la comprensión mutua.
Desde mi saludable escepticismo religioso, pienso que es legítimo sentirse indignada y protestar. No es para menos. El neocolonialismo conlleva una construcción maniquea de «el Otro»: el enemigo. Las humillaciones no cesan. Oriana Fallaci describe a «los hijos de Alah» reproduciéndose «como ratas»; en Guantánamo se usó el Corán como papel higiénico; la crueldad y brutalidad sistemáticas en Abu Ghraib; el Ejército inglés brutalizando a niños iraquíes. ¿Humor o apología de la violencia?