La sexta Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio que se reunió en Hong Kong la semana pasada enfrentó nuevamente la pobreza del Sur con la rapacidad del Norte. A cambio de una «ayudita», las naciones industrializadas pretenden mantener los subsidios a su producción agrícola y seguir exigiendo a los países en vías de […]
La sexta Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio que se reunió en Hong Kong la semana pasada enfrentó nuevamente la pobreza del Sur con la rapacidad del Norte. A cambio de una «ayudita», las naciones industrializadas pretenden mantener los subsidios a su producción agrícola y seguir exigiendo a los países en vías de desarrollo que bajen las barreras arancelarias. En Africa se vende arroz o maíz del extranjero más barato que los que se cosechan localmente y esto alimenta el flujo emigratorio, si no a los emigrantes. Así es la tan cacareada libertad de comercio. «Quitar esos subsidios es como sacarnos la ropa interior», profirió una funcionaria francesa. Se ignora si vale la pena sacarle la suya.
El estrépito de esta discusión y de las manifestaciones alterglobalizantes cubrió de silencio otra clase de encuentro: fue la primera Cumbre del Este Asiático (CEA), se realizó en Kuala Lumpur, capital de Malasia, tuvo lugar el miércoles pasado y duró apenas cuatro horas. Su propósito: crear una comunidad capaz de establecer un tercer polo económico frente a la Unión Europea y EE.UU. Asistieron los líderes de los diez países de la Asociación del Sudeste Asiático (Asean, por sus siglas en inglés) -Singapur, Malasia, Tailandia, Indonesia, Filipinas, Laos, Vietnam, Camboya, Brunei, Myanmar- y del Japón, China y Corea del Sur -es decir, todo el grupo «Asiáticos +3»-, así como de la India, Australia y Nueva Zelanda. Se trata de un arco territorial donde vive una buena mitad de los habitantes del planeta, se hablan más de 150 lenguas y se participa con un 20 por ciento en el comercio mundial. Algo es algo.
Los resultados de la CEA fueron magros y se explica: esa enorme región está cargada de contradicciones. El gobierno chino se enfrenta con el japonés porque éste celebra a los «héroes de guerra» nipones que no se cansaron de perpetrar barbaridades cuando ocuparon Manchuria y Corea, y esa historia se oculta o deforma en los manuales escolares del Japón. En Myanmar, la ex Birmania, impera una dictadura militar. Algunos países asiáticos se muestran renuentes a incluir a Nueva Zelanda y Australia en la eventual comunidad: los consideran vicarios de Estados Unidos. La exclusión de Washington explicaría el empeño insistente del primer ministro australiano John Howard de participar en la reunión. Es dudoso que los australianos mismos se crean asiáticos del Este, pero lo económico es lo económico y ya.
El documento final de la CEA no declara que su objetivo es crear una comunidad como la Unión Europea. Califica el organismo de «foro para el diálogo sobre cuestiones y aspectos de carácter estratégico, político y económico de interés común, con el objeto de promover la paz, la estabilidad y la prosperidad económica del Este de Asia» (www.bloomberg.com, 14-12-05). Eso sí, se estableció que habrá una cumbre cada año que fijará directivas para recortar las restricciones comerciales en el interior de la región. EE.UU. es el único país que presta una atención preocupada a este proyecto. Con razón.
La presencia militar norteamericana en la región no cesa de crecer. Se extiende desde Turquía e Iraq en el oeste al Kirguisistán en el norte y Okinawa en el este. Cuando el que fuera primer ministro de Malasia Mahatir Mohammed propuso en los ’90 la creación de un comité económico que agrupara a los países del sudeste asiático, Washington se opuso casi frenéticamente y presionó a Japón -que en principio manifestó su acuerdo- para que no acompañara la iniciativa. Es antigua la política de EE.UU. contra la formación de bloques regionales en los que no está presente. Por otra parte, China y la India no eran entonces las potencias económicas que son hoy y EE.UU. y Australia habían aprovechado la ausencia de instituciones interregionales para fundar el organismo de Cooperación Económica de Asia y el Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés), que abarca a naciones de ambos lados del océano, entre otras, Australia, Canadá, Nueva Zelanda, EE.UU., México, Chile y Perú. El concepto Asia se diluye en esta instancia.
La APEC se creó en 1989 y desde entonces han sucedido no pequeñas cosas en Asia. En el decenio 1991-2000, el comercio interregional aumentó con mucha más rapidez que el realizado con el resto del mundo. China desplazó a EE.UU. como el mayor socio comercial de Corea del Sur. El crecimiento económico de China y la India, así como el hallazgo de nuevos yacimientos de petróleo y de gas en Asia Central -esos que le quitan el sueño a la Casa Blanca-, han transformado completamente el paisaje energético del continente: algunos de sus países figuran entre los mayores productores y consumidores de hidrocarburos del mundo y se afirma en ellos la voluntad de independizarse de las normas y precios del mercado que siempre acuñan EE.UU. y Europa. Este anhelo podría pasar a la realidad en los próximos años.
Nueva Delhi ha prometido apoyar la construcción de una red de oleoductos panasiática de 22,500 kilómetros de largo y 22.400 millones de dólares de costo (Business Standard, 14-12-05). Con Irán, Rusia, Uzbekistán, Turkmenistán, Kazajstán, Azerbaiján, Myanmar, Bangladesh y Afganistán como productores, y Turquía, Tailandia, Taiwan, Corea del Sur, Pakistán, Japón, India y China como consumidores, los beneficios estimados de la red ascenderían a más de 55.000 millones de dólares hacia el 2025. El proyecto irrita a la Casa Blanca. La India parece más amiga de EE.UU. que de China. Vaya a saber qué ocurrirá.